Su primera visita al país en 1980, su amistad con Pappo (a quien apodó “The Cheeseman”) y su fidelidad con sus amigos: una historia de la influencia descomunal del Rey en el blues local
A principios de los 80, el blues parecía haber desaparecido. Aún faltaban unos años para que la aparición de Stevie Ray Vaughan volviera a generar interés por esta música en los medios y el público, y el blues había vuelto a los pequeños clubes, el caldo de cultivo por excelencia del género. En este contexto, B.B. King llegó por primera vez a Buenos Aires, en abril de 1980, para presentarse en Obras, contratado por un músico que se había tornado empresario, Carlos "Pirín" Geniso, y quiso darse el gusto de traer al país a su ídolo. El recital, si bien artísticamente brillante, fue un desastre económico, y Geniso –que había hipotecado su casa en garantía– estuvo a punto de perderla. B.B. King no olvidaría este hecho. Cuando, a partir de 1991, empezó a llegar al país prácticamente todos los años, con un éxito cada vez mayor de convocatoria, exigió siempre que la empresa que lo contrataba fuera la que estaba asociada con Geniso, aún cuando recibía ofertas económicamente más tentadoras. La anécdota es representativa del don de gente y los códigos éticos que guiaron la carrera extraordinariamente prolongada e influyente del "Rey del Blues".
Más allá de su trascendencia a nivel internacional, estupendamente resumida por David Fricke en la semblanza incluida en el número de julio de Rolling Stone, B.B. King tuvo –y tiene– una influencia descomunal en la música de blues realizada en Argentina. Sus visitas durante los primeros años de la década del 90 abrieron la puerta para la llegada al país de las principales figuras del género, como Albert King, Taj Mahal, Albert Collins, Buddy Guy, John Hammond, Robert Cray, James Cotton y muchos otros, lo que generó un contacto de primera mano, irreemplazable para la real comprensión de esta música. El efecto fue una especie de big bang blusero, el surgimiento de una nueva generación de músicos dedicados a cultivar el género, alimentando una escena que perdura hasta hoy.
El Rey también dio lugar a los músicos locales para que abrieran sus conciertos, invitando a Memphis La Blusera, Durazno De Gala (el grupo de Miguel "Botafogo" Vilanova), La Mississippi, y por supuesto, a Pappo, con quien estableció una relación de admiración y afecto mutuo, que comenzó cuando lo bautizó "The Cheeseman" a partir de una horma de queso que el inefable Carpo le regaló durante aquella primera visita de 1980. La culminación fue la presentación de Pappo con B.B. en el Madison Square Garden, junto a la realeza del blues, como Buddy Guy, Junior Wells y Koko Taylor. Fue una relación que seguramente hubiera tenido otros capítulos, de no ser por la prematura desaparición de Napolitano. Después de eso, el Rey ponía una mirada de infinita tristeza cada vez que se le recordaba a su amigo, el guitarrista argentino que él mismo definió como "uno de los más grandes del mundo".
Tuve la oportunidad de conocer de cerca a B.B. y trabajar junto a él durante todas sus primeras visitas de los años 90, contratado por la producción. Compartí transportes, camarines, le realicé varias entrevistas, acompañé a los músicos locales que iban a rendirle tributo o pedirle consejo después del show y no manejaban el inglés, estuve ahí cuando –después de invitarlo para una memorable zapada durante su actuación en Obras en el 92–, King le dijo a Pappo que iba a llevarlo a tocar a los Estados Unidos, promesa que cumpliría al año siguiente. Durante todos esos momentos, siempre asomaba su bonhomía, su humildad, su profesionalismo, el compromiso que había asumido consigo mismo de convertirse en un embajador del blues, popularizando y jerarquizando esta música, llevándola a todos los confines del planeta.
King fue un monarca benigno que predicaba con el ejemplo, su autoridad emanaba de su inmensa sabiduría, de su extraordinario talento, de su conmovedora humanidad. B.B. era un hombre privado, con una personalidad curtida a través de décadas on the road, y sólo sus ojos dejaban traslucir a veces su cansancio, disgusto o desaprobación. Pero la respuesta a estas situaciones siempre llegaba con una altura que reafirmaba su condición de Rey. Una vez, en una entrevista –en forma absolutamente inconciente–, me atreví a sugerir que sus discos en vivo permitían apreciar más al "verdadero" B.B. King, y él no me dejó terminar la frase. "¿Quién conoce al verdadero B.B. King?", me respondió, para completar diciendo: "Yo no. Y yo soy él".
Por Claudio Kleiman
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