Manolo Juárez. El legado inédito del pianista
Una tapa enmarcada de la Revista El Gráfico con las fotos del Charro Moreno y Tucho Méndez. La colección de discos de pasta de las grabaciones de Andrés Chazarreta. El DVD del Concert for George Harrison. Tres radios Spica, tres discman. La placa de socio vitalicio de Argentinos Juniors y el carnet. Un cuadro con una dedicatoria de Cátulo Castillo. Una caja con data del programa de radio Solo Piano. La estatuita plateada de un premio Gardel. Una foto de Arturo Illia con Raúl Alfonsín. Un teléfono de baquelita con un escudo de Rácing. El piano abierto.
El escritorio de Manolo Juárez es un apretado museo del siglo XX. En ese ambiente de cinco por cinco de un PH de San Telmo se condensan las pasiones y obsesiones de un músico y docente y polemista fundamental para las encrucijadas nunca resueltas de la cultura argentina. Un librepensador que desarrolló una extraordinaria obra que disuelve las fronteras entre lo académico y lo popular: Manolo se deslizó sin conflictos, más bien con convicción, entre Schubert y el Cuchi Leguizamón, entre Teddy Wilson y Horacio Salgán, entre Maria Callas y Errol Garner. Hizo de la conversación y el comentario ácido un complemento de su música. Murió el 25 de julio, después de una triste, solitaria y final internación. Ya venía con la salud deteriorada: problemas cardíacos, diálisis… El Covid 19 –el virus, y también los protocolos– hicieron el resto.
Juárez dejó una huella artística inmensa. Como un iceberg, debajo de lo que se ve y escucha hay más: una obra desperdigada y secreta repartida en cajones, casetes, cofres, estantes, partituras, filmaciones. Con un amor inconmensurable, su hija Mora Juárez encaró la tarea de ordenar el caos, empezar a hacer encajar piezas y organizar el legado. "Lo charlamos mucho en el último tiempo. Desde siempre estuve pegada a él. Cuando cumplí 18 años, a partir del disco Grupo de familia, me dediqué a producirlo. Me acuerdo de que fui a ver a Esther Soto, la madre de Lito Vitale, para que me explicara qué significaba producir, cómo se hacía. A medida que la salud de mi viejo desmejoraba, estábamos aún más cerca. Él no era facil: era un rumiante, siempre insatisfecho, con un enorme grado de exigencia. Fui descubriendo facetas que no tenía muy claras. Ahora me doy cuenta de que era un gran melancólico", dice Mora, y abre y cierra cajones, buscando quién sabe qué, ya mecánicamente. De cada uno saca, como maga de la galera, objetos que revelan hilachas de un tejido fascinante. Como un primer paso, esa trama está a disposición de la gente desde el 6 de noviembre, cuando se presentó la primera parte del catálogo y la obra integral de su padre.
¿Qué la mueve? ¿Qué significa un legado? ¿Qué es la memoria? Con la perspicacia de los grandes productores, sumado a su condición de hija –o viceversa–, Mora tuvo el tino de filmar escenas de la vida cotidiana de su padre, de registrar parlamentos con ideas y conceptos que Manolo tenía alrededor de la música, el arte, la vida, la política. "Escuchame: ¡tengo un Edipo gigante! Horas y horas de análisis. Mi manera de acompañarlo fue estar juntos, de compartir. Este tiempo de pandemia nos trajo lindos momentos en familia. Tomábamos té todas las tardes comíamos, veíamos cine, series y trabajábamos juntos. Tengo quince días de filmaciones que, supongo, algún día serán parte de un documental. En esas semanas surgió esta idea, la del catálogo. Y de abrir una página web y de pensar qué se puede hacer con dos discos inéditos que aparecieron. Para mí es importante que haya un registro para las nuevas generaciones, que la obra esté disponible. Hay un montón de estudiantes de música y curiosos a los que les va a interesar el material".
¿A qué llamás exactamente ordenar el catálogo?
Siempre hablábamos de su música, cómo editarla, qué grabar. Pensábamos ideas y yo las procesaba, consultaba con otra gente, gestionaba y después le contaba y avanzábamos. Pero este tiempo fue totalmente distinto. En abril hablamos de editar toda la discografía. Ya estaba en carpeta, pero la cuarentena le dio impulso. Hablé con profesionales del medio para ver cuál era la mejor manera de hacerlo. Son 13 discos: de ahí salió la idea de catálogo, un conjunto de obra. Creo que en él funciona mejor así. La mirada integral sobre un artista es más compleja. Él quería físico, a lo digital no le encontraba sentido. Le propuse hablar disco por disco, para hacer las promos, y filmamos. Ese fue el hilo conductor. Pero todo siempre se complica.
¿Por qué?
