Leni Riefenstahl, la directora de Hitler
Tiene hoy 98 años, y fue la favorita del dictador nazi. Al conocerla, él intentó incluso seducirla, pero ella le puso límites
El crítico español Roman Gubern dice en el prólogo a las "Memorias de Leni Riefenstahl" (Lumen, España) que la directora alemana significó para la cinematografía nazi lo que Eisenstein para la soviética. Y agrega que el film "Olympia. Los dioses del estadio" fue para la estética nacionalsocialista lo que "El acorazado Potemkin" para el comunismo. Riefenstahl tiene hoy 98 años. Su personalidad y su obra, tan ligadas al nazismo, continúan suscitando controversias. Según la propia Leni, fue amiga personal de Hitler, pero no militó en las filas nazis porque no estaba de acuerdo con la ideología racista del movimiento. Se decía "hija de la naturaleza" y amante de la libertad y del movimiento. La "hija de la naturaleza", de todos modos, ha pasado a la historia del cine por tres documentales: "El triunfo de la fe", "El triunfo de la voluntad" y "Olympia", magníficas obras de arte, que fueron utilizadas como poderosas armas de la propaganda hitleriana.
Riefenstahl nació el 22 de agosto de 1902. Alfred, su padre, era un hombre de negocios de Berlín; Bertha Scherlach, la madre de Leni, propició las iniciativas culturales de sus hijas desde la niñez. A los 17 años, Leni leyó un aviso en el que se pedían muchachas para actuar como extras en una película musical. Se presentó y la eligieron. La joven se entusiasmó hasta tal punto con las escenas de baile que se puso a estudiar danza. Hizo progresos tan rápidos que, pronto, se convirtió en profesional. Desde el comienzo, tuvo mucho éxito. Era una chica muy hermosa y, de inmediato, tuvo admiradores que le ofrecieron amor y joyas. A esa altura de su vida, Leni consideraba que era antinatural no haber tenido relaciones con un hombre. Entre todos los señores que la perseguían, eligió a Otto Froitzheim para que la iniciara en la vida sexual. El era vicepresidente de la policía de Berlín y tenía dieciocho años más que ella. La invitó a su casa a tomar el té. Después del té, puso un tango en el gramófono, la tomó en sus brazos y los dos se entregaron al baile porteño. En una de las evoluciones, él le arrancó el vestido de un tirón, la arrojó sobre un sofá y satisfizo en ese ocaso berlinés buena parte de los interrogantes que Leni se había hecho sobre ciertos aspectos de la vida.
Riefenstahl adoraba el cine. En los años 20, estaban de moda los films que se desarrollaban en la nieve. Leni quedó deslumbrada con "Monte del destino", de Arnold Franck. Le escribió para expresarle su admiración. El la citó, se enamoró de ella y la convirtió en la protagonista de "El monte sagrado". Después de ese primer éxito, Leni fue encasillada como actriz de películas de nieve. Filmó "El gran salto", "Prisioneros en la montaña" y escribió un guión, "La luz azul", que deseaba dirigir. A comienzos de los años 30, conoció al hombre que habría de cambiar su vida. Asistió a un mitin nacionalsocialista y quedó fascinada con la personalidad de Hitler, a pesar de que rechazaba las ideas racistas del Führer. Le escribió una carta en la que le manifestaba su deseo de conocerlo en privado. Ella debía viajar a Groenlandia para trabajar en el film "S.O.S. Iceberg". Hitler la citó el mismo día de la partida. Leni acudió al encuentro en Wilhelmshaven, a orillas del mar. El le dijo que era la actriz que más admiraba. Ella le habló de la película que quería dirigir. Entonces Hitler le aseguró que, cuando llegara al poder, le encargaría la dirección de la cinematografía alemana. Después esbozó un acercamiento más íntimo y Leni, con una prudencia comprensible, lo rechazó de la manera más suave. El se sintió afectado y, para disimular, dijo que, como futuro líder de Alemania, se debía a la patria.
