La hija de Moria Casán domó sus demonios y explotó su potencial en cine y teatro. Leé la nota de tapa de la edición de julio de RS
‘No está increíble? 500 pesos me salió nada más”, dice Sofía Gala mientras modela apoyándose por arriba de la ropa que tiene puesta un traje azul marino a rayas que acaba de llegar de la modista. “Lo compré en una señora que tiene de todo acá en la galería de la Quinta Avenida. Le tuve que hacer unos arreglitos nomás.” Es una tarde de principios de junio y estamos en su piso de Recoleta, donde vive con su esposo, el rockero Julián Della Paolera, y sus tres hijos. Este año tiró o se deshizo de toda su ropa vieja y está rearmando su guardarropas a medida de su nuevo look, que presentó en sociedad unos días antes de nuestro primer encuentro, cuando fue invitada a Podemos hablar, el programa de Andy Kusnetzoff. Entre la inevitable conversación sobre las famosas tetas de su icónica madre, Sofía pudo deslizar algunas ideas sobre lo que ella definió “la crueldad de la ropa femenina” y cómo está pensada para marcar la figura de una forma en la que ella y muchas otras mujeres no se sienten cómodas. Tenía puesto un traje marrón de hombre, vintage, probablemente setentoso, con mocasines y medias rojas. El saco, enorme, tenía además un valor sentimental todavía más grande: pertenecía al cantante de boleros puertorriqueño Mike Acevedo, padre de Mimi Maura, amiga de Sofía. Todo el atuendo era premeditadamente masculino, oversize y, para un programa al que las mujeres suelen ir en vestiditos, moños y volados, bastante disruptivo. “El look hiper polémico de Sofía Gala”, como tituló un sitio farandulero local, se convirtió en meme pocas horas después. Montajes de la carita de Sofía recortada sobre imágenes de Mr. Bean, Chiche Gelblung y un homeless de los Simpson, entre otras, se desparramaron por todas las redes sociales.
“Flasheo en colores con estas cosas”, dice despatarrada en un sillón de su living. “Arman un debate nacional porque me pongo un saco y una camisa con corbata. Que me digan que parezco un espantapájaros o Chaplin está buenísimo, me río. Yo no pretendo gustarle a todo el mundo. Pero dijeron que soy lesbiana, que estoy en contra de mi mamá, que me afeo, que quiero ser un macho, que odio a las mujeres, ¡que soy machista! Me puse un traje y una camisa, loco. ¿Qué te duele tanto de que me vista como John Lydon?”
En su casa, Sofía está usando pantalón de vestir de hombre, zapatos y camisa, no muy diferentes a los que vieron todos aquel sábado por Telefé. Dice que cambió y es para siempre. Y es todo gracias a Dante, su hijo de 3 años y medio, y una epifanía que tuvo cuando ella le mostró el video de “Life On Mars”, con David Bowie de traje azul, maquillaje y el pelo rojo furioso. “‘¿Quién es esa señora?’, me dice. ‘Es David Bowie, es un varón’, le dije. ‘¿Yo también me puedo pintar así?’, me dice. ‘Sí’, le digo, ‘claro’. Y a partir de ahí empezó a mezclar sus cosas con las de sus hermanas. Se armaba unos looks espectaculares, con tacos, pintado y todo. Era Bowie, después fue una bruja, ahora está con los dinosaurios, porque es así. Yo al ver que no perdía su esencia ni se metía en ningún tipo de género, sino que simplemente se vestía como se le cantaba el culo y lo lindo que estaba, y lo él que era, pensé: ‘¿Cómo lo puede estar haciendo él y yo no?’.”
Este año Sofía dejó de comprar su ropa en tiendas de mujeres, porque en general no tienen lo que ella busca ahora. “Todo lo que es sastrería de mujeres me daba más Coco Chanel, Katherine Hepburn... Yo lo que quiero es ese look más post-punk, las hombreras gigantes tipo David Byrne, que es como si te hubieras puesto la ropa de tu hermano mayor. Y ahí me di cuenta: me tengo que poner ropa de varón. Es como el nivel de expresión más alto de quien soy. Cuando empecé a hacerlo, para todos mis amigos y la gente alrededor mío fue lo más natural.”
Para el star system que tenemos en Argentina, Sofía Gala es una outsider rara. Una que vivió toda su vida dentro y, quizás por eso, nunca sintió la necesidad de pertenecer. Tiene una tendencia natural a hablar sin filtro y a que sus dichos tengan el mentado “efecto fósforo disparador” casanesco. Y eso, por momentos, entra en conflicto con un deseo genuino de que alguien pueda ver a la mujer de fuego más allá del humo. Porque además de la hija de Moria Casán, de la provocadora pública de fama heredada, de la enfant terrible que descoloca entrevistadores desde que aprendió a hablar, de la otrora niña precoz sexualmente activa desde los 14, hay una actriz de 31 años en estado de consagración.
