El 18 de diciembre de 1983 se jugó la penúltima fecha del Torneo de Primera División de AFA. Cuatro meses antes en la cancha de Boca había tenido lugar el episodio que inspiró "La bengala perdida" de Luis Alberto Spinetta: los incidentes que terminaron con la muerte del hincha de Racing Roberto Basile. Por esto, el Xeneize tenía la Bombonera suspendida y jugaba de local en distintas canchas: de ahí que aquel domingo, para enfrentar a Huracán, su casa fuera Ferro. En el arranque del segundo tiempo el equipo de la Ribera ganaba 1 a 0 por un penal de Passucci, pero el Globo iba al frente y lo quería empatar. Eso, hasta que una pelota revoleada del fondo picó raro, descolocó a la defensa de Huracán y dejó a Carlos Mendoza mano a mano con el arquero para marcar el 2 a 0 irremontable (Claudio Morresi descontaría más tarde, también desde los doce pasos). Ese pique diabólico que selló la suerte del partido tenía una razón: Riff.
"Al otro día un jugador me dijo que les habían metido un gol por mi culpa, porque la pelota había picado en un pozo que había hecho el público y me quiso agredir en un boliche", contaba Pappo poco después. El grupo había tocado en ese mismo estadio la noche anterior, y lo que se convocó con el eslogan "Riff acaba el año sin cadenas" fue entendido por su audiencia como "Riff acaba el año con todas las cadenas posibles", gracias a lo cual el show terminó convirtiéndose en uno de los mayores descontroles de la historia del rock argentino. En el caos, el verde césped (y casi todo lo que había alrededor) quedó a la miseria: elipsis mediante, festejó Boca, perdió Huracán y un futbolista trasnochado se la quiso cobrar al Carpo.
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Todo se desarrollaba según lo planeado hasta que llegaba Riff y pasaban cosas: así funcionaba aquella criatura desde el día uno, o incluso antes. "Yo lo conocí a Pappo en una boite que se llamaba Frisco. Nosotros estábamos ahí, cada cual con su chica, y en tres minutos empezamos a reírnos. Será por 1968 más o menos", recuerda Vitico. Por entonces Norberto tocaba en la primera encarnación de Los Abuelos de la Nada y Víctor trabajaba en Alta Tensión, la banda del programa juvenil del mismo nombre. En los 70 llegaría el exilio europeo de ambos, del cual se trajeron la idea de que en la Argentina la milanesa se había ablandado más de lo recomendable: "A la vuelta me lo encontré en el Dandy -lugar concheto si los hay- y nos miramos y dijimos ‘vamos a hacer una banda de rock en serio’".
Ese fue el disparador de la prehistoria de Riff: una efímera vuelta de Pappo’s Blues con Vitico en el bajo y el baterista Carlos Cohen. "Con el Carpo hicimos tres shows en un fin de semana en Rosario. De ahí es el famoso cuento de cuando fuimos al cabaret y le pagamos a la más gorda para que nos baile una hora en el hotel con una guitarra Ampeg transparente que yo había llevado: ese era el espíritu", cuenta Víctor. "Pappo’s Blues ya está, ya fue", sugirió el bajista, y tiró sobre la mesa los discos de AC/DC, Saxon y Judas Priest que se había traído de Inglaterra: había que armar proyecto nuevo.
Pero primero había que ajustar detalles, como que el baterista "no era presentable en sociedad" y que el músculo que requería una maquinita como la que se estaba gestando se quedaba corto con un solo guitarrista, incluso siendo ese guitarrista Pappo. Para segunda viola Vitico aportó a Héctor "Boff" Serafine, por entonces "Pelusa", de 23 años. Y en lo que al otro puesto respecta: de nuevo el azar hizo lo suyo.
Las botitas blancas y la motoneta. Y que tocaba muy bien, claro: eso fue lo que le llamó la atención a Vitico sobre Michel Peyronel, aquel baterista que cayó un día a zapar con el proto Riff. "Fue el equilibrio perfecto, porque tenía que haber dos conchetos en la banda, no uno solo. Estratégicamente fue ideal", dice. Michel se vestía bien, sí: le era innato, pero se había perfeccionado en los diez últimos años que había pasado en Francia, estudiando economía y tocando, grabando y saliendo de gira con una muy buena banda new wave llamada Extraballe. "Yo estuve con Pappo allá. En un momento me llamó por teléfono, estaba en lo de mi hermano en Londres e hicimos una bandita ahí, por el 75 o 76. Éramos amigos pero no tenía ni idea de qué había pasado en esa década acá. Cuando me fui él ya estaba tocando y le iba bien, pero no tan bien que le fue después", dice Michel. En el 80 se pudrió todo con su grupo galo y pegó la vuelta, y otra vez apareció Riff para hacer que la pelota pique para cualquier lado: "Vine con otra intención, pero de pedo me lo encontré a Pappo en la calle. No nos veíamos desde Londres. Y me dijo ‘Venite’".
