Los atletas del folklore ya están listos
Con el Festival Nacional de Malambo que comienza hoy, se inaugura la temporada 2009 de encuentros de verano
Algunos se preparan toda una vida para estar cinco minutos sobre el legendario escenario del Festival de Laborde y transformarse en el Campeón Nacional de Malambo. "Para los chicos dedicados a las danzas folklóricas es como el sueño de ser un Messi en el fútbol. Es lo máximo a lo que puede aspirar un bailarín", reconoce el último campeón 2008, un tucumano de 25 años llamado Marcos Amaya Petorossi, que paseará la gloria de ser el campeón de malambo hasta esta noche, cuando comience una nueva edición de este festival, cuyas estrellas principales son los malambeadores.
Con el Festival Nacional de Laborde, que se desarrollará hasta el 11 con el certamen de malambo, quedará inaugurada la temporada de festivales de verano, como Jesús María y Cosquín (ver recuadro).
Olimpo de zapateadores
En los últimos años, durante la primera semana del mes de enero, la atención del mundillo folklórico se concita alrededor de esa localidad cordobesa agrícola-ganadera (ubicada a 500 kilómetros de la Capital Federal y al costado de la ruta 11), que se transformó en la meca de los bailarines. Desde su creación, en 1966, el Festival Nacional de Laborde, se consagró al arte del malambo, una tradición gauchesca que consiste en una coreografía específicamente sostenida en la destreza y la variedad de mudanzas (figuras) del zapateador y cuya tradición se remonta al siglo XVIII. "El malambo se tiene que entender como un mensaje, donde vos tenés que saber hablarlo. Si lo hablás muy rápido no se entiende nada y si lo hablás muy lento es aburrido", explica el campeón tucumano, diestro en las especialidades de malambo norteño y sureño.
Considerados un cuerpo de elite dentro de las danzas folklóricas –los campeones caminan por las calles de Laborde con el respeto que despertaban los héroes deportivos de la antigua Grecia–, estos jóvenes atletas criollos consagran buena parte de su vida al complejo mundo del zapateo. "Esa partitura musical que lleva cada mudanza es lo que tiene que transmitir el bailarín. El zapateo tiene un mensaje y esa rutina es lo que se premia. El malambista es pura pierna, plasticidad, elasticidad, resistencia y fuerza. Hay que estar preparado físico, mental y espiritualmente para ser un campeón", cuenta el experimentado Pablo Sánchez, entrenador de los últimos seis campeones.
Para poder aspirar al título los bailarines deben llevar una vida casi monástica, nada de excesos, poco sexo, cero alcohol y un entrenamiento riguroso de alta competición. "Para poder hacer un malambo de cinco minutos tenés que prepararte toda una vida y es necesaria la disciplina. Zapatear puede zapatear cualquiera. Ser campeón es otra cosa", completa Pablo Sánchez, el entrenador que rompió con la mala racha de los bailarines santiagueños, que hacía dos décadas que no tenían un campeón de malambo.
La historia de los malambeadores tiene rasgos épicos. Es un año entero para preparar una rutina de cuatro minutos cincuenta, como marca el reglamento, y vivir, apenas, una efímera noche de gloria. "Cuando salís campeón, no podés participar más en el certamen. Entrás en la galería de campeones y es un año de reinado hasta que viene otro. En ese tiempo, te transformás en una especie de estrella de rock y, en el ambiente, te tienen una admiración especial. Eso es lo que distingue a un campeón de malambo de otros bailarines. Yo gané a los 24, y a los 25 ya no zapateaba más", relata el bailarín Adrián "Polaco" Vergés, campeón de malambo 2002, conocido por su protagónico en el musical Nativo , de Alejandro Romay.
La transformación de un bailarín en un campeón de malambo puede demandar varios años y es parte de un largo proceso interno. "Hay un trabajo interpretativo que no lo lográs sólo siendo un buen atleta. Se trabaja desde lo teatral para que la gente se crea ese personaje de gaucho. Cuando estás sobre el escenario, ya no sos un bailarín, sino un malambeador. Hay una transformación", mitifica Adrián Vergés, que ahora entrena aspirantes juveniles para el certamen.
Muchos de estos bailarines se costean el entrenamiento y el mejor vestuario para su performance. El camino es arduo y solitario. "No tenemos sponsors, así que dependemos del apoyo de nuestras familias, porque por el entrenamiento no podemos trabajar en otra cosa. El trabajo se divide en varias etapas y la última es la más difícil porque ya tenés todas las cutículas rotas del zapateo y estás saturado del baile", repasa uno de los campeones que más esperó la corona. Se llama Eduardo "Muñeco" Gutiérrez y detrás de su copa se encolumnó toda una provincia que hacía veintiséis años que no conseguía un título. Con 32 años, el bailarín santiagueño realizó 21 mudanzas en menos de cinco minutos que dejaron impactados al jurado.
El "Muñeco" Aguilar, como lo conocen en el ambiente del malambo, representa el linaje de los bailarines santiagueños: velocidad, limpieza en el zapateo y presencia. "El malambo de Santiago del Estero es muy pegado al piso, una explosión implosiva. Eso no se lo entrena está en el corazón del bailarín. Ser campeón no es un par de botas que zapatean bien. Esto corre por el lado del sentimiento. El que sale campeón tuvo ese día una luz especial."
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