La actriz confiesa que quiere salir del encasillamiento como comediante y estrena esta semana Recurso de Amparo, su primera obra como dramaturga, donde cuenta momentos difíciles de su vida
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Desde un hotel en Villa María, Córdoba, porque así lo permiten estos tiempos, en medio del rodaje de El Vasco, una película dirigida por Jabi Elortegi, otro proyecto que quedó suspendido y que se retomó por estas últimas semanas, Laura Oliva anticipa lo que será el estreno el próximo martes 7 de septiembre. Se trata de El recurso de Amparo, una obra escrita por ella misma, en la cual tomó a su propia historia de vida como punto de partida, dirigida por Javier Daulte y protagonizada por Gloria Carrá junto a Aymará Abramovich, Marcos Montes, Javier Niklison, Marcelo Pozzi, Monica Raiola, Gerardo Serre y Magela Zanotta.
–¿No pensaste nunca en protagonizar la obra y hacer de Ofelia, el personaje basado en vos misma?
–En este caso soy la autora y la productora. Me di cuenta de que mi trabajo era entregarlo, soltarlo porque ya no me pertenece, y ver qué hacen con eso. Es absolutamente fascinante pero es como tener un bebé, llamar a una niñera y te caiga Mary Poppins. Entrego el material a un elenco soñado, con un director que es un privilegio tener totalmente relajada. No quería estar dentro de la obra pero no por lo que la iba a sufrir sino porque tengo demasiado conocimiento de los personajes, no hubiera sido interesante para mí. Quería vivirla así. Vi todos los ensayos absolutamente callada, ciega y sorda, como los tres monos sabios. Y muchas veces se han dado vuelta tanto Javier como los actores a preguntarme algo y yo les dije siempre “lo que quieran, ya no me pertenece”.
–¿Cómo fue el proceso de escritura?
–La escribí en el marco del taller de dramaturgia de Javier Daulte, en 2019. Cuando la terminé le dije que quería que la dirigiese él y me dijo automáticamente que sí. De todos modos, esta obra está dando vueltas en mi cabeza desde hace mucho. Mi hermana murió en 1999 y esta idea se me ocurrió al año siguiente, cuando mi mamá me habló de su hipótesis emocional sobre la enfermedad de mi hermana. Desde entonces tengo claro que quería un juicio, no sabía qué iba a tener adentro, y el título.
–¿Se trata de tu historia? Amparo era el nombre de tu mamá, el único que mantuviste en la obra.
–Sí, cambié todos menos el de Amparo porque el título ya lo tenía hace mucho y porque me parece increíble el sentido de su nombre. Ahora estoy transitando la carrera de la Licenciatura en Artes de la Escritura de la UNA y en la primera clase la docente dijo: “Todo es relato, todo es ficción”. Más allá de lo que tenga de verdad o de mentira, lo que escribí es mi mirada de la situación. Y de hecho, de eso se trata la obra: cada uno que va al juicio cuenta los hechos como los vio. Y todas son versiones distintas. Yo prefiero que se piense a la obra bajo el lema de que no hay verdades sino interpretaciones más que bajo una cuestión autobiográfica. Hablo de mi propia historia, primero porque fue una necesidad desde las tripas; y segundo porque es de lo que puedo hablar, fue mi disparador. Pero una vez que puse los dedos en la computadora los personajes empezaron a hablar solos. En ese sentido, es ficción.
–Dijiste algo así como “Si hay un culpable debe haber un juicio”, ¿de qué se trata la obra?
–Ofelia (Gloria Carrá) pierde tempranamente a su hermana y considera que algunos actos de crueldad ocurridos en la niñez de ambas por su madre Amparo (Mónica Raiola) finalmente provocaron esa enfermedad que, como resultado, dio la muerte. Como si hubiera sido asesinada por un tiro. Y si hay un crimen tiene que haber un culpable y si hay un culpable tiene que haber un juicio. En este juicio, por arte de la ficción, viene a su encuentro su hermana fallecida, Elizabeth (Magela Zanotta). Pero la hermana no viene a darle la razón a Ofelia, viene a acompañar el proceso. Mientras escribía me di cuenta de que mi hermana no estaría en mi misma vereda, que tendríamos grandes discusiones. Ella era políticamente correcta y yo soy más piquetera. Siempre que hablo de esto aparecen las miradas enjuiciadoras al estilo de “¿qué le pasa a esta persona?”.
–¿Te dieron ganas de hablar con tu hermana en el proceso de escritura? ¿De cotejar datos?
–Absolutamente. Si hay algo que me dejó la muerte de mi hermana es la soledad de que ya no hay nadie en este mundo que haya vivido mi historia conmigo. Y ahora, escribiendo la obra, me doy cuenta incluso de que ni siquiera la vivimos igual. La obra de alguna manera son todas las charlas con mi hermana que no pude tener durante estos años.
