Las memorias de José Ignacio López: el periodista ejemplar que le preguntó a Videla por los desaparecidos y fue vocero de Alfonsín
Con tono reposado, emotividad sin énfasis y atención por el detalle, Memoria para construir transforma el relato documental sobre la vida del cronista en una afirmación de su compromiso personal y de las virtudes del oficio periodístico
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Apoyado en dos de sus grandes virtudes, el pudor personal y el extraordinario compromiso con la vocación que definió su vida, José Ignacio López eligió escribir sus memorias en un atípico lenguaje audiovisual. El resultado es Memoria para construir, una serie documental de cuatro episodios disponible en el canal de YouTube de LA NACION que tiene poco que ver con la mayoría de las biografías testimoniales contadas en primera persona frente a una cámara.
La voz de Fernando Bravo eleva la figura de López al presentarlo en el comienzo de cada capítulo como el hombre “que preguntó cuando la orden era callarse, el que le puso palabra a una democracia naciente, el que propuso el diálogo en tiempos de pelea”. El propio protagonista parece resuelto a suscribir este primer retrato anticipando al espectador que sus memorias recorrerán una línea paralela a la memoria de estos últimos 40 años de democracia ininterrumpida.
Pero lo que suena a primera vista tan ambicioso y hagiográfico cambia de inmediato la piel para dejar a la vista la proverbial humildad y el amor profundo por el oficio del periodista de su figura central. Es cierto que a lo largo de 185 minutos López nos irá contando a cámara, muchas veces en primerísimo plano, cómo se involucró en la vida pública, sobre todo a través de su destacado papel como vocero de Raúl Alfonsín en la totalidad de su mandato presidencial.
Pero de inmediato, en un giro que puede resultar sorprendente para lo acostumbrado en materia de biografías televisivas, López decide tomar distancia, correrse del lugar central e instalarse en un lugar más discreto y austero, mucho más adecuado a las características de su personalidad. Del relato en primera persona pasa a ser interlocutor de otros protagonistas, la mayoría de ellos testigos de aquellos agitados tiempos, a los que escucha y deja hablar.
Allí aparece, enaltecida con su nombre, la figura del periodista de viejo y noble cuño, curioso, atento y respetuoso de la palabra ajena, gesto a partir del cual cobra mayor dimensión todo lo que irá sumando a una puesta en escena en la que predominan los largos planos fijos y los diálogos reposados, detalles muy raros de ver en la televisión actual.
En ese sentido, Memoria para construir toma distancia de casi toda la abundante programación testimonial sobre el pasado reciente que se produjo para la televisión argentina en los últimos años. Solo la elección de un comentario musical demasiado cargado de sentimentalismo emparenta a esta realización con el rumbo preferencial de este tipo de envíos.
Lo que vemos aquí, en cambio, es una voluntad expresa de dejar hablar (y sobre todo escuchar) en el marco de una cámara que no se mueve y permanece quieta, con la atención persistente, la curiosidad a flor de piel, la preparación rigurosa y la perseverante búsqueda de la verdad que identifican a un periodista de raza.
Lo más rico de esta serie documental, sin dudas, atraviesa el período inicial de la recuperada democracia argentina, cuando López acepta el compromiso de acompañar como vocero presidencial la experiencia alfonsinista en el poder. Pero el prólogo de esta autobiografía (deliberadamente recortada para funcionar en espejo con estos 40 años de democracia) aparece con la gran pregunta inaugural de López, ese momento fundamental que lo sacó del anonimato periodístico.
Esta es otra de las grandes virtudes de Memoria para construir. Aquí se defiende la idea de que un acontecimiento adquiere valor testimonial si se empieza con la descripción y la explicación del hecho mismo antes de arriesgar cualquier opinión. Nos hemos acostumbrado demasiado en los últimos tiempos a la extraviada inversión de esta lógica, que hace apología de las “bajadas de línea” sin hacer una mínima revisión previa del hecho analizado.
Como lo indica la esencia del oficio periodístico, López (también guionista de esta serie junto a Eugenia Bóveda y el realizador Gabriel Mazzaglia) sostiene antes que nada el valor de los hechos. Por eso decide sostener de manera integral el extraordinario momento vivido el 13 de diciembre de 1979 en el Salón Blanco de la Casa Rosada, cuando el protagonista de esta historia se animó por primera vez a hacerle una pregunta sobre los desaparecidos al entonces presidente de facto Jorge Rafael Videla. No era un momento fácil, en plena dictadura, para plantear públicamente ese tema. López lo hizo, como lo descubrimos en el documental, respaldado en su compromiso periodístico y moral.
El rescate de las imágenes de archivo y el audio completo de ese momento histórico adquiere en Memoria para construir tanto valor como muchas de las fotos fijas y los documentos audiovisuales que acompañan el relato de otros hechos decisivos de estos 40 años que tuvieron a López como protagonista clave. Pero esos acontecimientos (la invasión de las Malvinas, la conformación de la Conadep, el histórico Juicio a las Juntas, el surgimiento del Plan Austral, las asonadas carapintadas, la transición con el menemismo) tienen el mismo tratamiento. En vez de recurrir a una narración matizada o salpicada de temas a través de cortes veloces o abruptos de edición, el material testimonial de archivo se emite completo, sin interrupciones.
Lo mismo ocurre con las intervenciones del propio López, que prefiere escuchar a quienes tienen algo para decir y cuando le toca hablar lo hace de la manera más reposada posible. La cámara fija le permite tomarse el tiempo necesario para que el testimonio o el recuerdo resulten lo suficientemente veraces, emotivos y auténticos. El homenaje a Magdalena Ruiz Guiñazú con el que se cierra el último episodio es la mejor muestra.
Vale todo este recorrido no solo para recuperar la memoria de la vida pública de López. También para descubrirlo al mismo tiempo como un hombre de fe, dispuesto a poner en juego todas sus convicciones morales y religiosas al servicio de causas relacionadas con el compromiso público (como la Mesa de Diálogo en la difícil coyuntura política de 2002) o la actividad periodística, junto a su mirada sobre el pontificado de Francisco, el Papa argentino. Y también como un representante genuino del mejor ejercicio del oficio periodístico, descripto a través de su paso en distintas etapas por la redacción de LA NACION. Un par de diálogos muy reveladores con José Claudio Escribano, sus visitas al archivo de este diario y el aporte de espléndidas imágenes con pinceladas de la vida de LA NACION en otras épocas rubrican otro de los grandes momentos de este recomendable documental.
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