Creer en el destino. No desestimar las casualidades. Aferrarse a lo causal. O bien ir en busca de aquello que se quiere conquistar. Algo de todo eso, o todo eso, ofició de germen para que Luisana Loreley Lopilato y Michael Steven Bublé concretaran una historia de amor realmente idílica que bien podría ser el argumento de un meloso culebrón o una de esas películas en las que buena parte de la platea seca pudorosamente sus lágrimas ante el efecto catártico de lo ficcional. Los protagonistas de este cuento reúnen todos los ingredientes necesarios para convertir la historia en un fenómeno de taquilla. Ella, una hermosa joven actriz argentina que equilibra entre la ingenuidad y la femme fatale. El, un cantante canadiense con prestigio artístico y éxito internacional. Ella, doce años menor y arraigada a su familia de religión evangélica y de vida tranquila en el laberíntico barrio de Parque Chas, en el corazón de Buenos Aires. El, con un transcurrir intenso, varios amores en el currículum personal, una rutina laboral nómade y una residencia oficial en Vancouver. Los ingredientes son perfectos, pero ¿cómo hacer para homogeneizarlos? ¿Será posible el milagro o estaremos ante una telenovela sin final feliz?
Todo comenzó en un concierto
Corría el 2008. Luisana estudiaba saxo y practicaba su afición con temas de Michael Bublé. Al enterarse que el músico brindaría conciertos en el teatro Gran Rex, decidió adquirir sus tickets y concurrir junto a su hermana Daniela. En la sala, además, se encontró con el actor Rodrigo Guirao Díaz, con quien trabajaba en ese momento. "Cuando la vi con Rodrigo, pensé que era su novio", supuso erróneamente el cantante. El recital de Bublé hizo estallar a la platea y a las hermanas Lopilato, pero todo dentro del plano vincular fan-estrella. Al terminar la función, un empleado de la discográfica Warner le ofreció a Luisana acercarse hasta el lugar donde estaba alojado el músico para tomarse unas fotografías, pero ella se negó: "Van a decir que pasé una noche con él. ¡Mi mamá me mata!", argumentó. Pero su hermana la convenció y allí fueron junto con Guirao Díaz que ofició de ladero.
Los responsables de la Warner los presentaron en un espacio atiborrado de gente, incluidos los músicos de la banda de Bublé y hasta el abuelo del cantante. Nada que pudiese sugerir ningún indicio de intimidad para entablar un diálogo profundo. Sin embargo, en medio del barullo y cuando ella ya se disponía a partir, él, que no hablaba una palabra de español, le pidió a su traductor: "Decile que me voy a casar con ella, estuve con millones de mujeres, pero nunca me pasó con nadie lo que me sucedió cuando la vi". Touché. Primer round ganado por Bublé.
La distancia hizo lo suyo y por un tiempo no se vieron más. El contacto inicial se redujo a un mail que ella leyó traductor mediante. Pensó que se trataba de unas líneas promocionales, pero, para su sorpresa, era un muy bien intencionado y afectuoso saludo. Ella respondió. Y así continuaron los siguientes capítulos de este relato en el que no hay sellos postales ni tiempos de demora epistolar. Instantáneo y digital, como debe ser en el siglo XXl, aunque con menos épica que aquellas misivas de amantes a la distancia que completaron decenas de ficciones y millones de historias reales.