Después de verlo tocar un par de veces, Pappo, Vitico y su primer manager Carlos "Pirín" Genisso le hicieron un ofrecimiento a Michel: "Vinieron a mi casa y me hablaron formalmente. Me dijeron ‘vamos a hacer una banda, se va a llamar Riff y queremos saber si querés ser parte’. Me decían ‘ojo, no va a haber nada de drogas ni cosas por el estilo’: yo pensaba que había una cámara oculta, je". Ahí quedó armado el equipo.
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El 14 de noviembre de 1980 en el Teatro Sala Uno se hizo Adiós Pappo's Blues, bienvenido Riff, el show de la metamorfosis. El Carpo, Michel y Víctor salieron como trío a hacer "Sándwiches de miga", "Fiesta cervezal" y "El hombre suburbano", Boff subió a tocar su "No puedo soportarlo más" y a partir de ahí la nueva entidad se hizo cargo. Pero todavía faltaba un miembro más: Juan García Haymes, un vocalista que había sido parte de Los Criss Cross, la banda de rock n’ roll clásico que tuvo Vitico (con Pablo Guyot en la guitarra y Willy Iturri en la batería) justo antes de armar Riff. "En el Adiós Pappo’s Blues, bienvenido Riff cantó Juan. Al principio Pappo quería concentrarse en la guitarra y era más cómodo pensar en un Robert Plant, porque Juan canta muy bien. Pero Pappo ya venía de seis o siete discos y la gente lo quería a él. Sin embargo, cada vez que tuvimos que hacer algo serio, como telonear a AC/DC en River, lo llamamos a Juan para que las voces sonaran mucho mejor", dice el bajista.
La consigna regidora de Riff era hacer rock en un país en el que, según ellos, el rock no existía. "No había nada de rock: estaban Serú Girán y esas cosas. No había ni siquiera la actitud del rock, más allá de la música. No entendía por qué le decían a eso rock", dice Michel. Los músicos argentinos habían abrazado como nueva Biblia al jazz-rock, al progresivo y a Steely Dan (con diez años de retraso respecto del mundo anglo) y se desarrollaba una competencia por ver quién hacía el arreglo más complejo que a los miembros de Riff les resultaba insufrible. "Yo no pongo en duda las cualidades musicales de los que hacían eso, me refiero a la onda: todo eso no era rock. Fijate lo equivocados que estaban que en la revista Pelo el rock nacional era Porsuigieco, que de rock no tenía nada. Nosotros éramos todo lo contrario a Piero", refuerza Vitico.
Mundy Epifanio, que asumió el rol de manager y "quinto Riff" cuando Genisso se radicó en Estados Unidos, sabía que no le iba a salir gratis al cuarteto aquello de llegar y decretar unilateralmente la inexistencia del rock argentino. "Ellos puteaban y la mayoría de los músicos del momento decían que la música que tocaba Riff no tenía ningún futuro porque no eran músicos super excelsos. Lo que vendía en aquel momento era mucho más culto. Y Vitico toca dos tonos. Pero el tema es la precisión con la que Vitico toca lo que toca. Los músicos decían que Vitico no sabía tocar y que Michel era limitado en su técnica. Por supuesto que nadie decía nada de Pappo. Pero no estaban tan errados: no eran virtuosos", dice.
Cuando Genisso le cedió el management a Mundy, lo hizo bajo la premisa de que él era el único capaz de controlarlos. "Tuve la suerte de que Pappo enseguida me respetó mucho por mi pasado de jugador de Argentinos Juniors y porque conocía a los de la hinchada, que eran todos amigos de él, los pesados del barrio. Y Michel y Vitico enseguida vieron en mí un potencial comercial increíble que te diría que ningún chico de la edad que yo tenía en ese momento lo tenía", cuenta. Con apenas 24 años, Mundy encaró el desafío de desarrollar a un grupo de inadaptados a los que la intelligentsia miraba de reojo.
