Cómo son por dentro las “fábricas de perros”
La casa ubicada en Hilton Lake Road no tenía nada especial: tos irregulares. La rodeaban casas más grandes y más inteligentes en una calle de doble carril en Cabarrus County, 30 kilómetros al norte de Charlotte, Carolina del Norte; nada de ella sugería que en esa dirección se alojara una crueldad inconcebible. No fue sino hasta que abrimos la entrada del costado que se anunció el horror que había adentro. Nos ahuyentó un hedor a varios venenos: pis de gato y mierda de perro y hongos y lavandina combinados en una nube de amoníaco puro. Eramos veinte –empleados de la Humane Society of the United States (HSUS), con camisas azules; varios miembros de su equipo de forenses; el sheriff de Cabarrus County y sus subjefes; y un contingente de veterinarios de un hospital animal local–;
Caminamos en puntas de pie para no pisar la mugre del suelo, y entramos en una casa cubierta de pelos y desechos de mascotas. Había sábanas húmedas cubriendo cada superficie plana; el piso era un laberinto de jaulas para gatos y basura. De algún lado de la casa, escuchamos aullidos de perros, pero no estaban en las habitaciones ni en el ruinoso baño ni en la cocina repleta de platos sucios.
Después encontramos la puerta que llevaba al sótano. Allí abajo había docenas de cachorros enjaulados, parados en sus patas traseras y llorando a los gritos. Había yorkies y poodles y mezclas de maltés, pero tenían el pelo tan grueso y cubierto de excrementos que era difícil distinguir una raza de la otra. Criados con fines comerciales, la mayoría de ellos habría sido vendida en tiendas de mascotas o en sitios web a partir de su tercer o cuarto mes de vida.
La HSUS reunió evidencia de que su criadora, Patricia Yates, vendía cachorros en varios sitios web y tenía gran cantidad de quejas en su contra. Pero la Oficina del Sheriff de Cabarrus sólo descubrió el tamaño de su operación a partir de una pista anónima. “No teníamos idea de que era tan grave”, dice el teniente David Taylor, un policía de control de animales. Taylor había recibido el visto bueno para iniciar una investigación, pero obtener la orden de arresto sería lo último: cuando descubrís un criadero ilegal, de repente estás hundido en perros enfermos, muchas veces bastantes más de los que habían reportado. Le llevó un mes a Taylor coordinar con HSUS, una de las pocas organizaciones sin fines de lucro con el dinero y el equipamiento para alojar y tratar a cachorros de criaderos, antes de iniciar la emboscada.
De regreso al piso de arriba, rastreamos más ladridos que provenían de un porche de ladrillos. Adentro estaba completamente oscuro, y el olor era una trompada. Estaban los perros padres, en un estado desesperante: ciegos con úlceras en las córneas; sin la mitad de los dientes, puesto que se les habían podrido. Algunos estaban tan débiles que no podían mantenerse rectos; tenían las uñas arruinadas por la orina, y las articulaciones deformadas por haber vivido toda la vida en cuclillas.
Pero lo peor estaba saliendo por la puerta trasera, siguiendo un camino de tierra. Un canil en un bloque, que no se veía desde la calle, alojaba la mayor parte del stock de esta perrera: 50 o 60 perros más, que probablemente jamás hubieran visto la luz del sol ni pasado un día fuera de este ambiente tóxico. Lloraban y aullaban y daban vueltas en círculos mientras recorríamos el laberinto de jaulas. Cuando los rescatadores se arrodillaban para sacarlos, algunos se caían al piso. Todos ellos fueron fotografiados, luego trasladados a una enorme plataforma. Allí, equipos de veterinarios del Cabarrus Animal Hospital trabajaron rápidamente para evaluar a cada uno. En cuanto fueron clasificados, los subieron a un camión gigante de la Humane Society, una nave terrestre de 25 metros con buenas condiciones, y los llevaron a un refugio. De esa casa salieron 105 perros y perras, muchas de ellas embarazadas o en celo. Me acerqué a John Goodwin, el director de la campaña de criaderos de perros de la HSUS, y le pregunté cuántos perros de los que se vendían en este país –en Petland y Citipups y otros miles de tiendas de mascotas– salían de perreras tan sórdidas como ésta.
