Los fabulosos Baker Boys: un guionista testarudo, una estrella en ascenso y dos hermanos en pugna
Escrita y dirigida por Steve Kloves, la película protagonizada por Michelle Pfeiffer y Jeff y Beau Bridges retrató una época y se convirtió en un fenómeno gracias al VHS
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Steve Kloves dirigió solo dos películas, Los fabulosos Baker Boys, en 1989, y Silencio de sangre, en 1993. La primera fue un proyecto de larga data, que comenzó con George Roy Hill como potencial director y Whitney Houston como estrella, hasta que finalmente Kloves convenció a la Fox de que podía dirigirla aún sin experiencia. La segunda retomaba el contacto con Dennis Quaid luego de que él y su hermano rechazaran convertirse en los pianistas Baker y recogía el crepúsculo del film noir en una historia de crímenes y redenciones.
Tiempo después y casi como una revancha luego de su alejamiento de la dirección, Kloves se convirtió en el guionista de una de las franquicias más exitosas de toda la historia del cine, Harry Potter, de la que realizó todas las adaptaciones con excepción de Harry Potter y la Orden del Fénix (2007). Desde su primer guion a mediados de los 80 –para una película con Sean Penn y Nicholas Cage conocida como Adiós a la inocencia- Kloves dejó en claro su espíritu clásico, heredero del esplendor del Hollywood de los 40, con sus ritmos de jazz y sus historias de antihéroes de novela negra.
Los fabulosos Baker Boys fue su prueba de fuego, el intento de revitalizar el recuerdo de los musicales de repertorio jazzístico, el atractivo de esos personajes en los márgenes de la fama, la melancolía de una ciudad como Seattle, el valor del relato en el corazón del mainstream. Fue heredero de los maestros del Nuevo Hollywood como Bob Rafelson o Peter Bogdanovich, curtido a cinefilia preñada de amor y nostalgia, contemporáneo a una figura como la de Lawrence Kasdan, quien también sería clave para las franquicias de aventuras en el lustro posterior.
“Una pésima idea”
Kloves gestó el proyecto desde su interés por esos personajes, como un artesano que concibe el guion como una creación íntima y deudora de su pasado, de sus recuerdos que ahora cobraban vida en el papel. “En los 60 recuerdo que había un dúo de pianistas, Ferrante & Teicher, que aparecían ocasionalmente en El show de Ed Sullivan”, contaba hace unos años en una extensa entrevista con la revista Filmmaker. “Yo tendría cinco o seis años cuando los vi en la televisión y su imagen me quedó dando vueltas. Luego, cuando estaba en Disneyland en una especie de bar al estilo los locos años 20, escuché a un pianista que era excepcional. En ese momento comencé a dar forma a la idea, un retrato de los blue collar del entretenimiento, los artistas que también son parte de la clase trabajadora”.
Para Kloves todo comenzó con los personajes, conjugar esa mirada sobre artistas populares en sintonía con un retrato de la relación entre dos hermanos unidos por el piano desde la infancia, marcados por los buenos momentos pero también por ciertos rencores, cuentas pendientes y aspiraciones contradictorias. “Todos aquellos con los que consulté en su momento me dijeron que era una idea pésima para una película, pero yo estaba convencido, así que durante seis meses me dediqué a tomar notas sobre los personajes y el vínculo que los unía y después comencé a darle forma a la historia”.
Entonces Kloves solo tenía 25 años y apenas había escrito el guion de Adiós a la inocencia, así que decidió vender la historia de los Baker Boys a Mark Rosenberg, quien entonces estaba al frente de la Warner Bros. Cuando llegó a manos de George Roy Hill, que ya estaba en el final de su carrera –de hecho no dirigiría ninguna película más después de Funny Farm, con Chevy Chase- el veterano de El golpe intentó llevar la historia por otros carriles, que incluían el éxito de los hermanos Baker en Las Vegas de la mano de una Susie Diamond interpretada por Whitney Houston.
La idea no prosperó y el proyecto se fue de la Warner junto a Rosenberg y quedó en manos del ejecutivo y sus nuevos socios, Paula Weinstein y el director Sydney Pollack. “Siempre quise dirigirla y Mark, Sydney y Paula Weinstein se convirtieron en mis ángeles guardianes porque me permitieron hacerlo. No era fácil dirimir con un estudio como la Warner, que no había querido hacer la película pero tampoco quería que otro tomara la iniciativa y tuviera éxito”.
