Lali, la chica pop a prueba de haters que siempre se mueve rápido
Talento y carisma, la estrella de la música, el cine, el streaming y la TV se mantiene inmune a las polémicas y logra un consenso positivo sobre cada paso que da
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Lali Espósito o Lali a secas, como prefiere ella, logró algo extraño en una sociedad acostumbrada a poner la mira y descargar andanadas inclementes sobre las figuras públicas y, a veces, no tanto. A Lali nadie la odia. No es un tema generacional, desde los jóvenes centennials a los adultos casi boomers, esa imagen proyectada en la música, la pantalla y las redes sociales irradia algo que hoy es muy difícil de transmitir: ¿credibilidad, autenticidad, talento, sinceridad? Quizá una combinación de todo.
En sus últimos pasos, la serie El fin del amor (disponible en Amazon Prime) y en los shows que dará hoy y que repetirá mañana en el Movistar Arena, hay apenas rastros de un artefacto pop mucho más complejo que el que suele sostener en el aire a las estrellas fugaces. Lali toma riesgos artísticos, no se queda quieta, ingresa en terrenos pantanosos y absorbe los desafíos con una naturalidad que valida cada una de sus pisadas.
No hay que ser ingenuos, Lali desde que ingresó a esa tierra salvaje del “mundo del espectáculo” a los 10 años (Rincón de luz, uno de los éxitos de Cris Morena) aprendió muchos trucos de supervivencia. La industria musical, televisiva y cinematográfica impone modelos según pautas más o menos preponderantes en cada época. Y en la adaptación de las figuras del espectáculo a esas nuevas líneas subjetivas está la clave para subsistir. Y Lali entendió bastante rápido que los viejos patrones que definían a la típica “diva” no iban más. Que el ser popular argentino había incorporado elementos de cercanía, de contacto, de amplitud en estilos de vida que, ahora, forman parte de la construcción pop del siglo XXI.
O sea: Lali puede ser una amiga empática en las redes sociales, una estampa hegemónica y sensual en el escenario, encarnar personajes diversos y jugados en la pantalla de ficción y, al mismo tiempo, un dechado de simpatía en la televisión. Siempre genuina, siempre próxima, siempre atenta al entorno que la observa por los filtros mediáticos, aunque sin perder su esencia.
“Creo que hoy estoy mucho más atenta a ser mejor amiga, mejor hermana. Me era imposible no ser tan egoísta. Antes mi vida era una vorágine de laburo. Me validaba a través de mi laburo sin querer, sin darme cuenta. Y, por ende, abandonaba mucho lo personal”, dijo hace poco en una entrevista en la Rolling Stone. La “amistad” por sobre el típico cifrado “afectivo-amoroso” de las estrellas del espectáculo podría ser uno de los rasgos que Lali leyó mejor que ninguna en la nueva narrativa social femenina. Justamente, su personaje de Tamara en la serie El fin del amor cultiva ese aspecto. Una columnista de radio, periodista y profesora universitaria que habla sobre la evolución de las relaciones y que, al mismo tiempo, vive experiencias sexo afectivas diversas siempre acompañada por sus amigas. Su personaje puede llegar a recibir reproches, pero ella no deja de mostrarse humanizada tanto en los errores como en los aciertos. Desde el pedestal de una belleza hegemónica nunca compite, nunca traiciona, no se aparta de sus lazos íntimos. La amistad y la diversión entre mujeres solteras que rondan los 30 aparece en la serie como un supra valor con el que Lali parece sentirse hermanada.
De su vida real afectiva poco se conoce, algo bastante atípico en la cadena de exhibicionismo privado que alimenta a la industria del espectáculo. Deslizó en reiteradas ocasiones su inclinación bisexual, aunque tampoco parecería un tema fundamental en su vida, más bien emerge como una característica identitaria de una corriente que focaliza en la satisfacción del deseo femenino la llave de la emancipación.
Sin embargo, en canciones y videos como “N5″ y “2 son 3″ eso está presente de manera explícita, sin dobleces. En otros tiempos, las mujeres que lograban destacar en la maquinaria mantenían su imagen y su discurso en los mismos carriles de hegemonía estética. Cumplían los estándares de belleza y no cuestionaban desde su semántica el lugar que supuestamente debían ocupar como objetos de deseo masculino y horizonte aspiracional femenino.
Lali se construye a sí misma con otra lógica. Mantiene distintos niveles discursivos sobre los que, según interpreta, funciona ahora la dinámica del negocio del pop. La imagen hegemónica, la honestidad intelectual y el compromiso socio-cultural pueden ir juntos en esta nueva ética y estética que propone el show business. De hecho, el “lalismo”, que no para de crecer en cualquier rango de edad, convalida lo que intuye Lali acertadamente.
Mientras tanto, los haters (odiadores) apuntan con esmero, pero nunca logran dar en el blanco. Lali se mueve demasiado rápido y en ese balanceo crece en popularidad.
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