Lollapalooza 2018: 100.000 personas vibraron con Red Hot Chili Peppers
A las diez de la noche y ante cien mil personas, los Red Hot Chili Pepperscomenzaron su show con una larga zapada entre el bajista Flea, el baterista Chad Smith y el guitarrista Josh Klinghoffer. Ya con el cantante Anthony Kiedis sobre el escenario, la banda californiana se zambulló de lleno en "Can't Stop", de By the Way, su disco de 2002, y la elección sentó las bases de lo que sucedería durante la siguiente hora y media: un repaso centrado en la última década y media de su carrera, con escasas miras a su pasado más remoto.
Entre los vuelos melódicos de "Snow (Hey Ho)", "The Zephyr Song" y "Strip My Mind", la banda apretó los dientes para apelar a la mezcla de rap, funk y hardcore de canciones como "Nevermind", "By the Way" y "Go Robot". Con varios segmentos entre tema y tema dedicados a la improvisación instrumental y algunas figuritas difíciles de su repertorio, en el último tramo antes de los bises la banda apeló a los hits todoterreno. Así, "Californication", "Under the Bridge" y su versión de "Higher Ground", de Stevie Wonder, terminaron por comprarse a un público diverso, un gesto que redobló su efecto sobre el final, con "Give it Away".
Hipódromo de San Isidro, 2 de abril de 2014. Sin disco nuevo bajo el brazo, los Red Hot Chili Peppers cierran la primera edición de Lollapalooza con un set que, desde el vamos, apuntó a domar y complacer multitudes. Cuatro años después, la escena es diametralmente opuesta. En el mismo lugar y contexto y sin la excusa de tener que presentar nuevo material, la banda californiana optó por privilegiar canciones dirigidas a su público más fiel y conocedor de su obra. Una maniobra arriesgada, si se tiene en cuenta que frente al escenario se agolpaban nada menos que cien mil personas.
La presencia de la banda liderada por el cantante Anthony Kiedis puede interpretarse como una suerte de rol unificador de dos de las propuestas que dominaron la primera jornada del festival: de un lado, la música negra (Anderson .Paak, Chance the Rapper, y también Dante Spinetta); y del otro, el rock, ya sea aguerrido (Royal Blood) o experimental (Spoon). Esa búsqueda libre quedó sentada desde el vamos, cuando lo que comenzó su show fue una larga zapada entre el bajista Flea, el baterista Chad Smith y el guitarrista Josh Klinghoffer, que se paseó del funk al fervor punk sin estaciones intermedias.
Con Kiedis sobre el Main Stage 1, los Red Hot Chili Peppers hicieron gala de su groove entrecortado en "Can’t Stop", para luego apelar a su costado más melódico (pero no menos intenso) en "Snow ((Hey Oh))". Los aires de medio tiempo de "The Zephyr Song" y "Dark Necessities" aparecieron en el horizonte como una señal de alarma para quienes esperaban una cuota de intensidad mayor, y la banda fue aún por más con la balada "Strip My Mind", precedida por un solo de bajo. Pero, al final, era solo una falsa alarma: tras una breve semblanza histórica, una versión furibunda de "Nevermind", del segundo disco del grupo, Freaky Styley, puso las cosas en su lugar una pequeña odisea funkcore atizada con slap y wah wah.
"Go Robot" y sus aires al soul de los ochenta fue el rebaje necesario para poder llegar sin sobresaltos a "Californication", que a la postre no fue más que un rebaje cuando lo que le siguió fue "Tell Me Baby". Una nueva improvisación instrumental, esta vez desde la guitarra y la percusión, sentó las bases para los ribetes orientales de "If", y su búsqueda de intimismo se disipó frente a un público algo disperso. No por nada lo que le siguió fue la versión que el grupo ya tomó como propia de "Higher Ground", de Stevie Wonder.
"Hump de Bump" apostó por el funk de vieja escuela, justo antes de que "Under the Bridge" sintonizara con el espíritu fundacional de Lollapalooza e inaugurara, ahora sí, un tramo sucesorio de hits, al menos para la recta final. "By the Way", su single de 2002, ofició de falsa despedida, y las cosas parecían volver a ponerse difíciles para el escucha ocasional cuando la banda regresó al escenario con "Goodbye Angels", de su último disco de estudio, The Getaway. A la larga, no fue más que una maniobra disuasiva: "Give It Away", el hit de Blood Sugar Sex Magik que facilitó su migración al mainstream en 1991, fue una estocada final tan predecible como efectiva. Aun con la performance vocal errática de Kiedis y varios segmentos poco amigables para un show masivo (el uso y abuso de solos y largos pasajes instrumentales), Red Hot Chili Peppers logró meterse en el bolsillo a cien mil espectadores. De algún modo funciona.
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