"Pappo era mala palabra", dice. "Había tenido un incidente en Villa Gesell: lo habían encontrado con un kilo de marihuana en el coche. Que según cuenta la leyenda se lo habían puesto los de Crónica porque se garchaba a la hija del dueño. Como el Gallego [Héctor Ricardo] García estaba muy caliente le armaron la cama... pero eso no lo sé". Tampoco ayudaba demasiado la imagen del grupo: el cuero, las tachas y los cuernitos con los dedos les daban una impronta heavy que para la Argentina de 1980 era extraterrestre.
Uno a cero abajo desde el vestuario -pero con un team motivado-, Mundy salió a buscar contrato discográfico: "Empecé a caminar las compañías, fui a las tres o cuatro grandes y nadie me dio bola. Yo trabajaba con una agencia que trabajaba con [el sello] Tonodisc: hacía visas de trabajo para Los Parchís, para Richard Clayderman, esas cosas. Entonces esta gente me dijo ‘Mundy, te hacemos la gamba: me sobra una pauta en ATC pero no tenemos guita para invertir de ninguna forma’". Tonodisc ofreció un estudio inexistente en el centro porteño para grabar Ruedas de metal, el que sería el primer disco de Riff. "Fuimos a grabar a ese estudio, que no me acuerdo cómo se llamaba. Pero lo que sí me acuerdo como si fuera hoy -porque fue la única vez que lo vi en mi vida- es que estaba en dos plantas distintas: en una planta la sala de grabación y en la de arriba el control. Te miraban por cámara. Para hablar con el técnico había que subir la escalera y bajarla. No había un técnico bueno, era muy amateur y dijimos ‘bueno, que pase lo que pase’. Pappo me dijo ‘vamos a grabar, no hinches las bolas, tenemos un montón de canciones’". El resultado fue el disparador del heavy local, con temas tan pesados como gancheros ("más allá de lo que se pueda llamar rock pesado, heavy metal o lo que sea, la mitad de las canciones de Riff son hits", dice Mundy) como "No detenga su motor", "Mucho por hacer" y el que da nombre al disco (peligrosamente cercano al "Wheels of Steel" que Saxon había sacado un año antes). El álbum salió en junio del 81 y, aún siendo un clásico instantáneo, tiene un problema que podríamos definir como "una deficiente fidelidad de audio" pero que Michel sintetiza con más elocuencia: "Suena como el orto".
El baterista tenía pasta de productor y venía con estándares europeos: para él la grabación fue un parto. "Me daba una bronca terrible porque el ingeniero no entendía nada. Y tuve unas roscas terribles con él, y Pappo se enojó y estuvo -como hacía Pappo cuando se enojaba- al borde de pegarle. Enseguida tomó partido porque sabía que yo hablaba de un sonido que era posible de obtener, no era que Europa fuera otro planeta. Era saber hacerlo nada más. Era una cosa espantosa. El sonido de la batería da ganas de vomitar", dice.
Quedaba el aliciente de que el hábitat natural de Riff, el escenario, estallaba. "La banda era un cañón. Teníamos un sonido muy poderoso, y el vivo era muy divertido", recuerda Michel. Parte de la diversión radicaba en que estaban reescribiendo el concepto de espectáculo en el rock argentino, que hasta ese momento moría en subir, tocar, agradecer y bajar: "Hacíamos mucha parafernalia, cosas bastante arriesgadas. La guitarra de Pappo largaba humo. La batería tenía montones de platos que estallaban y cosas así. Y a Vitico le habían puesto una especie de suspensor por afuera con un explosivo, que te digo la verdad: estaba loco, yo ni en pedo hacía eso. Después cuando vimos Spinal Tap: esa película está llena de cosas que nos pasaban". Hasta ahí llegaba la comparación con el cuarteto ficticio craneado por Rob Reiner: aunque su reputación dijera otra cosa, los integrantes de Riff eran un ejemplo de conducta a la hora de trabajar. "Profesionalmente eran un reloj", aclara Mundy. "Nunca cancelamos un concierto. Nunca llegaron tarde. Nunca largábamos después de hora. Diez minutos, ponele, pero no como hicieron después otros músicos irresponsables como Charly García o el de Viejas Locas, que salían dos horas tarde. El problema era el tiempo libre: eso era un quilombazo imparable".
