Las dos caras del arte de Ana Belén
Recitales de la cantante española Ana Belén, junto a David San José Sánchez (teclados), Antonio García De Diego (guitarra y teclados), Andreas Ulrich Prittwitz (saxo), Javier Saiz Martínez (bajo) Angel Crespo Dueñas (batería), y Mariano Díaz Fernández (dirección musical). Sonido: Fernando Díaz Martínez. Luces: Vicente Campillo Martin). Producción: Aisenberg-Gelemur-Lombardi-Simone. En el teatro Gran Rex. Nuestra opinión: bueno.
De pronto, al encenderse las luces del escenario, se topa uno con ella, de pie frente al micrófono, elegantísima, de largo vestido negro, cantando ya ese "Pequeño vals vienés", primera canción de la serie dedicada a la poesía de Federico García Lorca.
La canción de amor resplandece en esa atmósfera que le ha entretejido su sexteto instrumental, para que los versos del granadino encuentren su mejor cauce musical.
Ninguna grandilocuente obertura se empeña por convertirla en la heroina de la noche. Ana Belén no la precisa porque es una de las pocas cantantes inteligentes, donde el seso bien despierto hace perfecto juego con una garganta privilegiada.
Inteligencia y sensibilidad le permiten dedicar toda una primera parte a la poesía del querido García Lorca. Pero no como vano homenaje de cantar alegremente canciones que tienen nuevas alas, sino con sabrosos apuntes antes de cada tema.
Tras la primera entrega, con música de Leonard Cohen, inicia Ana sus comentarios para recordar a Federico en Buenos Aires. "Por tu amor me duele el aire" es la segunda entrega. Aquellos versos memorables: "Ay, qué trabajo me cuesta/quererte como te quiero...", traen notas de acento español y rasgos andaluces pergeñadas por Javier Ruibal. La espléndida voz de mezzo soprano, de cálido vibrato, crece temerariamente y la poesía de amor tambalea al tornarse espasmódica.
Algo parecido ocurrirá con "Muerto de amor", que lleva música de Ketama, y la "Canción del gitano apaleado", musicalizado por Kiko Veneno. En el primero un ritmito tropical enredado en pop-rock, y en el segundo un decidido empuje rockero de melodismo esquemático, empujan al poema lejos de su centro emocional.
Ana Belén los embellece con su timbre pastoso, mientras incorpora sutilmente las sugestivas dotes de actriz dramática a su arte canoro.
Los versos que Neruda dedicó a Federico son el atrio ideal por el que ingresa la bellísima melodía que Joan Manuel Serrat entretejió para el poema "Herido de amor". El piano y la guitarra enhebran las notas más empáticas con el texto. Y dan paso a los hallazgos hispánicos de Fito Páez para el "Romance de la pena negra".
Ana nos reserva una más honda mirada en el universo lorquiano: el cancionero popular recopilado y armonizado por el propio Federico. Las remozadas versiones en piano-bajo-batería desgranan exquisiteces en "Los cuatro muleros"; buscan empatías pese a ciertas libertades jazzísticas en "La tarara", y regresan al ancestro andaluz en "Zorongo gitano". La música de Victor Manuel es intensa en "Alma ausente" y en la del músico cubano acude al ritmo caribeño en "Son de negros en Cuba".
La otra cara
Cuando Ana Belén regresa, pantalones celestes y musculosa al tono, se ha quitado algún complejo artístico y el rigor en la elección del repertorio. Su inteligencia ha dado paso a la astucia y al olfato comercial.
Aunque incluya temas testimoniales como "Yo también nací en el 53", "Sólo le pido a Dios" y "España camisa blanca", y creaciones estupendas como "A la sombra de un león", Ana se tienta con baladas anacrónicas ("Desde mi libertad"), livianas ("Margaritas a los cerdos") o trilladas ("El hombre del piano").
Pero sale airosa por su elegancia hecha de finura en los gestos y en los agradecimientos, por su acendrada musicalidad y por su atrapante desenvoltura femenina. La notable actriz es también una eximia cantante.
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