Mario Pereyra, el conductor que disfrutaba del ring
CORDOBA.- La noticia corrió desde poco antes de las 3.30 de la madrugada. Quienes escuchan la radio toda la noche llamaban a otros para avisar. La primera sensación fue de incredulidad. Murió Mario Pereyra, "Marito, el Negrito", el dueño de las mañanas cordobesas. "Todos somos frágiles", definió en privado y con tristeza un excolaborador de la emisora. Es la idea que, a esta hora, es difícil de digerir en la provincia que el sanjuanino convirtió en su casa y en la que lo aman y lo detestan con fanatismo.
Polémico, disfrutaba con esa división de aguas que generaba. No hacía su programa pensando en cuántos apoyos cosecharía. Lo hacía siguiendo el instinto, aun cuando buena parte de lo que decía generaba rechazo en su audiencia base. No había grilla ni reunión de producción que pudiera con él. Sólo respetaba los espacios netamente comerciales, pero para todo lo demás, manejaba los tiempos y los temas a su manera.
Insistió siempre en definirse como lo que era: un "locutor". Hacía gala de no ser periodista. Grababa publicidades y promociones en la radio, hacía entrevistas que iban desde presidentes a artistas consagrados, pasando por un parrillero argentino perdido en algún rincón del mundo. Por la tarde regresaba a su oficina en su condición de dueño y director de Cadena 3; era "la hora del shampoo", del "lavado de cabeza" a los que citaba para conversar y planificar. También, el momento en el que pasaban figuras de lo más diversas para una charla privada.
En las conversaciones entre gente de medios de Córdoba y, desde hace unos años también del país, se reconocía –con admiración, pero también con cierta envidia- el liderazgo absoluto de Pereyra; no sólo en materia de oyentes, también en fijación de agenda. Supo arrebatarle ese lugar a los medios gráficos que tradicionalmente lo tuvieron.
Los dirigentes lo escuchaban y, en varios, influía. Un experiodista de la Cadena 3 solía decir que era como el Gran Gatsby a la inversa. Así como el personaje de Francis Scott Fitzgerald vivía en una ciudad ficticia y armaba escenas para Daysi, hubo políticos con cargos que reaccionaban a las sugerencias de Pereyra. Montaban lo que él elogiaba, como flores en una plaza o barrenderos en la costanera. Decisiones efímeras que evitaran una crítica o generaran un elogio.
Así como repetía que era locutor, insistía –como si hiciera falta- en que no era peronista. "Liberal", se definía. Apoyó y ayudó al expresidente Mauricio Macri a quien, en plena campaña por la reelección, le dijo entre el enojo y la impotencia: "Si no cambiás, vamos a perder".
Con Alberto Fernández tuvo un encontronazo que dio vuelta el país. "Por qué no le iba a decir a este hombre, a Fernández, lo que pensaba. Cuando me metí en la nota él me planteó: ‘Yo a usted no lo conozco’. ¿Cómo no me conoce? No habíamos hablado mucho, dos o tres veces, pero, pobre, no puede con su genio: hoy dice A y mañana dice B, pero no mañana, dentro de 10 meses, literalmente mañana", repasó en una entrevista a LA NACION hace unos dos meses.
Durante años Pereyra no se tomó vacaciones. Cuando empezó a dejar reemplazos Córdoba se sorprendió, fue tema de comentario. En los últimos años, perdió un hijo y un nieto; golpes de los que buscó consuelo haciendo radio. En la charla con este diario dijo que tenía "miedo". Miedo a equivocarse, "a hacer las cosas mal, a que ofenda a otro, a que no le tenga respeto". Una definición difícil de creer por su estilo, por su manera de conducir.
Siempre rechazó las candidaturas que le ofrecieron. Nunca se sacó de encima la entrevista concesiva que le hizo a Luciano Benjamín Menéndez, exjefe del Tercer Cuerpo de Ejército, quien murió en 2018 con 13 condenas a perpetua por estar involucrado en unas 800 causas por crímenes cometidos durante la dictadura. Fue hace 20 años en un paso fugaz por la televisión, medio en el que no hizo pie.
Su objetivo era que Cadena 3 jugara fuerte en Buenos Aires, era la meta que buscaba cumplir, que se convirtiera en medio de referencia en el centro de poder del país. Disfrutó la repercusión de la entrevista que le hizo este diario, en parte porque era un paso más hacia esa meta. Le gustaba dar pelea, se sentía cómodo en el ring.
Cuando se contagió de coronavirus, hubo quien en el portal de la radio puso Highlander. Duró pocos minutos, pero reflejó la idea que muchos adentro tenían de él. Pereyra se pasó los últimos diez años escuchando debatir sobre quién sería su sucesor, cómo sería la mañana de Córdoba sin él. No pudo decidir el momento en que esa discusión deberá hacerse realidad.
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