“Casi todos los cachorros que se venden en tiendas en Estados Unidos vienen de esta clase de sufrimiento, o peor”, insiste. “Si comprás un cachorro de una tienda de mascotas, estás pagando por esto, y nada más: un perro criado en un infierno.” La Asociación Americana para la Prevención de la Crueldad hacia los Animales (ASPCA, por sus siglas en inglés) postea una base de datos de tiendas de mascotas para que la gente chequee antes de comprar. Si ponés cualquier código postal podés ver la lista de tiendas que venden perros, en lugar de ofrecerlos para adopción, lo cual incrementa las chances de que vengan de criaderos. Otro click te muestra imágenes espantosas de perreras en las que muchas tiendas compran sus perros. Esas fotos no fueron tomadas por fervientes defensores de los derechos de los animales, sino por agentes del Departamento de Agricultura, que inspeccionan criaderos de perros. Las tiendas de mascotas muchas veces compran sus perros en perreras con licencias federales, es decir criaderos con más de cinco hembras que dan a luz a muchos cachorros. “Los criaderos ponen a las perras en jaulas, separan a los cachorros de sus madres cuando son muy jóvenes, y luego los envían a cientos de kilómetros, a tiendas de mascotas de todo el país”, dice Matt Bershadker, presidente y CEO de ASPCA (las cadenas Petland y Citipups niegan vender perros de criaderos).
"La mayoría de los cachorros que se venden vienen de este tipo de sufrimiento. Estás pagando por un cachorro criado en el infierno."
Yates fue arrestada y acusada de maltrato animal. (Se la imputa por doce delitos.) Estaba indignada; la escuché exclamar que “¡esos perros son el amor de mi vida!”. Esa tarde, me junté con Sára Varsa, la directora de operaciones de rescate animal en la HSUS. Varsa, una veterana con 50 emboscadas, estaba liderando el cuidado de esos más de cien perros en un refugio temporal. Cuando le mencioné lo que había dicho Yates, Varsa señaló a dos poodles, ambos raquíticos. Delicadamente, agarró al macho y lo puso, temblando, en mis brazos. Estaba ciego de ambos ojos y tenía infecciones del tamaño de un pulgar donde solían estar sus molares. “¿Así es como tratás a los perros que amás?”, dijo Varsa. “¿Es así como criás a tus bebés hermosos?”
Desde que cruzaron el cordón siberiano y se establecieron en campamentos humanos en Norteamérica, los perros han sido mucho más que mascotas y acompañantes para nosotros: hicieron que la vida fuera sostenible en este espacio primigenio. Perseguían lobos y osos mientras nosotros dormíamos, cazaban y nos traían lo que comíamos, y ellos se alimentaban de la basura que nosotros descartábamos. En el transcurso de 10 milenios se forjó un vínculo entre especies que se unieron para sobrevivir. (Las primeras tribus sobrevivían a las temperaturas bajo cero durmiendo debajo de sus perros. De aquí la expresión “una noche de tres perros”.) Fueron necesarios casi todos esos milenios para domesticar verdaderamente a los perros. Hasta los 70, vivían mayormente afuera, en esos anexos pintorescos llamados cuchas. Pero en cuanto entraron, lo hicieron para siempre, para ser amados y malcriados como bebés. La cantidad de perros como mascotas en Estados Unidos explotó entre 1970 y hoy se triplicó hasta llegar a los casi 80 millones. El comercio de la venta de mascotas también explotó, de prácticamente nada en los cincuenta a ser una industria de casi 65.000 millones de dólares el año pasado. Si antes adoptabas a tu cachorro de un vecino, ahora hay una tienda de mascotas en cada esquina, con docenas de perros de diseño en las vidrieras.
Por supuesto, en Estados Unidos industrializamos todo lo que genera ganancia. A partir de los años 50, productores de cerdos y pollos empezaron a criar cachorros para hacer un dinero extra. “Era un trabajo fácil y barato: convertías la granja en una perrera abierta”, dice Bob Baker, director ejecutivo de la Alianza de Missouri por la Legislación Animal. Baker, un activista de los derechos de los animales desde hace 40 años y una enciclopedia viviente de la industria de la venta de perros –fue investigador senior para ASPCA y HSUS–, vio cómo el negocio pasó de ser un asunto casero a un gigante multinacional. “No cuesta nada criar a un cachorro, los vendés por 50 dólares por cabeza en la ciudad, y cada cinco meses tenés una camada nueva. Y después docenas, cuando los cachorros empiezan a reproducirse también”, dice. Lo que siguió fue una explosión de criaderos de perros durante 40 años, a los que HSUS define como espacios comerciales, en los que la ganancia cuenta más que el bienestar de los perros.
