Lucidez y calidad en "Traffic"
"Traffic" (Idem, EE. UU./2000, color). Dirección: Steven Soderbergh. Con Michael Douglas, Benicio del Toro, Catherine Zeta-Jones, Luis Guzmán, Dennis Quaid, Don Cheadle, Steven Bauer, James Brolin, Tomás Milian, Amy Irving, Erika Christensen, Albert Finney, Miguel Ferrer, Topher Grace, Jacob Vargas. Guión: Stephen Gaghan, basado sobre la miniserie "Traffic", creada por Simon Moore. Fotografía: Peter Andrews. Música: Cliff Martínez. Montaje: Stephen Mirrione. Diseño de producción: Philip Messina. Presentada por Líder Films. Duración: 147 minutos. Nuestra opinión: Excelente.
Hace falta mucha lucidez, mucha confianza en las propias fuerzas y un muy fogueado lenguaje narrativo para atreverse a asumir tantos riesgos. Steven Soderbergh los tiene, y gracias a esa certeza -y a la inteligencia del planteo proporcionado por el guión de Stephen Gaghan- lleva adelante en "Traffic" un examen abarcador, penetrante y comprometido del complejo fenómeno del tráfico de drogas, uno de los problemas más alarmantes e intrincados que enfrenta la sociedad contemporánea.
El film es ambicioso en su propuesta. No busca sólo plantear interrogantes acerca del modo en que se ha encarado el problema (como una guerra que a todas luces viene perdiéndose), sino también llamar la atención sobre el hecho de que el fragor de esa batalla ha venido distrayendo a la sociedad del meollo de la cuestión: en lugar de desentrañar la naturaleza de la enfermedad sólo se atiende a atacar sus síntomas, y hay una multitud de intereses comprometidos -inclusive el de quienes actúan de buena fe- con el mantenimiento de ese estado de cosas.
Por ese propósito desmenuzador, el film es también ambicioso en lo formal.
Como busca hacer una descripción del problema desde distintos ángulos, organiza la trama como un mosaico de historias que se cruzan en más de una oportunidad. La mirada está puesta en distintos niveles: el de las instituciones estatales, que establecen las políticas por seguir, las estrategias por desarrollar y los presupuestos por asignar; el de los dueños del negocio, narcotraficantes encerrados en sus inexpugnables búnkers, disfrazados de empresarios prósperos o camuflados bajo el uniforme de sus presuntos enemigos; el de los hombres de acción que se juegan la vida todos los días, de un lado o del otro (y a veces los límites se vuelven muy imprecisos y muy franqueables), porque pertenecen a los grados más bajos de la tropa; el de los consumidores, víctimas principales (no sólo de la adicción y de los traficantes) y razón de ser del monstruoso y extendido negocio.
Un gran director
Habría mucho que decir del brillante trabajo del realizador, maestro en el uso de la banda sonora y en el empleo de un montaje que excluye todo lo que no es sustancial. Con una desenvoltura admirable, un lenguaje que combina la vibración periodística del documental con la tensión del thriller y una disposición totalizadora que no excluye la penetrante observación individual (son decenas de personajes, todos identificables, algunos definidos en un par de rasgos de contundente elocuencia), Soderbergh enlaza y ajusta los distintos sectores, dándole a cada uno un clima y una señal distintiva no sólo con el uso del idioma que corresponde a cada situación (inglés o español) sino también mediante la fotografía (que él mismo asumió aunque bajo seudónimo, por razones sindicales): amarillo quemado para el opresivo fragmento que tiene en el centro de la acción a un honesto policía de Tijuana (el admirable Benicio del Toro), colores vivos en el acomodado ambiente del capitalista norteamericano con muchas conexiones y ningún escrúpulo; metálico azul en la historia del abogado al que el gobierno ha puesto al frente de la lucha contra la droga (Michael Douglas, con la frialdad y el temple exactos).
Soderbergh y Gaghan se han preocupado por subrayar -a veces quizás en exceso- las contradicciones de varios personajes (el flamante funcionario pide un whisky mientras discute con un grupo parlamentario y ya sospechamos en él alguna tendencia al alcoholismo), mientras en otros casos el subrayado unidimensional es casi caricaturesco, como sucede con el general mexicano cuya enconada lucha contra un cartel sólo encubre el afán monopólico de otro y al que Tomás Milian sobrecarga con los gestos y los tonos de algún reconocible caudillo latinoamericano.
El panorama que pinta "Traffic" es el de una guerra caótica que no siempre se libra en el terreno correcto, en la que sobran muertes, corrupción, enemigos solapados y cambios de bando y se malgastan vidas, medios y esfuerzos; el panorama de una guerra que se está perdiendo y, en el mejor de los casos, el de generales y soldados que siguen combatiendo aunque confíen poco en la posibilidad de un triunfo.
No deja de ser, en apariencia, bastante desolador. Sin embargo, aunque deja ver alguna voluntad moralizadora (en el desenlace del caso del abogado y su hija adicta, por ejemplo), el inteligentísimo director se cuida de indicar caminos, prefiere sugerir cuestionamientos y, lo que es mejor, deja en el aire la sensación de que hay un equívoco básico en el modo en que está siendo abordada la cuestión del consumo y tráfico de drogas.
Estamos metidos en una guerra y el enemigo está a veces dentro de casa, reconoce el personaje de Douglas. En otro momento, reunido en pleno vuelo con un grupo de funcionarios con los que debería coordinar su acción, el mismo personaje pide ideas y todo lo que recibe es silencio.
Quizá sea ese silencio el que hay que cuestionarse. Quizás es necesario ponerse a pensar en el origen de esta guerra (o mejor: en el estado de cosas que da origen al consumo de drogas) y a revisar si es con más armas y más presupuesto como se va a conseguir ganarla. Y no estaría de más recordar que en las guerras, casi siempre, somos todos los que salimos perdiendo.
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