La última Bonaparte: un docudrama brillante con actuaciones superlativas de Silvia Pérez y Mauro Álvarez
Dennis Smith abordó un texto del psiquiatra Walter Ghedin que confronta la vida de Marie Bonaparte con la del ex símbolo sexual de los años 80
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Dramaturgia y dirección: Dennis Smith. Libro original y producción general: Walter Ghedin. Intérpretes: Silvia Pérez y Mauro Álvarez. Guitarra: Agustín Buquete. Video: Lucio Bazzalo. Luces: Ricardo Sica. Sala: Camarín de las Musas, Mario Bravo 960. Funciones: sábados, a las 20.30. Duración: 60 minutos.
¿Por qué una vida real puede resultar atractiva para el público teatral? Más que en la razón habría que indagar en el cómo, de qué manera el proceso artístico puede convertir la magia. La última Bonaparte es un excelente ejemplo del gran truco.
El psiquiatra y sexólogo Walter Ghedin es autor de varios libros sobre sexualidad pero también de textos dramáticos como La vagina enlutada (dirigida por Gastón Marioni) y Delirio de amor (que dirigió Carlo Argento), dos obras en las que trabajó Silvia Pérez. Ambos, escritor y actriz, tenían una nueva propuesta, la de llevar a escena la vida de la, en general, desconocida Marie Bonaparte, última descendiente de Napoleón, discípula de Freud e investigadora incansable de su clítoris y anorgasmia. Al director Dennis Smith le intrigó, aun más que la biografía de la francesa, el hecho de que una sex symbol de los 80 quisiera interpretar a un personaje tan, aparentemente, opuesto. Y sobre esa pregunta organizó la dramaturgia y la puesta.
Así como del cruce entre el actor Gustavo Garzón con la directora Marina Otero produjo la intensa 200 golpes de jamón serrano donde son los procedimientos los que quedan al desnudo al chocar dos mundos creativos y profesionales tan distintos, en La última Bonaparte el encuentro de Pérez y Smith abre otro tipo de fricción, otra puerta en el poco común camino de esta actriz que ha pasado de la máxima popularidad a la indagación en el circuito independiente. Pero Smith no actúa (como Otero) sino que en escena ‘’aparece’' su alter ego, el director interpretado por Mauro Álvarez.
Hay micrófonos, auriculares, cables, un músico (Agustín Buquete), es un estudio de grabación, limitado a cada lado por escritorios: en uno, Silvia Pérez, la que pone la voz y el cuerpo para el documental sobre Marie Bonaparte; en el otro, el director del audiovisual que interviene, corta, pide, arenga a su actriz para que, también, cuente sobre Silvia, quiere que se presente, que se compare, que se muestre, quiere saber por qué ambas mujeres se relacionan. En el medio, la pantalla donde no sólo vemos, duplicado, lo que se graba ante nuestros ojos sino otros fragmentos del documental, imágenes y diálogos que requieren el doblaje de Silvia, con la voz afrancesada de Marie.
Durante este proceso, el director tira de la soga para lograr la simbiosis (llega hasta compartir mensajes de audio de Pérez por WhatsApp) mientras Pérez obedece como puede pero a la vez intenta mantener la línea entre ficción y realidad. No es difícil imaginar quien cumple su propósito, a total beneficio de un espectáculo atrapante, estupendamente actuado, que poetiza con humor lo profano y lo sagrado que tiene la vida, que tiene el teatro.
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