Lil Baby tiene cuatro bolsillos llenos de plata en efectivo y le gusta que así sea. El rapero de 25 años se pasó los últimos 15 minutos enseñándome a jugar al cee-lo, un juego de dados con el que se hizo famoso en ciertos círculos de Atlanta, mucho tiempo antes de tener la edad legal para comprar alcohol. Afuera, una lluvia torrencial cae sobre una colección de autos que cuestan más que muchas hipotecas. En el cuartel general de Quality Control, el sello de hip-hop más exitoso que hay ahora en Atlanta, hogar de Migos, City Girls y Lil Yachty, tres dados verdes rebotan en un piso de madera. Baby, nacido como Dominique Jones, es un maestro paciente y metódico; contesta con calma cada una de mis preguntas inútiles sobre técnicas para lanzar los dados. Cada vez que él los tira, hace un chasquido con los dedos, tratando de torcer la suerte de sus números. "El objetivo es que estos dos [dados] sean iguales", dice Baby. Por ejemplo, el joven rapero tira un 4-4-2, y me explica que su puntaje es un dos. Hay reglas adicionales: 4-5-6 es una victoria automática, al igual que dos números iguales y un seis; con 1-2-3 perdés automáticamente.
Es complicado, pero bajo la tutela de Baby, finalmente gano 200 dólares. Me agacho a agarrar los billetes, pero Baby estalla en una risotada. "Adiviná", me dice. "Tienen que tocar la pared".
"Te lo dije", me dice, sonriendo. Yo sostengo que nunca me lo dijo, y busco apoyo de sus compañeros de equipo, el cual nunca llega. Baby no ofrece ningún margen.
"Tenés que seguir tirando", dice.
Un par de segundos después, todo el dinero regresa a las manos de Baby. Recoge los dados satisfecho, mientras se termina un porro del tamaño del dedo medio de la estrella de la NBA Kawhi Leonard. Las cenizas caen en el suelo justo cuando aparece Kevin "Coach K" Lee, fundador y jefe de Operaciones de Quality Control, como si tuviera un sexto sentido para los momentos en los que Baby está a punto de decir algo que le va a traer problemas. Baby está contando con detalles una noche en la que conocidos suyos pusieron plata para ver una de sus rachas ganadoras de cerca; una noche típica en la que termina con todo el mundo persiguiéndolo para recuperar su dinero. Hasta el día de hoy, dice, aún no ha pagado algunas noches de cuando la suerte no le era tan favorable. No es porque no tenga fondos, le asegura a la gente en la sala. Es una cuestión de principios.
"No me importa si te debo; en mi cabeza, yo estoy huyendo", dice Baby con una sonrisa. "No tengo ninguna intención de pagarles, en serio. Todavía tengo deudas con varios niggas".
"¿Estás grabando esto?", me pregunta Coach K.
"Sí", digo yo.
"Que lo grabe. No me importa", contraataca Baby.
Según varios cálculos, Lil Baby es el rapero más popular del mundo en este momento. Tiene el disco con más streamings en todo el país este año; incluso compitiendo con proyectos de raperos como Drake o de estrellas de pop como The Weeknd. Antes de ser rapero, Baby era una presencia constante en QC. Cuando Migos, Rich the Kid, Skippa Da Flippa y Lil Duke empezaban a foguearse en el estudio, él ya estaba ahí. No rapeaba. Baby era un dealer de porro con mucha reputación; esperaba que los raperos volvieran de sus shows repletos de dinero en efectivo que él pudiera sacarles, de una u otra forma.
Fue Coach K quien vio algo en este Baby de 17 años, algo que el Baby dealer aún no podía ver. K es la figura imponente que estuvo detrás tanto de la primera vanguardia de leyendas de Atlanta del milenio (Young Jeezy, Gucci Mane) como de la joven guardia que le está dando forma a su futuro (Migos, Lil Yachty). De barba canosa y andar lento, él es la calma en el centro de la tormenta constante que es Quality Control. En Baby, él vio a alguien con la voz, el estilo y el respeto necesarios para tener éxito en el ecosistema del rap de Atlanta.
