Macbeth y nosotros
El sentido común ha tendido a ver en Macbeth una tragedia de la ambición, de cómo el "poder corrompe". Pero esta lectura, menos política que moral, y menos moral que interesada (pocos matrimonios que actúan en política se salvan de ser comparados con los Macbeth, como bien sabemos) es en el fondo simplista y tranquilizadora, y Macbeth está lejos de serlo: es una de las obras más inquietantes que ha creado la imaginación humana (si es que Macbeth es un producto de la imaginación humana, hasta tal punto figuran en ella las potencias oscuras y tal vez inhumanas que nos aterran). Alguna vez, tratando de explicar la diferencia entre Macbeth y una tragedia "meramente" política como Julio César, me salió decir: "La sangre en Julio César es roja, en Macbeth es negra".
La de Julio César es la sangre derramada que no será negociada, la sangre-idea, la sangre-símbolo político; no es la sangre de César lo que derrota a Bruto, sino el espíritu de César, el del imperio que viene. La de Macbeth, en cambio, es sangre real, oscura y viscosa, que se pega a las manos como alquitrán y no puede lavarse. Aquí, sí, es la sangre de Duncan y de las otras víctimas lo que enloquece a Lady Macbeth, y anega las horas de su marido, tanto las de la vigilia como las del sueño.
La relación entre los Macbeth ha sufrido simplificaciones varias: él es un pusilánime dominado por su esposa, ella es la verdadera ambiciosa, etc. etc. Pero es evidente desde las primeras líneas que los Macbeth son un equipo; dicho sin ironía, es una pareja que funciona. Cuando él titubea, ella lo azuza; cuando ella no puede matar al rey Duncan él clava la daga por ella. La grieta aparece cuando empiezan a ver, el uno en el otro, el espejo horrible de eso en que el crimen los ha convertido, y se hace infranqueable cuando Macbeth empieza a cometer crímenes por su cuenta. Sola, y a solas con el recuerdo de lo que ha hecho, Lady Macbeth se derrumba.
Se puede argumentar que con Macbeth Shakespeare inventó la literatura gótica y el cine de terror modernos. Pero hay una gran diferencia: en éste la fuente del terror es siempre lo que puedan hacernos: el espectador se identifica necesariamente con la víctima. El espanto de Macbeth es a sí mismo, o más precisamente, a lo que descubre, con horror, que él es capaz de hacer a los demás; y su horror nos contamina. Porque es imposible leer Macbeth sin identificarse con Macbeth; están, claro, los que niegan, o reprimen, tal identificación, y para ellos va esta advertencia: si al leer o ver la obra no se identifican con Macbeth, es porque tal vez necesitan conocerse un poco mejor.
El autor es narrador y traductor
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