Marcello se fue después de una "dolce vita"
El actor italiano Marcello Mastroianni falleció el jueves a la madrugada en su residencia francesa.
Tenía 73 años y a su lado se hallaban su ex compañera, la actriz Catherine Deneuve, la hija de ambos, Chiara, y el actor Michel Piccoli.
La abogada de Mastroianni en Roma confirmó el deceso, sobre lo que había informado inicialmente la radio francesa. "La noticia es cierta, lamentablemente", dijo, sollozando, Giovanna Lau, que representó al actor durante más de cuarenta años.
Seguramente, era el más grande entre quienes hicieron películas durante toda la vida. Marcello Mastroianni ha muerto y una lágrima inevitable es el mejor homenaje. Estaba afectado de cáncer al páncreas, pero debió morir del corazón, su herramienta al mismo tiempo más firme y más frágil.
Marcello era un gran conversador, un poco solitario, pero siempre trascendente. Lo decía Jorge Luz, que sentía cómo el actor lo arrancaba de la timidez que se había impuesto en largas tardes de tórrido rodaje, en las viejas calles de Colonia, mientras María Luisa Bemberg los dirigía en "De eso no se habla".
El italiano Enzo Biagi acaba de publicar una biografía, por partes dialogada, con el magnífico actor -"La bella vita. Marcello Mastroianni racconta" (Rizzoli, 1996)-, un éxito editorial. En esas páginas, Biagi recoge a un Mastroianni debilitado, lleno de una memoria espesa pero agotado de tanto vestirse con las infinitas responsabilidades a que lo invitó -¿lo obligó?- el cine. La voz del intérprete suena tersa, voluntariamente llana, envidiablemente provista de una sabiduría infinita.
Biagi transcribe unas palabras que el artista le dijo este mismo año a Eugenio Scalfaro, para definir la vejez: "En París, cuando mi hija Chiara y yo cruzamos la calle, me toma de la mano".
Pero el gran Marcello, el bello Marcello -paráfrasis sobre sí mismo de aquel "Il bell`Antonio" (1960), de Mauro Bolognini-, era toda vitalidad, toda alma y uno de los seres más amables y espirituosos que ha dado el cine. Cientos de referencias aluden a esas condiciones más que naturales.
"Estoy muy reconocido a la vida, que fue tan generosa conmigo -le confesó en 1994 a Alain Elkann-: tuve fortuna, amor, éxito y dinero. Todo en abundancia y continúa en aumento. El futuro no me preocupa." Fue el rostro perdurable de la cinematografía italiana de los últimos cuarenta años, más allá de la máscara de Vittorio Gassman y de la mueca retorcida de Alberto Sordi, dos sobrevivientes. Marcello hizo la comedia, pero nunca el grotesco; fue dulce galán enamorado, maduro conductor y maestro y sospechoso sin enigmas. Sus ojos luminosos y transparentes lo volvieron confiable para que los grandes artistas -Antonioni, Fellini, Visconti, Bolognini, De Sica- lo convirtieran en sus otros yo, en títulos inolvidables.
El actor desaparecido retrató al director de cine que busca la realidad en la reconstrucción de la propia memoria, en "8 y medio" (1963), de Federico Fellini, un film imprescindible en las historias del séptimo arte; el mismo realizador lo hizo hacer del periodista que indaga sobre las los escombros de la Roma eterna las ruinas de la sociedad burguesa de su tiempo, en "La dolce vita" (1960, Fellini); protagonizó aquel lúcido coloquio encerrado en el alma de los personajes, en "La notte" (1961), dirigido por Michelangelo Antonioni; para Luchino Visconti encarnó la ternura de Mario, el único ser comunicativo en "Puente entre dos vidas" (1956), versión de "Las noches blancas", de Dostoyevski.
En algún momento y después de numerosas colaboraciones juntos, el eterno Federico y el gran Marcello parecían uno solo. Uno la imagen del otro: Marcello Mastroianni, el rostro plácido y rotundo y el cuerpo armónico, entre los esperpentos evocados por las imágenes "realizadas" del director de "Ginger y Fred" (1985), título que subyuga con dos payasos que son espejo de Italia y cuyos cuerpos prestan Mastroianni y la fea Gelsomina, es decir, Guilietta Masina, la mujer y también alter ego del realizador. El circo de Fellini va poco a poco cerrando la pista.
Marcello Mastroianni había hecho su última aparición en público en mayo último, durante el Festival de Cannes, cuando asistió a la presentación de "Tres vidas y una sola muerte", de Raúl Ruiz, un título premonitorio, en donde interpretaba tres papales.
