Le hizo un chiste jugado a un presidente y su muerte entristeció al país: Mario Sapag, el humorista al que la fama le llegó “de grande”
Formó parte de La Revista Dislocada y fue convocado por pesos pesados como Gerardo Sofovich y Pipo Mancera; el día que esquivó la seguridad de Alfonsín disfrazado de canciller
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Era apenas un niño cuando ya jugaba a imitar personajes como Juan Verdaguer o José Marrone. Su público eran algunos de sus varios hermanos, ya que él era el quinto de un total de trece, con padres de origen libanés, afincados en el barrio porteño de Villa Urquiza.
Antonio –el verdadero nombre de Mario Sapag, el corazón de esta historia- los hacía sentar en el living de la casa y oficiaba de animador y humorista a la vez. Y sabía que aquello que provocaba las risas de todos era cuando lanzaba el célebre “Cheeeeee”, interminable, tan característico e identificatorio del recordado Pepitito, histórico capocómico de la revista nacional.
Mientras tanto crecía y estudiaba. Y así llegó el primer trabajo rentado como empleado de correos, que era muy útil para colaborar en su hogar. Pero claro, él seguía ilusionado con tener la primera oportunidad artística. Y finalmente la tuvo una mañana en la que sus tareas con la correspondencia se lo permitieron, y como lo venía madurando, les pidió a los productores de La Revista Dislocada que le tomaran una prueba. Era una apuesta al clásico del humor que empezó en radio y siguió en tevé por décadas, creado por Delfor Dicásolo con guiones de otro destacado, Aldo Camarotta.
Le fue tan bien que de inmediato ya era uno más de un elenco de figuras de la época como Alberto Locati, Iván Grey, Carlos Serafino, Mario Sánchez, Beto Cabrera, Jorge Marchesini, Eduardo Almirón, Atilio Pozzobón, Juan Carlos Calabró, Anita Almada, Nelly Beltrán, Carlos Balá, Jorge Porcel, Raúl Rossi, Tristán, Vicente La Russa, Calígula, Mengueche, Cacho Grimaldi y siguen las firmas. La locución estaba a cargo de Cacho Fontana y Rina Morán. Estaba tocando el cielo con las manos y él lo sabía.
El programa tenía una orquesta dirigida por Santos Lipesker, con la participación de Lalo Schifrin, Horacio Malvicino, Roberto Grela y los hermanos Marafiotti. Y los locutores eran Rina Morán y Jorge Cacho Fontana. Allí pasó a ser Mario en lugar de Antonio y su destacada labor le valió para ser partícipe de otro éxito como Telecómicos, también con libros de Camarotta.
La suerte estaba de su lado. Lo vio Nicolás “Pipo” Mancera, lo invitó a hacer humor en su bigshow y también allí se quedó. Su imitación de Sergio Villarruel, el periodista político del momento, causó furor y le fue dando forma a otros personajes, mientras ya le acercaban propuestas para hacer cine junto a Carlitos Balá, con quien había trabajado tanto en La Revista Dislocada como en Telecómicos. Debutó en Canuto Cañete, conscripto del 7, película que lo hizo más popular aún y le siguió abriendo caminos. Y hubo más: nada menos que Narciso Ibáñez Menta lo invitó a sumarse a su clásico del terror, El hombre que volvió de la muerte, y por su versatilidad también como actor “serio” formó parte del prestigioso ciclo Alta Comedia.
Fue parte del elenco de Viernes de Pacheco, junto al respetado Osvaldo al que todos en el ambiente llamaban cariñosamente Pachequito, y de El Circo de Marrone acompañando a Pepitito. Se sumó a El Botón, otro boom televisivo con gigantes de la risa como Ernesto Bianco, Gogó Andreu, Adolfo García Grau, Julio de Grazia, Jorge Porcel y Alberto Olmedo. Con esta dupla filmó en cine Los fierecillos indomables y Los fierecillos se divierten. Su último filme fue Nada por perder, con Paola Krum, Lito Cruz y Osvaldo Sabatini.
Imitaciones, risas y... problemas: “¡El Canciller está en Francia!”
Gerardo Sofovich lo incorporó a Polémica en el Bar y Operación Ja-Ja, donde sus imitaciones causaron furor y también revuelo. Como cuando en 1981 interpretó a Jorge Luis Borges en plena dictadura militar y el Comfer –Comité Federal de Radiodifusión- prohibió que lo hiciera porque lo consideró un atentado al escritor y a la cultura. Borges se enteró y con su fina ironía expresó: “¡Con el esfuerzo que se habrá tomado para copiar mi manera torpe de hablar!”.
En esos tiempos a Sapag no le quedó otra alternativa que aceptar y continuar con otros personajes que no le generaran conflictos como Roberto Galán, Tita Merello, Mahatma Ghandi, Bernardo Neustadt, Mr. T, César Luis Menotti, Raúl Alfonsín, Carlos Menem... Imitaciones que abrieron el camino para que Alejandro Romay lo convocara en 1984 para un programa propio, Las mil y una de Sapag, que lo terminó consagrando como el gran humorista del momento con mediciones que lograban entre 40 y 60 puntos de rating.
Fiel a su estilo audaz, para el 28 de diciembre de 1985 –Día delos inocentes- aceptó una propuesta de Editorial Perfil y se caracterizó como el canciller Dante Caputo –otro de sus imitados célebres-. Intentó entrar a la residencia presidencial de Chapadmalal para jugarle una humorada al entonces presidente Raúl Alfonsín. Logró sortear los dos primeros controles de seguridad donde hasta le hicieron la venia. Sin embargo, un oficial del ejército a cargo de la guardia se dio cuenta de quién era y le dijo: “Sabemos que el canciller Caputo está de viaje por Francia señor Sapag”. Y el chiste llegó a su fin.
En paralelo, Mario siguió destacándose en teatro, como ya lo venía haciendo en las temporadas marplatenses y en Buenos Aires. Sus últimas apariciones fueron en 2011 en el espectáculo Fortuna 2, elenco que comandaba Ricardo Fort que venía de estar en La Feliz y continuaba en el teatro Premier en la calle Corrientes. Sapag solo pudo completar algunas y debió ser internado. Su familia quedó muy agradecida con Fort porque dijo que estaba esperando que se recupere “porque Mario es irremplazable”.
El 14 de abril de 2012 por la mañana murió a causa de una insuficiencia cardíaca, enfermedad que venía padeciendo. Mario siempre insistía con que el reconocimiento y la fama le habían llegado de grande. Y se permitía aclarar que no hacía imitaciones sino homenajes a las personalidades que interpretaba. Seguramente tan sentido como el que le brindaron Mirtha, su mujer, Karina y Anahí, sus hijas, colegas y amigos en el Panteón de Actores del cementerio de la Chacarita en su despedida.
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