Los Ratones Paranoicos congregaron a sus fans: un póster, una Gibson Les Paul y una ceremonia de rock stone en el estadio de Vélez
La banda que encabeza Juanse cumplió con su cita que había programado en el estadio del barrio de Liniers
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“Un póster y una Gibson Les Paul, que nunca voy a olvidar.... extraña, esa fascinación”, al decir del poeta rosarino. Aunque en este caso, no representaba al arte trovadoril rosarino sino al rock stone made in Devoto. El póster era, en realidad, la postal de los cuatro Ratones Paranoicos -Juanse, Pablo, Roy y Sarcófago-, en el proscenio, saludando a los fans de un estadio repleto. Y esa Gibson en negro brillante, con micrófonos dorados, dominaba la escena y espejaba a la multitud rendida a sus pies. Pero no era un saludo de despedida. Claro que no. Era apenas el comienzo de un show de unas dos horas y media, con 30 canciones, fogoneadas por los grandes éxitos de esa oncena de discos que la banda grabó a lo largo de su carrera.
22.10 (más de una hora después del horario programado) la banda había ganado el escenario sin otra pretensión que la de tocar sus canciones. Nada de pirotécnica, efectos especiales ni libretos con muletillas clásicas de los shows a gran escala. De hecho, esa decisión espontánea de no comenzar con música sino con un saludo (de esos que se hacen antes de los bises) anuló todo protocolo posible. Incluso, el primero que tomó el micrófono fue el presentador de radio Bobby Flores, quien, frente al público, confesó que había olvidado lo que quería decir y solo se limitó a presentar a la banda. Afuera todavía quedaban los estertores de una fiesta cervecera que se había expandido sobre la calle Álvarez Jonte. Muchos demorados extendieron la previa y el ingreso como si sus vidas se hubieran teletransportado a los años de Prix D’Ami, Cemento o el Viejo Correo, donde nada comenzaba a funcionar antes de la medianoche (con mucha suerte). Pero esto sucedía en un estadio, en el siglo XXI, y en parte, esa previa fue lo que demoró el inicio del show.
El repertorio paranoico resultó una especie de selección a prueba de fallos que comenzó con el groove de temas icónicos como “Isabel” y luego “Rainbow”, con ese riff ciento por ciento stoneano, en las manos de Sarcófago y Juanse: más tarde “Enlace”, ya con todo el público de las plateas de pie. ”Buenas noches a todos. Viva el rocanrol porque está mas vivo que nunca”, dijo Juanse. Y así fue como el cuarteto y la sección de vientos que lo acompañaba comenzó a cabalgar sobre esas canciones que, a su turno, se ganaron un lugar en los oídos argentos, al menos durante tres décadas. “Vampiro”, con esa simpleza de los tres acordes del rock de los cincuenta. “Vicio”, para que las banderas de los fans no paren de agitarse frente al escenario. “No somos gente fina, tampoco lo peor”, resonaba en la voz del cantante, como una síntesis extrema que hizo de los paranoicos aquello que lograron acuñar, dentro del universo del rock stone.
Rock directo, letras directas, que van al hueso, sin florituras ni refinamientos. A propósito de estos shows que vienen dando, en marzo pasado Juanse reflexionaba durante una entrevista con LA NACIÓN acerca de la condición para que una canción perdure: “No se requieren tantos elementos para generar lo que hicimos, nosotros nunca nos exhibimos con la parte estructural de nuestras canciones: nos preocupamos por que todas contaran una historia, que es la clave para sentirse identificado. No alcanza con una melodía, una armonía, un ritmo. Si cumplís con todos esos requisitos pero detrás de tu genial composición no está la historia, no va a pasar nada con eso o quizás pasa algo que muy rápidamente se olvida”
Y allí estuvieron las canciones de la banda. El andar sensual de “Carol”, el “Rock del pedazo”, para que los quincuagenarios del campo delantero comenzaran a saltar, con la precaución de evitar esguinces. El fino toque soulero de “La nave”, y el bluseado de “Damas negras”. Luego, la participación de Facundo Soto, cantante de Guasones, como primer invitado.
”¿Se sienten bien?”, preguntó Juanse. Y frente a la respuesta afirmativa, redobló: “Ah, entonces no hicieron nada antes. Ahora viene una avioneta con seis kilos”, bromeó al mejor estilo de humor en “modo Juanse”. Mas tarde se puso serio. Recordó al doctor Cahe, fallecido el viernes, que le salvó la vida, y se dejó llevar por el sentimiento al observar al público. “Lo mas hermoso que te puede pasar en la vida es verlos ahí, uno a lado del otro. Que Dios los bendiga a todos”, fue otro de los comentarios breves, que arriesgo entre un tema y el siguiente.
El resto fue un andar a veces sereno y cadencioso, a veces enérgico y efusivo. Siempre rockero, por supuesto. De eso se trata, de eso se trató desde aquel octubre del 1983. Y cuando el show fue entrando en su recta final, aparecieron ases guardados en la manga. “El rock del gato”, con su riff implacable, “Cowvoy” que es la que suele sacar a la banda de su velocidad crucero. Después “Ceremonia en el hall”, “Juana de Arco”, “Para siempre”, “Sigue girando” y “Ya morí” para llevar los bises a su clímax. Como todo show de rock merece.
La cita agendada un año atrás
Todo comenzó un viernes 13. Si hubiera sido en un país del Norte del continente, habría determinado un augurio de mala suerte. Pero aquí, el problema con el 13 solo se manifiesta los martes. Aquello del 13 fue a mediados de octubre, en el show que Juanse había dado en el Luna Park. La banda dio un nuevo puntapié. El primer tema que había sido la señal fue “Sucia Estrella”. Juanse invitó al escenario a sus viejos compañeros de ruta: Pablo, Sarco y Roy. El rumbo quedó trazado con “La Nave”, “Rock del gato”, “Ya morí”, “Sigue girando”, “Rock del pedazo” y “Juana de Arco”; esas habían sido algunas de las que en ese momento pusieron en marcha la maquinaria sobre el escenario. Aquella noche también hubo invitados, como el Zorrito Von Quintiero, que reemplazo a Pablo Memi durante una década como bajista de la banda. Después de ese concierto hubo un anuncio formal de conciertos, aunque debieron pasar varios meses para que la banda pudiera armar un itinerario no muy frondoso de shows, que tuvo como punto central este concierto que el cuarteto ofreció anoche en Vélez. El hecho de que el título que inicialmente se le diera a estar reunión fuera Adiós para siempre Tour 2024 (y luego Ultima ceremonia) responde a que, como ha sucedido con otros grupos, los cierres no terminan de ser muy claros. Como si siempre se dejara una puerta abierta, ante un capítulo que nadie, puertas adentro, quiere dar por absolutamente terminado.
La banda nació en 1983, de aquí que, en octubre de 2023, a cuarenta años de su fundación, se hiciera el anuncio de estos shows que viene dando y que tiene agendados hasta finales de noviembre. Su último disco de estudio, el onceavo de su carrera, se publicó en 2009. Dos años después los integrantes anunciaron la disolución del grupo. En 2017 se reagruparon para un concierto multitudinario en el Hipódromo de Palermo, que se convirtió en su última producción en vivo, denominada Caballos de Noche - Vivos en el Hipódromo. En 2023 hicieron este relanzamiento que los trajo hasta Vélez. Hoy, con el revival como gran posibilidad económica, hay más motivos para que ningún cierre sea expresado como algo definitivo. En noviembre tienen shows agendados en Mendoza y Rosario.
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