“Han escrito tantas boludeces con respecto a esa historia de Los Piojos y el barrio, que terminé pensando que, además de ignorancia, hay mala intención y algo de fascismo.” (Andrés Ciro)
-Si no tenés éxito, no sos nadie, y parece que hay que ser exitoso a cualquier precio. Desde Menem para abajo, en este gobierno el mensaje es ése. Por ejemplo, cuando te cruzás con un vecino que te dice: "¿Y, vos? ¿Seguís con tu bandita? Tenés que hacer un tema que pegue, como ése de la rubia en el avión." Si querés ver en el rock la continuidad de esa línea de pensamiento, fijate en las bandas que se regalan, en tantos proyectos de éxito con pocos escrúpulos. Eso nos pasó muchas veces, hace años, cuando compartíamos escenarios con otro grupo. Le decíamos que si habíamos vendido las entradas con anticipación, con el esfuerzo de cada uno de nosotros, a la hora de las cuentas nos tenían que pagar el 50 por ciento. "Loco, nos están cagando, nos tienen que dar tanta guita o no tocamos", era nuestro lógico planteo. Pero te encontrabas con otras posturas débiles, sumisas, que decían "y, toquemos igual, quiero que me escuchen...". Tenían cero mentalidad de unión, de causa común, de defensa de lo que es tuyo. La palabra sindicato es algo de ciencia-ficción para estos pibes; se regalan por nada y después desaparecen tan rápido como quisieron aparecer. Pero lo efímero parece no acobardar a este modelo cultural que representa el menemismo, porque si bien se sabe efímero, disfrutan con sus polvitos apurados y langas, de puro ganadores que son.
Andrés Ciro Martínez, el cantante de Los Piojos, no cree en el éxito aun después de la avalancha de cifras. Es decir, después de Tercer arco y de los 180 mil discos vendidos desde fines de 1996 hasta mediados de 1997. Aquel sacudón los llevó de los pubs -donde tocaron durante siete años- al escenario de Obras y al Parque Sarmiento y de las radios alternativas a todas las radios, incluidas las AM. La sensación que tuvieron entonces fue la de vivir montados en un relámpago.
Pero ahora estamos en el parque de los estudios de grabación Del Cielito, un bucólico rincón verde y arbolado en el oeste del Gran Buenos Aires. Desde aquí se ven tambores, congas, bajos y una armónica apoyada sobre un piano. Los Piojos están grabando. Invitaron a Fernando El Rifle Pandolfi, el delantero de Vélez Sársfield, para que cantara los coros de uno de los temas nuevos. Este flamante álbum es Azul.
"Una canción tiene tres circuitos posibles cuando el disco ya anda circulando por ahí: se queda en el gueto de los dos o tres mil que te siguen de movida; pasa al segundo nivel, el de los compradores de discos formados, que yo ubico en la clase media, en los profesionales que tienen hábito de comprar y consumir música, llegando a los 30 mil discos, y si rompe esa barrera y pasa los 100 o 200 mil discos vendidos, bueno, esa música ya no te pertenece, ya es de la gente y es popular sin más vueltas." La frase pertenece a Jaime Roos y se ajusta a lo que les pasó a Los Piojos con Tercer arco. Adrián Bilbao, el técnico de sonido, había escuchado algunos de aquellos temas del futuro tercer disco y les dijo que se prepararan, porque ese material iba a pegar fuerte. "¿Te parece?", fue la respuesta de Andrés, sorprendido porque Bilbao decía que "Verano del 92" sería una de esas canciones que las radios y muchos programas de tevé elegirían para difusión, para música de fondo y para armar separadores. En poco tiempo, el tema murguero de Los Piojos se escucharía casi en cadena, y era tanto la cortina de Julián Weich para los finales de Sorpresa y media, como el sostén sonoro de una escena de Verdad Consecuencia. También aparecerían curiosas versiones a cargo de grupos bailanteros.
Cuando hicimos "verano del 92" estábamos con Miki, de la cabeza, por la calle. Lo escribí como respondiendo a un momento copado, y lo dejé como un tema de esos que podés tocar algún día. Miki después me dijo que la canción estaba buena, que la tocáramos con batería de murga, que iba a sonar bárbara. Estuve un tiempo sin ir a los ensayos, porque se había enfermado mi viejo, así que, cuando volví, los pibes ya la estaban haciendo y se sonaba todo. Con "El farolito" pasaba algo parecido; es de la misma época, un reggae que tenía melodía pero no tenía letra. En vivo, la gente se recopaba. Veinte días antes de empezar a grabar surgió el uópa-ta-uópa-ta, lo metí, encajó de una y así salió. Después vino eso de la masividad y algunas cosas que te exceden. Por un lado, por aquellos días leías que las ventas del disco estaban por encima de Enrique Iglesias y entonces decías: "Puta, este tipo, al que ponen en el circuito de ventas con todos los cañones de una multinacional, que es el hijo de Julio Iglesias y que usa esa chapa para vender... ¿y Los Piojos están unos escalones más arriba que él en las ventas de la Argentina? Era fuerte, sin duda. Enseguida aparecieron los cholulos, la conchetada que se te arrima sólo en esas circunstancias, mientras la gente que nos seguía desde hacía largo tiempo se acercaba -o nos mandaba cartas- y nos preguntaba cómo venía la mano, qué había pasado para que las FM te difundieran todo el día o que los conchetos bailaran "Fasolita" en las discos...
