Cuenta parte de su vida en Imprenteros, una de las apuestas más interesantes de la cartelera teatral porteña; pero también se luce en las relevantes La vida extraordinaria y Las cautivas; perfil de una mujer que hizo de la actuación una filosofía existencial
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La actriz y directora Lorena Vega se sonríe cuando el cronista la caratula como “la chica del momento para el teatro nacional”. “Gracias por lo de ‘chica’”, sale del paso con pudor, pero sin desentenderse del buen presente que atraviesa.
“Me siento agradecida, me gusta mirar hacia atrás y ver lo que hice. El esfuerzo, la conducta y la convicción de defender los trabajos desde lo estético por sobre otras cuestiones, me hace sentir que hay una cosecha muy rica”, reflexiona, mientras pide un café en un bar de Caballito cercano a su domicilio.
Si bien se enorgullece de ese camino, lo cierto es que privilegia el hoy por sobre todo lo demás: “Estoy en la urgencia de no descuidar ningún frente, ya que hago muchas cosas simultáneas con diversos grupos de gente y donde cumplo distintos roles; y luego está la urgencia del día a día, de pagar el alquiler y llegar a fin de mes”.
A paso firme y siempre con una nutrida agenda fue construyendo su camino en el mundo del arte de la actuación. Lo prolífico de su producción es una suerte de marca en el orillo. Actualmente, Lorena Vega se sube al escenario para darle vida a las obras Imprenteros, de su autoría (Ciudad Cultural Konex –Teatro Picadero), y las piezas de Mariano Tenconi Blanco La vida extraordinaria, donde comparte el trabajo con Valeria Lois, (Teatro Picadero) y Las cautivas, junto con Laura Paredes, (Teatro Metropolitan). Simultáneamente dirige Testosterona, teniendo como compañero de equipo a Cristian Alarcón, (Teatro Astros). En todos los casos se trata de materiales definidos por la búsqueda estética, interpretativa y de poética narrativa.
Si bien su camino no tiene dobleces y está definido por la coherencia, también reconoce que “en algún momento del recorrido tuve ganas de una mejor suerte económica o de poder sumarme a algún proyecto que me diera mayor visibilidad para poder desplegar mi trabajo en lugares más masivos”.
–¿Por qué no se dio?
–En parte, puedo atribuirlo a ciertas leyes del mercado, pero también es cierto que, cuando me tocó tomar algunas decisiones, tenía la vara muy alta en relación a lo artístico y no quise traicionarme.
Su melena enrulada y poderosa, su voz penetrante de dicción perfecta y una mirada profunda hacen que el interlocutor rápidamente vaya dibujando en sus retinas tantísimos trabajos donde la vio ofrecer su espíritu escénico. Más allá de lo ficcional, conversar con ella se convierte en un viaje grato que permite desandar su vida atravesada por cierto azar, decisiones pensadas y destino.
En la historia de Lorena Vega hay mucha tinta y unas cuantas carencias. Mucho de eso se ve en Imprenteros, el biodrama en el que cuenta la historia de su familia o al menos el recorte que hace de la misma tomando como eje la imprenta de su padre –que se emplazaba en la localidad de Lomas del Mirador– y el despojo del que fueron víctimas la actriz y sus hermanos cuando él falleció.
–¿Qué dolores has atravesado en tu vida que sentís que han sido materia prima para tu trabajo creativo?
–La sensación de carencia.
–¿De qué tipo?
–La económica y la afectiva. No me gusta hablar mucho sobre eso, porque siento que lo digo todo, en términos autobiográficos, en la obra.
Tipografías de una vida
La pieza Imprenteros nació en el marco del taller de Vivi Tellas, la directora e investigadora que le dio forma a un género sostenido en las vidas reales llevadas a la representación teatral. “Tuve que trabajar el miedo por haber sentido que tuvimos una infancia humilde que bordeó muchas necesidades; elaborar la relación con ese abismo y esa carencia, donde te podían cortar la luz o había muchas cosas que no se podían pagar. Todo eso sucedió y mi mamá lo revirtió, pero me marcó”.
–¿Cómo nació la obra?
–Me la venía pidiendo Maruja Bustamante para el ciclo Familia del Centro Cultural Rojas.
–¿Ella conocía tu historia familiar?
–Sí, incluso identificó antes que yo que allí había un material.
–En tanto implicó volver a desandar tu intimidad, el proceso creativo de Imprenteros, ¿fue doloroso?
–No fue un armado donde hubiese dolor, creo que por eso también lo pude hacer. Mi mirada sobre el pasado estaba transitada, aunque, con la obra, vinieron otros relatos. El asunto que cada uno tiene, que te constituye, quizás no cambié a lo largo de la vida, pero sí la mirada que se tiene sobre eso, como puede ser la apreciación que se tiene sobre el padre.