La mejor decisión
Luego llegó el arduo proceso de elegir a los actores, que supuso un desfile de nombres con diversos perfiles. Los hermanos Dennis y Randy Quaid, que había pasado con éxito por Cabalgata infernal de Walter Hill, rechazaron los papeles de Jack y Frank Baker, al igual que Madonna lo hizo con el rol de Susie Diamond. También se consideró a Jodie Foster, Debra Winger y Jennifer Jason Leigh hasta que finalmente Michelle Pfeiffer se convirtió en la candidata ideal.
“Cuando enviábamos el guion a un ejecutivo siempre pensaban que era una historia triste y deprimente, en cambio los actores [salvo Madonna que la llamó “sensiblera”] creían que era divertida y conmovedora. Percibieron el humor y el patetismo que de alguna manera quería transmitir. Aunque conocía a Michelle, me estaba costando localizarla así que primero fui a visitar a Jeff [Bridges] a su rancho en Montana. Nos sentamos y conversamos un largo rato, me hizo preguntas y finalmente me dijo: ‘Siempre tuve suerte con los directores principiantes’. Había sido el protagonista de Mala compañía, la primera película de Robert Benton [Y también de La última película de Peter Bogdanovich]”.
Luego fue el propio Jeff Bridges el que propuso a su hermano Beau para interpretar a Frank, pese a las resistencias iniciales de Kloves. Era la primera vez que los hermanos Bridges actuaban juntos en una película y el guion se terminó enriqueciendo con sus propias disputas. “Al principio, cuando Jeff me lo propuso, pensé quera un chiste. Pero luego nos juntamos a desayunar en Hugo’s, en West Hollywood, y cuando vi entrar a Beau me convenció. Era Frank, parecía un chiste pero era perfecto para el papel. Finalmente creo que fue una de las mejores decisiones que tomé en mi vida”.
Convencer a Michelle Pfeiffer no fue tan fácil. Cuando Kloves finalmente la localizó, la actriz le dijo que quería tomarse un descanso luego de varios proyectos en serie que había realizado en el último tiempo: Casada con la mafia, Traición al amanecer y Relaciones peligrosas. Pero Kloves no se dio por vencido. La esperó en la puerta de su casa, como Jack Baker al final de la película, con café y cigarrillos, hasta que logró convencerla de sumarse a la aventura. Si bien Pfeiffer ya había cantado en sus inicios en Grease 2, las exigencias del repertorio de Los fabulosos Baker Boys la obligaron a casi dos meses de ensayos en un estudio de grabación en jornadas de más de diez horas. La actriz interpretó todas sus canciones, ensayó las coreografías para los números más difíciles como “Makin’ Whoopee” y evitó ser doblada en los registros más exigentes. Los hermanos Bridges también tuvieron que ejercitar sus movimientos al piano mirando los videos de David Grusin, el compositor de la banda sonora. Finalmente el sonido del segundo piano estuvo a cargo del pianista de jazz Johnny Hammond.
“Establecí dos semanas de ensayos para los actores. En el transcurso del primer día preparamos dieciséis escenas y ya estaba claro que la cosa iba a funcionar. Luego fuimos los cuatro a un bar para ver interpretaciones en vivo, practicamos en la casa de Jeff, Michelle se preparaba tomando lecciones de canto, Jeff y Beau traían recuerdos de su adolescencia para afirmar su complicidad en escena. También tenían que manejar los movimientos de las manos porque había escenas en las que yo quería comenzar con un plano de ellos tocando el piano y luego acercarme a los rostros sin cortes. Todo ese trabajo en conjunto contribuyó a que los actores sintieran el ADN de la película antes de empezar a filmar”, explicaba.
El otro gran personaje de la historia era la ciudad de Seattle, convertida en ese entorno crepuscular que acompaña la decadencia de los hermanos Baker en el comienzo, la sensación de un tiempo extinguido, de la renuncia a las ambiciones de grandeza. Ese mundo es el que se ilumina con la llegada de Susie Diamond, que adquiere los colores de sus vestidos y su estridente maquillaje, la fisonomía de los hoteles de lujo y las fiestas de fin de año.