Eventualmente este look de Sofía irá a parar a la larga lista de gestos estridentes que le brotan solo por ser quien es y decir lo que piensa. Como cuando hizo unas fotos de su panza embarazada escrita con la frase “Es mi cuerpo y decido yo” para la revista La Garganta Poderosa en 2013. O cuando dijo que prefería ser puta antes que moza, y disparó una conversación sobre el trabajo sexual, solo por mencionar ejemplos más o menos recientes. “Me encanta ver los avances. Pero no me encanta que siempre se me critique por algo que después termina pasando, o termina siendo la regla cinco años más tarde”, dice. “En el primer momento nunca se abre el debate. Se termina convirtiendo en una situación en la que no importa lo que estás diciendo, importa que lo estás diciendo vos, para no enfocarse en lo que importa.” Con su intensidad característica, Sofía va a seguir disparando provocaciones mientras siga viva, de eso no hay duda. Pero hoy, la que importa es esta.
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Cuando tenía casi 18 años de vida y de fama, pero escaso currículum, Sofía fue entrevistada por Rolling Stone. Era 2005 y estaba aprendiendo de Fernando Peña, su mentor en la actuación y con quien tuvo su debut teatral –con desnudo incluido– en Yo, chancho y glamoroso. Él la había mandado a llamar después de que Ronnie Arias le contara que la vio besar un póster de Mugre a la salida del teatro y cuando la conoció quedó fascinado con la frescura de la teen insolente y sensible, criada frente a las cámaras y entre bambalinas, pero libre de vicios teatrales. En la nota la definía con una imagen punzante: “Es casi como una estampita de la Virgen que tiraron en la calle”.
“El gran consejo de Fer fue que no actúe, que trabaje con la verdad”, dice ella. “Yo trabajo con mi psiquis, con mis emociones. Entonces cuando agarro un trabajo lo primero que pienso es cómo me va a servir lo que voy a sentir. ¿Quiero sentir todas estas cosas? ¿Ponerme en la piel de esta persona a la que le paso todo eso? Así que antes de la historia, antes del guión, antes del proyecto final, pienso en eso.”
En los prácticamente 15 años que vinieron después de aquella entrevista con RS, en la que dice no haberse sentido representada (dispara que la nota –donde hablaban su madre, Peña y otras personas importantes de su entorno– le pareció una “cholula”), Sofía interpretó una serie de personajes mayormente oscuros, frágiles, melancólicos o directamente trágicos. Algunas paradas de esa montaña rusa emocional fueron: animadora de fiestas infantiles y prostituta portadora de HIV en El resultado del amor, de Eliseo Subiela; lolita inquietante del exitoso unitario Mujeres asesinas con Juan Leyrado; adicta en recuperación en Paco, de Diego Rafecas; prostituta embaucadora en El anatomista, obra dirigida por José María Muscari; reclutadora de esclavas sexuales en el thriller psicológico Hipersomnia; ludópata en Historias del corazón; parte de un trío amoroso con Moria y Mario Pasik en Tres mitades, también de Muscari; una punkie detrás de un asesino de rockstars en 27: el club de los malditos (junto a Diego Capusotto), y una versión psycho distorsionada de ella misma en la comedia teatral Confesiones de mujeres de 30, todavía en cartel. A través del cine (el rubro que mejor la adoptó), la televisión (donde nunca llegó a protagonizar) y el teatro (su campo de ejercitación), Sofía pasó por papeles de todos los tamaños en proyectos de distintos géneros, y dejó una y otra vez la misma certeza: su presencia es... muy intensa. “Creo que hay una gran verdad de dolor adentro mío”, dice ella. “Estoy hace tres años haciendo una comedia, pero la forma en que interpreto tiene que ver con el humor oscuro de Peña. Yo no tengo un humor limpio. Todo está un poco atravesado por esta sensación interna de desolación, que la manejo, sí, pero es una parte de mí inmensa. Soy re drama queen, no me alcanza con mis conflictos ni con las cosas buenas que vivo a diario. Necesito que me pase más para que eso se vaya de mí.”
La niña precoz que descoloca entrevistadores desde que aprendió a hablar ahora es una actriz de 31 años en estado de consagración.
