"Lo imposible puede ser un escalón para lo posible"
Antonia Guzmán
Ha recorrido el mundo con sus paisajes abstractos de colores cálidos, poblados por personajes lineales parecidos a barriletes afectuosos. "Sin embargo, cuando me preguntan por ciudades o lugares que prefiero, mi respuesta es siempre la misma: el Tigre, donde vivo, y Purmamarca, donde me refugio cuando quiero descansar", comenta Antonia Guzmán.
En unas horas más, lejos de su casa taller, en la Galerie Dessers, de la ciudad de Hasselt, Bélgica, presentarán una nueva muestra con sus últimos trabajos. En realidad, ella está preocupada por algo mucho más cercano, el resultado del remate a beneficio de Esclerosis Múltiple Argentina, que se realizará pasado mañana en el Malba.
"Participamos 27 pintores; mi obra se llama Salir con luna, llegar con sol, pero es muy importante que el remate sea un éxito. Hay muchas esperanzas y proyectos que dependen de eso. Creo que en este momento lo que detiene el estallido social es el trabajo solidario y silencioso de mucha gente. Y es fundamental que esa actitud no se pierda, que no bajemos los brazos", agrega muy seria Guzmán.
Nació en una familia numerosa, con cuatro hermanos, doce tíos, seis por parte de la madre y otros tantos por parte del padre. "Mis abuelos tenían treinta nietos. Generalmente, cuando publican mis datos el texto termina diciendo vive y trabaja en el Tigre. Y hay quien cree que nací allí, pero no es cierto. Nací en Malabia entre Córdoba y Niceto Vega, en la casa de mi abuelo italiano, que era constructor. Un caserón enorme, con una buhardilla mágica llena de disfraces y el gran espejo en forma de luna de mi abuela reflejándolo todo. En la buhardilla comenzó mi formación como pintora."
-¿Cómo es eso?
-Nos disfrazábamos e incluso inventábamos personajes combinando varios trajes, el sombrero de uno, el chaleco de otro. ¡Un excelente ejercicio para dejar volar la imaginación!
-¿Algún pintor en la familia?
-En una familia numerosa se puede encontrar de todo y por supuesto artistas. Había varios pintores; entre otros, una tía que llamábamos la china. Pero era algo íntimo, de puertas adentro, a nadie se le ocurrió nunca exponer en una galería. Sin embargo, Juan Manuel Guzmán, mi padre, que era urólogo, escribía artículos que publicaba en revistas especializadas que él mismo ilustraba con sus dibujos. Y por todas partes encontraba lápices y papeles que eran una tentación. Ser una buena dibujante me ayudó mucho tanto en la escuela primaria como en la secundaria.
-¿Por qué?
-Cada vez que había que hacer un mapa, una lámina o algo que los maestros o profesores necesitaban para dar la clase me llamaban a mí. Llegué a ser casi tan indispensable como el pizarrón o la caja de tizas. Hay un texto de Gabriel García Márquez donde cuenta algo parecido; dice que pudo terminar la escuela gracias a su habilidad para recitar poesías y dibujar.
-¿Después del bachillerato?
-Ingresé en la Escuela Prilidiano Pueyrredón, donde tuve una excelente formación académica con profesores notables como Ary Brizzi, por ejemplo. Con ellos aprendí el oficio. Uno sabe que realmente lo aprendió cuando no se da cuenta que tiene oficio, porque lo tiene incorporado. Cuando la mano hace lo que a uno se le ocurre. Cuando siente que la mano sabe más que uno. Al egresar, como necesitaba trabajar, entré como profesora en el Instituto Galli, en Flores, donde trataban a niños con discapacidad: sordos o hipoacúsicos con problemas neurológicos.
-¿Cómo los ayudaba?
-Mi trabajo era motivarlos por medio de un lenguaje gestual distinto del clásico vocabulario convencional con los dedos. Empecé con muchísimo miedo, pero poco a poco logré romper esa barrera que me separaba de los chicos tirándome al suelo, saltando, teatralizando, imitando todo tipo de personajes, algunos rescatados de la buhardilla mágica de la casa de mi abuelo. Terminé siendo un mimo fabuloso para gran alegría de los chicos. En cuanto a mí, la experiencia me permitió librarme de cierto formalismo que da el estudio académico y poder expresarme mucho mejor.
-¿Cuándo comienzan los viajes?
-Tengo una hermana, María Fernanda, que es arquitecta, está casada con un arquitecto y vive en Bruselas. Como todo artista, yo quería conocer Europa y un buen día mi hermana me regaló un pasaje. Le agradecí, pero le advertí que no tenía dinero. Vení lo mismo -me contestó-, no te preocupes, pero traé tus acuarelas. Cuando llegué, Fernanda me organizó una muestra de pintura en su estudio y todos sus amigos arquitectos me compraron una acuarela. Con ese dinero, administrándolo bien, viajé un mes por toda Europa. Mis hoteles no tenían estrellas, ¡estaban estrellados! Recuerdo el de París, donde cabía la cama y un metro más; parecía un nicho. Bueno, desde entonces no paré.
-¿Algo que le guste recordar?
-Una frase que siempre me acompañó en los momentos difíciles de mi vida: Que lo imposible puede ser un escalón para lo posible.
Sí o sí
La vocación es algo que está en uno, no la elegimos. Brota como un forúnculo. Claro, uno puede decirle que sí o que no. Pero si dice no, la vocación no desaparece, se queda allí escondida, siempre latente. Y en cualquier momento vuelve a aparecer para complicarnos la vida por no haberle hecho caso.