Hoy estrena 65 sueños sobre Kafka y habla del trabajo artístico que hace con su compañero Emilio García Wehbi, que no se parece a nada realizado anteriormente
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En el fondo, un reflector ilumina un cuadro. Al lado una gran biblioteca. En el centro de la imagen, Maricel Álvarez. Y en ese instante, con ese fotograma congelado, es posible palparla a ella, a su recorrido, a su ser inquieto. En marcha ya con proyectos que habían quedado detenidos, la actriz, directora, bailarina, curadora, se explaya para LA NACION sobre su búsqueda incansable como artista, sus desafíos como correrse de los lugares seguros para buscar nuevos horizontes, esos capaces de sacarla de su zona segura.
“No de manera consciente pero desde siempre me interesaron los cruces. Cuando empecé de muy jovencita mi formación artística también en paralelo estudiaba Letras en la Universidad de Buenos Aires pero, además, me formaba como actriz y también empezaba a formarme con las artes del movimiento. De manera más consciente sucede cuando empiezo a ser soberana como creadora, a pensarme a mí misma como autora. Llevo más de veinte años trabajando pero pasando los primeros diez en los que básicamente me dediqué a trabajar como actriz, me animé a dar otros saltos, siempre en colaboración con otros. Después, eso se terminó convirtiendo en un programa estético. Pero no lo pude saber hasta ya transitado cierto camino en la profesión”, cuenta Álvarez con esa voz inconfundible, teatral, pero a la vez cordial, mientras repasa aquel momento crucial en el cual, luego de haber participado en la película de Alejandro González Iñárritu, Biutiful, junto a Javier Bardem, que le permitió un reconocimiento internacional enorme, dio un giro inesperado para muchos y se largó a dirigir. “Durante diez años me dediqué muy seriamente a la actuación, no solamente a trabajar como actriz sino a formarme como actriz, a entenderla técnicamente, a desentrañar ese oficio y, en un momento de mucho éxito, me puse a dirigir sin demasiados antecedentes y también tuve experiencias muy gratificantes y ‘exitosas’, plenas, de verdadero intercambio, que viajaron, que se conocieron. Y después di otro paso más, el de empezar a trabajar como curadora, desde 2017, en la Bienal de Performances y es un período de gran formación para mí”.
La performance, ese género difícil de definir, le interesa especialmente a Álvarez desde hace mucho. “Es una práctica que se resiste a cualquier definición dura porque es de pura expansión y tan mutante que se va adecuando muchísimo a la evolución de las prácticas artísticas. Lo más interesante que se puede decir de la performance que es que no es de fácil catalogación”.
Por todo eso, si se busca el nombre de Maricel Álvarez, la palabra experimentación parece casi como un segundo apellido. “Me honra mucho. Intento no repetir fórmulas, no pasar por lugares ya transitados o incluso muy reconocibles dentro de nuestra propia producción, trato de probarme a mí misma de que puedo hacer otras experiencias. Me divierte mucho escuchar las diferentes aproximaciones o interpretaciones que se hacen sobre algunas de nuestras obras porque nosotros todavía no podemos terminar de definirlas. Muchas veces la reflexión viene después de la producción y uno puede entender lo que estaba haciendo. Pero antes viene otra instancia que es precisamente la de la experimentación, la de ver por dónde uno puede seguir su camino como artista, como creador, sin caer en la propia trampa. Y ya no digo en la trampa del mercado sino poder estar a la altura de las propias expectativas que en mi caso tienen que ver con seguir generando espacios de trabajo que enciendan mi libido creativa. Que me sigan desafiando, planteando problemas a resolver”.
El “nosotros” para ella es moneda corriente en su discurso. Es que hace muchos años que junto a Emilio García Wehbi conforman una pareja no solo amorosa sino creativa. “Si bien hacemos cosas por separado trabajamos mucho juntos. Cubriendo diferentes roles en los distintos proyectos, codirigiendo, produciendo, actuando o en mi rol de curadora. Hemos encontrado una dinámica de trabajo que llevamos muy bien, con mucha alegría, respeto y equilibrio entre las tareas, roles, dinámicas. Hay una línea en la que venimos trabajando desde 2015 con trabajos más performativos y menos teatrales que se inscriben en lo que denominamos La Columna Durruti –como homenaje a Buenaventura Durruti, el líder anarquista que participó en la Guerra Civil Española–. Estos trabajos que impulsamos existen bajo ese paraguas. Y tienen características determinadas: son piezas pensadas para sitios específicos, son más perfomativas que teatrales, se exhiben más bien dentro del circuito de las artes visuales. Salvo por esas producciones conservamos nuestros nos propios y somos dos artistas que trabajamos en estrecha colaboración”, explica Álvarez.
Además de su voz, como banda sonora de la entrevista, se filtran por momentos los ladridos de su perra, Asia. Unas intervenciones impredecibles pero que bañan la escena de calidez y entonces se encuentra a una Maricel tan aguda e inteligente como amorosa. “Cuando me llamaron para trabajar por primera vez con Iván Fund, en Piedra noche, hacía poquito que había llegado Asia a casa así que, con timidez, tuve que decir que para trabajar en la película tenía que ser con ella, que no podía dejarla sola. Por supuesto dijeron que sí y Asia terminó siendo parte del elenco”.