“Sofía está en un momento maravilloso. Creo que se hizo un lugar muy singular dentro del mundo del espectáculo”, dice Muscari, que volverá a dirigirla este mes en los ensayos de su adaptación teatral de Atracción fatal, en el papel de la temible Alex Forrest, por supuesto. “Es tan emblemático el personaje que necesitaba una actriz visceral y particular que no copiara lo que hizo Glenn Close. Es muy importante la personalidad artística y ella la tiene.”
Sofía dice que no hay un cálculo de carrera en sus decisiones, la guía el instinto. “Te juro, eh, no es mentira. Sí, pienso todo un montón, pero no de una manera tan estratégica, tipo ‘este es mi próximo gran paso a tomar’. No pienso ‘de grande quiero ser Graciela Borges... o Moria Casán’, por decirte dos mujeres que son grosas en lo que les gusta. Voy dándome cuenta de mi rango y en lo que me voy convirtiendo mientras lo hago. Para elegir pienso en el futuro muy cercano.”
Hubo veces que sintió que no tuvo elección, como cuando no tenía plata y se sumó al panel de debate de Gran Hermano (“Tengo tres pibes y soy cabeza de familia. Tenía que trabajar”, resume). Y una vez que supo que la propuesta tenía todo lo que ella quería, Alanis no fue solo la mejor película en la carrera de Sofía, llegó en el momento justo de su vida. Y la del país.
En el film de Anahí Berneri (Un año sin amor, Encarnación, Por tu culpa y Aire libre), Sofía interpreta a una madre soltera de 25 años que se prostituye mientras intenta criar como puede a su bebé en Buenos Aires. Es un retrato intimista que esquiva lugares comunes, encara un tema controversial sin maniqueísmos ni moralejas, e invita a un debate sobre la prostitución que contempla zonas grises. Cuando Sofía se enamoró del proyecto ni bien leyó el guión, tuvo que pensar dos veces la propuesta. El personaje estaba dando de amamantar al igual que ella e iba a tener que interpretarlo con su propio bebé. La participación que le requería a Dante no era para nada menor, y Sofía sabe en carne propia lo que es la exposición mediática infantil no elegida. “Terminé decidiendo que Dante formara parte corriendo el riesgo de que me lo critique como le critico yo a mi mamá que me haya expuesto. Creo que cuando mi hijo crezca y vea esta película va a estar orgulloso de lo que estamos tratando de lograr. O lo crío para eso. Esto ayudó mucho a visibilizar el trabajo de las putas.”
Como parte de la elaboración del guión, Berneri se reunió con las representantes de AMMAR (Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina) y de otros colectivos de trabajadoras sexuales, con las que Sofía terminó estableciendo un vínculo que despertó en ella un mayor activismo. “Tengo la camiseta de las chicas re puesta”, dice. “Me parece ridículo que, en esta situación del mundo de levantamiento femenino y feminista, no se les dé derechos a las putas. Tener la oportunidad de hablar de una minoría, que dentro de nuestro propio grupo está discriminada, abandonada y marginada, para mí es muy importante. Me siento re cerca de la lucha de ellas. Porque siempre me pasó de pensar como pienso ahora de las putas. Antes de entender las diferencias entre un montón de situaciones: lo mal que la pasa una puta en la calle, a diferencia de una en un privado. La diferencia con la trata o un cafisho que las somete. Todas esas miles de ramificaciones del tema.”
Cuando Sofía dijo que prefería ser “puta antes que moza” en vivo en Intrusos, provocó el repudio de UTHGRA, la Unión de Trabajadores del Turismo, Hoteleros y Gastronómicos, en un comunicado que señalaba que “ser moza es un trabajo digno que requiere vocación y capacitación” y le reclamaba a Sofía disculpas públicas. Ella se negó y Georgina Orellano, secretaria de general de AMMAR, salió al cruce en su defensa: “Nosotras felicitamos a Sofía porque pudo manifestar que trabajamos como cualquier otra persona, que necesitamos que se respete nuestro trabajo como cualquier otro y que tenemos derecho a acceder a los derechos laborales”.
