"Los nibelungos", a toda orquesta
El Instituto Goethe presentó en el Colón la espléndida obra de Fritz Lang
Va a ser difícil, de ahora en más, hallar significación a "Los nibelungos", el film de Fritz Lang, sin tomar en cuenta la partitura que Gottfried Huppertz compuso para el estreno en Alemania, en 1924.
La película fue exhibida junto con su acompañamiento musical el domingo, entre las 15 y las 21.10, en la sala principal del Teatro Colón. Fue una fiesta. Berndt Heller dirigió la orquesta compuesta por los profesores de la Estable. Una imagen nítida, en pantalla gigante y en su cuadrángulo natural (tenía el alto de la embocadura del escenario), que envidiarían las nuevas salas de cine que sólo hacen eco a las novedades sonoras, y la orquesta en vivo, que sonó digna de elogio.
Refrigerio e intervalos de por medio y por el mismo económico precio, se proyectaron las dos partes de la obra: "La muerte de Sigfrido" y "La venganza de Krimilda". Quedaron en claro los cuatro espacios diferenciados de los que habla el realizador en alguna entrevista: el ascético mundo de Worms es el primero, y los otros, la libertad bucólica de Sigfrido, la dureza de roca del mundo de Brunilda y el desordenado establo de Atila y los hunos.
Lang trabaja la imagen en función de esa concepción de espacios. La utilización de los planos _con cámara fija_ tiene que ver con la intensidad dramática de las descripciones colectivas y paisajísticas o con los rostros y el ritmo que se deduce del vigor que el director quiere para cada contrapunto o para una simple exposición.
Los reinos
El reino de Worms es pulcro y se ciñe a un castillo de paredes de piedra limpia; sus personajes parecen salidos de una geometría de líneas tersas y de un suave convivir: hasta que la tragedia ofrece su convite. Sigfrido proviene del bosque, fue criado entre flores y plantas, expuesto al trabajo personal para alcanzar los logros y bajo la guía permanente de quienes lo educaron. La tierra de Brunilda es una roca monumental, ennegrecida como carbón, en medio del fuego que la rodea y que sólo el más fuerte puede vencer, y el aduar de Atila, que no ha superado la etapa del establo abandonado por los animales y ocupado por los hombres.
El de "Los nibelungos" es un universo de héroes imbatibles, locos o sensatos, superpoderosos pero alienados. Brunilda es el gran personaje de la trama, con su austeridad y autodominio, con la imagen de mujer moderna enfurecida por el sometimiento. Una amazona que no encuentra paz en la convivencia y bajo el techo ajeno.
El otro carácter llamativo y contradictorio es Atila (en "La venganza de Krimilda"), un ser enamorado y agradecido a la gentileza de los reinos que alcanzaron la geometría para sobrevivir, pues él no despertó aún del desierto, de la cultura mongólica y de la hospitalidad a la antigua.
Atila queda dominado por el embeleso del reino de Worms _Occidente_ representado en Krimilda, su vengativa esposa. La figura ésta fue trabajada por Fritz Lang en la línea de las imágenes femeninas de Gustav Klimt, así como su Sigfrido en el bosque recibe influencia de las pinturas de Arnold Bšcklin, respetadas por la producción visual.
Ni bien puede, y esto es tan potente como fugaz, Lang traza apuntes sobre el pueblo y la esclavitud: estáticos e indiferenciados, cientos de hombres iguales sostienen sobre los hombros el puente por el que cruzan el río los nibelungos (como los obreros de cabeza gacha en "Metrópolis", 1926) y una corte de los milagros de tullidos brota de la tierra exterior cuando abren los portones. Los hunos, en cambio, son sólo pueblo y guerreros.
La música de Huppertz alcanza cimas de cálido romanticismo _alguien señaló la reminiscencia de un Richard Strauss posromántico_ y tiene el moderno sentido, muy adelantado, del acompañamiento musical "para películas": por momentos, delata cierto matiz anticipatorio del trabajo futuro de Bernard Herrmann, gran creador de partituras para el cine que no se hubiera opuesto a esta influencia.