Toda una vida
Marcello Mastroianni había nacido el 28 de septiembre de 1923 (otros dicen 1924), en Fontana Liri, más de cien kilómetros al sur de Roma. Dicen los biógrafos que era hijo de paisanos pobres y que, durante la segunda guerra mundial, estuvo detenido por los alemanes en un campo de trabajo, del que escapó, y que debió refugiarse largamente en el ático de una casa veneciana.
Terminada la contienda, pasó por trabajos varios y aprendió teatro con algunos universitarios. En 1948, Luchino Visconti le echó el ojo para el Kowalski de "Un tranvía llamado Deseo", de Tennessee Williams. De golpe, de oficinista y aprendiz pasó a estrella dramática. Por entonces, intervino en una versión fílmica de "Los miserables" (1947), en un papel de paso con el que se inició frenete a la cámara. Vinieron luego "Vida de perro", "Un domingo de verano", "París es siempre París", "Nuestros tiempos" (una suerte de secuela de "Otros tiempos"), "Sensualidad", "La suerte de ser mujer" (una de las primeras de Sofía Loren), "Fiebre de vivir", "Diabluras de padres e hijos", "El bígamo", "Días de amor", "la pícara Sofía" (otra de Loren), "El momento sublime", "El médico y el hechicero", "La muchacha de la salina", "Cuentos de verano" y "Camas separadas", todas entre 1950 y 1954.
Era el tiempo del posneorrealismo, cuando el cine italiano, con buen dinero, mucha fama internacional y mejor fortuna, procuraba un camino renovado. En las películas citadas participaban algunos grandes intérpretes entre los que Marcello buscaba espacio: Vittorio De Sica, Lea Padovani, Amedeo Nazzari, los franceses Danielle Delorme y Charles Boyer, Massimo Serato, Ave Ninchi, Paolo Stoppa y Alberto Sordi. Vecinas de fama eran las nuevas caras de Sofía Loren, Eleonora Rossi Drago, Marisa Merlini, Giovanna Ralli y una francesita maravillosa, Marina Vlady. Para esos films escribieron Vasco Prato- lini, Alberto Moravia y otros. La búsqueda la hacían directores tales como Alessandro Blasetti, Mario Monicelli, Luciano Emmer, Giuseppe De Santis, Mario Camerini, entre muchos que probaron la comedia y el drama.
"Un pedazo de cielo" (1955), de Glauco Casadío, fue el primer gran espaldarazo para Mastroianni, un rostro que competía entre los inminentemente taquilleros. En ese melodrama costumbrista lo acompañaban, a su lado, Rossana Schiaffino, y en el producción el ligero Franco Cristaldi.
Tras la notable "Puente entre dos vidas", ya citada, y su cómico-dramático personaje en "Los desconocidos de siempre" (1958), Gina Lollobrigida, la más grande de entonces, requirió a Marcello como compañero de rubro en "La ley", film ítalofrancés del brillante Jules Dassin.
Marcello, de la mano de Fellini
Marcello Rubini aún hoy tiene celebridad. En ese nombre se amalgaman los de Mastroianni y Fellini. Rubini es el carácter imaginario que adopta el actor fallecido en "La dolce vita" y es el espejo donde el director se mira a sí mismo con el fondo de aquella Roma decadente pero altiva, poética y también sucia.
Esa obra fue definitiva en la fama de Marcello Mastroianni.
En "Il bell`Antonio" anima al hombre de sexualidad sospechosa e impotente en el matrimonio. Un pueblo de Italia dibuja en el marco una humanidad de gruesa maledicencia.
Por aquel entonces, la respuesta del desaparecido a una pregunta del periodista Bartolomé de Vedia fue de rotunda y sagaz ironía: -¿Qué diferencia a los actores antiguos de los de hoy?
-El automóvil.
La fama no es puro cuento
También el trabajo, la rutina, la búsqueda del papel trascendente y el empeño caracterizan al actor de los años sesenta hacia aquí. La comptencia es muy grande y la fama cuesta mucho Entre grandes cronistas de su tiempo como sus personajes en "La notte", de Antonioni, "Divorcio a la italiana" (1962), de Pietro Germi, "El amor es asunto privado" (1962), de Louis Malle, "Dos hermanos, dos destinos" (1962, sobre "Cronaca familiare", de Pratolini), de Valerio Zurlini, "Crónica de pobres amantes" (1962), de Carlo Lizzani, también hubo comedias solamente industriales: "Todos enamorados", "Fantasmas en Roma" y "Matrimonio a la italiana".