Después de ese primer encuentro, Hitler hizo invitar a Riefenstahl a numerosas reuniones en las que Leni conoció a Goebbels, el futuro ministro de la Propaganda. Este quedó deslumbrado por ella. La empezó a asediar. Un día se presentó de improviso en casa de Leni e intentó seducirla. Ella le dijo que no lo quería, entonces Goebbels se arrodilló, abrazó las piernas de la actriz y comenzó a llorar. Leni, exasperada, lo echó y se ganó un enemigo temible.
Cuando Hitler, en 1933, fue nombrado canciller del Reich, le encargó a Riefensthal que filmara un documental sobre el Congreso del Partido Nazi de ese año. Al principio, ella se excusó, pero el Führer le hizo comprender que ese "pedido" era una orden. Goebbels, despechado, creó todos los obstáculos posibles para que Leni no pudiera satisfacer a Hitler, pero ignoraba que Riefenstahl era una máquina imparable cuando se trataba de trabajo. Hitler quedó tan complacido con el film de Leni que le encargó otro documental sobre el movimiento nazi.
"El triunfo de la voluntad", la película que Riefensthal filmó en 1934, es uno de los documentales políticos mejor filmados de la cinematografía. Pero no puede ignorarse que se trata de un instrumento de propaganda irritante. Nadie que haya visto el comienzo de esa película puede engañarse sobre las intenciones del film. El avión de Hitler vuela sobre Nuremberg, donde se desarrollará el Congreso del Partido. Las nubes rodean el aparato y se van abriendo a medida que el Führer, como un dios, desciende a la Tierra. La ciudad, a sus pies, lo espera rendida. Riefenstahl logra en una escena del desfile del Führer por Nuremberg un efecto milagroso: por un brevísimo instante, apenas unos fotogramas, Hitler parece casi buen mozo.
El tercer documental de Riefenstahl, encargado por Hitler, fue "Olympia. Los dioses del estadio", en el que la directora debía registrar las Olimpíadas de Munich de 1936. Es la obra más acabada de Leni, un clásico de la cinematografía.
Ese film contiene escenas de una belleza arrebatadora, hipnótica, pero el tono retórico, neoclásico, remite a una estética y a una ideología profundamente reaccionarias. Para filmar las competencias, Riefenstahl debió levantar torres, cavar zanjas, instalar cámaras en globos. Olympia le valió a Riefenstahl, premios, consideración internacional, la admiración de cineastas como Chaplin, Federico Fellini, Francis Ford Coppola y Vittorio de Sica, entre otros, pero también fue el epitafio de su carrera en la pantalla.
Después de la guerra, la mejor acusación contra Riefenstahl eran los documentales que había filmado para Hitler. Por cierto, eran también su mejor defensa. ¿Se trataba de arte o de propaganda? Leni fue arrestada y juzgada numerosas veces tras la derrota del nazismo. Se la absolvió, se la puso en libertad, pero estaba arruinada económicamente. Le habían quitado copias de sus películas.
Para sobrevivir, Riefenstahl se convirtió en fotógrafa y público un libro de imágenes deslumbrantes sobre los nubas, una tribu africana que no había sido contaminada por la civilización occidental. Los nubas eran algo así como el sueño de la raza pura, no precisamente la aria. El libro fue un éxito y, en pocos años, los nubas, famosos gracias a la artista, se acostumbraron a posar para los fotógrafos aficionados por pocos centavos. Riefenstahl, después de haberlos adorado, decepcionada, se consagró a filmar, con el mismo talento de siempre, las profundidades del mar. Seguramente habrá pensado que el ambiente submarino le aseguraría la pureza tan anhelada. De nuevo, produjo imágenes cautivantes. Claro que hasta el mar ya no es lo que era. Lo amenaza la polución.
Extraño círculo el de Riefenstahl: empezó su carrera cinematográfica en las alturas donde reinan la blancura inmaculada de la nieve y ahora, casi centenaria, la concluye en el transparente fondo marino. A comienzos de la década del 90, la revista Vanity Fair le consagró un artículo. Leni tenía más de 90 años. Estaba vestida con leotards floreados. Curiosa ironía: se había prestado a todo tipo de fotos como si fuera de una de las africanas, contaminada por Occidente, que su cámara altiva había terminado por desdeñar.
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