Según los cálculos de HSUS, hay alrededor de 10.000 criaderos de perros en Estados Unidos, aunque la organización admite que nadie sabe la cantidad exacta: es una industria que vive en las sombras. El Departamento de Agricultura sólo da licencias a una porción de todas las perreras, alrededor de 2.500 de varios tamaños, que pueden tener de 5 a más de 1.000 perros de crianza. Los estados también otorgan licencias e inspeccionan perreras, lo cual añade otros 2.500 criaderos que no están registrados en el estado federal, dice Kathleen Summers, directora de investigaciones de la campaña de criaderos de perros de HSUS. “Pero en comunidades rurales, hay miles de perreras escondidas que venden en Internet y evaden la regulación del estado.” Un criador sólo necesita licencia federal si vende los perros sin examinar, por ejemplo a través de un intermediario como una tienda de mascotas o un agente de perros. Pero si el vendedor trabaja directamente con el comprador, ya sea vendiendo cara a cara, a través de avisos clasificados o, cada vez más, a través de sitios web, hay muy poca, o ninguna, regulación de su negocio.
Hace tres años, el Departamento de Agricultura aprobó una enmienda que requiere que los vendedores de Internet tengan que obtener licencias federales, lo cual los sometería a inspecciones anuales y regulaciones. En ese momento, el departamento esperaba que miles de criaderos se acercaran a cumplir con la ley; hasta ahora lo han hecho menos de 300. Cuando le pregunto por vendedores que no cumplen la ley, Tanya Espinosa, una vocera del Departamento de Agricultura, dice: “Es casi imposible para nosotros monitorear la Internet en busca de criadores… Contamos con la ayuda de la gente y con sus quejas”. Buena suerte con eso: abrí tu buscador, tipeá el nombre de una raza y te van a aparecer miles de sitios web. Todos dicen ser locales, cuidadosos y compasivos. Muchas veces no son ninguna de las tres cosas.
“Si les pedís ver su propiedad y te dicen: ‘Encontrémonos en un estacionamiento’, probablemente estés lidiando con un criadero de perros”, dice Kathy McGriff, una ex criadora respetable de perros clumber spaniel que cuidaba muy de cerca su negocio. “Y si querés pagarles con un cheque pero sólo aceptan PayPal, estás lidiando con un criadero de perros.” Es una regla, dice, que incluso los criadores que son un poco evasivos están criando perros en lugares deplorables. “Los criadores respetables no vendemos en grandes cantidades, y sólo les vendemos a gente que verificamos. Es la regla más básica de nuestra ética: nunca vendas un cachorro a ciegas.”
Con las ventas de perros, como con cualquier mercancía en los últimos tiempos, Internet produjo una gran disrupción. La HSUS calcula que alrededor de la mitad de los 2 millones de cachorros criados en criaderos de perros se venden en tiendas de mascotas; el resto se trafican online. La cantidad de tiendas que todavía vende cachorros se desplomó en la última década, cuando grupos como HSUS, ASPCA y CAPS (Sociedad Protectora de Animales de Compañía) investigaron tiendas caras alrededor de todo el país y las encontraron infectadas de cachorros enfermos de criaderos del Medio Oeste. “Filmamos de manera encubierta, tenemos miles de videos de animales de raza en estados terribles, y reunimos quejas de compradores”, dice Deborah Howard, la fundadora y presidenta de CAPS. Howard envía investigadores para infiltrarse en criaderos, expone las tiendas que hacen negocios con ellos, y coordina trabajo con militantes de todo el país, para prohibir la venta al por mayor de mascotas en ciudades grandes. “Tenemos montones de quejas de gente con cachorros enfermos, y todos dicen que fueron compras impulsivas”, dice Howard. “O sea, un perro es un compromiso de 15 años. Por lo menos, googleá al vendedor para ver si tiene quejas.”