-¿Y ustedes qué respondían?
-Nosotros, si algo queríamos, era que nuestra gente no saliera herida de todo esto, así que aclaramos que nosotros no controlábamos el asunto de las FM. Aprendimos, eso sí, que podemos firmar una cláusula, que figure en el disco, por la cual los temas no pueden ser objeto de ciertos usos con los que vos no estés de acuerdo. De todos modos, después me empecé a preguntar si no será que a la gente le gusta mucho cantar. Y digo esto por los prejuicios que nos han acompañado desde siempre, como a toda banda de rock que se precie, acerca del asunto de las canciones. Creo que el rock siempre menospreció las canciones. Ya en el primer disco nos pasó con "Tan solo", y con "Ando ganas", en el segundo; no los veíamos como temas para difusión, pero la gente los escuchaba y los elegía. Pero nos gusta aclarar que no somos una banda de canciones en el sentido latino del término, o en el que pretende utilizarlo el mercado. Somos simplemente una banda de rock que no desprecia las canciones.
En del cielito hay música sonando en continuado, durante horas, hasta que la madrugada y el cansancio se funden en un límite tácito. Alfredo Toth es el productor de Azul, que estuvo a punto de convertirse en un álbum doble por la enorme cantidad de material compuesto durante los últimos meses. Tras largas conversaciones, músicos y productor definieron que lo mejor sería editar un solo disco, con una duración (68 minutos) que llega casi al límite de lo que puede soportar un compacto.
Ahora, en el estudio, escucho los arreglos de cuerdas y vientos a cargo del Pollo Raffo. Hay una especie de recreo. Salen para estirar los músculos. Algunos Piojos se tiran a nadar en la pileta; otros toman sol. Con Andrés buscamos un lugar bajo un árbol y volvemos a prender el grabador. Aparecen entonces los comienzos del grupo, hace diez años, con su debut veraniego en Villa Gesell. Mucha gente recorría la calle Tres a toda hora, pero en especial por las noches, cuando las discos amontonaban clientes en la vereda. Andrés, con 20 años recién cumplidos, observaba ese panorama.
-Yo recién dejaba un grupo de teatro alucinante con el que había estado experimentando y haciendo muestras. Con gente grande y muy loca de Caseros, montamos una obra impresionante, Romeo y Julieta expulsados del Paraíso. Eramos unas quince personas en escena, sobraba locura y talento; para mí fue muy importante. Y también representó un espacio fundacional para, digamos, las primeras transgresiones. Pero de allí a un grupo de rock había una distancia enorme. Y más todavía porque yo no era lo que se dice un especialista en el tema, uno de esos pibes que se conocen todos los grupos; tampoco conocía los clisés de las bandas de rock. A mí me gustaban los Rolling Stones y Moris. Me mataban esos viejos rocks de Moris, su manera de cantar, tanguera y rockera al mismo tiempo. Y había visto a Memphis, que me gustaba, y a Sumo, que me partía la cabeza. Pero seguía estando más cerca del teatro y de la literatura.
Entre 1989 y 1990, Los Piojos recorrieron el circuito under al tiempo que se decía de ellos que tenían una onda stone muy marcada. Que podían considerarse herederos de los Redonditos de Ricota. Que el cantante tenía una escena dinámica y visceral. Y que las letras mantenían el espíritu poético que se había visto en retirada ante el avance del pop insulso que caracterizó los 80. En 1992 editaron el primer disco, Chac-Tu-Chac.
-Ese disco -cuenta ahora Andrés- fue el empecinado fruto de una apuesta como la que tantos grupos hacen: grabar el primer disco a pulmón, y después ver qué pasa con la gente. No había sello discográfico ni auspiciantes, pero sí muchas ganas e ideas. Nuestro manager anterior, Osvaldo González, financió la grabación y nosotros se la pagamos en cuotas. Con el disco en la calle, pero casi sin difusión, los shows seguían sumando gente, y eso para nosotros significaba experiencia.
