Longlegs: coleccionista de almas es una magnética heredera del mal moderno de El silencio de los inocentes
Oz Perkins, hijo del célebre Anthony Perkins, refrenda la promesa de sus dos primeras películas entregando una lograda obra sobre la relación entre un asesino cuasinfalible y la agente del FBI destinada a detenerlo
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Longlegs: coleccionista de almas (Longlegs, Estados Unidos/2024). Guion y dirección: Osgood (Oz) Perkins. Fotografía: Andrés Arochi. Edición: Graham Fortin, Greg Ng. Elenco: Maika Monroe, Nicolas Cage, Blair Underwood, Alicia Witt, Kiernan Shipka, Michelle Choi-Lee. Calificación: apta para mayores de 16 años. Distribuidora: Diamond Films. Duración: 101 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
El cine de terror ha encontrado hitos en su trayectoria, y en las postrimerías del siglo XX El silencio de los inocentes fue una nueva bisagra para esa tradición. Los monstruos reales se hacían palpables en la figura de un extraño asesino serial recluido tras los barrotes de un calabozo, dispuesto a colaborar con una joven agente del FBI por razones esquivas ¿Escapar del encierro, confirmar su superioridad intelectual, seducir a quien resulta apetecible? Su extraño dominio mental y fascinación espectral se desplazaban de la agente Clarice Starling, interpretada magistralmente por Jodie Foster, hacia el dominio propio del espectador, no siempre protegido tras la pantalla. Anthony Hopkins dio larga vida a Hannibal Lecter y con él creó un nuevo tipo de villano, inquietante y perturbador, con una lengua bífida capaz de traspasar las barreras de la ley y el pudor.
Osgood Perkins -hijo del legendario Anthony Perkins, villano hitchcockiano de Psicosis- sitúa su historia en los años lindantes a esa película insignia para el género. Longlegs: coleccionista de almas comienza en 1993 con un breve prólogo que nos presenta a una niña en la víspera de su noveno cumpleaños, una pieza clave en el rompecabezas que el director se ha tomado el trabajo de diseñar. Pero su filiación con la obra de Jonathan Demme se confirma en la confección de su protagonista, una agente del FBI tensa y solitaria, dotada de una insistente dedicación al trabajo y de evidentes poderes psíquicos capaces de presentir el mal, o por lo menos su cercanía. Es ese el hilo que la conduce al responsable escondido tras una serie de crímenes rituales y unas cartas codificadas que nadie puede descifrar. La agente Lee Harker (Maika Monroe) será destinada por seguir la pesquisa de un extraño personaje que parece perseguirla desde su infancia y cuya inquietante fisonomía de piel blancuzca y peluca desmechada oculta los rasgos de Nicolas Cage.
El gran mérito del cine de Perkins, ya intuido en sus películas anteriores como Soy la cosa más bella que vive en esta casa (2016) y Gretel & Hansel (2020), radica en la gestación de una atmósfera inquietante, pesada y pegajosa, que aquí se torna más concreta en tanto desplaza el halo gótico en virtud de esa sequedad propia de los thrillers de asesinos seriales modelados en los años 70 y depurados en las narrativas de los 90 como la de Demme o la de David Fincher (con Pecados capitales a la cabeza).
En sus primeros pasos como director, Perkins anudó esas enseñanzas del género -tensión visual, unidad de tono- con argumentos más lábiles, casi anecdóticos -la convivencia de una enfermera y una novelista en una mansión decadente en la primera; la vieja reformulación del cuento clásico de Hansel & Gretel, en la segunda-, que le permitían usar a los personajes como engranajes de un estado de perturbación interior que traspasaba la pantalla hacia la misma epidermis del espectador.
Longlegs: coleccionista de almas supone un trabajo más preciso, una textura ocre y desoladora en los ambientes, una narrativa contenida y escalofriante, sin sobresaltos ni golpes de efecto, decantada hacia la espera de un horror que yace bajo la apariencia más cotidiana. Maika Monroe, famosa en el género por su incursión estelar en el clásico contemporáneo It Follows (2014), ofrece aquí un personaje menos convencional, aterido por sus fantasmas y sus visiones de un pasado que la asedia. La marca de las víctimas de “Piernas Largas” parece ser la fecha de nacimiento, un día 14 que también se arraiga en el propio origen de su perseguidora. Por ello el apadrinamiento del agente Carter (Blair Underwood), un superior con aires paternales, y la visita a su madre (una Alicia Witt inmejorable), devota religiosa, recluida en una casa campestre y decadente, alimentan la conexión con ese visitante misterioso, la imagen de un espanto que parece haberse desterrado de su memoria.
Lo mejor de Longlegs radica en su paciente aproximación al terror, a contramano de las tendencias actuales que oscilan entre secuelas prefabricadas, colecciones de situaciones clisé, reformulaciones de viejos éxitos o exploraciones del trauma en su expresión fílmica. Perkins concibe el horror del mundo como algo que asume formas cotidianas e imperceptibles, más allá de sus disfraces sobrenaturales o sus camuflajes de rituales y ocultismo. Como en todos los herederos de la tradición hitchcockiana, desde los franceses Henri-George Clouzot hasta Claude Chabrol, desde William Friedkin y Brian De Palma, hasta el mismo Demme, hay algo inexplicable en ese mal que forma parte de la condición humana y ese es estupor ante su presencia el que expresa tanto la máscara blanquecina de “Piernas Largas” como el rostro demudado de quien aspira a enfrentarlo.
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