Debido a las condiciones en las que los cachorros de criaderos llegan al mundo y aterrizan en las tiendas –habiendo nacido de madres enfermas y estresadas; arrancados de sus cunas a las ocho semanas y puestos en camiones para hacer largos viajes hasta el siguiente punto de la cadena de suministro; mantenidos en depósitos con cientos de otros cachorros, muchos de ellos enfermos con problemas respiratorios o infecciones en los ojos y los oídos; luego puestos otra vez en un camión con docenas de otros perros para hacer viajes de uno o dos días de duración hasta llegar a estados lejanos–, es notable que algunos de ellos sobrevivan, por no decir que resulten bien. Los vendedores de cachorros venden al por mayor, les compran a los criadores, y mantienen un stock de docenas de perros y luego los venden con un gran sobreprecio.
"Hay una desconexión entre nuestros sentimientos por los perros y la manera en que los protegemos del abuso."
El más grande de esos comerciantes, la Hunte Corporation, ahora difunta, profesionalizó el negocio en los noventa. Compraron otros negocios más pequeños, hicieron grandes inversiones en equipamiento, camiones y choferes, y movían cientos de perros por mes de su predio en Goodman, Missouri. “Vi toneladas de cachorros enfermos –vomitando sangre, con diarrea– que Hunte compraba en esas condiciones de sus criadores”, dice “Pete”, un investigador encubierto para CAPS que trabajó en Hunte en 2004. “De los 2.000 cachorros que tenían en su predio, cientos estaban en el ‘hospital’ con antibióticos. Uno o dos días después, los subían a camiones y los mandaban, todavía enfermos, a las tiendas.”
Según un informe de CAPS, los perros que estaban demasiado enfermos para ser vendidos volvían en camión a Missouri; Hunte enterraba a los muertos detrás de su planta. En 2003, inspectores estatales de Missouri citaron a Hunte por tirar más de 450 kilos de cachorros muertos por año –el máximo permitido por las leyes de Missouri– en su patio trasero. Las leyes sobre la eutanasia y el desecho de perros muertos es bastante laxa en todas partes. En Pennsylvania, dos criadores mataron a tiros a 80 Shih Tzus y cockers, en lugar de darles atención veterinaria. (Muchos criaderos prefieren razas más pequeñas ahora; son más populares en las ciudades, se venden por más dinero, y es más barato alimentarlos, alojarlos y transportarlos). En Kansas, un criador tuvo que eliminar a 1.200 perros luego de no haberlos vacunado para el moquillo.
El Departamento de Agricultura tiene exactamente una ley para regular el cuidado y el alojamiento de perros para uso comercial. El Animal Welfare Act (AWA), fundado en 1966, establece los estándares mínimos para los criaderos. Los perros, según el AWA, pueden ser guardados durante toda su vida en jaulas que son apenas unos centímetros más grandes que su cuerpo. Puede negársele cualquier contacto social con otros perros, pueden hacer que las perras se reproduzcan tantas veces como entren en celo, y luego ser asesinadas y arrojadas en un basural en cuanto su útero se seque. Con millones de perros en nuestras calles, y dos millones asesinados cada año, no hay límites para la cantidad que pueden criar los criaderos de perros. “Mientras que en Inglaterra, necesitás una licencia para hacer que uno solo se reproduzca”, dice Summers, de HSUS.
“Hay una tremenda desconexión entre nuestros sentimientos respecto de los perros y la forma en que los protegemos del abuso”, dice Wayne Pacelle, presidente y CEO de HSUS. “El Departamento de Agricultura tiene 100 inspectores para examinar miles de criaderos, en 50 estados.” Y también tienen que inspeccionar todos los zoológicos, circos y laboratorios que usan animales para pruebas de investigación. “Llevamos décadas pidiéndoles que mejoren la ley –que impongan regulaciones para ventas por Internet e importaciones, que requieran jaulas más grandes, que les den acceso a salidas al aire libre y atención veterinaria inmediata cuando se enferman– pero ni siquiera pueden hacer cumplir la mala ley que ya existe”, dice Pacelle. Una auditoría interna en el Departamento de Agricultura indicó lo mismo. Según un informe de 2010 de su Oficina de Inspección General, el departamento eligió priorizar la “educación”, “tomó pocas o ninguna medida contra la mayoría de los infractores”, no logró responder a “infracciones repetidas”, y reunió pruebas insuficientes en las pocas causas iniciadas contra criadores criminales.