Por su interpretación en Alanis, Sofía ganó el premio a Mejor Actriz en los festivales de San Sebastián, La Habana y Guadalajara, compitió con la chilena Daniela Vega en los premios Platino, y está nominada a los premios Sur y Cóndor. Alanis activó conversaciones más allá de Intrusos y los gastronómicos. La película se ha proyectado en el marco de diferentes charlas sobre trabajo sexual, y en algunas Sofía participó en debates puertas adentro del feminismo: regulación vs. abolicionismo. “Escuché determinadas opiniones pero me parece que la mujer que cree que sabe mejor lo que quiere la otra, no es feminista. No está entendiendo el concepto. El feminismo habla de que, más allá de tus ideas, y de lo que vos pienses que está bien de lo que yo tengo que ser, me tenés que dejar decidir a mí cómo quiero ser yo. Esto es algo general y global que le pedimos a la humanidad. He escuchado mujeres diciendo: ‘Nadie es puta porque quiere’, ‘a nadie le gusta ser puta’. Perdoname. ¿Acá estamos todos trabajando de lo que nos gusta o solo la minoría? ‘No, porque vos vendés tu cuerpo y te vendés al patriarcado’. ¿Qué? ¿Vender tu cuerpo? ¿Me saco un brazo y te lo doy? Estás prestando un servicio. Lo que pasa es que para cocinar, te cocina 300 horas usando su cuerpo para amasar y después te sirve la comida, no está vendiendo su cuerpo. ¿Pero si la mujer en vez de utilizar la mano para hacerte una empanada utiliza la mano para hacerte una paja, ahí es patriarcado? ¿Por qué? ¿Por qué, si una mujer está tomando una decisión consciente de que esa manera de vivir por equis motivo le conviene o le sirve más que la otra? ¿Quién sos vos para decirle que no a otra mujer?”
Sofía sostiene que el trabajo sexual es distinguible de las situaciones de esclavitud o trata, y que necesita un marco legal. “Nadie quiere que una mina sea puta por necesidad, pero en todo caso, yo no quiero que nadie trabaje por necesidad. Me parece que es algo global de este sistema capitalista que lo indignifica todo. Nunca me presté a tener conversaciones con abolicionistas porque me parece que están tan sesgadas en una idea errónea que a veces es muy difícil conversar. No pretendo que todo el mundo piense como yo. Pretendo que se respete cómo yo pienso y que, por no estar de acuerdo, me quiten los derechos que debería tener.”
Su apoyo a la legalización del aborto y Ni Una Menos es lo más cercano a una filiación política que Sofía tiene hoy, aunque en un momento se sintió más cercana al kirchnerismo. Es conocida una foto de ella y Moria con CFK en el acto por los 30 años del regreso de la democracia y ha llorado en televisión por el cambio de mandato. Para hablar de política, se para y empieza a exponer mientras camina de un lado al otro de la habitación. “Lo que me pasó también con el gobierno anterior es todo una idea que no había existido en mí antes. Algo serio en la política donde el joven pueda tener un interés real”, dice. “Lo que pasaba en el pueblo era lo que me emocionaba. Cuando se fue Cristina yo lloré más, porque veía a padres con sus hijos en la plaza llorando. Me impresionaba ese nivel de amor y de fe en algo que yo nunca había visto que se le depositara. Pero en ninguna parte, incluso apoyando a Cristina, tuve más fe en Cristina que en los Rolling Stones. Soy una ciudadana y voy opinando lo que me va pareciendo que es mejor. Ojalá Macri hiciera las cosas a un punto en que yo pueda decir lo voto, pero veo las ideas políticas y económicas y me parece que no va por ahí. Igual no creo que con política se vaya a cambiar nada, soy de las boludas que creen que con el arte se van a despertar un par y nada más.”
Pero esta semana estuviste en la marcha de Ni Una Menos, con el pañuelo verde.
Sí, y voy a seguir yendo a las marchas para que no se mueran más pibas. Voy a la plaza a apoyar a mi género y porque creo que estamos viviendo un momento increíble para ser mujeres. ¿Cómo no me voy a ir a juntar con millones de brujas más a caminar y gritar por lo que queremos?
A días de la sesión en la Cámara de Diputados por la legalización del aborto, la posibilidad de un escenario en el que no salga la media sanción le trae recuerdos de las elecciones de 2015. “Cuando pasan esas cosas me desinflo”, dice. “Me gustaría reaccionar y decir ‘salgamos a marchar’, pero me agarra tipo una depresión en la que no siento nada. Me quedo tirada. Después me levantan y salgo a hacer lo que haya que hacer, pero le anoto un poroto a mi lado pesimista. El mundo me vuelve a dar la razón de que es una verga.”
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‘Y ¿qué te parece?”, pregunta Sofía mientras levanta un saco en alto para verlo de frente. Esta vez se está encargando ella misma de hacer los arreglos. Anocheció mientras cosía sentada o bajo la luz cenital en su living de paredes gris acero sin decoración. Está tratando de remodelar con alfileres de gancho los hombros de un saco de hombre varios talles más grande que ella. “Esperame que quiero verlo en el espejo”, dice y se va a una habitación contigua.
