María Rosa Fugazot se luce en La casa de Bernarda Alba
Norma Pons la había sugerido como posible reemplazo; Muscari la convocó cuando murió la protagonista
En agosto pasado, José María Muscari estrenaba La casa de Bernarda Alba, su versión del clásico de Federico García Lorca. El realizador apostaba por Norma Pons, a quien le entregó uno de los protagónicos más codiciados del teatro para una actriz de 60 años o más (la hija mayor de Bernarda tiene 39 años). No se equivocó. La crítica y el público acompañaron esta puesta, que derrumbó tres prejuicios. Uno, el de Pons, conocida por sus papeles en la comedia, esta vez como intérprete de tragedia. Dos, el de poder llevar un texto de estas características a una temporada en Mar del Plata, una plaza acusada de frívola y pasatista. Tres, que un elenco femenino es un foco combustible, donde tarde o temprano estallará un escándalo.
Antes de morir, Pons había sugerido a María Rosa Fugazot como una Bernarda posible, en caso de que ella se ausentara. Este consejo fue escuchado y el que se implementó tras la sorpresiva muerte de la actriz. Fugazot tiene muchísimos años de oficio y desembarca en un elenco consolidado, con muchos meses de representaciones, un hecho que le allanó la tarea de salir a un toro que hoy ya ha domado.
Fugazot se incorporó de modo orgánico a esta puesta, donde crea una villana que logra hacer reír al público con aquellos parlamentos tan crueles como sinceros. No existen en Bernarda la ironía ni el sarcasmo. Dice lo que piensa sin figuras retóricas. Es deliciosa la escena, más aún representada un siglo después, cuando la mujer ha ganado territorio en la sociedad, en la que a modo de dogma la protagonista enseña a sus hijas cómo deben comportarse con sus maridos, en el hipotético caso de que logren casarse.
"Lo único que me interesa es la fachada y la armonía familiar", dice Bernarda, honesta y negadora a la vez. Hay que ver con detenimiento la reacción de esta criatura en el último minuto, una vez que la tragedia ya es un hecho. Fugazot logra, dentro de la rigidez de esa especie de ídolo que siempre mira a los demás como si fuesen súbditos, convertirse en una servidora.
Hay que destacar la solvencia del elenco, este entramado de mujeres uniformadas que logran distinguirse gracias a una personalidad única para cada una, cincelada por Lorca, pero también como mérito de sus intérpretes. Andrea Bonelli está impecable como La Poncia, esa mujer que se ubica como la autoridad y la experiencia en oposición a Bernarda, maternal y justa con los desprotegidos, en un trabajo elogioso, porque en ella está depositado el hilo de la acción, como narradora, como testigo silenciosa, como la voz que abre y cierra la obra.
Valentina Bassi, Adriana Aizemberg, Florencia Raggi, Martina Gusmán, Mimí Ardú, Lucrecia Blanco y Florencia Torrente realizaban un gran trabajo hace un año, y en estas funciones lograron que sus personajes siguieran creciendo aún, que su desgracia genere más piedad todavía.
En una sociedad donde se ventilan las miserias por TV, resulta inspirador que el teatro esté lleno un día de semana, en pleno invierno. En La casa de Bernarda Alba también se lavan los trapos sucios de una familia, pero el material, la intención y el resultado en el espectador son otros.
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