El Departamento de Agricultura controla miles de agentes con licencia de todo el país, con un presupuesto anual de 28 millones de dólares. “Para que tengas una perspectiva, el Departamento de Defensa gasta nuestro presupuesto cada 25 minutos”, dice Espinosa, vocera del Departamento de Agricultura. “Nuestro personal realiza alrededor de 10.000 inspecciones sorpresa cada año, y trabaja con esmero para hacer cumplir el AWA.” ¿Y cuánto produjo esto, en términos de penalizaciones? Menos de cuatro millones de dólares en multas en más de dos años, una docena de criaderos que perdieron sus licencias y ninguno de ellos acusado en la justicia. Tampoco el criador de Iowa que amenazó con acuchillar a un inspector con una jeringa, y confesó que le había disparado a un perro en la cabeza mientras la novia lo sostenía contra el suelo. Ni otro criador de Iowa que le arrojó una bolsa con cachorros a un inspector. De hecho, tan sólo un par de criadores de la lista de los Horrible Hundred de la HSUS –compilada todos los años a partir de archivos públicos de infractores crónicos– fueron inhabilitados para seguir haciendo negocios por parte del gobierno federal. Y ninguno de ellos debió ir a la corte por maltrato de perros.
En las semanas siguientes a la redada, mantuve el contacto con Sára Varsa, la directora del equipo de rescate de HSUS, para que me mantuviera actualizado acerca del poodle que me dejó alzar. Pollo, como lo llamó el staff (saltó como un pollo), había logrado atravesar varias cirugías en la Cabarrus Animal Clinic. El veterinario le extrajo el ojo derecho, que ya no funcionaba; le había sacado los pocos dientes que le quedaban; y le había sellado una fisura grande en lo que le quedaba de la parte superior de la quijada. Pero aun después de todo esto, Pollo se volvió a levantar, aliviado porque, de repente, tenía menos dolor. “La única vez que lloró fue cuando nos llevamos a su noviecita para que la revisaran”, dice Varsa, en referencia a la poodle con la que compartía la jaula. “Estuvieron tanto tiempo juntos, que son como una vieja pareja. Mientras ella no estaba, él lloraba y temblaba.”
Heather Seifel, la administradora de la clínica, se lo llevó a casa hasta que pudiera encontrarle alguien que lo adoptara. Lo sacó al jardín de su casa; él no tenía idea de qué hacer consigo mismo sobre el pasto. Esa inquietud es común en los sobrevivientes a los criaderos de perros, dice ella, “es raro, como si dijeran: ‘¿Qué hago ahora, que finalmente puedo ser un perro?’”.
Semanas antes, escuché prácticamente las mismas palabras de un hombre llamado Wes Eden, cuya familia dirige un hospicio de perros, el Lone Star Dog Ranch, cerca de McKinney, Texas. Eden es un rescatador ferozmente comprometido de perros, y también controversial. Cada año, salva docenas de perros, a los que compra, por mucho dinero, en subastas de cachorros, donde los criaderos “se venden su propia basura entre ellos”, dice Eden. Solía haber docenas de lugares en los que conseguir perros abandonados a cambio de dinero. Pero después de que la HSUS hiciera redadas en varios estados, el rango de lugares donde se realizan subastas se redujo a unos pocos, dos de ellos en el estado de Missouri. Fue en el más grande de los dos, Southwest Auction Services, que observé a Eden en acción a principios de septiembre. Un joven alto con una corona de pelo negro azabache y barba estaba ofertando de manera agresiva por unos bulldogs franceses maltrechos y enfermos, a ocho o nueve meses de haber nacido. Tampoco eran baratos: los bulldogs, en estos días, son caros, siempre y cuando “todavía pudieran dar a luz un par de veces más”, alguien siempre iba a ofertar más, dice Eden.
