Margarita: el universo Cris Morena se expande y madura a fuerza de humor, autoconciencia y canciones
Con una lograda composición de Mora Bianchi, y el sólido respaldo de Isabel Macedo y Graciela Stéfani, la ficción es un entretenido pastiche que sabe cuándo reírse de sí mismo y cuándo hacer llorar en serio
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Margarita (Argentina/2024). Creadora: Cris Morena. Elenco: Mora Bianchi, Isabel Macedo, Graciela Stéfani, Julia Calvo, Rafael Ferro, María del Cerro, Toti Spangenberg, Lola Abraldes, Mateo Belmonte, Pilar Massé, Tomás Benitez. Disponible en: Max. Nuestra opinión: buena.
Floricienta fue un eslabón clave en el universo Cris Morena que se continúa con astucia en esta demorada secuela recién estrenada en la plataforma Max: Margarita. Hasta el éxito comandado por Florencia Bertotti, las ficciones de Morena combinaban narrativas juveniles de inspiración literaria -Chiquititas (1995) y los cuentos de orfandad-, o televisiva -la serie Dawson’s Creek origina Verano del 98 (1998)-, a menudo con un giro auténtico, un gesto de apropiación que implicaba sintonizar las historias de iniciación y aprendizaje con la cultura y la idiosincrasia argentina.
Con Floricienta (2004), el espejo fue el universo Disney: La cenicienta en la primera temporada y los relatos de princesas en la segunda, abriendo las puertas a esta concepción de “multiverso” que Margarita viene a completar. Porque esta nueva apuesta a la continuidad del éxito de Floricienta a través de su legado se enraíza en una cosmovisión más amplia, con la clara vocación de delinear un mundo abierto a nuevos satélites, a nuevas historias, que encuentren en esas conexiones el placer del espectador de sentirse parte de algo conocido.
Margarita comienza con un breve prólogo en el país ficticio de Krikoragán, cuando los trillizos Federico, Andrés y Margarita -nacidos de la unión de Floricienta y el conde Max (Fabio Di Tomasso)- escapan de la suerte de sus padres hacia un exilio en París. La verdad sobre la desaparición de Flor y Máximo queda en el misterio, al igual que el viaje accidentado de sus herederos, que nunca llegan a la Ciudad Luz.
Tiempo después descubrimos a Delfina (Isabel Macedo) celebrando la pujanza de su universo Hangar Soho, una especie de emporio del entretenimiento que la tiene en la cima del éxito. Una entrevista con un medio periodístico la obliga a rememorar el origen de su golpe de suerte: el servicio secreto de Krikoragán la contactó para validar la sustitución de la extraviada Margarita por una niña huérfana, convertida en heredera de ese país bajo la celosa tutoría de la tía redimida. De la modesta morada que comparte junto a su madre, la inolvidable Malala (Graciela Stéfani), Delfina se traslada a un lujoso castillo, vestida con los vaporosos atuendos de la bonanza.
Ese secreto bien guardado sostiene el poder de Delfina en el presente, quien custodia a su pupila Daisy -rebautismo chic de Margarita-, con severos guardias y precisas restricciones. Macedo ofrece un giro de autoconciencia a su villana, arquetípica en su gestualidad, pero al mismo tiempo dotada de la misma rehabilitación que otras malvadas de Disney como Maléfica, quienes han visto en el presente un impulso de humanización. Y esa estrategia, clave en la conducción de la serie, está apoyada en el humor, en la gestación de una sátira que reconoce su punto de partida -el melodrama, los cuentos de hadas, las películas de Disney-, y antes que buscar reproducirlos de manera directa, anhela acercarse a ellos desde una ligera parodia, consciente de la distancia, orgullosa del procedimiento. En ese sentido, y más allá de los méritos, está la impronta del pastiche, la fusión de tradiciones que se permite oscilar entre el momento lacrimógeno y el pase de comedia romántica, el número musical clipeado y el gag más cercano al grotesco (terreno en el que se luce la dupla Macedo-Stéfani).
El momento más esperado del primer episodio es, claramente, la aparición de la heroína, la verdadera Margarita (Mora Bianchi). Siguiendo los pasos de Floricienta, su existencia es libre y locuaz, simpática y animada por un espíritu de buscavidas. Para no perder la tradición, es también huérfana, sin información de su verdadero origen, y en plena adolescencia combina las aspiraciones artísticas con su asombrosa capacidad de supervivencia, eludiendo caseras que reclaman el pago del alquiler o productoras enojadas que la expulsan de un rodaje por hablar demasiado. Lo que le espera es un encuentro fortuito con la impostora que ocupa su lugar, dando pie a los equívocos y malentendidos que forjan el corazón de este tipo de ficciones. En esa tarea, Mora Bianchi sale airosa ante el desafío de impulsar el relato a fuerza de gracia y desparpajo, y evita medirse los zapatos de su predecesora. Florencia Bertotti en la piel de Floricienta había dado tal singularidad a su personaje y al mundo que la rodeaba que resulta clave no intentar emularla, sino afirmarse en una nueva presencia.
Lo que Margarita sacrifica, en virtud de esta concepción más internacional de la ficción y con la clara vocación de afirmar un “multiverso” que une las creaciones de Cris Morena, es cierta autenticidad local y la deuda persistente con el costumbrismo que siempre definió a la tradición televisiva de nuestro país.
Como ha ocurrido con la comedia cinematográfica de los últimos años y con algunas ficciones asentadas sobre la base de la coproducción, pesa una mayor abstracción en la definición de los espacios -una ciudad cosmopolita filmada a menudo desde sus lugares más representativos-, cierta universalidad en los conflictos, una autonomía del relato de su pertenencia. Un reino propio, como el de Disney, pero en este caso concentrado en la identidad que Cris Morena forjó con los años y que ahora consolida con clara convicción de su éxito.
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