–Alguna vez, reconociste que no fue un proceso donde sanar o buscar revancha fueran sentimientos aplicados.
–Al menos, no conscientemente; no era eso lo que me motivaba. Trabajo mucho con lo que acontece en la vida cotidiana para crear, pero no en función de teatro documental o biodrama, ya que nunca había hecho ese tipo de trabajo explícitamente, pero, casi siempre, he tomado elementos de la realidad para construir.
–Inevitable.
–Con eso trabajo la actuación, pero se triplica en una experiencia documental. Incluso, antes de estudiar teatro, me llamaba la atención la observación del comportamiento de la gente.
En el caso de Imprenteros, Vega se sumergió en el universo personal con los riesgos que implicaba hacerlo: “Me devanaba los sesos intentando encontrar el punto justo para poder relatar en primera persona, cómo encontrar la voz”.
Con Damiana Poggi trabajó el enhebrado de los diversos materiales de archivo que hacen cocción en la puesta en escena y todo eso hacerlo convivir en armonía con el trabajo de las actrices y actores que recrean los momentos del pasado. “Fue muy complejo”, se sincera. A su hermano Sergio lo invitó al taller de biodrama de Vivi Tellas para poder entrevistarlo. A Federico, su otro hermano, le costó más convencerlo para que le concediera esa charla retrospectiva. “Siempre fuimos de una hermandad unida, pero ahora el vínculo cambió, creció”. Sin pertenecer al medio teatral, ambos aceptaron la propuestas de subirse al escenario.
Como una epifanía, los tres se dieron cuenta que había un legado, más allá de la imposibilidad de acceder a la materialidad del taller paterno: “Había una herencia que era el amor por el trabajo, lo artesanal y la creación colectiva; el amor por la impresión y el dejar huella. También mi vieja nos dejó mucho, pero en Imprenteros contamos el territorio de la gráfica, en la película de la obra estará más presente mi mamá modista, quien, además, cubría muchos frentes en la casa y en nuestra crianza. Ella llevaba adelante un multitasking, como suele suceder para muchos trabajadores, sobre todo, los autónomos”.
–¿Qué sucede con el espectador de Imprenteros?
–Sabemos que la obra genera mucha identificación en el público; nos lo dicen, encuentran ahí a su propia familia.
Como no podía ser de otra manera, la obra ya cuenta con su versión impresa. Además, Imprenteros se convirtió en un largometraje que se encuentra en proceso de postproducción, donde la actriz también cumple el rol de narradora. El codirector del film es el cineasta Gonzalo Zapico, su marido y padre de su hijo Dante, de 10 años. Paradojas de la vida, la pareja se conoció en Nada que ver con el amor, la primera obra que ella dirigió y que finalizaba con un corto dirigido por Javier Van de Couter, quien era asistido por Zapico. “Ahí no pasó nada, nos enganchamos tres años después”. La actriz y el cineasta llevan 18 años juntos.
A la hora de pensar en la vocación de su hijo, expone: “No sabemos si quiere ser actor. Le hablo bastante de la arquitectura, para ver si arranca para ese lado”.
–¿Por qué?
–Porque se sufre siendo actriz o actor, pero le gusta mucho actuar.
–¿Por qué la arquitectura?
–Porque combina algo artístico, la creación, con algo muy sólido. Desde ya, es un chiste instalado, que sea lo que quiera.
–¿Por qué se sufre mucho siendo actor o actriz?
–Por la incertidumbre del trabajo, porque se trabaja con las emociones y la esfera de lo emocional es difícil, siempre está en diálogo con tus experiencias y recorrido de vida, y adentrarse en esos vericuetos no es sencillo; porque es con otro y con otra y el encuentro con esa otredad es complejo. Para tocar el vibrato que hay que tocar en lo expresivo, hay que hundirse en las tinieblas, no es sencillo entrar y volver de ahí. Tiene un costo alto, hay que meterse a fondo.
–De lo contrario resultaría liviano.
–Por eso, hay que ver cómo se está para meterse en las profundidades.
–Hay que estar plantado.
–Cualquier dogma te lo quiebra. A veces, ves una persona desajustada, pero que, en escena, hace algo conmovedor y corrido de la norma. Ese “fuera de carril” logra algo muy rico. Tampoco quiero legitimar estar “fuera de carril”, por eso, siento que esto debe ser un trabajo donde una debe estar entrenada para poder ir y venir.
–Si no pudieras ir y venir, no estarías actuando.
–Hay técnicas que te organizan para eso.
Gracias a un colectivo
Aún cuando era una adolescente, inexperta en la vida laboral y alejada del mundo artístico, Lorena Vega se escuchó a sí misma: “Hubo mucha intuición, siempre elegí buscando hacer cosas distintas y que me desafiaran, que me pusieran en jaque”.
–Estamos hechos de decisiones.
–Y de acciones.
