Mágico y misterioso Luis: la última gran entrevista con Rolling Stone
La nota, realizada por Claudio Kleiman, fue publicada en septiembre de 2008
El alma sensible del adolescente que fui tiene grabada a fuego una imagen de Luis Alberto Spinetta, una de las primeras veces que lo vi en vivo. Fue en un recital, en el improbable horario del mediodía de un domingo, más precisamente el 22 de junio de 1969, en un ciclo denominado Beat Baires. Había sido una astuta idea del productor Jorge Alvarez para esquivar la represión que solía perseguir a los "hippies" cuando los conciertos se hacían en horarios nocturnos. De todos modos, en la oscuridad del teatro Coliseo, el afuera desaparecía; y sobre el escenario estaban los chicos de Almendra, que aun sin tener un lp editado, ya eran uno de los nombres mayores del incipiente movimiento "beat". Su líder, un joven carismático de melena enrulada hasta los hombros que tenía colgada una guitarra Vox con forma de lágrima, dijo: "Vamos a estrenar un tema nuevo", y Almendra arrancó con "Muchacha (ojos de papel)". Cómo habrá sido el impacto, que sólo recordarlo me estremece.
El mismo Flaco está sentado frente a mí, mate de por medio, una tarde de agosto de 2008 en una mesa de su estudio-casa, La Diosa Salvaje, y en este caso, la palabra "mismo" resuena con múltiples significados, más allá del obvio. Porque, mientras se cumplen 40 años de la edición del primer simple de Almendra -con "Tema de Pototo" y "El mundo entre las manos"-, Spinetta sigue siendo una persona bastante parecida a aquel Flaco. Más allá de su eterna delgadez y una apariencia eternamente joven que llega a desmentir sus 58 años, el Luis Alberto que tengo delante conserva buena parte de los rasgos que le conocí primero como fan, luego personalmente, y que lo convierten en uno de los artistas más admirados, queridos e influyentes, no solamente del rock nacional, sino de la música popular argentina. Spinetta aún tiene toda su enorme sensibilidad a flor de piel. Es dueño de un humor siempre lúcido e imprevisible, propenso tanto a caprichosos berrinches como a salidas inesperadas y geniales, capaz de largarse a llorar ante una circunstancia o acontecimiento que lo conmueve, o incluso ante un simple recuerdo. No es extraño que elija protegerse de los vaivenes de la realidad exterior con una vida bastante introspectiva. También su voz conserva la magia de entonces, y con sólo empuñar la guitarra acústica e insinuar cualquiera de sus canciones de ayer y de hoy, conjura un hechizo al que es casi imposible sustraerse. Quizás esa constancia, esa terca resolución de mantenerse fiel a sí mismo, siguiendo los dictados de su propia musa y no de las imposiciones del mercado, sea una de las cualidades que lo convierten en un artista único, al que la gente reverencia con un respeto destinado sólo a unos pocos. Especialmente en un país donde este tipo de conducta no abunda. Por supuesto que la excusa para este nuevo encuentro es la edición de Un mañana -álbum número 36 de su carrera y ya considerado unánimemente entre lo mejor de su producción reciente-, pero también el cuadragésimo aniversario de su debut discográfico. Durante la charla previa, vemos el video de "Mi elemento", realizado por su amigo de siempre, el fotógrafo Eduardo "Dylan" Martí
En una bella versión en blanco y negro, algo diferente de la conocida- y también las coloridas imágenes de mandalas que diseña en su computadora, con claros ecos de la psicodelia, aunque generadas con tecnología digital. La referencia a la psicodelia nos lleva inevitablemente a sus recuerdos de los años 60, y de allí a las anécdotas de esa época hay un solo paso. Es un punto de partida ideal para esta nota, que comienza cuando Luis cuenta cómo lo llevaban preso junto a su compañero -primero en el secundario, luego en Almendra- Emilio Del Guercio, cuando eran estudiantes de Bellas Artes.
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