Melancólico y decadente
Era importante construir esa Seattle en las locaciones de Los Ángeles, por ello Kloves trabajó junto al diseñador de producción Jeffery Townsend para encontrar los rincones perfectos durante los días más grisáceos que capturaran la melancolía de la historia. Townsend había trabajado con Martin Scorsese en Después de hora y había registrado esa Nueva York nocturna teñida de la ansiedad de un yuppie atrapado en sus propias pesadillas. La Seattle real solo aparece en algunas de las tomas iniciales y luego Townsend construyó el departamento de Jack y utilizó distintos hoteles y escenarios para concebir los números musicales.
“Cuando me senté con Michael Ballhaus, el director de fotografía, le dije que quería los colores de una pintura de Edward Hopper. El rojo bruñido para las cabinas, una especie de carmesí oscuro con luz ámbar y una calidad un poco raída, como si el entorno se desgranara lentamente. Esa era la imagen que me perseguía. Como guionista, tenía toda la película en la cabeza”, contó.
El alemán Ballhaus, colaborador habitual de Rainer Fassbinder y luego también de Scorsese y responsable de la exuberante imagen del Drácula de Coppola, consiguió recrear esa artificialidad que distinguió a Hopper, al igual que al melodrama fassbinderiano de los 70, con una textura granulosa para los interiores de los salones, que definía ese ambiente embriagante y al mismo tiempo esa sensación de un tiempo suspendido, heredero del glamour del pasado pero convertido en su versión de segunda mano. Por ello la escena del concurso televisivo a beneficio, que resulta el detonante en la pelea entre los hermanos Baker hacia el final de la película, tiene algo de esa televisión de los 50 aggiornada para un espectáculo local que refleja de manera dolorosa los límites de las ambiciones del dúo. El uso del spray para cabello que aparece como un guiño cómico en el inicio de la película también se convierte con el devenir de la historia en ese rasgo de patetismo que termina definiendo la decadencia de los Baker en el show business. Fue el propio Jeff Bridges quien afeitó la calva de su hermano Beau para acentuar ese detalle de guion como clave del personaje.
Una vez concluido el rodaje, el estreno se proyectó para septiembre de 1989. Los ejecutivos de la Fox, el estudio que finalmente se encargó de la distribución, decidieron estrenarla en 800 salas el primer fin de semana, que en ese momento era una cifra considerable pero no exorbitante. Todas las entradas se vendieron en Nueva York, Chicago y Los Ángeles gracias al boca en boca. Sin embargo, el lunes a la mañana, Tom Sherak llamó a Kloves para pedirle disculpas por no haber estrenado la película con más copias. “Nunca antes había recibido el llamado de un ejecutivo de un estudio. Sherak me dijo que habían cometido un error al no estrenar la película de manera más amplia en el primer fin de semana”, recordó.
Las críticas fueron muy buenas pero la película apenas recuperó su inversión. El presupuesto final excedió los 11 millones de dólares y recaudó algo más de 18 millones en Estados Unidos. “Sin embargo –concluye Kloves- Michelle Pfeiffer ganó todos los premios menos el Oscar y cuando la película salió en video el éxito fue enorme. Estuvimos número dos detrás de la saga de Volver al futuro, así que la sensación de que todo el mundo la había visto se definió verdaderamente en su salida en VHS”.
Los fabulosos Baker Boys persiste hoy como una de las películas que cabalga entre el ánimo del clasicismo que dominó en los 80, con el renacimiento de la industria y el esplendor de los géneros, y los nuevos aires de renovación que llegarían en los 90. No solo demostró que los personajes pueden contener el corazón de la historia, que el repertorio de clásicos del jazz y el swing y el espíritu launge de esos pianistas a contrato seguían vivos, sino que una historia de ambiciones truncas y revelaciones tardías podía ser divertida y conmovedora. Pfeiffer se consagró en esos años finales de los 80 como la gran estrella que prometía, cantó versiones inolvidables como la de “Makin’ Whoopee” y dejó la marca indeleble de su personalidad en la película. Kloves y los Bridges demostraron que todas sus intuiciones fueron correctas, que ese imaginario que reverberaba en su memoria y que nutrió la confección de sus fabulosos Jack y Frank podía ser la mejor materia para una película imperecedera.
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