En 1963, Mastroianni protagonizó tres películas por distintas razones inolvidables: "8 y medio", de Fellini, "Los compañeros", de Monicelli, y "Ayer, hoy mañana", tres episodios de Vittorio De Sica, con la dupla invencible: Loren-Mastroianni.
Es imposible citar la interminable lista de las películas que Mastroianni protagonizó, en Italia, en Francia, en los Estados Unidos y en Brasil y la Argentina. Cuando Ettore Scola lo hizo suyo en "Celos, estilo italiano" (1969) y "Nos habíamos amado tanto" (1975), volvió a la pareja con Sofía Loren en un film polémico, adulto y audaz como "Un día muy particular" (1976), la relación entre un ama de casa romana y un homosexual perseguido en la Italia fascista. Marco Bellocchio y Dino Risi fueron otros directores que lo requirieron para hacer carrera.
Las mujeres de su vida
La primera esposa de Mastroianni fue la actriz italiana Flora Carabella. De ellos nació Barbara, la primera hija del actor, hace 41 años. Más tarde, se hicieron famosos sus romances apasionados con Jeanne Moreau (la compañera de "La notte"), Anouk Aimée (de "La dolce Vita") y Faye Dunaway, su pareja norteamericana. Quizá su único y gran amor fue la francesa Catherine Deneuve, con tuvo a Chiara, de 23 años y también actriz, que lo acompañó hasta el minuto definitivo.
La carrera de Mastroianni recorre con éxito -y dinero, como él dice- los años setenta, ochenta y el primer lustro de los noventa. Jugaba con su rostro juvenil a hacer de viejo o de pavo, de sabio o simpolemente de vecino. Lo recordamos en "Estamos todos bien" entreteniendo a un niño frente al vidrio del lavarropas, como si fuera un televisor. Lo vemos enamorado de una adolescente enana en "De eso no se habla", de la argentina María Luisa Bemberg, y lo sospechamos sensual junto a la brasileña Sonia Braga, con quien rodó "Gabriela". El se soñaba Oblomov, mientras filmaba "Ojos negros", a las órdenes de Nikita Mijalkov, así de romántico y etéreo, más allá de todo y de todos.
Ese de Mijalkov fue el último autorretrato involuntario del monumental Marcello, un tipo que nos dio tanta felicidad.
"Faye Dunaway fue la única mujer que me hizo perder la cabeza"(1990)
"Adoro a las francesas porque son maliciosas, intrigantes y pérfidas"(1990)
"Es cierto que pasé más tiempo en los sets que en aquello que denominamos la "realidad". Pero al cabo de loa años descubrí que en equipo de filmación es casi un grupo de amigos, como los que me acompañaban a jugar al billar cuando era joven. Para mí es un placer, una diversión, un juego de niños. El del actor es un oficio extraño, excitante. Mientras en el mundo exterior se suceden las guerras, los escándalos, las miserias políticas, el cine es una fortaleza donde transcurren cuentos de hadas, fábulas, dramáticas o cómicas. Ser actor es un privilegio, un modo de preservar la ilusión. Y finalmente creo que es mejor pasar la vida aquí, porque la verdadera, en todo caso, hasta el momento no ha demostrado ser tan magnífica" (1992)
"Nadie es tan loco que no trate de querer sus propios defectos y proponerlos como cualidades. Ya que queda la esperanza que alguien, viéndolos, los juzgue tan excepcionalmente que se vuelven hechos positivos".
