Leo Genovese, un pianista entre el jazz y René Pérez, de Calle 13
Hay una metáfora que usa el pianista Leo Genovese a la hora de hablar de cómo todo lo aprehendido en distintos contextos tiene incidencia, de manera consciente o inconsciente, cada vez que se sienta al piano. “Vamos cargando todo en el bolso, nada se pierde”, dice. Y aunque no haya sido premeditada, la imagen que dispara en esa frase habla mucho de su historia. De Venado Tuerto a Boston, de allí a Nueva York y desde allí al mundo, con Venado Tuerto como pívot y eterno retorno.
Nacido en 1979, Genovese es, al mismo tiempo, héroe anónimo del jazz local y un improbable caso de esas historias de “los argentinos que triunfan en el exterior”. Abordar su obra implica adentrarse en la cotidianeidad de un músico de tiempo completo que no necesariamente está en las primeras planas. Un día puede estar tocando ante decenas de miles de personas como pianista de Residente, el exlíder de Calle 13, y al otro día en un trío de jazz de corte experimental. De hecho, su próxima presentación será hoy, miércoles 17, como parte del quinteto del contrabajista Juan Bayón, en Thelonious Club (Nicaragua 5549).
En el contexto que sea, para Genovese se trata de “encontrar ese segundo de felicidad en una nota, en un acorde, en una noche”. Así lo siente desde que a los 5 años se acercó al piano de su madre, un piano con “afinación particular”, según sus propias palabras, en el que creó sus primeras melodías. Lejos de considerarse (ni de que lo consideraran) un prodigio, fue y vino de la música durante un buen tiempo. A esa edad, prefería pasar el tiempo en la calle con amigos, andando en bici por Venado Tuerto. Si la música es el arte de combinar sonidos en el tiempo, para Genovese, a medida que fue creciendo, su vida se transformó en el arte de combinar responsabilidades y placeres las 24 horas del día.
“Fui a una escuela de campo, un Centro Agrotécnico Regional”, cuenta a LA NACION y agrega: “Estabas a la mañana en la escuela y a la tarde en el campo, llegaba a casa completamente cansado, sin muchas pilas para hacer nada. Entonces, dentro del poquito tiempo y las muchas ganas había que sintetizar”. Genovese había formado un grupo de rock llamado Marca Acme y en sus tiempos libres aprendía las canciones del repertorio, que iban de Charly García y Fito Páez a temas propios y relecturas de María Elena Walsh en versión punk. Entre el poco tiempo y las muchas ganas, su adolescencia musical se había convertido en una “danza casi mortal” entre responsabilidades y pasiones: “La música en ese momento era un fueguito que nunca quemó mucho pero siempre estuvo en un ardor suficiente para que no se apague”.
Terminado el secundario, Genovese se mudó a Rosario y descubrió el jazz entre los acordes de Spinetta y un grupo de raritos en la Universidad Nacional de Rosario. La mayoría escuchaban a Bach, a Scarlatti “y toda esa data de la música clásica”, pero había otros, como su amigo Leo Piantino, que en los momentos libres tocaba los solos de “Now’s The Time”, la composición de Charlie Parker. Ambos fueron parte de una camada de músicos que audicionó en Buenos Aires para ir a estudiar a Berklee, la escuela de música de Boston especializada en jazz.
Genovese se instaló en Boston en un año bien particular para los Estados Unidos y la Argentina: 2001. “Allá por el atentado a las Torres Gemelas, acá por el Corralito, dos tatuajes fuertes para el mundo”, resume. De hecho, asegura que sin la ayuda y la empatía de los directivos de Berklee, todos los argentinos que estudiaban allí se hubiesen vuelto: “Nos dieron tres comidas al día y nos dijeron que pagáramos cuando pudiéramos. Así se formó una peña de argentinos muy linda, nos encontrábamos en el bar de la escuela a comer y nos hicimos fuertes ahí”.
En las aulas de Berklee, Geonovese conoció a Esperanza Spalding, por entonces una desconocida cantante y contrabajista repleta de talento que había conseguido unas horas de estudio para grabar por la madrugada. En formato trío, dieron forma a un demo que sería la carta de presentación de Spalding, quien años más tarde terminaría siendo una de las caras más populares del jazz del siglo XXI. En ese período, Genovese sería su pianista, su director musical y también su pareja. “Ella tuvo la buena onda de acordarse de nosotros cuando la llamaron para sus giras, éramos los mismos músicos que grabamos con ella cuando era desconocida. Fue muy lindo ver cómo le iba a bien a alguien con un don natural para la música, que llegó por ser talentosa y nada más, sin ningún tipo de arreglo”, cuenta.
Para 2009, Genovese decidió mudarse a Nueva York. Juntó sus cosas es una pequeña camioneta que alquiló y emprendió viaje. Todavía no tenía un celular con GPS así que anotó las instrucciones en un papel. Cuando estaba por entrar a la ciudad, la radio de jazz que había sintonizado estaba pasando la versión que Esperanza Spalding había grabado, en español, “Body and Soul” y que lo tenía a él en el piano. “Lo tomé como una señal de que iba a estar todo bien”, dice. “Nueva York es una ciudad difícil pero en la que también puede haber lugar para cualquiera”. Se instaló en un “departamento surrealista” que le alquiló a un griego en Coney Island y desde entonces está radicado en Brooklyn.
Ahí en Nueva York dio también el salto como sesionista al que tal vez sea el proyecto más masivo en el que ha trabajado hasta el momento: la banda solista de Residente, exlíder de Calle 13. Rafa Arcaute, histórico productor de René, llegó a Genovese a través de Jota Morelli, quien fuera, entre otras cosas, baterista de Spinetta. Lo citaron en Electric Ladyland -el estudio que Jimi Hendrix emplazó en Manhattan en 1970, apenas un mes antes de su muerte- y grabaron unos pianos que terminarían por formar parte de “Desencuentro”, uno de los primero éxitos de Residente en solitario. “Tenía la idea de lo que iba a ser la letra pero no la tenía plasmada, me tiraba situaciones tipo ‘Imaginate dos personas sentadas en el mismo bar, que tenían que conocerse pero no se encuentran’, cosas así, alocadas pero también reales de alguna forma. Fue una sesión bien dinámica, divertida y que me sirvió para ver cómo funciona su cabeza”.
Un futuro encuentro en Buenos Aires terminó con la invitación de Residente a que se sumara a su banda como miembro estable y así lo hizo hasta que la pandemia puso en pausa la escena musical a nivel mundial. Mientras tanto, Genovese no para de tocar, de viajar, de componer y de estudiar. Es uno de los pianistas más versátiles de la actualidad. Capaz de transitar el free jazz más árido y también hits con millones de reproducciones en Spotify. Para él todo es parte de una misma órbita: “Las situaciones te van mostrando diversas formas de ser. Yo creo que todo empieza y termina en algo que tiene que ver con la felicidad, hacemos música porque estamos buscando una manera de poder cultivar felicidad, para nosotros y para la gente que escucha. Obviamente a cada uno nos hacen felices distintas cosas, pero la semilla que da fruto a la felicidad es una cosa que nos hermana a todos”.
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