Sabe por qué lo dice. Incluso entiende que muchas de esas acciones, que podrían leerse como nimiedades, le marcaron un rumbo definitorio. De hecho, acompañando a una amiga, llegó hasta la clase de teatro de Marta Silva, en el centro cultural que funcionaba en el colegio Artigas de Flores. Tenía 15 años y, en la primera clase, se dio cuenta que había encontrado una vocación.
–Hasta ese momento, ¿no había habido ningún tipo de indicio sobre el deseo artístico?
–Para nada, mi familia me llevaba poco al teatro.
De ese taller surgió su primera experiencia como actriz, fue en la obra Modelo de madres para recortar y armar. “La temporada duró dos funciones”. Así como llegó a la escena por seguir a una amiga, lo que siguió también tuvo mucho de azar. En plena búsqueda por nuevas experiencias le llegaron los nombres de Manuel González Gil y de Nora Moseinco, maestros que ofrecían talleres de teatro. “Las dos clases eran el mismo día y a la misma hora, ambas opciones eran muy buenas, no sabía por cuál decidirme”.
–Te decidiste.
–Sí, fui hasta la parada de los colectivos de avenida Rivadavia, donde pasaban las líneas 5 y 55, que me llevaban a uno u otro taller.
La opción era sencilla, se subiría al primer ómnibus que arribara. “El primero que llegó fue el 55, que me dejaba cerca del estudio de Nora Moseinco, donde me terminé quedando 10 años”. Luego de esa década llegaría al estudio de Guillermo Angelelli, pero, otra vez la carencia, debía sortear un gran escollo para poder cursar: “Era muy caro estudiar con él, pero me ofrecí a asistirlo, a hacer prensa de su espectáculo o lo que necesitara y aceptó. Me dijo ‘hagamos un canje’. Me dio actividades para hacer y así pude tomar su entrenamiento. Al tiempo, también pude pagarle, porque comencé a trabajar más”.
–Te has formado con grandes docentes.
–Todos los maestros que tuve fueron nodales, me marcaron. Lo mismo me sucedió con Ciro Zorzoli, con quien terminé siendo su asistente en el taller.
También rescata a Alejandro Catalán y a Matías Feldman y los talleres de escritura de Mauricio Kartun, “antes de sumarme a su obra Salomé de chacra”.
Masculinidades
“Las obras que dirigí siempre fueron propuestas de otras personas, no nacieron de mí”, reconoce Vega. Coherente con esa lógica, tampoco nació de ella la idea de llevar a cabo Testosterona, el material de Cristian Alarcón que dirige actualmente y que va en busca de entender algunas cuestiones en torno a las masculinidades de manera performática y con una jugada apuesta estética donde se conjugan varios lenguajes narrativos como el videoarte.
–La masculinidad puesta en tensión.
–Exacto, preguntarse a qué le llamamos masculinidad hoy, las que se enfrentan, las que vendrán, los mandatos.
–En esta experiencia también intercede lo biodramático.
–Se trabaja con la intimidad, pero allí mi rol es el de directora, entonces la potestad no es totalmente mía como en Imprenteros.
–Alarcón apuesta a un abordaje que va más allá de lo biográfico.
–Aparece también la investigación periodística y hasta conceptos ambientalistas, ya que él es un interesado en esos temas. Es una performance que cruza lo periodístico con lo escénico.
El vínculo entre Lorena Vega y Cristian Alarcón se dio cuando él vio una función de Imprenteros y, atrapado por ese lenguaje, le propuso a la actriz hacer su experiencia en el laboratorio de periodismo performático de la revista Anfibia.
Habla de “trabajo quirúrgico”. Nada mejor define su manera de hacer y habitar el espacio, de entender el cuerpo desde un lugar de significado semántico. “No me canso de mirar la expresividad y el movimiento, de pensar cómo funciona, qué se activa. Me gusta ese laboratorio interno”.
Para Lorena Vega es hora de partir. De encarar alguno de sus múltiples trabajos que completan su agenda diaria. Antes, deja una reflexión flotando: “Siempre me parece poco lo que estoy haciendo en torno a un trabajo, por eso indago, estudio”.
–No sos de las actrices o actores que apuestan al “me pongo la gorra y salgo”.
–Admiro mucho a los que hacen eso y actúan increíble, es otro camino y lo respeto.
Para agendar
Imprenteros, miércoles 27 de marzo a las 20.30, Ciudad Cultural Konex (Sarmiento 3131). A partir de mayo en el Teatro Picadero (Pasaje Enrique Santos Discépolo 1857)
Las cautivas, domingos a las 18, Teatro Metropolitan (Av. Corrientes 1343)
La vida extraordinaria, domingos a las 21. A partir de mayo se ofrecerá los miércoles. Teatro Picadero (Pasaje Enrique Santos Discépolo 1857)
Testosterona, lunes a las 20, teatro Astros (Av. Corrientes 746)
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