La subasta tuvo lugar en un hangar en Wheaton, Missouri, un pueblo que si pestañéas, no lo viste. Goodwin, de la HSUS, y yo habíamos ido allá en avión para ver varios cientos de personas comprar y vender stock de perros entre ellas. Todos eran blancos, y casi todos de mediana edad. El ánimo en la sala era festivo, como en una feria de iglesia; los criadores charlaban alegremente, cuando no estaban involucrados en las subastas. Uno a uno, colocaron 300 perros en una mesa para venderlos. Las jaulas estaban apiladas en un lugar sin refrigeración, en una parte amurallada del depósito. El lugar era asfixiante, y no se podía respirar debido a los desechos de perros enfermos. “Vi perros con hernias estomacales y rectos sangrantes, orejas podridas por hematomas”, dice Eden. Desde un estrado, dos rematadores pedían ofertas, mientras enfatizaban el poco valor de los perros. “Esta es un modelo 2012, y tiene una pancita; ¡va a trabajar duro para ustedes!”
(Uno de esos rematadores –dueño de Southwest, Bob Hughes– defendió la salud de los perros ante mí por teléfono, diciendo que “tenían imperfecciones como todos nosotros”, pero que habían sido revisados por el veterinario de Hughes antes de que los vendiera. “Si él [el veterinario] piensa que tienen riesgo de sufrir, se los devolvemos al criador o los damos a grupos de rescate, gratis”, dice.)
Ese día, al menos, se vendieron 300 perros. “Gasté todo lo que traje –60.000 dólares– y vacié tres mesas de perros”, dice Eden, quien reúne todo su dinero para compras a partir de donaciones por Internet. Veintiún perros fueron a su camioneta para un viaje de seis horas hasta Texas. En cuanto llegaron a su hospicio, fueron rápidamente inspeccionados por veterinarios; muchos necesitaban operaciones costosas. Todo el dinero para esas cirugías –1.000 dólares para arreglar una hernia; un par de miles de dólares para sedarlos y hacerles una resonancia– salieron de donantes de Lone Star. Eden tiene una lista de espera para cada perro rescatado, un conjunto de personas listas para arremangarse y ayudar con las complejas necesidades que presentan estos perros. “A algunos de ellos hay que enseñarles a caminar y subir escaleras, porque nunca salieron verdaderamente de esas jaulas”, dice Eden. Cuando le pregunto por qué busca a los perros más viejos y tristes, dice: “Si ellos no se merecen un final feliz, ¿entonces quién?”.
Algunos grupos de defensores de animales se burlan de Eden. Acusan a grupos como el suyo –conté al menos tres en la subasta– de darles dinero a los criaderos. “Esos 60.000 que gastó van a comprar más perros para criaderos. Por cada perro que él salvó, van a sufrir doce”, se quejó Goodwin. Eden admite esto, pero no va a dar marcha atrás. “Mirales la cara a esos perros”, dice. “¿Cómo podés negarlos?”
Eden no es el único militante de a pie que combate contra los criaderos. Hay otros grupos en las redes sociales, construyendo páginas de Facebook con fotos gráficas y pedidos de que se corra la voz. También hay guerreros callejeros que arman piquetes en las tiendas de mascotas, algunas veces con resultados sorprendentes. Mindi Callison, una joven maestra de Ames, Iowa, formó Bailing Out Benji hace seis años, y reclutó a incontables estudiantes de la Universidad Estatal de Iowa para protestar junto a ella. Callison me cuenta de un dueño de una tienda de mascotas local que “solía tener docenas de cachorros en su vidriera; ahora vende dos o tres por mes”. Al principio fue acosada por criadores furiosos. Después, para su sorpresa, un par se acercaron, pidiéndole si podía hacerse cargo de sus perros inutilizables. “Este año dieron casi 100, y no pagamos un centavo”, dice Callison. La llaman, dice, para evitar el costo de la eutanasia.
Durante más de 50 años, el estado de Missouri fue el Triángulo de las Bermudas de los perros. El perfecto paisaje para criadores –granjas pequeñas que no habían sido compradas por gigantes del agro; vastas llanuras entre sus dos ciudades más importantes; y un ethos de vivir y dejar vivir en pueblos pequeños– hace mucho tiempo que es el estado número uno en operadores autorizados. También tiene una de las leyes de perros más estrictas de Estados Unidos: el Acta de Prevención de Crueldad Canina de 2011. Aprobado después de una batalla agria y cara por una medida llamada Prop B, la ley arroja luz sobre el inextricable problema de legislar los criaderos de perros. Cuando salió la ley, mejoró el lote de perros de cruza: se triplicó el tamaño de sus jaulas, se les garantizaban visitas anuales al veterinario, y se proveía dinero para que se controlara mejor el funcionamiento de las normas. Sus reglas hicieron que cientos de criaderos comerciales tuvieran que cerrar. En 2010 había 1.414; ahora hay 844.
