Los Piojos hicieron magia
Recital de Los Piojos en la cancha de All Boys. Andrés Ciro, voz y guitarra. Micky Rodríguez, bajo. Gustavo Kupinski y Piti Fernández, guitarras. Daniel Buira, batería y percusión y, además, con músicos invitados. Público: 15 mil personas.
Y en una mágica noche, los dos servidores más nobles del rey desenfundaron sus victoriosas espadas para apoyarlas sobre los hombros de cada uno de los cinco caminantes, a manera de ofrenda por el esfuerzo de tantos años. Así, y ante la mirada del pueblo, los nombraron caballeros. Andrés Ciro miró hacia sus costados y encontró a los amigos de la infancia. Aquellos con quienes una década atrás, en El Palomar, comenzó a soñar una historia de nobles caballeros y travesías fantásticas. Estaban allí mismo, arriba de la ola más grande que afrontaron en toda su vida. Les guiñó un ojo y les ofreció una sonrisa cómplice. Ninguno se quería bajar de la euforia. Ninguno quería que la fiesta terminara. No importaba el cansancio de más de dos horas de show al palo. Entonces, como tantas veces, contaron hasta tres y se dedicaron a ellos mismos una canción más. Aunque más no sea para apoyarse en el tiempo y creer definitivamente lo que les estaba ocurriendo.
Fue una noche sin antecedentes, tanto para Los Piojos como para los cerca de 15 mil fieles seguidores de la banda que colmaron el campo y las tribunas de la cancha de All Boys y tiñeron de fiesta el barrio de Floresta. Una fiesta de color azul que duró dos horas y media y tuvo todos los ingredientes necesarios para convertirse en memorable celebración.
El show de anteanoche fue el segundo del año dentro del perímetro de la Capital Federal y el primero en los diez años de vida del grupo en un estadio. Por ello, las expectativas fueron muchas, pero no alcanzaron para imaginar el tamaño y la importancia de lo que fue, sin duda, el punto más alto en la carrera de la banda.
Con una impecable escenografía fiel al estilo piojoso y un simple pero más que efectivo juego de luces, la cálida noche del sábado se vistió de delirio desde el minuto cero. Y cuando los primeros acordes de "Desde lejos" bajaron la bandera de largada, el público descargó contra el escenario su mejor arma, esa que huele a pólvora pero que funciona gracias al engranaje de la pasión y la euforia, y a partir de allí crearon junto a la banda la mística que sólo se percibe en las comuniones sagradas.
Durante la primera parte del concierto, Los Piojos mecharon los temas de sus cuatro producciones discográficas, que incluyeron la participación de un grupo de cuerdas para "Vals inicial", un saxo, un trombón y una trompeta para "B. B. King" y el coro de niños de Chiquicanto para el emotivo "Agua".
Como en toda ceremonia consagratoria, los invitados de lujo cumplieron un rol protagónico. El primero en subir a escena fue Pablo Guerra, guitarrista de Caballeros de la Quema y amigo de siempre de la banda, para enloquecer a los presentes con "Pega pega", del primer álbum "Chac tu chac".
Y luego, casi sin ofrecer respiro alguno y a manera de regalo-sorpresa, llegaron hasta el estadio de Floresta los padrinos de la jornada. Primero Chizzo, cantante y guitarrista de La Renga, para acompañar a Los Piojos en "Llevatelo" y para desmentir cualquier tipo de rencillas entre el grupo de El Palomar y el de Mataderos. Dos temas después, Ricardo Mollo, alma de seis cuerdas de Divididos, se hizo cargo de la primera guitarra en "Los mocosos", para cerrar con un formato circular la gran noche. Aunque, como a lo largo de todo el show, el desparejo sonido dejó al público con la sensación de que estas uniones bien pudieron resultar más jugosas en cualquier otro lugar.
En la última hora desfilaron "El balneario", "Ando ganas", "Pistolas" e incluso "Verano del 92", el hit que se habían negado a tocar en sus últimas presentaciones debido a la saturada difusión que se le había dado.
El final, una y otra vez, se retrasó debido a que a esa altura del concierto nadie quería dejar el escenario por miedo a despertarse de un golpe. Yel público, agradecido por esa cuota extra, bailó y saltó hasta el cansancio, comprendiendo que en alguna oportunidad la literatura rockera del futuro se escribiría en letras doradas.
Y en una mágica noche, los dos guitarristas más importantes del rock argentino de los últimos diez años -Chizzo y Mollo- ofrecieron su talento al servicio de las canciones de Los Piojos. Así, y ante la mirada del pueblo rockero, los bautizaron y le dieron la bienvenida a la historia grande del rock local.