¡Adiós! Los ricos no piden permiso se despidió de la pantalla
Te contamos cómo terminó la popular novela
Luego de 225 episodios al aire, Los ricos no piden permiso con comodidad puede ubicarse entre las ficciones más sólidas de la televisión modelo 2016. La saga de romances y odios en Santa Elena, aguantó estoicamente la batalla por el rating contra La leona, Moisés y Educando a Nina, sin dar bruscos timonazos ni traicionar su espíritu. Y apostando a una vuelta al culebrón clásico, esta novela consiguió el fiel voto de los fans que se fascinaban por el amor de Antolia, odiaban a Laura y lloraban por cada beso perdido o por cada muerte (o casi muerte) inesperada. Y con la historia en su tramo final, te contamos qué pasó en el último episodio de esta tira.
Casamiento improvisado
Luego de frustrarse la boda entre Anita (Sabrina Garciarena) y Gabriel (Esteban Pérez), y con la iglesia, las bebidas y hasta el cura Evaristo (Alberto Martin) preparado para la unión, Antonio (Juan Darthés) decide aprovechar para casarse con Julia (Araceli González), y con Lisando (Raúl Taibo) y Laura (Viviana Saccone) fuera de la ecuación, la feliz pareja llegó al altar sin más intromisiones de ningún tipo. Y aprovechando la situación, Rafael (Luciano Castro) y Anita pudieron tomar distancia de todo el caos, para así finalmente unir sus vidas.
Por otra parte, y lejos de la felicidad ajena, Jackie (Bárbara Lombardo) sufría por extrañar al Negro (Alberto Ajaka), que llevaba meses sin dar señales de vida. Pero inesperadamente, y porque todos merecen un final feliz, sorpresivamente aparece Funes con un look muy moderno, en un auto con chofer incluido (y con frigo bar, aunque nunca se llegó a ver). Presos de la pasión, el Negro se va con Jackie, no sin antes sellar la paz con Marisol (Malena Solda) en una de las escenas más cálidas del cierre.
El destino de los villanos
En el anteúltimo episodio, todo parecía haber salido demasiado bien para Laura y Lisandro. A pesar de ver cómo sus conspiraciones, engaños y traiciones salían a la luz, Antonio había elegido hacer la vista gorda con tal de no volver a verlos nunca más. Para decepción de los fans, ese final parecía algo benévolo para dos villanos que tanto le habían complicado la vida a los protagonistas, por ese motivo y cómo era de esperar, las cosas no iban a salirles tan bien. En el episodio final se revela que Marisol corta los frenos de la camioneta donde ambos escapaban, provocando un accidente en el que Lisandro pierde la vida. Y Laura, que si bien sobrevivió, corrió un destino peor: caer en manos de Ulises (Adrián Navarro) y esta vez sí, sufrir el calvario de un secuestro.
El último festejo
La acción avanza seis meses, y en el futuro se conoce el desenlace de todas las historias. Anita y Rafael esperan la llegada de su primer bebé (tranquilos al saber que Gabriel fue detenido y ya no se meterá en sus vidas), mientras que Agustín (Gonzalo Heredia), felizmente en pareja con Elena (Agustina Cherri), descubre a través de una visión que en el futuro será un escritor reconocido gracias a un libro en el que relatará todas las historias (y los efectos del agua milagrosa) de Santa Elena. La última escena transcurre en un emotivo festejo de cumpleaños de Esther (Leonor Manso), en el que los personajes disfrutan de un presente feliz, luego de haber atravesado todo tipo de penurias, mientras de fondo, la voz en off de Bernarda (Leonor Benedetto) concluye la ficción diciendo que “el amor los va a salvar a todos”.
Una emoción inesperada
En el último capítulo de la novela, quizá la gran escena fue la protagonizada por Victoria (Julieta Cardinali) y Marcial (Luciano Cáceres). Aduciendo locura y adoptando la personalidad de su madre, Marcial se encuentra internado y allí es donde recibe la visita de Victoria, para tener con ella una última charla. Villano y villana (reconvertida) comparten un emotivo momento en el que Victoria, visiblemente conmovida, le dice: “nunca en mi vida odié con tanto amor a alguien como vos, nunca te voy a abandonar”, ante un Marcial que quebrado, revela con la mirada su propia verdad. Es una escena muy cálida, que emociona a pesar de ser protagonizada por dos antiguos villanos, y que demuestra el nivel actoral tanto de Cáceres como de Cardinali, que en un abrazo son capaces de trasmitir tanta emoción.