Sin ningún movimiento en Washington para endurecer las reglas federales, la ley sugería un posible camino: hacer votaciones en estados con muchos criaderos. Pero a sólo cinco años de haber entrado en vigencia, la ley de perros de Missouri parece haber perdido los dientes. Las acusaciones bajaron, la cantidad de licencias revocadas se redujo, y los criadores más atroces están rompiendo las reglas y pagando poco o nada en multas. Aunque una vocera del Departamento de Agricultura de Missouri insiste en que “la cantidad de medidas [disciplinarias] bajó porque la mayoría de los criadores acató las normas”, el estado sigue siendo el predominante en la lista de los Horrible Hundred de la HSUS; este año, casi un tercio de las perreras de la lista estaban ubicadas en Missouri.
Hace seis meses, Kristin Akin compró un goldendoodle que provenía de un famoso criadero de perros llamado Cornerstone Farms. Akin es una madre de St. Louis que había perdido a dos niños pequeños por un extraño desorden inmunológico a ocho meses el uno del otro. En junio buscó por Internet a un acompañante para su pequeño perro. Encontró un sitio web que vendía cachorros de Cornerstone; afirmaba ser una perrera local y gentil que criaba perros de exhibición y mantenía altos estándares. Akin preguntó por un cachorro que aparecía con un moño rosado. Le dijeron, por mensaje de texto, que hiciera un depósito. “Fue una compra totalmente impulsiva. Me ofrecí a ir en auto inmediatamente”, dice Akin. “Me textearon: ‘No, vamos nosotros a donde estés mañana’”. La mañana siguiente los esperó en el estacionamiento de un shopping; una van marrón se detuvo a su lado. Se abrió una puerta, pero en lugar de un cachorro de cuatro meses, apareció una perra madura y muerta de miedo que no levantaba la mirada cuando Akin la tocaba.
Sorprendida, Akin llevó a la perra a su casa para bañarla. Tenía las piernas cubiertas de costras y ambos oídos infectados; tuvo diarrea durante una semana. Akin se quedó con la perra, realizó una denuncia al estado e hizo pública su historia con la criadora, Debra Ritter. “Encontramos 11 años de violaciones estatales, incluyendo varias cometidas justo antes de que fuéramos ahí, pero no habían pagado ninguna al Departamento de Agricultura [de Missouri]”, dice Chris Hayes, un periodista de Fox que entrevistó a Ritter y pasó al aire dos notas en St. Louis. Ritter, en una conversación inconexa por teléfono en la que agradece a Dios por haberle pedido a ella que adoptara a 26 niños con necesidades especiales, niega haber vendido perros enfermos, tan sólo “algún” cachorro con lombrices. Explica que ella y su marido renunciaron a sus trabajos para convertirse en criadores y poder quedarse en casa con sus chicos, que padecían enfermedades crónicas. “Estos locos de los derechos de los animales dicen que abusamos de nuestros perros, pero no los veo adoptando chicos”, dice.
En cuanto a las infracciones, se trataba de “acusaciones molestas” que ella siempre resolvía antes de que el inspector se fuera de su casa, según dice. “Los Ritter no somos perfectos, pero tengo una gran reputación por no haber engañado jamás a mis clientes ni por hacerles gastar plata en veterinarios.” No dice lo mismo Yelp, que está repleto de posts de gente que compró sus cachorros enfermos. Mientras, su sitio web sigue posteando fotos del “cachorro” que Ritter le vendió a Akin. “Hice que dos amigos la contactaran por mensaje de texto”, dice Akin. “Les dijeron que seguía disponible.”