"Yo vivo el presente porque no se lo que podrá ocurrir mañana" (1992) "Tengo mucho respeto por los demás. No lo tengo tanto por mí. Es natural. Con mi carácter de actor, disperso notablemente mis energías, sensibilidad, inteligencia. Me gusta sustraerme de las responsabilidades, a las tomas de posición, y todo eso forma parte de un tipo de naturaleza que , en otros aspectos, es fascinante. es difícil decir dónde termina el actor y dónde comienza el hombre" (1978)
"He comprendido que es necesario ser discreto también con los demás. No se puede fastidiar hablando siempre de uno mismo" (1978)
"He aprendido a estar entre la gente, a no ser nunca un snob. Detesto la vulgaridad y la brutalidad, amo el comportamiento civilizado" (1978)
"La mujer es el sol, un ser extraordinario, una criatura que hace galopar la fantasía" (1978)
"La melancolía es como la corteza húmeda de un árbol; es bella,pero no tiene nada que ver con la lágrima" (1978)
"La vejez no tiene nada que ver con la melancolía. La vejez es monstruosa, me da miedo. ¿Cuáles son sus ventajas? ¿La serenidad, tal vez? La vejez te vuelve rabioso viendo que en torno a ti los otros continúan su vida activa y tú estás fuera del juego, no sirves a nadie y, a menudo, no hablo de mí, se llega a un indigno afán económico. No hay, en suma, ningún premio. Los viejos no son premiados, se los deja aparte. Comienzan a repetirse, se lamentan, se vuelven malos, fastidiosos, ya no son generosos, detestan la vida, aunque se aferren a ella. Son envidiosos. La vejez que progresiva y lentamente ataca nuestro cuerpo me da miedo. Amo la frescura del cuerpo. Sí, la de los viejos hiede y esto es terrible. La vejez es una condena monstruosa". (1978)
"Me asusta envejecer, no morir. Para mí la muerte es deshacerse en los músculos flácidos, en la incapacidad de amar, en la excitación que una mujer ya no promueve. Pero no tomo mayores precauciones frente a ello: fumo setenta cigarrillos por día, me gusta beber un buen vino" (1984)
"Mi madurez está solo acá, en mis arrugas. Detrás de la corteza no hay nada. Durante años me la pasé diciéndome a mí mismo que debía terminar con los sueños, que tenía que profundizar y reforzar mi cultura, que es muy aproximativa. Y terminé diciéndome a mí mismo que , al fin y al cabo, no me quedaba tan mal mi inmadurez." (1984)
"Ahora tengo 68 años y si todo va bien dentro de diez más estaré muerto. Sé que estoy obligado a morir, pero no me gusta ni medio. Creo que Dios no es bueno. Me gustaría poder morir cuando tenga ganas." (1992)
"¿por qué este Dios no puede dejarnos vivir tranquilamente para siempre. Sólo hay que morir cuando uno está viejo, enfermo y completamente imbécil. Pero mientras no estemos completamente perdidos, mientras podamos razonar, aunque sea un poquito, tendrían que dejarnos vivir, dejarnos producir, tendríamos que poder seguir viendo lo que va a pasar en el mundo. Yo soy muy curioso ¿Por qué tengo que morir?" (1992)
"La melancolía forma parte de mi naturaleza. Pero trato de zafar con un poco de ironía. No me gusta la gente que de toma demasiado en serio. Hay que reírse de uno mismo" (1992) "Un actor no es más que un artesano con sensibilidad" (1992)
"El cine es lindo, es mágico pero como todas las cosas mágicas no es cierta". (1992)
"Es una pena que el público no acepte más la magia, la ilusión, los milagros. El cine era aún mejor en blanco y negro, había más misterio. Ahora ha perdido su encanto, y la culpa es de la televisión. Ella es más fácil de comprender porque es más modesta, y con eso todos se quedan contentos...La TV permite a todos -políticos, escritores, porteros, vecinas del tercer piso- sentirse actores. todos quieren aparecer en la pantalla y que la gente los reconozca al otro día por la calle...La ilusión de ser actor forma parte de la naturaleza del hombre" (1992)
"Al envejecer uno empieza a ponerse crítico porque tiene recuerdos melancólicos, uno está más sensible porque está cansado." (1992)
"Ha habido una cosa que siempre me ha turbado: reconocer que después de un tiempo, el sentimiento entre un hombre y una mujer se deteriora irremediablemente. Por aburrimiento, por diferencias, por descontento...Debe ser hermoso saber vivir una vida con una sola persona. Yo no he sido capaz, pese a que me casé por amor." (1984)
"Yo no sé exactamente qué significa el amor. Tal vez una condición extremadamente excitante en la que uno se siente más vivo, más dinámico. Algo así como una hermosa enfermedad." (1984)
"Uno de los reproches que a menudo me hago es la falta de cultura, la que se aprende en los libros. No sólo no he leído nunca verdaderamente, sino que ni siquiera me he cultivado en lo que toca a mi profesión. No voy nunca al cine, no sigo el teatro. No tengo un ansia natural de cultura." (1978)
"El actor es un bufón. Es alguien que atrapa al personaje y lo modela según su criterio y su sensibilidad. Los papeles que uno debe representar no son iguales. Transitan por la risa, por el dolor, por la esperanza. Son como la vida, siempre cambiante, constantemente misteriosa" (1992)
"La vida fue muy generosa conmigo. Soy feliz en esta profesión, amo a la gente y la gente me ama, viajo, tengo amigos... ¿Qué más puedo pedir?" (1992)
Un hombre sencillo que contaba sueños
Despedida: los compañeros argentinos de la película "De eso no se habla" recordaron los días de filmación junto al actor italiano.
