La TV y la política, según Sartori
Hasta el final de sus días, Giovanni Sartori llegó más lejos que cualquiera de los grandes pensadores contemporáneos de las ciencias sociales en su afán de incorporar la televisión en el medio de una discusión crucial: las posibilidades de supervivencia que tiene hoy un sistema democrático en Occidente.
Tal vez no sepamos jamás qué clase de programas de TV veía en sus ratos libres el eminente teórico florentino fallecido el martes último, a los 92 años. Siempre sostuvo que no debía ser "condenada indiscriminadamente" porque la "televisión espectáculo" entretiene y divierte. Pero de inmediato advierte que el problema empieza cuando la televisión "transforma todo en espectáculo". Aquí estamos frente a una regresión. Expuestos sin defensa al "empobrecimiento de la capacidad de entender".
Estas afirmaciones aparecen en el primer tramo de Homo videns, la sociedad teledirigida, libro publicado por primera vez en 1997 y que hemos citado varias veces en esta columna. La mayor certeza de este lúcido ensayo, cuyo valor perdura hasta hoy por más que su propio autor haya dicho más de una vez que lo veía un poco vecchiato (envejecido), pasa por una definición esencial: de tanto exponerse a un medio para el cual todo lo que no se traduce en imágenes directamente no existe, el homo videns pierde la capacidad de abstracción y de razonamiento.
Sartori retoma este razonamiento al comienzo de su último, breve y extraordinario libro, La carrera hacia ninguna parte (2016). Allí sostiene que casi todo nuestro vocabulario teórico está integrado por "palabras abstractas" que no se corresponden con "ningún equivalente preciso en cosas visibles y cuyo significado no se puede reconducir ni traducir en imágenes". Entre esas palabras destaca conceptos como nación, Estado, soberanía, burocracia, democracia, representación, justicia, libertad, igualdad, legitimidad. Y también, no casualmente, incluye otras como desempleo, inteligencia y felicidad.
Sartori estaba convencido de que mostrar por TV a un desempleado jamás nos podría ayudar cabalmente a entender el porqué del desempleo. "Del mismo modo mostrar a un preso que sale de la cárcel no explica la libertad, la visión de un pobre no explica la pobreza y la visión del enfermo no explica la enfermedad", afirma en La carrera hacia ninguna parte.
Ese reduccionismo está en el centro del desencanto que Sartori observa en los comportamientos de la sociedad occidental, especialmente en la europea. El hombre parece haber renunciado a su condición de homo sapiens (apoyado en conceptos y abstracciones mentales) para abrazar con fervor su nueva identidad de homo videns: "La televisión invierte el progreso de lo sensible a lo inteligible y lo destruye mediante el retorno al puro y simple ver".
Las reflexiones de Sartori formaron a generaciones enteras de politólogos. Nos legó una inmensa cantidad de definiciones teóricas sobre política y democracia, además de una tipología de los partidos políticos ampliamente difundida y aplicada en los debates académicos. A primera vista, un acercamiento como el que Sartori hizo del fenómeno televisivo podría ubicarse en un espacio marginal dentro de su pensamiento teórico.
Pero hombre de su espacio y de su tiempo al fin, Sartori llegó a pensar sobre la TV y construir una teoría alrededor de ella desde su otra gran condición, la de polemista. Desde sus columnas en el Corriere della Sera mantuvo una esgrima constante contra Silvio Berlusconi (a quien llegó a definir como un "encantador de serpientes") y todo lo que su política representaba. Tal vez haya sentido la necesidad de aplicar su inmensa capacidad teórica en las cuestiones televisivas luego de comprobar, con tristeza, que la degradación de la política en su patria era el resultado del virtual monopolio televisivo del berlusconismo. Al convertirse en presidente del gobierno italiano y hombre fuerte de la política peninsular por largo tiempo, el empresario mediático más poderoso de Europa se adueñó simultáneamente de la TV pública y privada.
El resultado de la observación de esa anomalía italiana fue Homo videns, una reflexión teórica sobre la televisión que hoy tiene alcance universal. Porque lo que observa Sartori en su país se extiende a todo Occidente. Lo afirma el propio autor en la introducción de una lectura de los párrafos esenciales de ese libro en el Teatro Quirno, de Roma, en mayo de 2010. Esta exposición, disponible en YouTube (https://www.youtube.com/watch?v=53AmAJPcak4, en italiano), sugiere que el hombre copernicano, el hombre que lee, está agonizando. Y el nuevo hombre que llega, que sabe sólo de aquello que está traducido en imágenes, es el eje de una sociedad en la que se pone en riesgo la supervivencia de la democracia. Un sistema que Sartori define ante todo como el gobierno de la opinión pública.
"El riesgo -afirma allí- es confiar en una democracia basada en encuestas sobre temas que la opinión pública no conoce porque no los entiende de otra manera que a través de la imagen. No es que la opinión pertenezca al público, sino que ha sido inoculada en el público por los medios." ¿Acaso parece Sartori darles en este punto la razón a los kirchneristas, que en palabras de Carlos Pagni sostienen que el gobierno de Mauricio Macri no tiene legitimidad porque sus votantes fueron engañados por los medios?
La respuesta de Sartori, sugerida o explícita en sus últimos textos y conferencias, se traduce en la necesidad de un refuerzo de la idea esencial de que la democracia se define a partir de la opinión pública. Y en este sentido la solución pasa en primer lugar por la existencia de una multiplicidad de voces. Opiniones diversas, puntos de vista diferentes. La pluralidad como antídoto de cualquier riesgo monopólico en el manejo y el control de los medios. "La presencia misma de una contraopinión es lo único que impide el surgimiento de una dictadura", señala desde el escenario del Teatro Quirno. Una opinión pública verdaderamente autónoma "debe estar expuesta a flujos de informaciones sobre el estado de la cosa pública", agrega desde Homo videns. ¿Qué hubiese dicho Sartori acerca del modo en que esa información quedaba retaceada o tutelada desde espacios como el Indec de Guillermo Moreno?
Sartori nos dejó convencido de los perjuicios casi irreversibles para la salud democrática de una sociedad condicionada por la inflación de las imágenes televisivas. Pero uno de sus últimos libros, La democracia en 30 lecciones, tuvo como origen un programa de divulgación con el mismo nombre emitido por la RAI y propiciado por la periodista Lorenza Foschini. Allí, por una vez, el cáustico Sartori recurrió a la imagen como herramienta para explicar y entender el mundo.
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