Lorena Vega y su hit teatral de tinta negra
Imprenteros se convirtió en el inesperado boom del año de la cartelera porteña del teatro independiente. El biodrama que escribió Lorena Vega, que además actúa y dirige, se estrenó en septiembre de 2018 y se mantiene firme tras más de un año en cartel (las funciones de agotan semana a semana) con un rasgo distintivo: en ese lapso, la obra se exhibió en media docena de escenarios. "Estrenamos en la sala Batato Barea del Centro Cultural Rojas y luego tuvimos muchos compromisos. Pautamos un ciclo también en el Rojas; abrimos el Festival Argentino de Artes Escénicas de Santa Fe; estuvimos en un festival sindical y en el Festival Callejón. Después hicimos unas funciones gratuitas en el teatro 25 de Mayo por los 15 años de la revista Llegás. Estamos en Timbre 4 hasta fines de este mes y cerramos en el teatro El Picadero. Tuvimos una función cada dos días", exhala aire Vega, ilustrando la demanda y el éxito de la obra.
¿Por qué se dio de esta forma la exhibición de Imprenteros?
No hay una razón, una formula ni un sistema que garantice más presencia en los escenarios. Lo primero que se me viene a la cabeza es que hubo, y hay, un interés por este material que condensa una postal familiar de la clase trabajadora obrera y los oficios que se fueron perdiendo, como en este caso el de los imprenteros. Hay una identificación próxima con la obra, no solo porque yo voy narrando en vivo la historia. El público empatiza por diversos motivos. Algunos son imprenteros, pero a otros les pega porque son canillitas, y a otros porque son de Lomas del Mirador, donde quedaba la imprenta de mi papá, y otros porque simplemente les gusta la obra (risas).
¿Pensaste que podía mantenerse en cartel tanto tiempo?
No, pero no porque no confiara en la obra. Creí que iban a ser solo cuatro martes de funciones, de hecho yo elegí que fuera ese día para que me cuadrara en la agenda y, al mismo tiempo, que sea bien lateral. Pero bueno, pasó lo que pasó.
Imprenteros tiene los bríos de esos hits que uno no sabe explicar bien por qué ya tienen chapa de clásico. Tal vez el hecho de que no sea solemne ni tenga golpes bajos en su tratamiento haga que dialogue con sus espectadores de manera genuina y su camino fluya sin presiones. Vega se para frente a la platea para explicar quién fue su padre, un trabajador gráfico llamado Alfredo, galán de barrio que fumaba 43/70 (y luego Parissiennes, aclara), cruza entre Claudio García Satur y Enzo Viena, hincha de Independiente, simpatizante del PC y figura principal del la imprenta que había heredado de su padre, ubicada en el Oeste del Gran Buenos, que involucró a los hermanos de Lorena –Sergio y Federico–, que también actúan en la obra.
La lucha de Alfredo, quien batallaba contra el progreso tecnológico y los tiempos de entrega a los clientes, se hilvana con los asuntos de la familia y la magia de las viejas profesiones que se van perdiendo o convirtiendo en otra cosa. Aunque –y esto es un mérito de la obra–, no hay transición que exima a Vega de soltar una ironía con las tropelías de su papá, lo que le devuelve gracia a la puesta teatral rompiendo sus momentos más emotivos.
"Esta obra es un laboratorio, un experimento que me invitó a hacer la actriz Maruja Bustamante para el ciclo Proyecto Familia, que ella mismo armó en el Rojas. Yo tenía previsto no dirigir, estaba convencida de que no quería hacerlo. Al final accedí al pedido, lo preparé con mucha dedicación y me puse a investigar la línea paterna y el tema de los viejos oficios". Aquella imprenta del conurbano bonaerense en donde los tres hermanos se criaron rodeados de papeles, tintas, etiquetas, envases y guillotinas les fue arrebatada y no pudieron volver luego de la muerte de su padre. La familia que Alfredo formó con su segunda mujer cambió las cerraduras de la casa y el acceso al taller y a partir de entonces ya nada sería lo mismo. Entre historias sobre papeles, carpetas, folletos, tarjetas de cumpleaños de 15, Lorena Vega moldea una figura paterna con flujos constantes de imágenes, sin fosilizarse en roles de sobreindignación contra lo sucio y lo bajo que pudiera ocurrir en el seno familiar.
Imprenteros es para mí un punto de inflexión en mi carrera como creadora. También, como actriz y directora. Todo lo que sucedió no se borra más. Ya quedó impreso
La obra apela a muchas imágenes, ¿siempre la pensaste para teatro?
En realidad, siempre la pensé como guion de cine, y lo sigo pensando de esa manera. Pero eso quedó en espera. Tengo ganas también de hacer un libro sobre la obra.
¿Cómo tomaste distancia de tu historia en el trabajo de dirección?