El caos por el caos mismo disparaba situaciones pintorescas, como aquella vez en la que Vitico cayó preso y sus compañeros se lo llevaron prestado de la comisaría. El relato es de Mundy:
Un día [el 11 de febrero del 83] tocaba Van Halen en Obras. Nos habíamos tomado unos ácidos. Vitico estaba en el piso de Obras y había un heladero. Le dice "¿tenés de esos helados que tienen dos palitos?". Tenía. "Bueno, quedate acá que te voy a comprar varios". Le compraba el helado, lo abría en dos y lo tiraba a la gente. Le compró toda la existencia de doble palito al heladero, que estaba encantado. Entonces los policías se lo llevan preso. Lo meten en un patrullero y nosotros esa noche teníamos dos shows: uno a las 12 y media en una discoteca en Morón y otro a las 3 y media de la mañana en Avellaneda. Entonces lo veo a Vitico en cana y Pappo y Michel me decían "¿y ahora qué hacemos?". Vitico sacaba el brazo por la ventana del patrullero y hacía los cuernitos y la gente le empezó a levantar el patrullero. Vitico decía "tranquilos muchachos que ahora me sueltan". Se lo llevan a la comisaría de la vuelta de Obras. Eran como las once de la noche y ya en un ratito teníamos que ir para la discoteca. Le digo a Michel "acompañame a la comisaría". Pappo dice "yo ni en pedo": claro, estaban todos de ácido. Fuimos con Michel cagándonos de risa. Entramos a hablar con el comisario y dice "este no sale hasta el lunes, cuando se abran los juzgados". Entonces le digo "mire comisario, yo le voy a comentar la situación que tenemos ahora, usted me va a poder ayudar. Ahora tenemos dos conciertos". El tipo me dice "¿y a mí qué? Este de acá no sale". Le contesto "mire, tenemos dos problemas. El primero es que va a haber mil personas en cada lugar que van a romper todo. Y el segundo es que en cada concierto tengo contratados 25 compañeros suyos, que si el concierto no se hace no van a cobrar. Entonces dígame qué hago: van a romper todo y sus compañeros van a trabajar gratis porque yo no voy a ir".
El tipo me miraba y no sabía qué decirme. Entonces le digo "mire, yo tengo una idea, no sé si será muy alocada: si usted me presta al preso unas horas, yo después se lo traigo". El tipo se quedó mirándome y dijo "está bien, le voy a creer, ¿a qué hora lo trae?". Tipo ocho de la mañana. Nos fuimos con Vitico los cuatro en un Chevy de Pappo, fuimos al primer show, fuimos al segundo y tipo cuatro de la mañana nos fuimos a comer a Pepito, en Montevideo entre Corrientes y Sarmiento, que estaba abierto 24 horas. Y a las ocho de la mañana devolvimos al preso en pedo.
Los conflictos que no había arriba del escenario empezaron a asomar abajo. En el primer Obras, el presidente del club insistió en que se usaran las sillas, que previsiblemente quedaron reducidas a una pila de escombros; la lección quedó aprendida y el siguiente show en el Templo del Rock fue el primero de su historia sin butacas. El problema fue a la salida: "No está en el Guinness porque nadie lo envió, pero yo estoy seguro de que es récord mundial: 365 detenidos. Llenaron como cuatro comisarías. Cuando terminó el concierto y abrieron la puerta, enfrente estaba la Guardia de Infantería con esos escudos lanzagases, y te imaginás: cinco mil metálicos enojados con la vida", cuenta Mundy.
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También en el 81 editaron Macadam 3... 2... 1... 0 y al año siguiente Contenidos, que marcó un quiebre en la relación con el público. "Contenidos fue el detonador del quilombo violento. El nombre del disco te lo dice: todo el mundo estaba contenido. Riff tenía mucho mensaje contestatario. En realidad Riff fue una explosión punk en la Argentina", dice el manager. La apocalíptica -y premonitoria- "Pantalla del mundo nuevo", escrita por Michel, endureció la propuesta de la banda, que -con todo- no se privaba del gancho rocanrolero en "Susy Cadillac".
Otra innovación que introdujo Riff fue la idea de videoclip: aprovechando aquella pauta que Tonodisc tenía con ATC -el canal de televisión número uno de aquel momento- filmaban spots que después rotaban en el aire y se veían en Música total. En la grabación de uno de ellos Pappo encontró una cadena y empezó a golpearla contra el pavimento: fue el principio del fin.