Lo único ostentoso que se ve es su colección de vinilos en el mueble que divide el ambiente en dos. Por un lado, hay un sofá de tres cuerpos frente a la tele. Por el otro, un equipo de música sobre una cómoda que esconde una colección de DVDs favoritos, tamizada por oleadas de orden y necesidad de espacio, al lado de una mesa ratona rodeada por tres silloncitos. Sobre la mesita hay un envoltorio de papel madera abierto y dos planchas de alfileres de gancho. Ahí vuelve. “No. No estoy logrando el efecto que quiero”, dice, y se toma una pausa de la costura antes de que la niñera regrese con sus hijos y ella termine dos horas de entrevista para ir al teatro Chacarerean a otra más de los cientos de funciones de Confesiones de mujeres de 30, la obra que protagoniza con Julieta Cayetina y Tamara Pettinato desde hace tres años y que ya vieron 45.000 personas. Después del teatro tiene pautado un dj set previo al show de Ok Pirámides, la banda de Della Paolera. Viene de un día de reposo, posterior a la sesión de fotos con RS que hizo engripada y con fiebre, pero con total profesionalismo y entrega.
Llegan Helena y Renata, de 9 y 8 años, con la niñera, y saludan con un beso. Saben que Sofía está haciendo una nota. Dante nos visita un rato más tarde, y probablemente no entienda del todo qué es esto. Entra, la abraza y, con sus imposiblemente adorable voz de ardillita anuncia orgulloso: “Ya le di de comer al inodoro, mami”. “¡Muy bieeeeen! Ahora andá y deciles a tus hermanas que te pongan la tele en el cuarto”, le responde Sofía. “Dale, dame la mano, yo te acompaño.”
“‘Darle de comer al inodoro’, esas cosas que se te ocurren cuando sos papá y no quieren ir al baño”, dice después. “No lo debo haber inventado yo.” Como toda madre de familia, de vez en cuando tiene frustraciones domésticas. Anoche fracasó su plan del día vegetariano semanal. “Odiaron las hamburguesas de lenteja y mijo. Era todo mayonesa. Me agarró una angustia… Me puse a la defensiva. ‘¡Está bien, dejen, vayan y coman la comida de Julián!’ Es rarísima la felicidad que nos da cuando son chiquitos y comen y cagan bien. Y cuando comen sano es... coger, directamente.”
Como es sabido y está ampliamente documentado, Sofía fue lo que se dice una niña precoz. Se lo pudo ver en todas sus apariciones públicas en su infancia con Susana Giménez, con Antonio Gasalla y, por supuesto, con Moria, en su gig de notera en Atorrantes a los 12 años y en un par de ¿travesuras? que trascendieron, como su coma alcohólico a los 15. Moria, que se separó del actor y director Mario Castiglione cuando su hija tenía 3, aplicó un estilo de maternidad con libertad sin límites. “La sobrevolé como helicóptero”, definió una vez. Por parte de su padre, que falleció cuando ella tenía 13, Sofía tiene dos hermanos mayores que viven en La Plata, y uno menor, que nació en Zárate. Vivió siempre rodeada de adultos.
A los 14 tuvo una relación breve con un hombre de 39, la cual no decodifica como problemática. “Eso se lo agradezco a mi mamá un montón: la falta de tabúes que tuve con la sexualidad. El no sentir miedo a calentarme, a coger”, dice. “Cogí cuando quise, me calenté cuando quise, me hice la paja cuando quise. Siendo mujer y chiquita, claro, sos una puta, una rápida, una rebelde, lolita. Pero en realidad, era una persona libre viviendo mi sexualidad, la que sentís a los 15 años, que estás caliente como una pava, como cualquier adolescente.”
Lo que no quiere replicar con sus hijos de su propia crianza es la exposición mediática. “Lo actoral fue lindo, porque fue finalmente en lo que me convertí. Pero ir a lo de Susana y creer que estoy hablando con una tía nomás, me parece un poco freak. Mamá me dice ‘pero vos decidiste’. ¿Cómo decidís a los 9 o 10 años sentarte en el sillón de Rial? ¿Qué tipo de decisión es esa?” La no exposición mediática puede ser difícil en esta era y en esta familia. El gen casanesco arde en Helena, que dice que quiere ser actriz y ya grabó una participación en la película La vagancia, de Ayar Blasco, amigo cercano de Sofía. “Quiero que espere unos años, ya va a poder decidir. Helena es muy inteligente. Me supera. Le veo cosas parecidas a mí, pero con un potencial de belleza interna y externa muy grande. La veo super hechicera. Empoderada. Ahora tiene 9 años y re empezó a contestar como yo le contestaba a mi mamá. No puedo creer que estoy en esta situación. ¡No pasó tanto tiempo!”