"Me acuerdo que un día, estábamos afuera del estudio", dice Coach K. "Jamás me voy a olvidar de esto. Él estaba todo vestido de blanco, y yo le dije: ‘Baby, man, ¿por qué no rapeás? Tenés onda, hablás la jerga, la gente te respeta en todos los barrios de la ciudad. ¿Por qué no rapeás?’. Él me decía: ‘Coach, yo soy un nigga de la calle’. Se reía de mí".
El rap es un género construido a partir de la ornamentación. Puede inspirar a funcionarios de correccionales con delirios de grandeza a transformarse en falsos líderes o a un troll multicolor de Internet a imaginarse que es el pandillero más famoso de Estados Unidos. Pero la historia de vida de Baby fue siempre interesante. No necesitaba ninguna hipérbole.
"Yo le decía: ‘Mierda, la mitad de estos raperos están contando una historia que es la tuya’", sigue Coach K. "‘Man, tu mierda es muy real. Te apuesto a que si te animás, vas a ser grande’".
El ascenso de Lil Baby fue desconcertadamente rápido desde cualquier punto de vista. Luego de la persuasión de Coach K, Baby reclutó a Young Thug, que ya era una superestrella en Atlanta, y a su futuro colaborador Gunna para que le enseñaran a rapear. Y resultó que él era bueno; un hábil rimador con un fuerte sentido de la melodía, en la tradición del hip-hop de Atlanta de fines de los 2010: le gustaban las bases bajas del trap, desprestigiaba el Auto-Tune y trabaja a un ritmo aterradoramente productivo. A los tres años ya era una estrella: su segundo disco, My Turn, apareció en febrero y es el más escuchado en los servicios de streaming de Estados Unidos este año. Después, el país empezó a caerse a pedazos.
Luego del asesinato de George Floyd, Lil Baby, como millones de otros estadounidenses, salió a las calles a protestar. "Son cosas que me gustaría hacer si no fuera rapero", dice. "Es algo que ocurre desde el principio de los tiempos".
Pero a diferencia de la mayoría de los manifestantes que marchan para pedir un cambio, Lil Baby también compuso una canción. Aparecida en junio, "The Bigger Picture" contenía un fluir de la conciencia abrumadoramente preciso en el que Baby procesa las muertes de George Floyd, Breonna Taylor y Rayshard Brooks junto a una base de piano simple. "Nos matan sin razón/ Y ocurre hace mucho tiempo como para vengarnos", rapea. "Nos tiran en jaulas como a perros y hienas/ Yo fui a la justicia, y me mandaron a la cárcel". Según Baby, las ganancias de la canción irán a varias organizaciones.
Para Baby, "The Bigger Picture" no es una canción de protesta. "Yo rapeo sobre mi vida", dice. "Hubo un momento en el que sentí que tenía que decir algo". Antes de conseguir discos de platino, el sistema se había asegurado de subrayar que su vida negra no le importaba. "The Bigger Picture" no es un gesto radical; la mera existencia de Baby es un acto de protesta mucho más potente. "Ahora esto cuenta", dice. "Me van a tener que escuchar".
"Yo fui víctima de la brutalidad policial", sigue de manera franca mientras mira su teléfono y hace un pedido de nuggets de pollo y helado en Chickfil-A. "Estuve en una cárcel donde los guardias eran blancos. Estuve en un sistema judicial en el que los jueces te dan sentencias más largas que a alguien blanco. Hubo veces en las que tuve un altercado físico con un oficial, y me agarraban y me llevaban a un cuarto donde no había cámaras. Teníamos un altercado y me dejaban en una habitación una hora. Yo estaba ahí gritando. Estoy tan acostumbrado que no le doy tanta importancia".
