Luciano Castro, sobre el público uruguayo: “Es muy genuino; yo vivo en un país donde hay mucho caretaje”
El actor conversó con El País sobre su protagónico en la comedia “El divorcio” y se refirió a su trayectoria profesional
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Compartir una esquina de Montevideo con Luciano Castro puede ser toda una experiencia. Son apenas 10 o 15 minutos, pero alcanzan para causar un pequeño sacudón justo en el cruce de San José y Zelmar Michelini, ahí donde el Teatro Metro — el lugar donde actuará el próximo fin de semana — lo tiene estampado en sus puertas y marquesinas.
De conversación avasallante y lentes oscuros que apenas se sacará para la fugaz sesión de fotos, Castro, uno de los principales galanes de la televisión argentina de los últimos 15 años, posa para una selfie y luego otra y otra y otra. Alguien quiere regalarle una campera y él no sabe cómo decir que no. Una mujer le dice que se lo quiere llevar a la casa y él, como hace durante todo el rato, sonríe. Sonríe, agradece, y resuelve con amabilidad una de las tantas paradas de la cargada jornada de prensa.
Tiene todas las miradas encima y la espalda de quien convive con eso. Entonces lo normaliza, y hace lo posible por ser cualquier cosa menos un distante famoso.
A comienzos de octubre, Castro y Pablo Rago llegaron a Montevideo para promocionar El divorcio, que el próximo viernes, sábado y domingo harán en el Metro junto a Natalie Pérez y Carla Conte. Un par de semanas después, el actor de Las Estrellas y Los ricos no piden permiso atendió la llamada de El País, para contar más de este momento.
Escrita y dirigida por Nelson Valente, El divorcio propone una cena de parejas: una viene de reconciliarse con una particular terapia en el medio, y quiere compartir con la otra el método aprendido, para ayudarla.
En ese cruce están Luciano Castro, Natalie Pérez, Pablo Rago y Carla Conte para una obra que promete mucha risa, y que da sus primeros pasos de camino a la temporada de Mar del Plata. En Montevideo, tendrá funciones este viernes 4 y sábado 5 a las 20.00 y el domingo 6 a las 19.00, en el Teatro Metro. Quedan entradas en Redtickets.
“Decidimos ir a Uruguay por lo compleja que es la plaza. No es un público que te va a regalar un aplauso porque sos el muchacho de la tele o porque le gustó una serie tuya. Es un púbico cerrado y exigente”, dice Castro.
“Nos encanta ir a Uruguay, es muy genuino, y yo vivo en un país donde hay mucho caretaje. Entonces cuando veo cosas genuinas, las celebro. Y prefiero que me digas que no te gusta lo mío a que soy un fenómeno y, cuando me doy vuelta, me la das por la espalda. Por eso vamos”.
-Acaban de hacer las primeras funciones de El divorcio. ¿Cómo las vivieron?
Lo primero que nos dimos cuenta fue de las ganas de salir de la gente. Eso nos alegró y nos dio emoción también, porque vendimos muchísimo más de lo que esperábamos. Y ante eso, está bueno tener qué ofrecer, y nosotros tenemos qué ofrecerles. Y eso nos puso doblemente contentos. Porque el teatro es así: viene mucha gente a verte y si es una porquería, toda esa gente se transforma en un boca a boca.
—Venías de una comedia muy exitosa como lo fue Desnudos. ¿Cómo vivís la transición entre dos proyectos en los que, como actor, crees tanto?
Es medio angustiante (se ríe). No es tan grato. Creo que si me va bien un par de veces más, ya pongo en venta mi ego y me dedico a otra cosa. Me costó mucho dejar Desnudos, me costó mucho encontrar (al director Nelson) Valente para que pueda hacer El divorcio, y hasta que todo sucedió en Rosario fueron seis meses donde no sé si la pasé de la mejor manera, pero yo sabía que estaba haciendo lo que quería. Y eso no te lo quita nadie; sos un privilegiado, y más en nuestro bendito país. Así que lo único que hice fue ponerle huevo y para adelante. Todo me representaba frustración, pero cuando vi cómo todo se estaba dando, me di cuenta que todo es por algo. Siempre. El otro día cuando estrenamos no entraba en la camisa, estaba agrandadísimo, y eso me gusta.
—Empezaste a actuar de muy chico. ¿En qué momento tomaste conciencia de lo que se podía lograr al hacer reír a otro?
Es increíble. Tuve la suerte de conocer a Juan Carlos Calabró, de trabajar con él. Y él me explicaba que hacer reír es mucho más difícil que hacer Shakespeare, porque hay un montón de factores a la hora de hacer reír.
Yo de Juan Carlos aprendí que él hacía reír sin hacerse el chistoso, y eso era lo más atractivo. A mí me encanta lo cursi, el chiste argentino, pero estamos hablando de otra cosa. Lo más importante del grotesco, del absurdo, es no remarcarlo; yo todo eso lo aprendí de Juan Carlos con 23, 24 años.
Era todo muy chico, y si tenías la suerte de laburar, siempre laburabas con algún groso. Y si ese groso era groso de verdad… Yo tuve mucha de esa suerte, un afano, hasta pudor me da: Calabró, Pipo Luque, Osvaldo Laport, Rodolfo Ranni, Coco Silly, Puma Goity, Miguel Ángel Rodríguez, gente que me ha metido bajo su ala… Y llevo 32 años trabajando. Algo de eso me tiene que servir.
—Esos 32 años de carrera, ¿han tenido que ver más con la suerte o con la gestión de tu propio destino?
La suerte tiene que estar no te voy a mentir. O la oportunidad… Después empieza a jugar el acompañar la suerte, alimentar la oportunidad y que se transforme en algo más que eso. Es un equilibrio. El trabajo nuestro no es nada concreto; son muy pocos los que tienen la vaca atada.
Siempre fue así y va a ser así. Fijate lo que te digo: todo lo que he trabajado y ahora todo cambió, y yo vuelvo a empezar. Vuelvo a audicionar, vuelvo a hacer que me conozca la gente para trabajar en plataformas, todo cosas que ya tenía logradas porque yo era un actor made in Argentina. Pero ahora que todo se abrió, yo quiero más, y eso es re motivador. ¡Tengo de vuelta 26 años! Me divierte mucho. Cómo me vaya, ya está: es la tómbola que jugué 20 años atrás, y la voy a hacer igual.
—En ese querer más, ¿con qué cosas soñás hoy?
Mi zanahoria es instalar El divorcio, que nos vaya bien en esta pequeña gira, en Mar del Plata, que podamos hacer Calle Corrientes… Después me gustaría poder girar con Divorcio por todo el país. Y me gustaría poder mechar algo de cine, pero eso son todo deseos. Ahora lo que más quiero es instalar esta obra y que sea un nombre propio, que la gente diga: “Andá, que la vas a pasar bien”. Con eso ya está: es misión cumplida.
*Por Belén Fourment
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