A los 17 Sofía dejó la casa materna en Parque Leloir y se mudó sola. Se puso de novia con Diego Tuñón, tecladista de Babasónicos, 14 años mayor que ella, y juntaron sus mundos y grupos de amigos. Tuvieron a Helena cuando ella tenía 21. “Venía de una etapa súper existencialista. Tenía todo un conflicto con no haber pedido venir al mundo y que ahora el mundo me obligue a hacer cosas tipo trabajar para comer, irme de mi casa, vivir de algo y ser alguien. De golpe tenés hijos y es como que se te cae una muralla encima. Yo a los 21 era un bebé. Con mi hija crecimos juntas las dos. Aprendí ser mamá y aprendí a ser mujer con ella.”
La familia ensamblada con Della Paolera le dio a Sofía “un abanico de maternidad”. Le ha tocado cuidar a Renata desde sus dos años. “Es mi hija del corazón. Si bien tengo el permiso de sus padres de criarla como criaría a mis hijos, hay roles que está buenísimo que los cumplan ellos, que están. Son experiencias las tres re distintas. Dante, el menor, es muy rebelde. Se enoja todo el tiempo. Grita, da portazos. ‘Me voy, no quiero saber nada, traa’. Que, pobre, lo aprendió de verme a mí alguna vez desesperada. A mí me encanta ser mamá. La verdad, es un trabajo que yo disfruto. Pero hay un montón de cosas que uno cree que puede manejar y después no manejás ni en pedo. Te manejás de formas malas en las que después te das cuenta que estás aprendiendo. Me parece que todos los padres causan en nosotros un efecto adverso.”
Sofía piensa todo el tiempo en lo que sus hijos le van a recriminar. Cree que pueden ser sus gritos, a pesar de que es una madre excesivamente cariñosa. “Lo que nos salva un poco de nuestros errores es que los cometemos con amor, por ignorancia y por falta de inteligencia emocional. Y porque tus hijos son lo que más amás y el amor es lo más psicótico del mundo”, reflexiona. “Es imposible reaccionar bien ante el amor sin haber reaccionado mal un montón de veces. Ante mirar a tu hijo y pensar: ‘Si a este hijo de puta le pasa algo, ¡¿qué hago con mi vida?!’. El amor es la pérdida de la independencia emocional. Y eso a mí me produce un montón de desesperación y de felicidad. Y de ira, también.”
La relación de Sofía y Della Paolera nace de un pantano bastante típico: engancharse con un amigo que es parte del grupo de amigos que compartís con tu ex. Sofía siente que hubo un clic en el cumpleaños de una amiga, cuando los gemelos melómanos empezaron a verse bajo otra luz. Lo mantuvieron en secreto por un tiempo. “Al principio, no sabíamos qué queríamos hacer. Mirá si garchábamos dos veces nomás y se armaba un quilombo al pedo.” Pero fueron más de dos veces, y con el tiempo se supo. Fue complicado. Algunos lazos se tensionaron o se rompieron. Ellos estaban determinados a que todo eso valiera la pena, contra los pronósticos externos, que los veían como un dúo tóxico. “Hicimos todo. Unimos a nuestra familia y la llevamos adelante.” El 11 de junio de 2012, se casaron en el Registro Civil de Recoleta.
Al año siguiente, un quiebre público de la relación de Sofía y su mamá abrió las ventanas a un problema en el centro de la pareja. Sofía había aceptado participar junto a Moria en el magazine Buenas muchachas, un talk-show de C5N, que lo único que le requería era estar ahí y ser ella. Era una aceptable entrada de dinero, un show semanal, nada demandante. “Era fácil y cuando vos estás metido en una, buscás determinados facilismos que después se te vuelven en tu contra”, dice. Para dejarlo en claro: su consumo de cocaína se había salido de control.
Ella aclara que nunca desatendió sus responsabilidades de madre, pero se le estaba haciendo la vida más pesada. Cuando empezó a dejar de atender el teléfono y a llegar tarde al programa, Moria reaccionó como ella sabe: “Me hizo una intervention frente a 10 millones de personas”, dice Sofía. Este no era el inocuo pero igual polémico exposé SOFÍA GALA PORRO, que el ahora difunto diario Libre había puesto en tapa un par de años antes. Estaba siendo expuesta como adicta en Intrusos y siendo echada de su trabajo por su madre. Lo que normalmente un grupo de amigos y familiares organizan con un tacto calculado para un adicto en una reunión privada, para ella fue un estallido nuclear que Moria detonó por TV. Sofía no cree que su mamá actuó bien, pero la entiende. “Ella en ese momento no soporto más. Supongo que fue entre desesperación y como ella se sabe manejar, que es con los medios. Yo no se lo haría a mis hijos jamás, pero bueno, algo pasó –o coincidió con algo que pasaba adentro mío– que yo después pedí ayuda y me dejé ayudar. Y tuve la voluntad para salir. El sentirme expuesta me hizo ver cómo estaba pudiendo disfrutar poco a mi hija. Eso fue mi primer alerta y mi primer escape. Mi hija y mi madre. ¿Quiénes van a ser si no? ¿Quién te puede sacar de la muerte si no es la mujer, la que te da vida?”