–¿Y a tu mamá le diste voz?
–Sí, a partir de ejercicios en el taller. Me costaba. Siempre me la imaginé callada durante todo el juicio. Finalmente pude trabajar lo que ella diría. Y creo que habrá mucha gente que va a entender a Amparo y me encanta. Porque siento que si hay gente que la entiende a ella, hay otros que van a entender a Ofelia. Yo defiendo mi derecho a no perdonar, a no entender, porque además no es intelectual, es físico. Toda mi vida traté de llegar a ese estadio y no llego. No puedo. No seré tan buena. En un monólogo durísimo, Ofelia dice: “Ella me convirtió en esto: en la única persona que no quiere a su madre y eso a uno lo deja muy solo”. Una soledad que he tenido desde siempre, muy intrínseca, de base, es un estigma muy fuerte. Internamente te sentís muy jodida y muy sola. No es no quería a mi mamá, la quería. Cuando mi mamá se enfermó, me la llevé a vivir a mi casa, se murió al lado mío, no tiene que ver con el amor, no la quiero como se propone en las propagandas de pañales. Además, creo que no existe el vínculo indestructible. Hay algunos más que otros, por supuesto, pero el vínculo se arma de a dos. Se forja.
–¿Quién era Amparo?
–Mi madre era una mujer muy graciosa, muy histriónica. Fue bailarina y dejó todo para dedicarse a ser madre y mujer, creo que no estaba en su naturaleza. Y hubo algo que la atravesó y no le permitió ver cuánto de esa historia estaba volcando en nosotras. Siempre mi pregunta para con ella fue: “¿Y nosotras qué culpa teníamos?”. Y ahí es cuando se me plantea esta teoría sobre la mujer que queda tan enganchada con un hombre, con un fracaso matrimonial, que no ve cuánto está desparramando de esa frustración hacia quienes no pueden hacer nada. En otro monólogo, también duro, Ofelia dice: “El límite tiene que ser esa nena aterrada mirando desde el marco de la puerta, y si ese no es tu límite, jodete”. Todo el mundo me habla de este vínculo en pasado y lo que terminé de afirmar en la obra es que, por supuesto, que eso ya pasó, pero yo soy quien soy en el presente por ese pasado. Y si me voy al extremo: soy todo lo que hice para no morir como mi hermana. Es el pasado que sigue accionando. Nunca voy a dejar de trabajar en mí misma para salir de esos lugares en los que me colocaron esas historias.
–En el buscador, si se coloca tu nombre las primeras páginas hablan solamente de un comentario que hiciste sobre la posibilidad de adoptar. ¿Te pesan esas cosas?
–Yo nunca tuve una guardia en mi puerta. No sé cómo sería eso. Pero fiel a mi costumbre de abogada del diablo, creo que tenemos que hacer un mea culpa. Yo reconozco mi época de popularidad más fuerte con el ciclo televisivo Grandiosas, en 2002. En aquel momento era interesante para el periodismo, si estaba en pareja, si era mamá, si quería serlo. Pero en aquel entonces no había redes sociales. Yo no tengo redes por una cuestión de coherencia. Como no me gustaba que se metan en mi intimidad, no la muestro. Nos tenemos que hacer cargo, si mostramos a nuestra pareja, a nuestra casa, al perro, lo que hacemos es colaborar directamente y no nos podemos quejar.
–Pero incluso no teniendo redes y pensando así, aparece antes tu vida privada que la laboral.
–Sí, siendo una persona a la que al periodismo no le importa, se me murió toda mi familia y no tengo ni una foto en un cementerio, no soy material de venta, así todo un día dije algo sobre la maternidad y se replicó cualquier cosa. Yo dije que en algún momento había iniciado los trámites de adopción y agregué que ese trámite no caduca nunca, tenés una carpeta que queda abierta, pero aclaré que de todos modos ya estaba, que además con mi marido no queremos tener hijos. Entonces quedó el título “el trámite de adopción sigue abierto” y a continuación la pregunta: “¿Vas a retomar el trámite?”. Hace quince años un ginecólogo me dijo: “mirá, si uno ve a una mujer de 40 o 45 años separada con hijos piensa que le fue mal; cosas que pasan. Pero una mujer que a los 45 no tuvo hijos es rara”. Esa frase para mí lo resume todo. Él me lo dijo como para darme la fórmula de felicidad. “Tené un hijo para no parecer loca, rara”. De ese pensamiento, hoy estamos años luz.
–Empezaste como bailarina a los 19 años en una experiencia en el circo Rodas y hoy tu presente te encuentra escribiendo. ¿Cómo ves tu carrera en perspectiva?