"Pero tiene una importancia enorme", le respondo.
"Es lo que te estaba diciendo. En el lugar del que venimos nosotros, estamos acostumbrados a que las cosas estén mal. ¿No? No hay nada que podamos hacer. Soy de Atlanta, donde tuvieron que desmantelar una unidad policial entera por uso excesivo de la fuerza. Esta mierda es algo de todos los días en el lugar del que vengo".
"The Bigger Picture" está entre las declaraciones artísticas más urgentes en aparecer desde que Black Lives Matter se transformó, para muchos, en el movimiento de protesta más grande de Estados Unidos. Está claro que la gente está escuchando, aunque Baby ya no rapee sobre sí mismo: "The Bigger Picture" fue escuchada más de 100 millones de veces en los servicios de streaming y Coach K dice que atrajo muchísima atención al catálogo de Baby.
"The Bigger Picture" no debería haber sido necesaria para que la gente se tomara en serio a Baby. La diatriba sociopolítica no fue una sorpresa para sus fans (él siempre fue un compositor con mucho pensamiento envuelto en esas bases plagadas de bajos); pero para aquellas personas que no prestan atención, o que tienen una predisposición a subestimar a los MC del trap e inclinarse por letristas más tradicionales como Kendrick Lamar y J. Cole, el track fue un shock cultural. Alguien que habla como Baby, con ese acento marcado, no es el tipo de rapero que suele recibir las críticas ni análisis pormenorizados. Pero él llevaba bastante tiempo refiriéndose a los efectos reales del racismo sistémico y la brutalidad; era imposible no verlo. Pero ahora que una nueva generación de manifestantes salió a las calles, lo que se oye ya no es el alegre estribillo de Kendrick y Pharrell ("Vamos a estar bien"). La gente ahora le grita "move, bitch" a la policía como Ludacris; o invoca el espíritu del fallecido Pop Smoke y canta: "Christian Dior, Dior/ Estoy en todas las tiendas/ Las desgracias nunca vienen solas".
"The Bigger Picture" no es perfecta. Por momentos, pareciera atenuar sus propias apuestas. "En el lugar de donde vengo, los policías corruptos son el problema", rapea Baby en la segunda estrofa. "Pero mentiría si dijera que todos ellos son corruptos". Cuando se le pregunta acerca de la posibilidad de que haya policías buenos en un sistema fundamentalmente dañado y racista, Baby se retrae.
"El hecho de que trabajes en un sistema racista no te convierte en racista", explica. "Cualquier sistema en el que haya trabajos es un sistema racista, ¿no? Los CEO son todos viejos blancos. Nunca se sabe, seguro tienen que tener algo de racismo, porque cuando tenés cierta edad, la edad de tus padres, la vida era así. Yo siento que todas estas corporaciones son racistas. Y los negros también son racistas".
"Los negros no pueden ser racistas", le digo yo.
"¿Por qué?", responde Baby. "Racista significa ser justo con tu raza".
"Bueno, el tema con el racismo es que tenés que tener algún tipo de poder y la gente negra, históricamente hablando, no tiene poder como para ser racista. Solo se nos puede perjudicar". "Para mí, racista es alguien que trata a una raza distinta de la suya de manera diferente de como trataría a la suya", dice Baby. "Yo siento que si sos negro y tratás a todos los negros de una forma y a los blancos de otra, sos racista. Yo no soy racista, por eso les doy a los blancos las oportunidades de hablar conmigo antes de poder decir si me caen bien o no. Y siento lo mismo con la gente negra. No vas a ser mi amigo solo por ser negro. Así, directo". Baby y yo aceptamos las diferencias.
***
Dominique Jones se crio en el West End de Atlanta, un barrio histórico donde las casas incendiadas se mezclan con la gentrificación invasora y unos árboles verde esmeralda. Durante los dos días que paso con él, ante cualquier mención del barrio responde con resistencia y desdén. "¿Tenés seguro de vida?", me pregunta cuando le sugiero que vayamos a verlo. Considera la pregunta por un momento y después vuelve a su porro y su comida rápida, dejando la decisión para otro día.