Lo que distingue a Ritter no es su conducta desvergonzada, ni la larga lista de compradores con el corazón roto; la diferencia entre ella y la mayoría de los vendedores de Internet es que a ella de hecho podés encontrarla en un mapa. “Los sitios web no dan ninguna pista acerca de dónde está situada su perrera. Muchas veces, ni siquiera te dicen el nombre”, dice Summers, de HSUS. Se esconden tras sitios como puppyspot.com, un agente online que vende perros de cruza desde un call center en Florida. En 2011, una denuncia judicial realizada en parte por HSUS decía que la compañía (que entonces se llamaba purebredbreeders.com) usaba alrededor de 80 dominios para hacer creer a los compradores que estaban comprando cachorros de “criadores responsables y de calidad”. En su lugar, “encontramos criaderos de perros con infracciones al Departamento de Agricultura”, dice Kimberly Ockene, una abogada de HSUS. Un juez de Florida la descartó como demanda conjunta. Una resolución posterior dijo que los compradores de cachorros enfermos podían volver a denunciar de manera individual o dejar caer el asunto. Pero, Ockene dice: “Tuvimos éxito en algunos casos. Los litigios pueden ser una herramienta efectiva para combatir el problema de los criaderos de perros.” (Nuestros llamados a puppyspot.com no fueron devueltos.)
En pocas palabras, la venta de perros por Internet es un crimen perfecto. A las cortes no les importan las víctimas de otros estados, y el gobierno federal ni siquiera multa a los criadores, ni mucho menos los arresta, por vender cachorros enfermos en sitios falsos. Cualquier amateur puede hacer esto desde su sótano y hacer mucho dinero, por mucho tiempo. Un excelente ejemplo: Patricia Yates, la criadora de Carolina del Norte cuyos perros fueron rescatados en la redada de Cabarrus County. Sin licencia ni el visto bueno de ningún club de cruzas, se había mantenido durante años con las ganancias de su perrera. Podría haber seguido de manera indefinida de no haber sido por el teniente Taylor, el policía del Cabarrus County que la capturó. “Lamentablemente, las leyes no son lo que podrían ser en este estado, así que sólo pudimos acusarla por delitos menores”, dice Taylor. (El abogado de Yates, Benjamin Goff, dice que está sopesando “una declaración de culpabilidad que no incluya ir a la cárcel”.) “Pero nuestro objetivo”, dice Taylor, “es que nunca más vuelva a tener animales, y que devuelva cada centavo que gastó la Humane Society para tratar esos perros.”
El HSUS espera gastar al menos 100.000 dólares en la operación –la mayor parte en gastos médicos–, lo que es de hecho poco. Yates cedió el cuidado de su stock a HSUS, lo cual permitió que se distribuyera rápidamente a los perros a grupos de adopción de animales en todo el estado. “Hay casos en los que mantuvimos a los perros durante meses, porque estaban regateando con el criadero, los negociaban a cambio de que se dejaran caer las acusaciones”, dice Goodwin. Suele haber una multa ocasional, una sentencia en suspenso; en algún caso, alguien va a la cárcel. “Esta gente debería estar en prisión, pero eso no va a terminar con el problema”, dice. “La única manera de terminarlo es cortar con el suministro: dejar de comprar perros de raza, y en su lugar adoptar.” Debido a las acciones de los militantes de los derechos de los animales, Petco y Petsmart –los gigantes de la industria, con más o menos la mitad de sus ingresos– dejaron de hacer ventas de perros en sus tiendas, y en su lugar hacen adopciones. El sitio web Petfinder.com ofrece miles de perros rescatados en adopción. Podés encontrar las mismas razas que en una tienda de mascotas. La diferencia, dice Goodwin, es que “estos perros son saludables”.
De los 105 perros a los que renunció Yates, sobrevivieron todos excepto dos. Pollo, el pequeño poodle, sucumbió ante un ataque apenas un mes después de su nueva vida. “Le di de comer con la mano y lo arropé con una sábana, pero había pasado por muchas cosas”, dice Brenda Tortoreo, una recepcionista del Cabarrus Animal Hospital, que lo adoptó y lo bautizó Kip. Tortoreo, quien tiene un par de perros más viejos, adoptó un segundo poodle de la redada. Bebe es un par de años más joven que Kip, pero no tiene menos necesidad de afecto. Durante las primeras dos semanas, no salía de la habitación si no era en los brazos de su dueña. Ahora se traga los desayunos de los otros perros y les roba los juguetes. Los arrastra a su sofá cama, los acaricia con la nariz y los da vuelta como a los cachorros a los que dio a luz y crio. “La amamos mucho, pero también lloramos mucho por Kip”, dice Tortoreo. “Estoy triste por no haberlo salvado años atrás. Pudo recibir algo de amor durante esas últimas semanas. Sólo espero que, donde sea que esté, nos perdone.”
Paul Solotaroff