Es que mi viejo hizo muchísimo. Cuando empecé a ordenar las fichas técnicas, me di cuenta de que había algunos errores. Entonces escuchábamos la música, él me dictaba la data y yo anotaba. Y eso nos servía para conversar y pasar tardes enteras entre grabaciones y recuerdos. Después me metí en la selección de los recortes periodísticos y programas de mano a lo que se sumaron cartas, menciones, etc. Eso, hasta el momento, suma 900 archivos. Este trabajo que iba haciendo entre video y charla me proveía de buena información. Muchas no las conocía ni él. Pero su testimonio fue clave para verlo como un artista en 360 grados. Al observarlo de una manera global pude entender su camino, sus raíces, su mirada. Eso fue muy impactante para mí y lo hablaba con él. Los descubrimientos me sirvieron para hacerle algunas otras preguntas.
¿Cómo por ejemplo?
Sobre su niñez. Tuvo una infancia difícil, todo le costó mucho. Y también me contaba cosas que no le preguntaba, como cuando conoció a Gerardo Gandini en Villa Crespo.
En el escritorio destacan, bajo el vidrio, dos textos: uno dice Principios básicos para no ser peronista, y es un rosario de frases que marcan su pensamiento político ("era muy antiperonista", dice la hija); el otro es del emblemático escritor beatnik Jack Kerouac: "Yo sigo a la gente que me interesa, porque la única gente que me interesa es la que está loca. La gente que está loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo. La gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas".
El costado rockero de Manolo Juárez…
Cada vez que tenía que dializarse preparaba un bolsito con CD, el discman, los auriculares. Preparaba cuatro horas de música, que es lo que demoraba la diálisis. ¡En los últimos tiempos se había fascinado con Tom Petty! Y cuando se apasionaba, se apasionaba. Viste cómo era papá…
¿Cómo era Manolo Juárez? Pasional, irreverente, carismático, terco, un gran pedagogo y comunicador, un pianista inmenso, que irrumpió en la escena de la música argentina como quien patea las puertas del saloon. Como escribió Sergio Pujol en un texto que formará parte del catálogo: "Manolo compartió con la mayoría de los músicos populares la creencia de que la composición, simple o compleja, nunca es algo demasiado diferente de la interpretación. Pero, al mismo tiempo, ese axioma que tan ejemplarmente cumplió en su corpus popular no influyó en lo más mínimo en sus creaciones cultas. Músico anfibio como pocos, Manolo pudo deslindar con cuidado sus dos trayectorias. O al menos la clásica de la popular, ya que a esta última, que arrancó algunos años más tarde, supo incorporarle elementos de la tradición escrita".
El fallecimiento de Manolo Juárez provocó, además, un intenso debate sobre qué significa morir en cuarentena, qué trato tienen los familiares, qué hacer ante ese estado de indefensión y soledad en el que debido a los protocolos quedan arrumbados quienes agonizan. Mora escribió una carta pública contando los detalles de las últimas horas de su padre, y el reclamo sumó tanto apoyo que se convirtió en el petitorio "El derecho a decir adiós". "Quiero aclarar que ese mes de internación estuve apuntalada por amigos y compañeros de la vida. La carta llega con el impulso y la convicción de que no quede en silencio lo que estaba pasando con mi papá y tantos más. Mi papá entró por un problema cardíaco. Estuvo aislado sin tener Covid y cuando le hicieron el análisis para operarlo saltó que tenía Covid. Por su cuadro lo mandaron directo a terapia intensiva. Ahí empezó el camino del deterioro final. Pude verlo porque insistí y molesté. Logré sostenerle la mano en sus últimas horas".
Mora Juárez dice que sueña con él, que a veces se siente abrumada por la tarea que la espera y que necesita tiempo para pensar. "Aparecieron arreglos para trío de música del Cuchi, obras sinfónicas y de cámara que nunca había mencionado que existían, grabaciones que nunca se estrenaron". Además de los 13 discos que estarán disponibles este año (el primero, de 1970, en trío; el último, de 2012, en cuarteto), para 2021 espera sacar dos grabaciones inéditas. Una de ellas es un disco que grabó con el guitarrista Daniel Homer en los Estados Unidos, en 1993. "A él siempre le había parecido una porquería por culpa de los pianos que, me dijo textual, ‘eran una mierda’. El tema es que un día encuentro esa grabación, en cinta abierta, ¡en la basura! La había tirado. No le dije nada, pero la rescaté. Quedó ahí. Conseguí quien la adaptara a formatos actuales y el año pasado se la di a Lito Vitale para que la remasterizara. Se la hice escuchar a mi papá… ¡y le encantó! ¿Podés creer? Va a ser uno de los inéditos que voy a publicar".
Mora se desliza por la casa como persiguiendo la estela de una ausencia. Hay demasiado. Una pila de casetes grabados con etiquetas: Maria Callas. Reportaje de Mariam Mc Partland a Oscar Peterson. Jorge Dalto Solo Piano Vol. 1. Puccini. Tangalanga. Un tocadiscos de picnic. El perfil de Domingo Faustino Sarmiento. "La presentación del catálogo fue un punto de partida. El trabajo que hay que hacer es gigantesco", repite Mora. Y en la pared, un retrato de su padre parece agigantarse, como una figura rectora. Ahí está, omnipresente, Manolo Juárez: su último deseo en el lecho fue escuchar Chopin; el de su hija es ni más ni menos que cumplir con un mandato que, al fin y al cabo, está constituido del amor más puro.
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