–Empecé como bailarina y uno de los primeros lugares en los que encontré trabajo fue en el circo, una experiencia alucinante. Después del circo entré como bailarina a un grupo de teatro musical que se llamaba Catarsis, bajo la dirección de Manuel González Gil, quien me empezó a dar pequeños papeles y me di cuenta de que me gustaba la actuación. Estudié cuatro años seguidos con Joy Morris, una profesora norteamericana que en la época del uno a uno venía de marzo a noviembre a dar clases, una adaptación del Método Strasberg. Después estudié con Augusto Fernandes, con Carlos Gandolfo y con Raúl Serrano, todo lo que tenía que ver con la técnica, con el análisis de texto.
–¿Y cómo llegó la conducción a tu vida?
–Yo sentía que tenía que armarme un nombre y que lo iba a conseguir en la televisión entonces audicioné para el programa de Nicolás Repetto. Quería hacerme conocida para acceder a los trabajos. Y tuvo sus consecuencias porque todo era desde el humor y quedé encasillada ahí, y no era la idea. No me siento humorista ni comediante sino actriz. Siempre le digo a mis alumnos que hay dos preguntas en esta profesión que hay que hacerse. La primera es cómo hacer para poder vivir de esto y no tener que trabajar de otra cosa. Y si esa pregunta se contesta por sí, lo logré, la siguiente gran pregunta que viene –o tal vez para algunos no llegue nunca– es: “¿esto es lo que quería de la profesión?” Y cuando después de veinte años me hice esa pregunta y la respuesta fue que no empecé una crisis enorme. Fue en 2010, yo estaba haciendo 39 escalones, que era una comedia maravillosa, hermosa, de una calidad espectacular y así y todo estaba en una crisis horrorosa, difícil de explicar porque nos iba bárbaro, me gané premios pero yo necesitaba salir de la etiqueta “Laura Oliva: humorista, comediante”. Había estudiado mucho para ser actriz. Desde ahí conduzco, bailo, canto, hago humor, si lo pide el material.
–¿Te pesaba tener que ser graciosa todo el tiempo?
–Ese es un carril aparte. Sí me costó mucho y fue una pesadilla. Es una gran diferencia entre el actor y el humorista o conductor. En la conducción sos vos, cuando hacés un papel no. He tenido muchos episodios con la gente por defender mi derecho a estar ni siquiera de malhumor, sino en estado de calma. Íbamos en el auto, yo manejando y me preguntaban qué me pasaba. Si estoy manejando y voy gritando como una loca llama al SAME porque estoy teniendo un brote psicótico. Estoy poniendo primera, segunda en un embotellamiento. ¿De qué me voy a reír? De esas anécdotas tengo miles. Me acuerdo una vez que estaba en un supermercado, hacía un calor tremendo y el de adelante en la fila tenía el carrito estallado y yo solo tenía un yogur, y uno de atrás me dice: “eh... ¿qué pasa con esa cara?”. Me pasó en el hospital con mi mamá internada, a punto de morirse, y en el ascensor una señora me preguntó qué hacía ahí. Se me llenaron los ojos de lágrimas, yo estaba exhausta, y la persona me pidió disculpas y dijo: “uno no cree que ustedes tengan problemas”.
–¿Cómo saliste de la crisis?
–Dando un volantazo, me bajé de ese proyecto, y hablé con todos los productores que conocía. Les dije: “me está pasando esto, sé que me tienen en una lista y necesito que me anoten en la otra”. Y por fin llegaron trabajos pero antes tuve que estar un año recibiendo solo propuestas de humor y me empecé a preocupar pero yo no podía más. Para mí actuar es algo sublime, el escenario es un lugar sagrado, y estaba siendo infiel a mí misma. Yo tenía un discurso, unas reflexiones acerca de la vida y necesitaba que los materiales que encarnaba también lo expresaran. Que interpelen. La gente te agradece que la hagas reír y sé que es salud en estado puro pero a mí no me genera el nervio que me genera encarnar un personaje como el de Eye y yo (de Julieta Cayetina), una sobreviviente a siete campos de exterminio nazi. Necesito eso arriba del escenario. Fue una epifanía total: yo estaba en la peluquería y llegaron Pablo Echarri y María Carámbula, que en aquel momento estaban haciendo El elegido. Y hablaban de que el personaje de María había evolucionado y habían ido a la peluquería a cambiarse algo en función de los cambios en los personajes y a mí no hay nada en el mundo que me guste más que hablar de personajes, incluso pavadas. De ahí me iba a hacer 39 escalones y pensé en el ascensor qué mal me iba en la vida. Hice la reunión y, al día siguiente, le dije al productor que terminaba la temporada y me bajaba. Hacía años que no hablaba así de un personaje.
Para agendar
El recurso de Amparo: estreno el martes 7 de septiembre, los martes, a las 20 en el Centro Cultural 25 de Mayo, Triunvirato 4444.
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