En un momento, Baby entra a la cocina de Quality Control mencionando a Scooby-Doo y empieza a decir algo sobre una persona llamada "Vilma". Giro la cabeza confundido en dirección a sus amigos y me informan que Baby piensa que me parezco a la detective adolescente de anteojos.
Para el día siguiente, el apodo Vilma ya quedó fijo. Más allá de las humillaciones, Baby acepta a regañadientes llevarme en auto al West End. En 2017, Lil Baby presentó este mundo en el video de su primer momento revelación, "My Dawg". Con una voz lenta pasada por Auto-Tune, Baby retrataba una vida que seguía viviendo. "Yo y mis amigos, mis amigos y yo/ Queremos entrar en tu casa", cantaba. "Queremos los ladrillos, queremos la plata".
Tres años después, mientras manejamos frente al Oakland Food Mart que aparece en el video, es difícil no notar que, así como Baby se volvió económicamente más libre, su viejo barrio también tuvo un boom inmobiliario. En 2013, se aprobó un presupuesto de 18 millones de dólares para el Atlanta Beltline, un proyecto para desarrollar un camino a lo largo de la ciudad para acelerar la gentrificación de barrios como el West End. Cinco años después, el Atlanta Journal Constitution decía que el West End era uno de los "barrios con precios más en alza" en la ciudad.
"La única razón por la que no compro una de estas casas ahora es que quizás hace tres años se vendían por 10.000 dólares y ahora se venden por 180.000", explica Baby. De todos modos nota que los viejos residentes del West End no comparten necesariamente su movilidad ascendente. "Toda esa gente que ves ahí estuvo acá toda la vida", sigue Baby. "No es fácil salir de acá. Pocos lo logran; tenés cero chances".
Cuanto más nos acercamos al viejo barrio de Baby, más quisquilloso se pone. Cuando un grupo de chicos que venden agua ven el Rolls Royce blanco de Baby por la calle, se acercan corriendo. Pero, en lugar de bajar la velocidad, él acelera y hasta gira en broma hacia los chicos. Cada milla que avanzamos, Baby se pone más ácido; cuando una bicicleta sucia pasa junto a su auto y yo no manifiesto ninguna respuesta, él se lo toma como una afrenta personal. "Este tipo ya no presta atención", dice Baby. "Tenés que capturar todos los autos, todos los edificios, todas las casas".
Baby se crio en una casa chica con su madre, quien, después de servir en la Marina, trabajaba en el correo, y sus dos hermanas. "Yo pasaba mucho tiempo con él", dice Lashon, la madre de Baby. "Él no tenía a nadie". El padre de Baby estaba ausente. Cuando le pregunto si eso tuvo efectos sobre su hijo, Lashon se lamenta: "Supongo que no podés extrañar a alguien que jamás tuviste. No es que su padre era parte de la familia y después se fue".
A los 16, ya estaba ganando lo que él considera "plata de verdad", como para pagar departamentos y autos. Fue en esa época que un tipo llamado Wicced le puso su apodo. "Yo me solía dormir en cualquier lado, dejaba la basura en cualquier lado. Cosas típicas de bebé", dice. "Me empezaron a decir Lil Baby". Finalmente, Baby dejó la secundaria. "Necesitaba el dinero más que otra cosa", dice. "Yo conocía a todos los dealers del barrio. Cuando tenía 10 u 11 años, yo estaba con un pibe de 17. Y él tenía plata para comprarse un auto, tener su propio lugar. Él fue parte de mi motivación".
Para cuando Baby cumplió 17, tenía dos departamentos que valían 2.000 dólares por mes. Mientras tanto, Baby estaba empezando a ver que las vidas de sus amigos estaban cambiando. Young Thug iba a la misma escuela (Booker T. Washington High School) y en un momento compartió un departamento con Offset.