En aquel momento yo me hacía el boludo, pero la realidad es que el quilombo lo armamos nosotros. Si yo me hubiese dado cuenta de que ese comercial con Pappo pegando cadenazos iba a generar que todo el mundo viniera con cadenas, no lo habría sacado al aire. Pero yo tenía 26 años. El gerente de promoción del sello me decía "Mundy, no haga esto, se le va a complicar". Y los músicos me decían "no, no le des bola a ese, es un pelotudo". ¿Y yo qué iba a hacer?
El antecedente del Ferro fatídico fue un show en el playón de la cancha de Vélez en el que, a cadenazo limpio, los metaleros le robaron un caballo a la Policía montada y desnudaron a un oficial. De ahí el lema Riff acaba el año sin cadenas que se dispuso para la última presentación de 1983. "Dejamos las cadenas porque esa era nuestra forma de oponernos a la dictadura, con la democracia todo debe ser diferente, ya no estamos atados", manijeó Pappo. No funcionó: a ojo Mundy calculó 1500 cadenas.
A los 10.000 que habían pagado su ticket, cuenta Vitico, se le sumaron unos 5.000 más que "entraron por donde podían" y tiraron abajo el alambrado antes del primer acorde. La marca Little Stone le había pagado una fortuna al grupo por la exclusividad en cuatro modelos de remeras que aparecerían dibujados con neones en el fondo del escenario: a la hora en que debían prenderse, el público ya las había destrozado. Después de los teloneros V8 y Los Violadores estaba previsto un desfile de modelos: las chicas no llegaron ni a asomarse fuera del vestuario. "La Policía se escapó, literalmente. El comisario vino y me dijo ‘acá hay dos opciones: o reprimimos o nos vamos, y como es el primer sábado en democracia no podemos reprimir, así que nos vamos’", dice el manager.
"Miedo no teníamos, pero con el Carpo decíamos it’s impossible", recuerda Vitico. Las luces no encendieron, la pirotecnia quedó guardada y, faltando dos temas del setlist, levantaron campamento de urgencia. "Estuvimos como veinte minutos esperando para poder bajar", dice el bajista. "Había que ir corriendo al camarín que estaba al otro lado de la cancha. Nosotros llegamos. El que tardó como media hora más fue Boff, que cuando apareció le faltaba la mitad del pelo y la ropa. De tanto que te quieren te arrancan una oreja, esas cosas".
La fase que seguía era salir de Argentina; para eso, la estrategia fue incorporar a Danny, hermano de Michel. "Los productores me decían que mi voz no iba para Europa. Teníamos que buscar a alguien que tuviera una voz más alta porque en esa época estaban de moda Judas Priest y AC/DC, que tenían ese tipo de voces. Parece que no habían escuchado a Mark Knopfler todavía. En fin, alguien que pudiera cantar en los dos idiomas también. Yo podía cantar en inglés y en castellano, pero no podía cantar arriba. ¡Nací barítono y moriré barítono! A menos que me ponga siliconas. La idea era incluir a Danny de a poquito, en teclados y voz, para grabar el nuevo LP", contaba el Carpo (hoy Vitico se arrepiente: "La inclusión del hermanito de Peyronel no tuvo nada que ver, fue un error garrafal"). Nada de eso pasó: superados por la violencia, con tres discos de estudio y uno en la banda se tuvo que separar.
La discusión eterna es si Riff era o no metal. "No eran V8, que tenían culto, ideología de heavy", opina Mundy. "Siempre dijimos que éramos una banda de rock con energía, y como fuimos a comprar todas las tachas al Once por la imagen, se asoció con el metal. El metal de los fierros, ponele, pero no fuimos una banda de heavy metal", define Vitico. "Hasta el día de hoy les cuesta ponernos una etiqueta. Porque ‘heavy metal’... no sé si éramos eso. ¿Hard rock? Y sí, pero teníamos muchas cosas de heavy metal. Y también de punk. Fuimos algo realmente original", remata Michel. Lo cierto es que hay una retórica en el rock argentino que empieza con Riff: la de la cofradía que se autoexcluye del "otro" rock, con la bronca, la autenticidad y el exceso como códigos, y -sobre todo- siempre en movimiento ("necesitamos más acción", cantaban en su debut). Eso, y lo imprevisible: esa sensación constante de riesgo, de final incierto, la posibilidad siempre latente de empezar moviendo la patita y terminar borracho, desnudo, preso o -como aquel jugador de Huracán enojado con Pappo- yendo a buscarla al fondo de la red
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