Para entonces, el grupo ya contaba con su primera presentación internacional: en la primavera europea de 1991 participaron de un festival en Francia, invitados por los organizadores -habitantes de los suburbios de París que luchan contra la discriminación, los skinheads y el racismo-. Allí compartieron escenario con los entonces ascendentes Mano Negra y distintas bandas africanas (como Farafina, de Burkina Faso) que los sorprendieron con una demostración exaltada de sus raíces. A la vuelta, la grabación del primer disco de Los Piojos incluiría una expresión de sus propias raíces: una potente versión de "Yira Yira".
Raíces propias, fundidas con el sonido rockero de la banda. Esa es la esencia de Azul para Gustavo Tavo Kupinsky, guitarrista de Los Piojos junto a Pity Fernández. Durante la grabación de cada disco, Tavo deja por unos meses de estudiar el bandoneón, "porque cuando estoy grabando no puedo cumplirle al profesor -Carlos Lázzari, de Los Solistas de D´Arienzo-, pero siempre retomo". Kupinsky es un fanático coleccionista de cualquier material de Aníbal Troilo. "Me mata la melancolía del tango, su nostalgia. Siempre pienso que me gustaría haber nacido en el 20, andar de cabaret en cabaret escuchando orquestas, tomar algo con Celedonio Flores, Carlos De la Púa y Julián Centeya." Empieza a entonar bajito "Barrio pobre": "Barrio/ de mis sueños más ardientes/ pobre/ cual la ropa de tu gente/ para mí/ guardabas toda la riqueza/ y lloviznaba la tristeza/ cuando te di mi último adiós./ Barrio/ barrio pobre/ estoy contigo,/ vuelvo/ a cantarte viejo amigo/ perdoná/ lo amargo y torpe de mi canto/ pues desde entonces lloré tanto/ que está quebrada ya mi voz." Hace un silencio largo y sentencia: "Goyeneche y Troilo son de lo máximo de la música en general." Y promete: "Voy a cantar un tango en algún momento, seguro que lo voy a hacer."
La chilinga no era la chilinga hace seis años, cuando Daniel Dany Buira (26) comenzó a dar clases de percusión en Ciudad Jardín. El taller creció, se sumaron muchos alumnos y dos años después nacía La Chilinga como un grupo de tambores, congas y zurdos altos y medios. Esa es la prédica y la búsqueda del batero de Los Piojos, director del grupo percusivo que ya tiene colores propios en sus tambores (azul celeste, naranja y verde, en medio de una efigie rastafari) y unas cuantas actuaciones encima, además de haber sido la murga de acompañamiento de "Verano del 92" en la grabación y presentación en vivo de Tercer arco. Entre sus adeptos se encuentran el Chango Farías Gómez y Jaime Roos. El taller tiene hoy 130 alumnos, contando a los más chiquitos (de entre 6 y 12 años), que forman La Chilinguita. "Es que la música étnica tiene una fuerza descomunal -se entusiasma Buira- y estoy planeando un viaje al Africa, concretamente a Nigeria, el corazón de estas músicas tribales que son, fundamentalmente, cantos religiosos."
Tango, murga, rock, candombe. Raíces. El barrio. La exaltación permanente del barrio. Principalmente Ciudad Jardín, en El Palomar, pero también Caseros y Villa Bosch -separados entre sí por menos de treinta cuadras- marcaron el origen de Los Piojos.
-Hay como una tendencia, marcada por la ligereza y la falta de profundidad, que busca tipificarte como una bandita que entiende por códigos barriales sólo la cerveza, la esquina, el faso, esos símbolos casi de historieta. Qué sé yo, prefiero hablar del respeto mutuo con el vecino, de la forma de ver la vida, de sentir que pertenecés a un lugar pero sin la atadura de no poder estar en otro. Han escrito tantas boludeces con respecto a esa historia del barrio, que terminé pensando que también hay, además de ignorancia, mucha mala intención, y también un poco de fascismo. Algo así como "vos sos de un barrio, nada más, y no podés estar en mi compactera al lado de mis discos de Elvis Costello". "Si sos de un barrio, dale con los códigos y quedate en el molde", parece ser el mensaje.
"Que se maten nomás/ que se maten nomás/ en el Gran Buenos Aires/ en la parte de atrás./ Pistolas que se disparan solas/ Caídos, todos desconocidos/ Bastones que pegan sin razones/ La muerte es una cuestión de suerte." La letra de "Pistolas", tema del segundo disco de Los Piojos que narra los avatares cotidianos de los pibes que nacen y viven en los barrios del conurbano, denuncia los componentes generales de una violencia que deriva del drama socioeconómico de millones de personas. Pero también carga con una historia personal. Miguel Angel Miki Rodríguez tiene el pelo largo y muy canoso para sus 29 años, y una bala alojada en la cara como secuela de un asalto que sufrió cuando, hace cuatro años, además de tocar el bajo con Los Piojos, intentaba sumar ingresos al volante de un remís, en la misma zona por la que transitó toda su vida y donde aún siguen viviendo los integrantes del grupo. Cuando menciona el balazo, dice, sin entrar demasiado en detalles, que cosas así "le pasan todos los días a un montón de gente y muchos ni siquiera pueden contarlo. Yo salí más o menos bien del asunto". Al tiempo, Miki volvió a tocar y fue recibido con una fiesta a cargo de Los Piojos de arriba y de abajo del escenario, en Arpegios, un subsuelo de San Telmo en donde actuaron durante más de dos años.