Disculpas mutuas mediante, Sofía reencauzó su relación con Moria y dejó la cocaína. Poco después quedó embarazada de Dante, que nació en diciembre de 2014. “El día que yo cumplí un año limpia nació mi hijo. Fue increíble eso. Un año exacto.”
Durante el embarazo de Sofía, Della Paolera tuvo recaídas y se separaron. Ella necesitaba alguien que él no podía ser en ese momento. “Decidí que no lo iba a tener en mi casa drogándose. Que yo no podía cuidarlo más a él. El primer año de Dante fue duro... figurativamente para mí y literalmente para Julián”, se ríe ella. En un año separados, Sofía trabajó como panelista en el debate de Gran Hermano y Della Paolera puso a andar su banda Ok Pirámides. Se dieron cuenta de que, después de ver pasar toda esa agua bajo el puente, volvían a elegirse. “Él tuvo un cambio muy radical de cabeza, que es el que el adicto tiene que tener. Empezó a cambiar su vida y a conectarse con todo, y a tener todo ese potencial que sé que tiene. Y empezamos a crear algo juntos de nuevo. Imaginate que me separe de él en su peor momento y no encontré a nadie mejor. Ni que él estando así.”
También se compuso la relación con el padre de Helena. “Era lo que más me importaba, porque lo amo también. Es el hombre que elegí para tener a mi hija y lo considero mi amigo. Mi marido crio a mi hija, que también es hija de Diego. Y Diego ahora se lleva re bien con Dante, y se lo lleva a la casa a jugar.”
Recapitulando, Sofía está convencida de que la relación venía cargada del peso de varios vínculos anteriores rotos, el consumo y la necesidad de salir adelante frente a los que vaticinaban un desastre. Tuvo la oportunidad de empezar de nuevo de una manera menos “enferma” y, básicamente, la aprovechó. Asegura que lleva más de cinco años limpia y dice que la relación con Della Paolera es complicada, que discuten mucho y siempre los dos quieren tener la razón, pero que funciona. “Nunca estoy quieta con él, me pasan cosas todo el tiempo. Buenas y malas. Para mí eso es amor en ebullición. Cuando me enojo es como si fuera la primera vez que me enojo. Y en general lo amo con locura y pasión como el primer día”, dice. “Y cojo re bien y me peleo re mal. Y lo amo un montón y ama a mis hijos. Tiene un montón de cosas malas, pero yo también. Miles. Somos dos perros.”
Está al tanto de que esto puede sonar a que idealiza una forma insana de amor romántico, pero cree en la fortaleza de las relaciones que crecen a fuerza de trabajo. “Para mí, el amor es movimiento emocional. Si no existiera la pasión no podría enfrentarme a verte las miserias y la rutina. Y eso trae relaciones fuertes para bien y para mal. El trabajo está en llevarlas a una situación que sea controlable y no destruir todo cada vez que te peleas. Si yo no lo quisiera matar cada vez que me enojo o me decepciona, me separaría”, dice, y se ríe un poco de su ocurrencia. “Mientras que cada vez que me enojo diga ‘quiero que se vaya de mi vida erhhggggh’, ¡está todo bien! El día que me dé lo mismo, chau, fuera. Ahí nos separamos.”
“La mujer que cree que sabe mejor lo que quiere la otra no es feminista”, dice ella. “No está entendiendo el concepto.”
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Sofía puede pasar un día entero hablando de música. Cuando tenía 16 años, vio en la pantalla gigante del living de Moria a Bob Dylan diciendo: “Un buen disco te enseña a vivir”. Ya había escuchado a gente decir que la música le había cambiado la vida y estaba decepcionada de que esa no fuera su experiencia. Así como lo que le pasó con la ropa hace unos meses, a los 16 tiró todos sus discos de teen pop y cuarteto de los 2000, y fue al Microcentro porteño a comprarse un tocadiscos. El vendedor le enseñó a usarlo y la dejó que eligiera un disco. Se llevó uno doble de Louis Armstrong, el primero de una colección que creció y creció hasta llegar a 2.500 vinilos. “Fue como una decisión de ponerme a buscar eso que estaba esperando que me llegue”, dice otro día. “Con lo primero que me empecé a copar fue con el glam-rock, Bowie, T. Rex, Queen. Supongo que por mi vieja: esa idea de la realidad con lentejuelas. Y después empecé a oscurecerme un poco, más como me siento yo: Velvet Underground, Lou Reed. Iggy Pop, New York Dolls, Pistols, PiL... Con el tiempo se fueron expandiendo más mis gustos, y apareció Motown, Johnny Cash, en fin... Toda la música que me parece bella.”