En estos momentos, dos proyectos la tienen no solo entusiasmada sino absolutamente activa. Por un lado, 65 sueños sobre Kafka, que se puede ver hasta este fin de semana, desde el jueves pasado, a las 21.30, en Fundación Cazadores. “Es una pieza teatral que estamos reestrenando porque en rigor se estrenó en marzo de 2020 y llegamos a hacer unas dos o tres funciones y, luego, tuvimos que parar. Por eso, tiene mucho sabor a estreno porque, con el tiempo, hemos tenido que reformularla debido a que algunos compañeros partieron y otros fueron reemplazados. Tiene una experiencia previa que fue la que realizamos en 2016, en la Ciudad de México, cuando Emilio y yo fuimos artistas en residencia en un museo de allí, durante más de dos meses. Hoy la estrenamos manteniendo la estructura original pero con muchísimos cambios, dramatúrgicos sobre todo a partir de la incorporación de un número de intérpretes mayor que en aquella primera versión. No entendemos al espacio como mera escenografía, sino como un dispositivo audiovisual que también puede funcionar de manera autónoma. El espacio es una instalación que puede verse durante el día en el horario de la galería y a la noche se activa a partir de esta propuesta de pieza teatral. Lo que acabamos de estrenar es la pieza de teatro, con pocas funciones. El compromiso es intenso y breve. Hasta el 30 de abril. Por las características específicas del espacio, no es una típica obra que se puede montar en un teatro independiente. El dispositivo debe quedar instalado y de esa manera obstruimos cualquier posibilidad de uso de la sala”.
Si bien tanto Álvarez como García Wehbi transitaron e incluso hasta conformaron de alguna manera la escena independiente, hoy en día no sienten que esa esfera pueda contenerlos. “El teatro independiente nos genera restricciones hoy en día por sus propias limitaciones. Tiene que ver con que no se puede hacer nada demasiado sofisticado en términos escenográficos porque hay que diseñar, construir y concebir escenografías que en un abrir y cerrar de ojos se puedan montar y desmontar. Este tipo de tiranías empezaban a chocar con nuestros deseos estéticos y tuvimos que pensar formas alternativas. Y así llegamos a otros circuitos como el de las artes visuales”.
Es difícil precisar entonces con qué se va a encontrar el público cuando se tope con 65 sueños sobre Kafka y en rigor con cualquier producción de esta dupla creativa que es esquiva a las etiquetas. Sus obras difícilmente puedan resumirse en un relato. En este caso, se trata de un grupo de individuos, de seres que habitan un espacio que tampoco está del todo definido pero cuyos elementos pueden evocar a un hogar en ruinas, a una sala de espera, a una oficina pública, a un hospicio pero también “si pensamos en términos más metafóricos o más poéticos puede ser un purgatorio. Por qué están allí estos individuos, por qué no pueden salir, por qué es un espacio delimitado, cerrado y en el cual, como en las peores pesadillas, uno está condenado a habitar perpetuamente sin encontrar una salida. Estos individuos transcurren sus horas y sus días, su vida toda. Luego de la pandemia es increíble cómo se resignificó. Nosotros hablábamos de encierro, de lugares opresivos, de la soledad, elementos que sustraemos de la obra literaria de Kafka, nos nutrimos de su universo en el más amplio sentido de la palabra. Un hombre condenado a una espera perpetua pero que, además, no pierde nunca la esperanza. Algo de eso atraviesa a todos los personajes o seres que habitan este espacio. Estos personajes van a recibir señales y van a poder contar sus sueños, cada uno a su turno. Y después se va a volver una disputa quién va a tomar la palabra”, resume con sus palabras la artista como modo de ensayar una explicación, otro desafío para ella porque de ninguna manera su intención es encasillar esta obra en un relato aristotélico.
“Como artistas, anhelamos que el espectador, al igual que nosotros, quiera dar ese salto al vacío y no venga ‘pre-formateado’ con el prejuicio de que si no me dan lo que imaginaba me indigno, me enojo, pido la devolución. Uno como espectador está en todo su derecho de rechazar aquello que ve, es parte de la respuesta que puede dar un espectador, que es soberano, pero a la vez yo espero encontrarme con un espectador emancipado, que no venga con ideas preconcebidas”, dice con seguridad porque sabe que lo más difícil pero también “lo más estimulante, quizás lo único que te impulsa por seguir trabajando tanto y tan seriamente es perdurar como artista sin repetir fórmulas, sin caer en la vacuidad de la fórmula exitosa que es lo único que atenta contra la evolución de un artista. Así como uno se exige tanto a uno mismo también quiere que el espectador corra algunos riesgos y que venga dispuesto a jugarse”.
Ya en marcha también, el otro proyecto, Medea, se estrenará en junio en el Teatro Nacional Cervantes con la dirección de García Wehbi y Álvarez como actriz. “No se inscribe en el texto clásico de Medea sino en Medea meditativa, un texto escrito por Pascal Quignar, un filósofo francés contemporáneo. Lo íbamos a hacer antes de la pandemia con el queridísimo Gabo Ferro”, agrega con pena.
Para agendar
65 sueños sobre Kafka, De jueves a domingos, a las 21.30, en Fundación Cazadores, Villarroel 1440.
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