Las noches de Vinicius de Moraes
Fue el café de Brasil, no la marca de whisky que acostumbraba consumir en escena, el auspiciante de la primera actuación en Buenos Aires de Vinicius de Moraes, una memorable noche de agosto de 1968, cuando los exportadores del grano acertaron justo en la yugular de su competencia colombiana colocando en el teatro Opera un elenco demoledor que también incluía a Dorival Caymmi, Baden Powell, Oscar Castro Neves y el Quarteto em Cy, con la sorpresa del mismísimo Pelé manifestándose en el escenario durante la segunda función.
Con el legendario Aloysio de Oliveira a cargo de la producción, el recital transcurrió como un desfile de talentos contrastantes, conducido por Vinicius -en realidad, acaparado-, con una gracia, inteligencia y naturalidad para integrar música instrumental, canciones, poemas y alegría de vivir, que encendieron instantáneamente un romance con el público argentino que habría de durar hasta su muerte, en 1980.
Volvió incontables veces, no siempre acompañado de vocalistas a la altura de la Creuza o la Beth‰nia de sus primeras visitas, y variaba muy poco la rutina informal de los shows y nada el repertorio, pero ni siquiera en la más cansada de las noches fallaba su capacidad de convertir por dos horas cualquier incómodo sótano en un divertido salón, entre literario y musical, donde hacía escuchar su sabiduría creando la ilusión de que las olas rompían detrás del bar.
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Vinicius de Moraes, que hubiera cumplido 90 años este mes, no fue nunca predecible ni mucho menos coherente: un poeta precoz con vocación de abogado y encima cinéfilo, tan dispuesto a fundar la revista "Filme" como a trabajar para la censura. También periodista, dramaturgo, empleado sindical y funcionario diplomático, toda vez que se le presentó la oportunidad.
Indiscutiblemente uno de los más grandes autores de canciones populares que han existido, este adorable oportunista compuso su primer samba a los cuarenta años y debieron pasar otros seis hasta sus grandes éxitos mundiales, los temas compuestos en colaboración con Antonio Carlos Jobim para el film francés "Orfeo negro", premiadísimo mamarracho basado en su pieza "Orfeo da Conceiçao".
Simultáneamente, álbumes de Elizete Cardoso, Lenita Bruno y Joao Gilberto, con títulos como "Chega de saudade", "Outra vez" y "Por toda a minha vida", certificaron el nacimiento de la bossa nova y a Vinicius como poeta principal del movimiento. Los reencuentros con Jobim fueron históricos ("Insensatez", "Só danço samba", "Garota de Ipanema"), pero también creó maravillas junto a Carlos Lyra, los viejos Ary Barroso y Pixinguinha y jóvenes como Edu Lobo, Chico Buarque o Baden Powell, que puso música a lo mejor de su obra, incluyendo "Samba de la bendición", tema infaltable en sus presentaciones y célebre gracias a otro confite cinematográfico francés: "Un hombre y una mujer".
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Siempre con gran calidad poética y abarcando una temática amplísima, produjo casi quinientas canciones en todos los ritmos conocidos, pero los textos originales apenas si fueron comprendidos y admirados en unos pocos países del sur del continente, porque el resto del mundo no quería oír cantar en portugués y las estrofas de Vinicius, igual que las de sus colegas de la bossa nova, circularon en malas adaptaciones al idioma local.
Ese respeto debe haber sido otra de las tantas razones por las que se sentía bien aquí, donde incluso grabó los que son no sus mejores discos, pero sí los más populares y representativos, a pesar de que habla todo el tiempo en castellano. Se trata de un par de eternos best sellers internacionales, supuestamente registrados en vivo en distintas filiales del café-concert La Fusa -en realidad fueron hechos en la soledad de un estudio- que transmiten exactamente la cordialidad y ternura con que este gran artista retribuía el afecto de los argentinos.
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