Las Chicas del Cable reales: ¿qué es cierto y qué no de las mujeres libres y apasionadas de la serie?
Una de las primeras series de Netflix producida en España fue Las chicas del cable, una historia de intrigas, romances y venganzas que sucede en el marco de una compañía de teléfonos de principios del siglo veinte. Tres años después de su lanzamiento en 2017, la última temporada se estrenó el pasado 3 de julio.
Si bien está claro que la intención de la ficción no es documental, la ambientación y algunos de los temas en los que profundiza parecieran ser bastante reales al margen de la belleza extraordinaria de cada una de sus protagonistas que tampoco es verosímil.
Las chicas del cable trabajan en una empresa que realmente existió en Madrid y que se fundó en 1924: la Compañía Telefónica Nacional de España. Las amistades, las conversaciones en secreto, los murmullos también se generaron entre aquellas primeras mujeres teleoperadoras con ansias de libertad e independencia que aprovecharon la oportunidad de trabajar en una organización de alguna manera amable.
Conocidas como las Hello girls! surgieron en 1878 con la invención del primer teléfono pensado por Alexander Graham Bell. El inventor quiso contratar a una mujer para el primer puesto de telefonista de la historia: Emma Nutt, una bostoniana de 18 años. La función era simple pero requería de memoria, atención y amabilidad: se trataba de conectar clavijas en un tablero para comunicar distintos puntos del mapa y así generar conversaciones a distancia. Después de ella, llegó su hermana y más adelante una multitud de mujeres quedaron enganchadas al teléfono.
Las primeras centrales llegaron a España en 1881 y se mantuvieron en funcionamiento hasta 1988 cuando, tal como cuenta el diario El País, el 19 de diciembre de aquel año se jubiló la última teleoperadora, Magdalena Martín, que se despidió con un llamado a Felipe González, presidente entre 1982 y 1996.
Durante la primera mitad del siglo veinte, las telefonistas tuvieron un papel crucial en el mundo: eran ellas las que comunicaban a los políticos y generales para decidir el futuro del planeta. Debido a su importancia, las candidatas debían cumplir con ciertas condiciones esenciales: tener entre 17 y 27 años, ser solteras, no tener hijos, no usar anteojos y medir más de 1,55 metros para alcanzar las clavijas más altas. Si cumplían con los requisitos, se les exigía un certificado de buena conducta, se les tomaban tres pruebas: una de teclado rápido, otro lento con auriculares y un examen de geografía, cultural general e historia.
Como desde siempre, los sueldos que percibían las telefonistas en el mundo se encontraba muy por debajo de lo que percibían los hombres. Solo un capítulo de la serie de seis temporadas se dedicó al tema.
En el pago tampoco se les reconocía la rotación de horarios trasnochados pero sí se descontaban hasta las mínimas impuntualidades dado que el servicio debía funcionar las 24 horas durante los 365 días del año. En una entrevista con el sitio El Diario, una de las primeras telefonistas españolas, Celina Ribechitini -que murió en 2018- contó que las jornadas eran de siete horas con dos pausas: una para ir al baño y otra para comer algo.
A las chicas del cable actrices se las ve continuamente fuera de sus puestos de trabajo escondiéndose en pasillos, buscando documentos, robando dinero y hasta teniendo romances con sus jefes. Todo en horario laboral. Nadie podría criticar lo exquisito del vestuario de la serie, sin embargo, habría que verificar si unas simples telefonistas podían acceder a semejantes vestidos, zapatos, abrigos y un sinfín de accesorios.
Por último, la pretensión de la historia es contar un relato feminista de una época de la historia. La cuestión es que, entusiasmados por la libertad de las mujeres, muchas veces se las muestra en gestos y actitudes que en la década del 30 les hubieran valido una temporada presas.
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