Las vueltas de una bailarina
Miriam Coelho: empezar todo de nuevo
Verano europeo de 1991. El Ballet Argentino, liderado por Julio Bocca, va atravesando Italia de Norte a Sur. En esta compañía, la más joven de las bailarinas –en la que no se puede dejar de reparar– tiene 16 años y se llama Miriam Coelho. Ha pasado por el Instituto del Colón y se ha perfeccionado con la legendaria maestra Gloria Kazda. Aquella gira quedó atrás. Coelho creció y, con el tiempo, llegó a convertirse en primera bailarina del Ballet Estable del Teatro Colón. Un salto en el tiempo y se le duplica la edad: a los 32 años acaba de coprotagonizar Hernán Buenosayres, junto con Hernán Piquín, en el teatro Maipo. Y, por supuesto, sigue teniendo su rango en el Colón.
Pero, al promediar su carrera, la artista debió afrontar un destino cruel. Permaneció dos años sin bailar a causa de una grave dolencia: cáncer. Perdió su destreza técnica, tuvo que aprender todo desde el principio y luchar hasta reinstalarse en el sitio que había alcanzado.
El golpe sobrevino cuando Coelho tenía 27 años. “Faltaban dos semanas para el estreno de Giselle, en la temporada del Colón de 2001”, cuenta. Para entonces ya había bailado con Maximiliano Guerra (Diana y Acteón, 1996) y en 1999 había hecho pareja con Julio Bocca en Cisne negro y Don Quijote, en una gira internacional. Al año siguiente, con Iñaki Urlezaga bailó tres obras completas: Carmen, Don Quijote y Bolero.
“En 2001 estaba preparándome para la reposición de Giselle en el Colón –sigue la bailarina–, en el papel de Mirta, la reina de las Wilis, cuando Julio me convocó para otra gira junto con él. Le expliqué que debía operarme de un nódulo mamario y que tendría una recuperación de 10 días. No era obstáculo, porque para esa gira faltaban cinco meses. Pero finalmente no pude participar; ni siquiera llegué a estrenar Giselle: la biopsia del nódulo reveló la existencia de un tumor maligno y había que volver a operar.”
Para la recuperación fueron necesarias sesiones diarias de radioterapia y otras, más espaciadas, de quimioterapia, que causaron estragos: luego de cinco meses Coelho apenas si podía desplazarse; si cruzaba la avenida 9 de Julio debía hacerlo en cinco etapas. Y las drogas la habían hecho aumentar 16 kilos. “A los 15 meses de la primera operación comencé a practicar Pilates para reducir peso y movilizarme. Cuando logré bajar 10 kilos inicié mis clases con Graciela Sultanik.”
Ahí sobrevinieron dos sorpresas. “La primera –detalla– fue verme en el espejo, vestida de bailarina, y desconocerme. La segunda, más fuerte, fue calzarme las zapatillas de punta y comprobar que no tenía registro de haberlas usado alguna vez. Trataba de ponerme en puntas y no podía. Era como si nunca lo hubiese hecho. Es como si un día uno se levanta y descubre que no sabe caminar.”
Más allá de su arte y de su técnica, la personalidad sanguínea y disciplinada de esta muchacha salta a la vista al verla tomar clases o ensayar. El difícil trance por el que atravesó fue un desafío a la voluntad, como en las biografías filmadas de esos concertistas de piano que en la guerra reciben un balazo en una mano. Para renacer no basta con una ejercitación mecánica: hay circuitos neurológicos que deben recomponerse. Y Coelho lo logró. “Volví a bailar en mayo de 2003 –dice, feliz–, y lo fantástico fue que renací con Mirta, la reina de las Wilis de Giselle, como si el tiempo hubiese congelado una escena durante dos años para reactivarla en el mismo punto del stop.”
Los compañeros la apoyaron. Una colecta entre los 1400 artistas y empleados que trabajan en el Teatro Colón permitió costear la compleja segunda cirugía. Su proceso de recuperación incluye la reinserción en la vida. Difícil. “Es que la inmovilidad empieza antes”, advierte Miriam Coelho, ya restablecida y al cerrar su exitosa temporada en el Maipo. Y explica: “Cuando me dijeron que tenía cáncer, que es una noticia que nunca se espera, quedé paralizada. Pero después intuí que era un mensaje que me enviaban el cuerpo y la vida, y que debía escuchar ese mensaje. Y decidí luchar para vivir”.