Lucille Ball y Mary Tyler Moore: cómo redescubrir a las primeras grandes reinas de la TV norteamericana
El reciente estreno de una muy interesante exploración de la vida y la obra de la protagonista de El show de Dick Van Dyke se conecta en más de un sentido con otra producción similar, Lucy y Desi
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A menos que se caiga, como ocurrió hace poco, en el imperdonable error de dar por verosímil una lista con las mejores series de la historia solo a partir de las producciones creadas a partir de 1990, no hay manera de escribir la mejor historia de la televisión mundial sin la inclusión de dos de sus grandes y pioneras estrellas femeninas: Lucille Ball y Mary Tyler Moore.
La reciente aparición en el catálogo de HBO Max de un largometraje documental dedicado a Moore nos ayuda a reivindicar su figura, tristemente reducida casi al olvido en la Argentina. Algo parecido, quizás en menor medida, pasa en el caso de Ball, dueña de un nombre y una trayectoria que regresó por un rato a nuestra memoria gracias a la dramatización de algunos episodios clave de su vida en Being the Ricardos (2021), de Aaron Sorkin, disponible en Amazon Prime Video.
Las nominaciones al Oscar como actores protagónicos que obtuvieron por esta película Nicole Kidman y Javier Bardem personificando a Ball y a su marido y socio Desi Arnaz (hubo una más para J. K. Simmons como actor de reparto) trajeron de vuelta a una de las grandes parejas de la historia grande de la TV, pero más allá de sus méritos esas caracterizaciones no podrían competir jamás con los protagonistas reales. Ellos aparecen en otro documental, Lucy y Desi, que en varios momentos parece estar dialogando imaginariamente con su equivalente dedicado a Mary Tyler Moore. Hay unas cuantas líneas paralelas muy visibles entre ambos.
Lucy y Desi, estrenada el año pasado también por Amazon Prime Video y disponible en esa plataforma, fue dirigida por la talentosa actriz y comediante Amy Poehler a partir de un material testimonial inédito aportado por los hijos de la pareja. Poehler se ocupó de editar e incorporar a su película las voces de Ball y de Arnaz narrando diferentes aspectos de su vida.
En Mary Tyler Moore: la dama de la TV (Being Mary Tyler Moore), la producción que acaba de incorporar HBO Max, también hay un aporte decisivo de uno de los hijos de la actriz y sobre todo de su tercer y último esposo, el neurólogo Richard Levine, que la acompañó en sus últimos años y le devolvió buena parte del equilibrio mental y anímico que extravió durante mucho tiempo.
En este caso, el hilo conductor de la narración se apoya en dos largas y bien diferentes entrevistas televisivas registradas en distintas etapas con un denominador común. En cada una de ellas, Moore hace un balance de su vida a partir de las grandes experiencias que le posibilitaron transformarse en una gran estrella gracias a dos extraordinarios personajes. Primero, Laura Petrie, la esposa del protagonista de El show de Dick Van Dyke (1961-1966), y más tarde Mary Richards en El show de Mary Tyler Moore (1970-1977).
El documental dirigido por James Adolphus destaca los matices y las diferencias entre estos dos personajes como factores esenciales del desarrollo de la gran carrera televisiva de la actriz y a la vez como espejos en los que la propia Moore observa aspectos clave de su propia vida personal. En ese sentido, Mary Richards aparece retratada como la respuesta en términos de independencia, compromiso, realismo y empoderamiento (aunque esa palabra no se usaba en ese momento) de una mujer que sentía una necesidad enorme de encontrar su propia voz.
Como señalaron Tim Brooks y Earle Marsh en su documentado diccionario sobre los shows televisivos del prime time en Estados Unidos a lo largo de toda su historia, Mary Richards es la imagen idealizada y prototípica de la mujer independiente que en los años 70 resuelve vivir sola para darle prioridad a su carrera profesional y a sus sentimientos. Todo esto por encima de cualquier compromiso familiar como los que configuraron su primer gran aparición como esposa de Rob Petrie (Dick Van Dyke).
Ese punto de partida no hubiese podido resultar mejor, porque el talento del elenco y sobre todo de su creador y principal guionista (el enorme Carl Reiner) potenciaron el talento extraordinario de Moore como actriz de comedia. Ese perfil se enriqueció en términos dramáticos cuando la actriz empezó una nueva etapa, ahora dueña de un show propio. El documental recorre esa evolución mientras observa cómo fuera de las cámaras Moore consigue abrirse camino después de mucho esfuerzo (y unas cuantas puertas cerradas) mientras sobrelleva el impacto de varios golpes muy duros, entre ellos varias pérdidas muy cercanas, insatisfacciones matrimoniales y anhelos frustrados.