Modo Lopilato Bublé
La distancia puede imantar la lejanía o potenciar el deseo. Él estaba loco con su chica. "Las argentinas son muy fogosas, eso es maravilloso", dijo alguna vez. Ella, también se dio corte a su modo: "Todos los chicos que conocí se quisieron casar conmigo". Pero el coqueteo arrobado ya era hora de plasmarse de otra forma. En el siguiente viaje del canadiense a la Argentina, había llegado el momento de concretar un encuentro lejos de los escenarios y muy cerca de las caricias. Y aquí llega uno de los momentos más desopilantes del culebrón: lo que podría haber sido una noche idílicamente apasionada, bajo la luz de las velas y las desnudeces de los cuerpos, se transformó en una cena en la casa de los Lopilato. "Mis papás no sabían bien quién era, pero se pusieron la mejor ropa. Para impresionarlo, nos inventamos un mayordomo", recuerda Luisana. Ella lo pasó a buscar por el hotel donde se hospedaba en Buenos Aires. Él la esperó con traje y moño. Ya en la casa, en medio del bacanal, Michael comenzó a filmar la situación y a comentar ante cámara que estaba junto a la familia de su esposa. El traductor que él llevó, no podía dar crédito de la situación. "Todo era tan extraño que, después de comer, hasta se puso a lavar los platos". Sin embargo, esa sensación de extrañeza mutó en una cercanía doméstica que lo dibujó como un hombre hogareño, amante de las pequeñas cosas de la cotidianeidad. Segundo round ganado por Bublé. El chico de Vancouver supo cómo conquistar no solo a ella, sino a cuñados y suegros. Comienzo de un amor tan profundo como sincero. Un romance tan apasionado que ella no tuvo inconveniente, alguna vez, de hacer un viaje de tan solo 24 horas para sorprenderlo en Canadá. Así se querían, se quieren, con desmesura. A medida que transcurría el tiempo, ambos comenzaban a hablar el idioma del otro, todo un gesto de buena voluntad para alimentar el amor. "Quiero sexo con vos, boludo", alguna vez le espetó ella a modo de clase de idiomas. Un lección bastante particular, por cierto. Pero buenos frutos.
Sí, quiero
El flirteo continuó a toda marcha y la pareja en poco tiempo dejó de ocultarse ante los paparazzi para mostrarse felizmente vinculada. El 31 de marzo de 2011 llegó la boda en el Registro Civil de la Calle Uruguay. El 2 de abril, la boda religiosa con fastuosa fiesta en la estancia Villa María de Cañuelas. Poco después, el 31 de mayo, Luisana y Michael sellaron su amor en Canadá con un segundo casamiento. La fiesta fue organizada por Amber Bublé, la madre del músico, quien ambientó el lujoso salón del Hotel Pan Pacific de Vancouver al estilo de las viejas y glamorosas películas de Hollywood.
"El es alérgico a los animales y muy desordenado", se queja la chica sexy. "Ella es muy prolija. Una vez, yo había dejado todo tirado y no tuvo mejor idea que tirarme toda la ropa a la piscina", reprocha él.
Más allá de las desavenencias domésticas, el matrimonio siempre se sostuvo en una empatía y un vínculo sumamente estrecho de enamoramiento tan profundo que lo asemeja a un noviazgo eterno. Tal es la pasión que ambos se profesan que ella no cesa de mencionarlo y de supeditar su carrera a la vida familiar. El, un verdadero marido enamorado, le escribió algunas canciones, como "I haven't met you yet", en referencia a la manera en que comenzaron su relación, casi sin conocerse, y la canción "Close your eyes", que ella protagoniza en un video. Una balada para su amada esposa que compuso cuando ella estaba embarazada del primer descendiente de la pareja.
Más allá de ellos
El 27 de agosto de 2013 nació Noah Bublé en Canadá, país en el que también vio la luz el segundo hijo del matrimonio, Elías Bublé. Hace pocas horas, Luisana y Michael tuvieron a su primera niña, Vida. "Tendría veinte hijos. El de madre es mi mejor rol", dijo ella cuando confirmó su tercer embarazo.
Y vaya si es su mejor rol. En noviembre de 2016, el pequeño y querible Noah fue diagnosticado con un cáncer realmente cruento. Tanto Luisana como Michael pusieron pausa en sus carreras y se dedicaron a la atención del pequeño full time. Un largo tratamiento médico, una profunda fe religiosa, el apoyo de ambas familias y las cadenas de oración de los fans hicieron lo suyo. Hoy, Noah goza de muy buena salud.
La historia de amor de Luisana y Michael tiene todos los condimentos de un relato idílico digno de una novela de la taquillera literatura de amor. O bien podría conformar una serie televisiva para una plataforma digital. Son queridos por la gente. Exitosos y millonarios. Bellos. Pero conservan una invalorable cuota de sencillez que los posiciona en un lugar de cercanía que el público valora. Ese mismo público que celebró los escarceos iniciales; se aventuró a pronosticar un festejado casamiento, y lloró junto a ellos ante la adversidad. La bella actriz de Parque Chas y el galante músico canadiense conformaron un matrimonio fruto de un profundo amor. Cimentado en un destino a favor; en las casualidades sostenidas en la necesaria cuota de suerte; en las causalidades provocadas; y en la convicción de ambos que ante el anhelo no hay otra opción que salir a conquistarlo. Para ellos, ese anhelo tiene la carnadura del amor y la amorosidad de la familia construida.
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