Después, a los 20, finalmente le llegó la hora. Después de quedar preso tres veces, lo mandaron definitivamente a la cárcel por dos años por tenencia de armas y drogas. "Tenés que estar ahí para entender lo que es", comparte acerca de su tiempo tras las rejas. "Es una miseria".
Baby dice que conoce a 20 personas cumpliendo sus condenas. Cinco son amigos cercanos. Me habla del estudio de Quality Control, un espacio del tamaño de un par de salas de conferencia. "Imaginate estar acá hasta que te mueras", dice. "Aunque hagas todo lo que te digo, tenés que estar ahí hasta que te mueras. No tenés otro propósito en la vida. Man, esa forma de vivir es una mierda. Si te dan cadena perpetua, es como que te maten por la espalda. Si le preguntás a la mitad de la gente que tiene cadena perpetua si preferirían que los mataran por la espalda, te van a decir que sí. Te lo garantizo. Porque, ¿para qué vivir?".
"Lo más difícil que tuve que ver en mi vida", dice Lashon acerca de ver cómo se llevaban a su hijo a la cárcel. "Espero no tener que atravesar algo así nunca más en la vida". Mientras él cumplía su condena, ella lo visitó todos los fines de semana y se acuerda de una conversación que tuvieron por teléfono. "Le pregunté qué plan tenía cuando saliera. Me dijo: ‘Mamá, quiero ser rapero’. Yo le dije: ‘¿Rapero? ¿En serio?’. Cuando la gente está ahí dice cualquier cosa. Pero el día que volvió a casa, se fue para el estudio y desde ahí no paró".
Pierre "Pee" Thomas, el CEO de Quality Control, conoció la vieja vida de Baby de primera mano. Pee habla sobre el artista de su sello con una actitud paterna y orgullosa y conoce a Baby más o menos desde 2010, cuando era un adolescente desgarbado. "Cuando él estaba en la cárcel, yo le decía: ‘Al salir, tratá de venir al estudio a rapear’", sigue Pee. "Yo tuve mucha influencia para que Baby dejara las calles por la música".
Un par de días después de su liberación en 2016, Baby llegó al estudio listo para rapear. Tras fracasar en su primer intento de hacer una canción terminada, abandonó su sueño. No fue hasta enero de 2017 que se comprometió con su nuevo camino y terminó una canción. "Days Off", la introducción de Perfect Timing, el mixtape inaugural de Baby, exhibe una voz que aún no es definitiva, una interpretación nasal que suena como una imperfecta imitación de Future.
Desde entonces, la paleta de Baby se desarrolló y aprendió a expresar sentimientos de desamor ("Close Friends") y desesperación ("Emotionally Scarred") a medida que sus capacidades técnicas mejoraban. Con canciones como "Spazz" y "Pure Cocaine", exhibió aún mayores talentos. La velocidad de sus interpretaciones y la cada vez mayor fluidez de su voz eran la antítesis de las repeticiones hipnóticas de pares como Gunna y 21 Savage. En las grabaciones, seguía lidiando con su pasado, pero insiste en que las canciones no trataban sobre una culpa de la que tuviera que deshacerse.
Cuando Baby empezó a terminar canciones, Pee vio la oportunidad de saturar el mercado. En 2017, Baby lanzó cuatro proyectos; el año siguiente, sacó tres más. La fórmula de Pee era simple: agarrar cualquier canción que tuviera Baby, secuenciarla, pedir el arte, mandarla a los servicios de streaming y repetir. La parte más difícil no era hacer la música, sino convencer a Baby de hacer el mismo circuito que había forjado la ética de trabajo hoy en día legendaria de Migos, sus predecesores. "A veces me tenía que pelear con él, porque en esa época él estaba ganando plata en las calles y yo lo mandaba a hacer promociones", explica Pee. "No le pagaban. Le daban entre 500 y 1.000 dólares por show. Para hacerlos, tenía que conseguir una van, manejar tres o cuatro horas, hacer el show y volver".
