Lejos de esa imagen de reina del melodrama pop con la que su carrera se hizo global, la cantante estadounidense hizo foco en las canciones de ‘Lust For Life’ y ‘Born To Die’ en su paso por el Hipódromo de San Isidro
Lana Del Rey, la única headliner mujer de esta edición de Lollapalooza, tocó por segunda vez en Argentina para presentar Lust For Life. Tanto el disco como el show, presentan la cara más luminosa de alguien que se hizo conocida por dedicar buena parte de su repertorio a abrazar la tristeza en un melodramático pop orquestado.
Esta Lana es muy diferente a aquella rubia distante, de vestidos lánguidos y coronas de flores que se hizo global hace poco más de seis años, cuando se convirtió en musa del hip hop, icono de estilo, obsesión de djs y productores (que la remixaron hasta el hartazgo), y una paria del rock, que la vió inicialmente con escepticismo ¿Se acuerdan? No fue hace tanto. Ahora sale al escenario sonriendo, de pantalones, botas y campera de cuero negras, como si fuera a cantar covers en un pub. Su banda está formada por guitarra, bajo, teclados y batería, y dos bailarinas coristas, que la acompañan en pequeñas coreografías que recuerdan a los girl groups de los 60s.
Abre el set con “13 Beaches”, “Cherry” y “White Mustang”, del nuevo disco, tres canciones que hablan de vínculos y situaciones tóxicas. La novedad es que ahora Lana no se siente suicida, está más bien enojada y lista para largar toda esa mierda. Deja el punto todavía más claro en “High By The Beach”, un trap llevado al mundo Del Rey que aparece en el cinemático Honeymoon, y está dedicado a los paparazzis que no la dejan en paz. En la pantalla se ve el videoclip del single, que termina con una Lana bajando un helicóptero con una bazooka.
Ya no se jode con ella. Pero, con sus fans, es tan cariñosa como siempre. Se toma un tiempo entre una seguidilla de sus himnos (“Born To Die”, “Blue Jeans”, “National Anthem”) y baja del escenario para abrazar y besar a los pegados contra la valla, sacarse selfies, recibir regalos y hacer, básicamente, un breve meet & greet frente a todo el festival.
Lana no siempre canta al pie de la letra la línea melódica de sus canciones: se permite más de un momento de improvisación, cambios de tono y callarse a escuchar a sus fans gritando cada letra. Esto último pasó en “West Coast”, single de Ultraviolence en el que trabajó junto al Black Keys Dan Auerbach, un momento rockero tanto por el sonido como por el gesto con el que fue concebida la canción: cuando más se esperaba que subiera el tempo, ella editó un tema lento que en el estribillo bajaba el ritmo todavía más. Es una de los tantas decisiones subvaloradas de Lana, una brillante estrella sui generis del firmamento pop, que todavía cuesta descifrar.
Antes del cierre le avisaron que se había excedido en el tiempo. “Mierda, supongo que es nuestra última canción, entonces”, dijo y cerró el show, sin haber tocado el primer single de su nuevo disco, pero fumando un cigarrillo, bailando y apenas cantando una versión electrificada de “Off to The Races”, track de Born to Die. El tema dice en el estribillo “porque estoy loca, bebé/ necesito que vengas acá y me salves”. Hoy tiene toda la apariencia de un mensaje sarcástico.
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