Algo parecido enfrenta Ball, según nos cuenta el documental de Poehler. Tras comenzar su carrera como corista encontró, un par de décadas antes que Moore, un lugar en el sistema de estudios impuesto en Hollywood durante su gran época dorada. Enamorarse de un exiliado cubano que llegó con lo puesto a los Estados Unidos y sin hablar inglés huyendo de una revolución que se apoderó de todas las propiedades de su acaudalada familia también le trajo problemas, porque no era bien visto por entonces que una estrella en ascenso como Ball conformara un matrimonio interracial. Los prejuicios estaban a la orden del día.
Ball y Moore, según nos revelan estos documentales, encontraron una primera salida a sus penurias convirtiéndose en pioneras de un modelo televisivo que en buena medida gracias a ellas adoptó un perfil que perdura hasta hoy. Yo quiero a Lucy (1951-1961) es la primera gran sitcom que conoció la televisión y convirtió a Ball en una de las grandes estrellas de esa década. Moore recogería la posta en las dos décadas siguientes. Y en ambos casos, desde los documentales que recorren sus respectivas trayectorias, queda a la vista otro dato clave: cómo las dos se involucran en terrenos hasta allí desconocidos, como la producción y la distribución de material audiovisual propio y también ajeno a ellas. Desilu se llamó la productora que armaron Arnaz y Ball, y MTM Productions, la que llevó adelante Moore.
De los dos, la descripción del primer caso es mucho más precisa, entre otras cosas porque Desilu llegó en su tiempo a ser una productora de contenidos muy importante, de la que surgieron varios programas que hicieron historias, entre ellos la serie Los intocables. El documental de Poehler muestra cómo el crecimiento de la productora obligó a Ball a apartarse cada vez más de su lugar como actriz y contribuyó también a cierto desgaste en la relación de pareja. Por el lado de Moore, su papel como productora y generadora de contenidos es bastante más elusivo y el documental prefiere dejar constancia de su valor como muestra del espíritu independiente de la actriz, sin indagar demasiado en los resultados.
Lo mejor de ambos documentales aparece en el mismo sitio. Por encima de todo funcionan como vehículos que nos permiten hacer un viaje en el tiempo y descubrir, a través de materiales de archivo de extraordinaria calidad, cómo nacieron en la TV las comedias de situación y qué hicieron estas dos grandes mujeres para llevarlas más lejos que nunca. Esas imágenes testimoniales muestran, por ejemplo, cómo funcionaban los sets (con el modelo clásico de tres cámaras y las grabaciones frente al público en vivo, en el caso de Yo quiero a Lucy) y cómo funcionaba “la cocina” de cada programa: el papel de los guionistas y de los productores, las relaciones entre las figuras y los integrantes de los respectivos elencos.
El talento sin igual de Ball para la comedia física aparece en algunos extractos del archivo incluido en Lucy y Desi. También la historia que llevó a que uno de los embarazos reales de la actriz se convirtiera, superando enormes resistencias, en parte de la trama de ficción. Y un dato fundamental que quedó en la historia de la TV: Ball y Arnaz fueron los inventores de las repeticiones. Hasta ese momento solo se veían una sola vez los episodios estrenados. La idea produjo sus frutos casi de inmediato: hubo un momento en que la repetición tuvo más rating que la emisión original.
Por el lado de Moore es muy interesante escuchar los testimonios del factótum del show que lleva el nombre de la actriz, el gran James L. Brooks, luego creador de grandes éxitos como Taxi y Cheers, productor histórico de Los Simpson y director de películas notables como La fuerza del cariño (por la que ganó el Oscar a la mejor dirección) y Mejor... imposible. Brooks habla entre otras cosas valiosas de las conexiones entre la trama del programa y algunos episodios relevantes de la vida personal de su protagonista.
También se revela buena parte del compromiso enorme de Moore en la lucha contra la diabetes, la enfermedad que la afectó durante buena parte de su vida. El relato testimonial de los últimos años de la actriz, apoyado sobre todo en imágenes y palabras aportadas por su último esposo, aporta los momentos más conmovedores del documental.
Además de nostalgia y emoción (sobre todo cuando llega el momento de asomarse al crepúsculo vital y artístico de sus protagonistas), Mary Tyler Moore: la dama de la TV y Lucy y Desi despiertan en el espectador un enorme deseo por reencontrarse con el impagable material original que les permitió entrar en la gran historia de la televisión.
En Estados Unidos, todas las temporadas de El show de Dick Van Dyke pueden verse en la plataforma Peacock (propiedad de NBCUniversal), las de Yo quiero a Lucy están completas en Paramount+ y El show de Mary Tyler Moore, también de manera integral, está disponible en Amazon Prime Video.
Ninguna de sus equivalentes en la Argentina decidió sumarlas hasta ahora a su programación. Tal vez sea nada más que una rareza o una curiosidad para pocos contar con ellas en nuestro país. Pero de hacerlo, el streaming local haría un aporte fundamental a sus propios abonados en términos de servicio. Tendrían al alcance de un “clic” del control remoto o del dispositivo móvil un ejemplo indiscutido de la mejor televisión jamás escrita, producida e interpretada en toda la historia del medio.
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