Exito o nada. los piojos repasan los últimos años, la cultura de una escala de valores desquiciada, una sociedad que repite el esquema del poder vigente. Gracias a las ventas de Tercer arco, fueron la banda más vendedora para los balances que cerraron a fines del año pasado, y también el único grupo de rock nacional que ocupó un espacio entre los diez primeros lugares, con la manzana rodeada por bailanteros de todo pelaje, el fenómeno arrasador de Soledad y su folclore festivalero, y el lógico espacio que ocupan los intérpretes del estilo de Luis Miguel. Tras los recitales en Obras, entre octubre y diciembre de 1996, realizaron giras por varias provincias, tocaron en Montevideo, en Racing de Avellaneda y en Parque Sarmiento, en donde juntaron 7.000 personas hacia fines de 1997. Participaron del recital en homenaje a los 20 años de las Madres de Plaza de Mayo, en Ferro, con el tema "Muy despacito". Y fines de enero de este año tocaron durante tres días en el Sur, en Puerto Madryn, en Las Grutas y en Viedma, en donde cantaron "El día que me quieras" a capella con la gente. Fueron tres recitales, en cierta medida, accidentados: uno de los guitarristas y alma máter del grupo, Pity Fernández, quedó internado en Buenos Aires por un problema hepático. Y el empresario que había contratado la gira se borró, como en las peores épocas del rock criollo. Pero tocaron igual.
Juan tiene ojos negros, carita morocha y recién 8 años. Pero ya sabe del pozo de sombras en que puede convertirse la vida cuando la vida es así, como la suya. Ayuda a alquilar caballos en la playa El Cóndor, sitio de veraneo de muchos de los residentes de Viedma y Carmen de Patagones, separadas apenas por el tajo marrón del Río Negro, y por esta vez lugar de descanso momentáneo para Los Piojos, en medio de su gira sureña. Juan, simpático con sus clientes, se ríe con facilidad y disfruta la atención que se le prodiga: convidarle gaseosa, jugar un rato a la pelota con él, o simplemente conversar. Anochece y con Leo, el fotógrafo, le perdemos el rumbo. Pero lo volvemos a encontrar unas horas después, recorriendo la feria de artesanías del balneario. Y vuelve a sonreír, comprador. Participa con incredulidad de la cena a la que es invitado -una parrilla simple, asado, ensalada- y devora todo lo que hay en su plato. Se ríe porque sí, porque esa noche, parafraseando a Serrat, la vida le está dando un beso en la boca. Se le arruga la frente cuando tiene que contestar qué comió al mediodía. "Puré", dice. ¿Puré con qué? "Puré solo." Es casi medianoche y pregunta adónde vamos. Cuando escucha que tocan Los Piojos, dice que no los conoce. Le pedimos que escuche el coro y estribillo de "Fasolita", vuelve a sonreír y dice: "A ésa sí que la conozco."
Ellos tardaron tres días en viajar a dedo los casi mil doscientos kilómetros que separan a Las Grutas de la Capital Federal. La travesía había comenzado con el viaje a Puerto Madryn y el inmediato traslado -un poco a dedo, otro tramo en ómnibus- para llegar a tiempo a Viedma. Los once representantes de la "hinchada piojosa", como les gusta llamarse, desplegaron en cada localidad sus banderas con distinciones geográficas respectivas. "Los seguimos desde hace mucho, algunos desde hace seis años; otros somos más nuevos por una cuestión de edad, pero todos formamos la barra que los sigue de local y de visitante. Nos cagamos de frío en Bariloche hasta que pudimos juntar unos mangos para dormir en un hotel, nos bancamos la mala onda de los ratis (policías) en Montevideo, pero la pasamos bien. Ser piojoso es un sentimiento, lo cantamos siempre y lo sentimos así", dicen Leandro, de Ezeiza, y Pato, de Lanús. Los otros trapos son de David y Lucho, de Boulogne; de Leo, Homero, Pino y César, de González Catán; de Dani, de Tapiales, y de Juan, de Dock Sud. Ellos reciben a Los Piojos con ritmo de cancha allí donde toquen. "El problema -dice Leandro- va a ser cuando toquen en Chile o en México. ¿Cómo vamos a llegar allá si no tenemos un mango?"
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