En la cinta dirigida por Pablo Larraín, la actriz se pone en la piel de una de las sopranos de ópera más conocidas de la historia
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Pablo Larraín parece tener una fijación por las mujeres más glamurosas y ricas del siglo XX. Los dramas basados en hechos reales del director chileno incluyen Jackie (2016), protagonizada por Natalie Portman, quien da vida a Jacqueline Kennedy Onassis, y Spencer (2021), con Kristen Stewart interpretando a la princesa Diana. Ahora, el director completa su trilogía con Maria, en la que Angelina Jolie interpreta a una de las sopranos de ópera más célebres de la historia, Maria Callas. La película se estrena en la mayoría de los cines del mundo en los próximos días.
El hecho de que tanto Callas como Kennedy mantuvieran una larga relación con el magnate griego Aristóteles Onassis es otro vínculo entre estas películas, aunque, lamentablemente, Portman no hace una aparición sorpresa como Jackie O. La diferencia entre ellas es que, mientras Jackie y Spencer tenían algo distintivo que decir sobre sus heroínas, Maria divaga sin terminar de decidirse por lo que quiere decir.
Escrita por Steven Knight, que también firmó el guion de Spencer, la película comienza en el París de 1977, con el cadáver de Callas que está siendo sacado de su apartamento (no es el más original de los lugares para iniciar una película biográfica).
La narración retrocede una semana para mostrarnos sus últimos días. A estas alturas, hace tiempo que dejó de actuar, y pasa su tiempo bajo la atenta mirada de su mayordomo (Pierfrancesco Favino) y su ama de llaves (Alba Rohrwacher), ambos dedicados a ella, a pesar de su insistencia en que trasladen su piano de cola de una habitación a otra a diario.
Su mayordomo, el personaje más conmovedor de la película, está decidido a que Callas consulte a un médico por todas las pastillas que está tomando, pero ella tiene otros planes. Acude a un teatro de ópera para ver si su maltrecha voz puede recuperar su esplendor (la voz de Jolie se mezcla con grabaciones de la de Callas), y tiene programada una entrevista en profundidad con un equipo de televisión.
“Este equipo de televisión”, pregunta su mayordomo, “¿es real?”. La respuesta es no. Los miembros del equipo son alucinaciones, y Callas lo sabe, pero no tiene reparos en charlar con sus “visiones”, y así se pasea por París, hablando con un entrevistador inexistente (Kodi Smit-McPhee) al que bautiza con el nombre de una pastilla que acaba de tomar, Mandrax.
Esta entrevista imaginaria es una excusa para que Larraín reconstruya episodios del pasado de Callas, algunos de ellos rodados en blanco y negro. La vemos cantando para oficiales nazis cuando era adolescente en Grecia durante la II Guerra Mundial. La vemos como sustituta de última hora de otra cantante en Venecia en 1949.
Romance con Onassis
Pero, la principal preocupación de la película es el romance de Callas con Aristóteles Onassis (Haluk Bilginer), que comienza en un cóctel en 1957 donde el magnate naviero se jacta, a pocos metros del marido de la cantante, de que están destinados a estar juntos.
En 1977, Callas cuenta que el fantasma de Onassis sigue visitándola cada noche, así que quizá estuvo obsesionada con él hasta el final.
María Callas era célebre y talentosa por derecho propio, por lo que parece insultante que su novio reciba más atención que sus altísimos logros y sus conflictos sísmicos. Las escenas de María y Ari tienen menos de ópera que de telenovela.
Eso no quiere decir que no sea entretenido. Knight escribió innumerables líneas de diálogos ingeniosos y citables, y nunca resulta pesado ver a una bella actriz luciendo hermosos trajes en bellos escenarios parisinos. Peo, Maria no se siente urgente. Todos sabemos desde la primera escena que la semana de Callas no va a terminar con un regreso milagroso, por lo que sus vagabundeos físicos y mentales no tienen tensión ni impulso.
La película también es demasiado adoradora y reverencial como para permitirnos simpatizar con su supuestamente frágil heroína. La Callas de Jolie, adicta a las drogas y enferma terminal, nunca deja de estar magnífica, y siempre se muestra sumamente digna, equilibrada y segura de sí misma, superando a todos los que se cruzan en su camino.
“¿Qué se tomó?”, le pregunta su mayordomo, después de que su jefa haya visitado su bien surtido botiquín. “Me tomé libertades toda mi vida”, responde ella, “y el mundo se tomó libertades conmigo”.
Como ese improbable diálogo podría sugerir, esta Callas es un ícono más que un ser humano. Larraín y su equipo se niegan a bajarla de su pedestal, por lo que no le imprimen ni la vulnerabilidad ni la vivacidad juguetona que tiene la Callas real cuando guiña un ojo y se ríe frente a la cámara en los fragmentos de video reales que se muestran durante los créditos finales. A lo largo de la película, varias personas distinguen entre Maria, la mujer, y “La Callas”, la diva sobrehumana. A pesar del título, Maria es sin duda “La Callas”.
*Por Nicholas Barber
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