La Voz replica en la Argentina un éxito de alcances globales
A menos que ocurra un milagro, la segunda temporada de La Voz Argentina será el programa con continuidad más visto y de mayor repercusión de todo 2018 en la televisión abierta de nuestro país. No todos imaginaban este desenlace cuando Telefe anunció que recuperaría para su horario centraleste concurso de talentos en clave de reality documental seis años después de su primera experiencia. Ahora, el público emitió su veredicto y decidió darle un fuerte respaldo al programa que es lo que ShowMatch no quiso o no pudo ser.
Con un rating insuperable para los estándares actuales de la TV por aire, que llegó a sobrepasar en alguna oportunidad los hoy soñados 20 puntos, La Voz Argentina resultó el factor determinante para que Telefe se impusiera en la batalla cotidiana por la audiencia, aunque en los últimos días y a favor de una astuta combinación de escándalos y regresos Tinelli logró recuperar terreno y exhibir cifras de rating muy aproximadas a las proyecciones que manejaba antes de su regreso.
Pero si se planteara una competencia mano a mano, a primera vista queda claro que La Voz Argentina sacaría una ventaja. Sobre todo a partir de algo que ya hemos dicho en estas páginas: en cualquier competencia de talentos que apela sucesivamente a la exhibición de destrezas y emociones por lo general la balanza se va a inclinar hacia las historias de vida menos conocidas y más reveladoras. La empatía emocional tiene todo a priori para imponerse sobre la curiosidad por saber cuál será el desenlace de un nuevo escándalo farandulero.
¿Por dónde pasa la fortaleza de La Voz Argentina, en un mundo en el que parecen abundar y sobrar las competencias televisivas de nuevos talentos? El primer factor que marca la diferencia entre este programa y sus pares es el pequeño y decisivo matiz diferencial de su fórmula. La idea que tuvo en 2010 el holandés John de Mol (el mismo inventor de Gran hermano y, por añadidura, de la idea propiamente dicha del reality show televisivo) es brillante: colocar a los participantes de espaldas a los famosos que deberán juzgarlos y eventualmente elegirlos. La excusa es descubrirlos solamente desde la voz, sin otro aditamento. Como si el talento no necesitase ayuda alguna. Pero en términos televisivos, ese cambio también equivale a suspenso, un elemento decisivo para darle continuidad, atractivo y un crescendo dramático a algo que no ocurre en la ficción, sino en la vida real.
La Voz tiene una fórmula global que se aplica de la misma forma en 67 países. Y se apoya en ese factor de suspenso (que a la vez es un factor sorpresa) combinado con un eje de hierro: el público cree en las reglas, en el conocimiento de los jurados (y futuros entrenadores) y en un entorno de producción que funciona como un mecanismo de relojería. Hay un voto de confianza cotidiano hacia una televisión hecha con precisión y profesionalismo. Y que cuenta con cuatro expertos calificadores que además de talento artístico manejan a la perfección detalles propios de una rutina actoral: gestos, mohínes, guiños, conversaciones ocasionales. También ellos siempre tienen algo para contar y, de paso, suman a Marley, que aquí ocupa un rol bastante más subordinado. Pero alcanzan pasos de comedia, como el ensayo de canto que practicó junto a Soledad Pastorutti la semana pasada para que el conductor formal del programa sostuviera su lugar en un esquema que, en rigor, casi no necesita de esa función.
El talón de Aquiles de La Voz es siempre el exceso de azúcar. Aspirantes como el cordobés Lucas Belbruno, no vidente, no necesitan del sonido edulcorado de un piano y del montaje sensiblero y efectista de su historia de vida (como la de tantos otros competidores) para despertar emociones genuinas. Algún día la TV se convencerá de que las historias de superación personal son incompatibles con la búsqueda constante del efecto lacrimógeno. Mientras tanto, La Voz sigue su curso y no sería extraño que Telefe ya esté pensando en lanzar próximamente la versión para chicos, que ya funciona en 37 países, o La Voz Senior, exclusiva para mayores de 60 años, que acaba de poner a prueba John de Mol en Holanda.
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