Buena parte de las amistades que trabó Sofía fue con gente que alimentó su sed de música e información, y sabe que no es casual que los padres de sus hijos sean rockeros. Fito Páez, que es su amigo, intentó convencerla de que empiece a cantar. “Me dijo que me conseguía todo, que me prestaba el estudio y qué sé yo, pero no. No sé hasta dónde la quiero entender. Me pasa que con el cine, después de trabajar tanto, ya veo la película y entiendo los planos, la luz, el carro. Disfruto desde otro lugar. Lo que me gusta de la música es que no la entiendo. Me maravilla cómo alguien de la nada puede terminar haciendo esa canción que me provoca cosas físicas. A medida que pasa el tiempo entendés las partes, pero para mí es como una masa que viene y yo la recibo con el amor más puro. Que es el de no saber.”
Sofía puede pasar un día entero hablando de música y a veces lo hace, con amigos en reuniones interminables. Un poco en eso quiso que estuviera basado En calzas, música pegada al cuerpo, su programa en FM Blue que va en vivo los martes a la medianoche. Es una excusa para una juntada entre melómanos que comparten canciones y hablan de bandas, músicos, productores, rarezas y datos con algo de la típica competitividad nerd. Lo conduce junto a Della Paolera, que tiene su sección de reggae, participan sus amigos Ayar Blasco, aportando humor random, y los músicos indie Kobra Kei y Bastard y la productora Carla DiPietro. Como en su casa, se suma el amigo que quiera caer. El día antes de la sesión en el Congreso por la legalización del aborto, el programa tiene dos invitados frecuentes, Sergio Rotman y Mimi Maura. Sofía cuenta al aire la anécdota de cómo los conoció en un show de PiL en Vorterix, el 14 de agosto de 2016. Cómo gracias a una “rata asquerosa” que le metió la mano “en la concha” mientras hacía pogo, se terminó yendo al VIP para estar más tranquila y tuvo con Rotman un momento trascendental en el que se prendieron las luces del teatro y John Lydon cantó mirándolos a los ojos, o eso les gusta creer a ellos. “A la semana hicimos una reunión en casa con Sergio y Mimi y no nos separamos más. Vamos a cumplir dos años de novios los cuatro”, dice Sofía fuera del aire, con una sonrisa. “Hace mucho tiempo que siento que no necesito conocer a nadie, que ya está. Pero cuando aparece gente está buenísimo.” Rotman confirma que el cariño es recíproco: “Los chicos atravesaron nuestros corazones. Es muy raro lo que nos pasó. Que nos pase a esta edad”.
Es una de las noches más frías del año y todos están tosiendo en el estudio, pero pasándola bien. En el segmento de reggae, Della Paolera pone al singjay jamaiquino Yellowman. Sergio y él bailan en el estudio, y Sofía les discute a todos que el tema “Still be a Lady” es machista. Cuando le toca a Mimi, devuelve con otra jamaiquina, la empoderada reina del dancehall Lady Saw. Se hacen las 2 A.M. y el programa cierra con Mimi Maura y Rotman haciendo un cover de “Pale Blue Eyes”, de Lou Reed.
Al otro día, Sofía arranca viendo el debate en el Congreso por televisión. Habla a la tarde en el programa de Pampita, donde pone en su lugar con argumentos a Amalia Granata, la ahora cara operada del movimiento “Cuidemos las dos vidas”, y se va a la vigilia en la Plaza Congreso. Pasa la noche con sus amigos, caminando entre los pañuelos verdes, la carpa de Actrices Argentinas y la fogata armada por las organizadoras de Ni Una Menos. Sin dormir, termina de ver el cierre del debate en su casa, con su amiga Carla. 129 votos a favor y 125 en contra. Vuelven a salir a la calle a festejar. Al mediodía finalmente se tira rendida en su cama, con un poco menos de razones para pensar que, como a veces le dice su parte pesimista, el mundo es una verga. “Siento que esta ola verde de feminismo se ganó en la calle”, me dice por teléfono después de despertar de una siesta reponedora de 10 horas. “Y me siento parte. Para mí eso es un montón”, termina. “Creo que, para todas las mujeres, sentirse parte es un montón.”
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