Lucy in the Sky: cuando el misterio del espacio está en nuestro interior
Lucy in the Sky (Estados Unidos, 2019). Dirección: Noah Hawley. Guion: Brian C. Brown, Elliot DiGuiseppi, Noah Hawley. Fotografía: Polly Morgan. Edición: Regis Kimble. Elenco: Natalie Portman, Jon Hamm, Dan Stevens, Zazie Beetz, Pearl Amanda Dickson, Ellen Burstyn. Duración: 124 minutos. Disponible en: Flow, Apple TV y Google Play Películas, en alquiler. Nuestra opinión: buena.
Las primeras imágenes de Lucy in the Sky, ópera prima de Noah Hawley, el distintivo creador de series con destino de culto como Legión o Fargo, comienza, como era de esperarse, en el cielo estrellado. La astronauta Lucy Cole (Natalie Portman), en una misión bajo las órdenes de la NASA, observa la inmensidad del espacio con ojos maravillados. Esa travesía, llena de expectativas y desafíos, concluye de manera exitosa y ella regresa a su vida cotidiana en Houston. Allí la esperan su marido atento y servicial (Dan Stevens), su sobrina adolescente (Pearl Amanda Dickson), a la que cría porque su hermano la ha abandonado, y su abuela alcohólica y fumadora (extraordinaria Ellen Burstyn). Es la extrañeza que la invade, furiosa y progresivamente, la clave que explora Hawley desde su puesta en escena, con sus prolijos diseños cenitales y su clima suburbano abúlico y enrarecido. Un mundo convertido en un espectro sin sentido en el que el anhelo de sensaciones verdaderas se convierte en la única pulsión posible para Lucy.
Lucy in the Sky puede resultar desconcertante al principio. No responde a los interrogantes frecuentes sobre el mundo espacial, como los vinculados con la responsabilidad que agitaban a los astronautas lunares del Apolo 13 de Ron Howard, o con la familia que aparecen en El primer hombre en la luna de Damien Chazelle o en la aún inédita aquí Próxima, de Alice Winocour. A Hawley le interesa el interior de su personaje, transformado en un paisaje visual anodino cuando arriba a la Tierra, solo extasiado en sus exploraciones sexuales o mortuorias. Lucy solo consigue acercarse a ese misterio que vislumbró en el espacio a través del deseo sexual, en su romance clandestino con Mark (Jon Hamm), o de la muerte, cuando parece quedarse sin oxígeno en el fondo de una pileta. Es esa convicción de que la grandeza se encuentra más allá de toda conocida humanidad la que a Hawley le interesa, la que construye en esos trances visuales estilo rave que evocan algunas imágenes de Legión, las que auspician un mundo fantástico y al mismo tiempo imposible.
Hacia el final, la película decide afirmarse en un terreno más seguro y convencional, que entrelaza el despecho amoroso con las inseguridades profesionales, antes que en aquellas dimensiones existenciales que prometía la desconexión de Lucy del mundo a su alrededor. Sin embargo, Hawley se mantiene fiel a su heroína atípica, rabiosa y extravagante, cuyo viaje interior con ecos musicales de los Beatles resquebraja su exterior contenido y disciplinado. Su aparente locura es el asomo al abismo del que solo atesora un recuerdo.
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