Llegó sin un peso encima, ganó un Martín Fierro y su repentino final entristeció al país: Mario Sánchez, el hombre de “los pajaritos”
Era un amante del folclore, de la actuación y una usina de frases; con latiguillos como “los gorrioncitos” y “no me agarre, no sea agarrero” se metió al público en el bolsillo; un recorrido por una vida a pura risa
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Cuentan que ya desde niño en su Mendoza natal se la pasaba haciendo bromas, contaba chistes y hasta hacía algunas imitaciones. En su amada San Rafael los vecinos de su casa ubicada en Los Sauces y Pedro Vargas siempre lo siguen recordando con una sonrisa. Es que Mario Sánchez derrochaba alegría a cada paso. Podría decirse que nació artista un 16 de enero de 1936 por herencia de José, su padre, reconocido bandoneonista fundador de la orquesta América, donde Marito supo cantar tango y folklore, y también de su mamá, una experta tocando el arpa.
¿Quién -con la edad suficiente claro- no lo recuerda junto a Héctor Larrea en Rapidísimo por Radio Rivadavia interpretando sus personajes más característicos como El Gaucho Barralde y sus inolvidables frases querendonas? “No sabe las ganas que tengo de darle un abrazo”; “¡Hay que ser muy hombre para aguantarse tanta soledad!”; “Yo sólo quería mostrarle el pichón de peludo que tengo en cautiverio en el galponcito del fondo”, son solo algunas de las tantas que se le escuchaba. Tampoco faltaban el “No me agarre, no sea agarrero” o “no se olvide de hablar del peyyyo”, que arrancaban las carcajadas del público en radio, tevé o el teatro.
Sus personajes eran singulares y sus frases causaban sensación: Obdulio Piopío, Bartolito, la “sanata” de “los pajaritos que van de rama en rama visitando las florcitas, las mariposas, los animalitos, a todos los parientes, a sus primos los tordos, los jilgueros, las cacatúas, los gorrioncitos...”.
No se cansaba de recordar cómo se le ocurrió este sketch un día de la primavera cuando ya había llegado nada menos que a ser reconocido y considerado por Gerardo Sofovich para Polémica en el Bar y Operación Ja-Já. De frente a El Ruso empezó a improvisar tal como se lo había pedido a manera de prueba. Se le ocurrió ir por el lado de los picnics, los árboles, las flores y cerró con el tema de los pajaritos que se devoraban las miguitas de pan que habían dejado los estudiantes sobre el césped. Gerardo lo escuchó, lo miró fijo con su rostro serio de costumbre y le dio la orden: “Improvisá por ahí. Hablá solo de los pajaritos y nada más, dame bola”.
Marito y su llegada a la gran ciudad... sin un peso
Se atrevió a venir a Buenos Aires a mediados de los años 50, con apenas 18 años y los bolsillos vacíos. Había conseguido varios trabajos pero ni siquiera le alcanzaba para pagar el total del alquiler de una pieza en un más que sencillo hotel.
Tuvo que dejar un poco de lado su pasión por el fútbol como hábil jugador de Andes Talleres en Mendoza cuando llegó a la gran ciudad, bajo su nueva identidad artística como Mario del Río, siempre guitarra en mano. Le fascinaba tocar y, si bien su padre y su madre como amantes de la música lo iniciaron de pequeño en ese mundo, también descubrieron cuando vivían en Tunuyán que faltaba al colegio para practicar con el instrumento y mejorar en el canto. Cuando se enteraron, además de sacársela de un tirón se la escondieron en un ropero bajo siete llaves.
Para todos era Marito, como en Mendoza. A principios de los 60 empezó a trabajar en radio en Farandulandia junto a Juan Carlos Calabró. Y dos años más tarde ambos debutaron en Telecómicos. Enseguida Sánchez continuó su carrera en La Revista Dislocada.
Luego se incorporó a la Fuerza Aérea donde conoció a Beto Cabrera y juntos formaron el famoso Dúo de Dos, nombre que le cedieron Silvio Soldán y Dino Ramos, quienes no tuvieron suerte juntos en una prueba que les tomó para el Teatro Nacional nada menos que Carlos Artagnan Petit, conocido como el Zar de la revista porteña. Así Mario y Beto lograron hacerse populares como dupla humorística en los tradicionales Sábados Circulares de Nicolás “Pipo” Mancera.
En 1982 fue parte de El show de la vida junto a Carlitos Balá, Héctor Larrea, Luis Landriscina, Nancy Anka, Canela, Carmen Yazalde, Rina Morán, el doctor Mario Socolinsky... También se sumó a Viva la Risa, Las gatitas y ratones de Porcel, y luego a éxitos como RRDT y el programa folclórico Argentinísima.
Un Martín Fierro y una sorpresa
En 1989 logró el Martín Fierro por sus personajes en el ciclo Rapidísimo. Y cuando fue a recibir el premio sorprendió a todos los presentes. Así lo contó el escritor Jorge Sosa en el sitio Jornadaonline.com en 2020: “La cámara enfocó a Mario en su mesa, sus compañeros lo saludaron con entusiasmo. Él, con la cara desencajada se paró, dio algunos pasos vacilantes y cuando estaba subiendo la escalera para recibir la estatuilla, se desmoronó en toda su extensión. Quedé perplejo, me dije: ‘A este le dio un ataque de la emoción’. Pensé que todos los que estaban en la ceremonia pensaron lo mismo, pero cuando la cámara se le acercó, sonrió, hizo un gesto de los suyos y fue a encontrarse con el premio. Había sido un chiste más de este mendocino gracioso hasta en los silencios, porque tenía cara de chiste, cara de buen tipo, cara de se viene una broma”.
El Zorzal mendocino
Polifacético, cuando Leopoldo Torre Nilsson filmaba Boquitas pintadas, debía aparecer la canción “Rubias de New York”, una de las grandes interpretaciones de Carlos Gardel. Pero surgió un inconveniente porque los dueños de los derechos se negaron a cederlos. Así Waldo de los Ríos se vio obligado a recurrir a un imitador de El Zorzal Criollo y ese fue Mario Sánchez con una particular versión del tema.
En cine hizo diecinueve películas y en teatro acompañó a grandes de todas las épocas como Alfredo Barbieri, Don Pelele, Moria Casan, María Rosa Fugazot, Javier Portales, Norma y Mimí Pons, Tristán, Mario Castiglione, Carmen Barbieri, Zulma Faiad, Nito Artaza, Miguel Ángel Cherutti, Adriana Brodsky, Reina Reech...
Fue vecino de Haedo y con el correr de los años por su tarea profesional se instaló en Villa Carlos Paz después de hacer temporada en teatro junto a Marta, su mujer, una rubia de ojos claros, compinche y a quien adoraba, como a sus dos hijos, una médica y un ingeniero.
Sus problemas de salud le jugaron una mala pasada en sus últimos años. Padecía diabetes y había sufrido un paro cardíaco. Todo esto le provocó una embolia que terminó con su vida un 8 de noviembre de 2007. Pero no pudo acabar con su siempre recordado humor.
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