En 1992, Marcello Mastroianni filmó en la Argentina "De eso no se habla", de María Luisa Bemberg. Durante los meses de rodaje, que se alternaron entre Buenos Aires y Colonia (Uruguay) el actor trabó amistad con sus compañeros argentinos de trabajo. Algunos de ellos -en diálogo con La Nación- lo recordaron así: l Oscar Kramer (productor): "Con Marcello hablábamos cada quince días, y nos veíamos cada vez que yo viajaba a París. Durante la filmación nos hicimos muy amigos. Su amistad fue para mí una gran aventura y un enorme privilegio.
Sé que estaba bastante mal, yo estuve con él en Venecia en noviembre del año pasado para el estreno de la obra de teatro "La última luna", y lo vi bastante desmejorado, pero él era muy discreto y no hablaba de su enfermedad. Siempre hablaba del futuro, de qué íbamos a comer a la noche.
La última vez que hablamos fue el 19 de septiembre, que lo llamé para saludarlo por su cumpleaños. Estaba filmando en Portugal, Marcello me dijo: "estoy medio jodido, pero sigo adelante".
Yo lo llamé para invitarlo al Festival de Mar del Plata, pero quería hacer la despedida de su obra, que en forma bastante premonitoria, relataba la historia de un hombre que se despedía de la vida".
- Betiana Blum (compañera de elenco): "Mastroianni era un hombre muy tímido, pero con un gran sentido del humor y muy sensible. Era un profesional de primerísima porque era siempre estaba presente y eso se notaba. En el momento en que él no estaba en cámara y te tenía que dar un pie, lo hacia él mismo y con la misma emoción. Tenía la conciencia de que el arte es vivo y que era fundamental el contacto con el otro.
Era un hombre muy mágico, en una charla me habló de sus sueños. Estaba tan vivo en el momento de hablarme de una obra que quería hacer en Francia, que iba interpretando el personaje. En ese ratito yo vi la obra.
Su muerte, evidentemente, marca el punto final de una etapa".
- Alejandro Maci (asistente de dirección): "Realmente fue una muy mala noticia, era una persona maravillosa, con una dedicación especial hacia el trabajo. El estaba muy contento con la película. Era absolutamente accesible e íntegro. Trabajar con él fue una experiencia inolvidable".
- Felix Monti (director de fotografía): "Encontrarse con Marcello Mastroianni era como encontrarse con alguien conocido de toda la vida. Era como tener un hermano mayor o un viejo tío sentado en el patio de nuestra casa.
No era una persona que se distanciaba de los demás, todo lo contrario, buscaba estar con el equipo de cámaras, con los eléctricos, le gustaba el enjambre de carros, cables y luces. Tenía la misma cercanía con María Luisa (Bemberg) que con todo el elenco y los técnicos.
La noticia de su muerte me sorprendió, es un dolor muy íntimo".
- Patricia Maldonado (secretaria de María Luisa Bemberg): "Era un ser muy sencillo y dedicado a su trabajo. Yo creo que había perdido un poco la capacidad de asombro, tenía tanto mundo, había vivido tanto, que ya no le quedaba nada por vivir. Parecía que lo único que lo hacía feliz era estar en un set de filmación, eso era su vida.
Yo le enseñé a jugar al Ta-te-ti en un parate de la filmación. Lo vi muy avejentado y cansado, se dormía sentado en una silla".
- Aldo Romero (continuista): "Para mí él era el cine. Cuando supe que iba a trabajar con nosotros, me prometí vivirlo intensamente porque consideré que era una oportunidad única en la vida. Era un profesional de primera. Siempre llegaba treinta minutos antes de la hora. Sabía mucho sobre técnica cinematográfica y amaba estar con el equipo. Aún los días que no tenía ninguna escena, venía al rodaje y se quedaba a comer. Una de mis funciones en la película era pasar letra con él. Repetía el texto por fonética, ya que no hablaba español. Cuando alguna palabra le costaba un poco, para relajarnos, decíamos juntos, en italiano, los diálogos de "La dolce vita", que yo sabía de memoria porque vi la película 23 veces. Después de ese recreo, volvíamos a repasar el guión. Tenía un agudo sentido del humor y era un gran observador. A la semana de estar con el equipo ya sabía quién era quién".
- Alejandra Podestá (compañera de elenco): "Trabajar con él fue una gran experiencia. Cuando filmábamos me costaba creer que él estuviera al lado mío. Se integró con todos muy fácilmente, venía siempre a comer con nosotros. Era bárbaro.
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