Maggie Smith, una leyenda de la actuación que no piensa jubilarse jamás
LONDRES.- Hace unos meses, el diario The Telegraph se cuestionaba en un titular: "¿Es Maggie Smith la mejor actriz de reparto británica?". A la pregunta no le faltaba fundamento, porque esta venerada y formidable intérprete, que acaba de cumplir 85 años, entra en la categoría —a la que también pertenece su amiga Judi Dench— de "tesoro nacional". Su carrera trasciende con creces los papeles que le dieron fama planetaria ya en su madurez: la profesora Minerva McGonagall en la saga de Harry Potter yla condesa viuda Violet Crawley en Downton Abbey, el personaje al que el guionista Julian Fellowes le reservó las mejores frases ("¿Qué es un fin de semana?" es una referencia que cualquier fan de la serie, disponible en Amazon Prime Video, captará al vuelo). "Maggie tiene la cualidad de impregnar cada línea con un ingenio y una dimensión que a veces [el texto] no se merece", ha dicho de ella el escritor.
En sus más de 60 años de trayectoria, Smith lo ha conseguido todo, especialmente en el teatro, donde empezó en comedias ligeras y revistas y se consagró con tragedias como Otelo, de Shakespeare (fue la Desdémona de Laurence Olivier) o Hedda Gabler, de Ibsen, dirigida por Ingmar Bergman. En el capítulo de premios y reconocimientos, tampoco le falta ninguno, y eso incluye dos Oscar —por La primavera de una solterona, como actriz principal en 1970, y California Suite, como secundaria en 1979— y otras cuatro nominaciones al mismo, un Tony, cinco Baftas, tres Globos de Oro y cuatro Emmys. Además, en 1990 la reina Isabel II la invistió Dama Comendadora de la Orden del Imperio Británico y en 2014 le concedió un nombramiento aún más exclusivo incluyéndola en la Orden de los Compañeros de Honor (distinción que comparte, de nuevo, con Dench y también con la escritora J.K. Rowling).
A pesar de lo avanzado de su edad, Smith no tiene ninguna intención de retirarse. Después de 12 años sin pisar las tablas londinenses, en febrero regresó a los escenarios con A German Life, un monólogo en el que encarnaba a la secretaria de Goebbels y por el que recibió el enésimo premio de su carrera; y en 2020 estrenará la película A Boy Called Christmas. Pero, pese a haber aparecido en decenas de producciones teatrales y films (de dramas de época como Un amor en Florencia o Gosford Park a éxitos de taquilla como Hook o Cambio de hábito), solo a raíz de las películas del niño mago y, sobre todo, de la serie sobre la aristocrática familia Crawley, perdió para siempre el anonimato del que había podido gozar hasta entonces. "Es ridículo. Llevaba una vida perfectamente normal hasta Downton Abbey", contó en una charla en el British Film Institute. "Iba a teatros, museos y sitios así por mi cuenta. Y ahora no puedo. Es espantoso y es todo a causa de la TV".
Aún no ha asimilado que tantas personas la aborden por la calle teléfono en mano y lo que más detesta de este nuevo nivel de fama son los selfies; solo con los niños —muchos de ellos le piden que les convierta en gato— hace una excepción. "Antes solo eran autógrafos, pero ahora todos quieren fotos. Empiezas a sentirte como toda esa gente que creía que las fotografías te quitaban el alma", admitió en The Times. Lo más paradójico es que, en una entrevista reciente con el Evening Standard, confesó que, como actriz, ninguno de los dos proyectos le resultó del todo satisfactorio: "No sentí que estaba actuando realmente". Con el fallecido Alan Rickman (quien interpretaba a Severus Snape en Harry Potter) bromeaba con que habían agotado su repertorio de "tomas de reacción" cuando la cámara los enfocaba después de alguna escena protagonizada por Daniel Radcliffe y compañía.
Smith nació en un pueblo de Essex y creció en Oxford, hija de una secretaria y un patólogo que no espolearon su temprana vocación; según escribió Michael Coveney en una biografía sobre ella, su madre incluso le dijo que nunca lograría ser actriz "con una cara como esa". Ella admite que es insegura y autocrítica, no se siente cómoda rodando ("probablemente vuelvo a todo el mundo loco porque siempre quiero seguir y hacer otra toma, nunca siento que está bien") y no ve sus películas. Estuvo casada dos veces; primero con el actor Robert Stephens, padre de sus dos hijos, Chris Larkin y Toby Stephens, también intérpretes. Fue un matrimonio tormentoso ("un error", en palabras de ella), marcado por las infidelidades de Stephens.
Pero el amor de su vida fue el dramaturgo Beverley Cross, al que se unió en 1975, aunque se conocieron más de dos décadas antes y ya habían tenido una relación seria. "Soy extraordinariamente afortunada. Cuando vuelves a encontrar a alguien con quien deberías haberte casado en primer lugar, es como un guion. Esa clase de suerte es demasiado buena para ser verdad", contó una vez a la revista People. Se quedó viuda en 1998 y solo actuar ha llenado ese vacío. Además, superó un cáncer de pecho que le diagnosticaron en 2008.
Tímida y reservada, pero también ingeniosa y divertida (según sus compañeras de Downton Abbey, se parte de risa con los memes de gatos), últimamente se siente encasillada en dos tipos de perfiles: ancianas snob de frases lapidarias a lo Violet Crawley o viejas excéntricas como la sintecho Mary Shepherd de Lady in the Van. Pero, aunque ha dormido en el castillo de Windsor invitada por la reina, ella asegura que se parece más a la segunda que a la primera y constantemente le quita importancia a su legado como si el rosario de premios que ha recibido y el hecho de trabajar a los 85 tanto como siempre (o más que nunca) no fueran motivo suficiente para sentirse y mostrarse satisfecha: "Cualquiera que haya vivido lo suficiente es un icono. Un icono bastante polvoriento".
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