Tuve en Damiana Poggi a la compañera perfecta. Fue mi coach en dirección, así que ella es como la otra pata en eso. Me permitió observar el trabajo con otra perspectiva. También hicieron lo suyo mis asistentes, Fabiana Brandán y Santiago Kuster. Antes de eso, yo había trabajado el material en un taller de Vivi Tellas, fue una etapa intermedia de la creación que me abrió algunas ideas. Ese taller me fue desviando de lo que yo creía central, que estaba en otro lugar de la obra.
¿Qué fuiste descubriendo?
Al final me di cuenta de que lo periférico conformó el núcleo de Imprenteros. Por supuesto que Vivi también me aportó ideas y recursos para transformar el material que tenía entre manos en un material escénico. Pero lo más revelador fue una nueva mirada sobre el asunto. Descubrí desde lo personal cosas que yo creía que eran de un modo, pero en realidad eran de otro o se podían ver de otra manera. Ese recorrido íntimo me aportó mucho, me hizo bien, me alivió cosas y me hizo comprender más a mi familia. Descubrí en qué grado [piensa unos segundos callada] he heredado de mi papá el amor por el oficio. Esa fue la herencia que me dejó mi viejo. Por lo pronto, eso es algo que nadie me quita.
¿Y al final las tarjetas de tu cumpleaños de 15 te las negó o era verdad que no las pudo hacer?
Era verdad. Me pasé la vida creyendo que me había mentido. De cualquier forma, sigue en off-side porque me destrató (risas).
Tinta negra
Lorena tiene el pelo mojado, como tantos otros que caminan por la avenida Triunvirato, en Villa Urquiza. Llueve mucho, pero tiene algo impostergable, hacer un casting de pallets, elemento que forma parte de la puesta en escena: como no lo pueden transportar de un lugar a otro, van a buscar nuevos. "La obra tiene a su favor que su montaje no es demandante. Bah, es demandante, pero no tanto (risas). Parte de la escenografía es el archivo de imágenes y eso viaja a través de una PC. Pero debemos tener un locker y cuerpo de pallets. Es un lío llevarlos de una sala a otra, así que hay veces que tenemos que castear pallets para cada función".
Su rutina es un desbande de ensayos y funciones: protagoniza el unipersonal Yo, Encarnación Ezcurra, de Cristina Escofet, en el Celcit; está al frente junto a Maruja Bustamante de Todo tendría sentido si no existiera la muerte, que salió del off y llegó al teatro Metropolitan (la dirige Mariano Tenconi Blanco), y se prepara para la dirección de una obra para el año próximo, de la que solo prefiere adelantar que tiene a dos figuras de renombre en el elenco.
¿Cómo te mentalizás para tantas cosas?
Mi marido dice: "Tenés siete horas mentales de texto vigentes". Si me pedís el texto de una obra que ya no hago, me va a costar mucho, pero por ahí aparece en algún momento. Todo va saliendo.
Tus hermanos no son actores, incluso uno es imprentero, ¿te costó convencerlos?
A Sergio, que sigue en el rubro, justamente lo invité a que venga a ese taller de Vivi y ahí mismo me di cuenta de que su presencia era valiosa y encima la pasaba bien. Federico, en cambio, me dijo que no. Pero un día fui a su casa con todo el equipo de filmación de Gonzalo [Zapico, director de cine, esposo de Lorena] y nos estaba esperando. Sabía que yo le iba a hacer unas preguntas sobre la familia, sobre el taller y sobre todo de mi viejo, pero él igual no iba a tener problemas en no responder. Finalmente, respondió y está en la obra, aunque me dijo que no fue tan severo con mi viejo porque era para una obra de teatro (risas). Luego participaron de la nueva película de mi marido, que aún no tiene nombre, y que se estrena en 2020.
Les armaste una carrera de actores.
En realidad, te confieso que el que los convence es Gonzalo. Pero siempre desde chicos nos grabábamos con una cámara de VHS o MiniDV. Hacíamos jodas familiares de ese estilo, no es la primera vez que lo hacíamos.
¿No tuviste miedo de exponerlos con la historia familiar?
Un poco sí. Me agarró temor en los días previos al estreno. Pensaba que si no salía bien, íbamos a quedar muy expuestos, y pensé, ¿a quién le puede interesar esta historia? ¿Y si me llevó puestos a todos? Eso me costó muchos nervios, pero el día del estreno todo el equipo se portó de maravillas. Sergio fue muy dulce. Me dijo: "Esto es para nosotros, esto lo vas a hacer, luego vamos a comer y listo".
Gracias a la obra, ¿tuviste algún eco de la familia nueva de tu papá?
La verdad es que no. No recibí ningún mensaje, pero tampoco busco nada. Creo que si eso sucediera no lo haría público. Respeto lo que les pasó a ellos, que vivieron un montón de tiempo con mi viejo, pero no lo comparto. Ellos lo saben.
Pero nunca se deben haber imaginado que esa historia llegaría al teatro.
Jamás. Creo que jamás.
- En cartel Los jueves, a las 21, en Timbre4, México 3554. Hasta el 21 de este mes. Fotografías Gentileza Sebastián Freire
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