Rashad, el simpático manager de Baby, se acuerda de ir a lugares como Jackson, Misisipi para tocar en pequeños clubes, sin producción, sin pantalla, sin pirotecnia. "Creo que no teníamos ni DJ", dice Rashad. "Lo que hacíamos era que yo le decía al DJ del lugar qué canción poner. Él estaba en el escenario y yo en la cabina y le decía al DJ: ‘Bueno, poné esta canción, después esta otra’".
Para Baby el proceso fue lento. "Él se frustraba mucho: ‘Puedo ganar más plata en las calles’", recuerda Pee. "Yo le decía: ‘Pero no tenés que lidiar con las consecuencias que tendrías en la calle. No arriesgás tu vida ni tu libertad’. Tuve que convencerlo de que creyera en el proceso".
Una escasez de droga finalmente solidificó el compromiso de Baby con su carrera musical. "Fue una sequía de tres semanas", dice. "Así que dije: ‘Estoy limpio. No quiero consumir más’. Cuando volvió la droga y todo el mundo agarró de nuevo, yo no quise. Seguí rapeando".
***
Cuando el auto de Baby abandona su barrio, llegamos al edificio incendiado de Wendy’s donde Rayshard Brooks fue asesinado por dos policías el 12 de junio. Hay un grupo de manifestantes. Hay locales que venden remeras de Black Lives Matter y una colección de velas, peluches y fotografías al sol de una tarde calurosa.
Hace días que el video de Brooks rogándole a los policías que lo dejen volver a casa caminando está en un loop en mi teléfono. Cuando Baby estaciona, le describo que estar acá, para mí, es raro.
"Man, mataron a alguien en todos los lugares en los que estuvimos hoy", replica Baby con contundencia. "En-todos-lados".
Los últimos dos días ha descrito un mundo oscuro, en el que la muerte y la injusticia son realidades cotidianas para la gente negra en Atlanta, con una familiaridad resignada. Sin embargo, por un momento, incluso su cinismo parece quebrarse. "Ahora que tengo poder, puedo decir algo", dice.
Cuando estaciona, la gente lo observa. Un hombre armado llamado Garry Stokes, que parece estar a cargo de mantener la seguridad de la zona, dirige a Baby a la parte de atrás del edificio.
Rápidamente, los niños y sus padres rodean a Baby, esperando tocar a un hombre que durante la mayor parte de su existencia vivía a cinco minutos de acá y ahora representa otra cosa por completo. Baby posa para fotos y Coach K compra un par de remeras de Black Lives Matter.
A Coach K no parece molestarle que las masas hayan tardado tanto en notar este aspecto de Baby que él siempre supo que estaba ahí. "¿Todos los nuevos fans [después de "The Bigger Picture"]?", dice. "Fueron a escuchar el resto de sus canciones. Ahora están dándose cuenta. Esa canción les llamó la atención".
"Él, Pee y yo estábamos hablando", sigue Coach. "Y decíamos: ‘¿Y ahora qué? Vas a tener un Número Uno’. Y él respondía: ‘No me importan estos números de las primeras semanas. La verdadera conversación es dónde voy a estar en 10 semanas’. A él le preocupa la maratón, no la carrera corta".
La carrera de Lil Baby no tiene ni cinco años y ya está imaginándose una película o un documental de su vida: "Por eso no me gusta hablar. Mi mierda es muy dura. Creo que mi historia, antes de llegar acá, es una en un millón. No quiero revelarla toda aún".
Le pregunto si puede contarme alguna joya antes de que llegue ese día y Baby sonríe. Ya se terminó los porros, guardó los dados, y la joven superestrella acepta contestar una pregunta más.
"Bueno, estás hablando conmigo", dice Baby. "Esa es la joya, ¿no?"
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