La terquedad, un contemporáneo entre los clásicos
Luego de dos Molière, es la obra con mayor promedio de espectadores
Una de las mayores virtudes que posee el teatro es la capacidad de hacer posibles historias absolutamente imposibles. Aunque el cine le "gane" con sus efectos especiales y pueda hacer milagros con el montaje, lo cierto es que el teatro sigue siendo el arte que busca desde climas oníricos despertar viejas preguntas. Así lo entiende muy bien Jorge Palant que usa el artificio teatral para inventar un encuentro que jamás -por cuestiones temporoespaciales- podría haber sucedido. Y de ese encuentro, además de suceder una serie de reflexiones gustosas, aparece un interrogante más general: ¿qué sucede cuando se juntan dos personajes de distintos tiempos y se interpelan por quienes fueron y por lo que hicieron con sus vidas? Este encuentro le permite al director que también es autor de la pieza jugar y hacer revivir historias tal vez no tan conocidas pero interesantes.
Nadie le pide al teatro realidad sino verdad. Desde este punto, Palant se ancla para trabajar. No importa en lo más mínimo que esos dos seres no se hayan conocido. Milena murió en un campo de concentración en 1944 y Kevin se quitó su vida en 1994. Lo que importa aquí es la charla de estos dos seres que vivieron en carne propia el dolor, que quisieron pero no pudieron hacer nada para impedirlo y que tuvieron que sobrellevar el horror incrustado en sus cuerpos hasta sus muertes prematuras.
Milena fue un amor de Kafka, de ahí el libro Cartas a Milena, una relación epistolar de un par de años que solo tuvo dos encuentros personales. Sin embargo, su nombre quedó inmortalizado en aquel libro. Ella muere a causa de una infección en un campo de concentración alemán siendo aún joven. Él es Kevin Carter, un fotógrafo reconocido, ganador del premio Pulitzer por una foto que retrataba a un niño sudanés muriendo de desnutrición mientras un buitre estaba a su acecho. La opinión pública se alzó contra él por su indiferencia ante el dolor. Y así un año después decide quitarse la vida. "No alcanza con fotografiar el horror, hay que evitarlo", dice Carter en algún momento de la obra y deja expuesto su dolor.
La pieza teatral hará foco en el texto, rico, lleno de información sobre la vida de ellos dos, pero plagado además de reflexiones sobre la vida, la muerte, el dolor, el ser testigo del horror ajeno y cómo sobrellevar la culpa. Se convierten, allí, en esa especie de limbo, en jueces de la vida del otro. Para apoyar al texto, los demás procedimientos teatrales se vuelven completamente funcionales a los parlamentos que los dos personajes se irán diciendo. La planta escénica en el centro con el público alrededor permite un acercamiento más profundo e íntimo a la vida de Milena y Kevin. Podemos verlos de cerca, acompañarlos desde las sombras y convertirnos en tribunal de justicia. Las actuaciones están correctas, por momentos algo rígidas y solemnes. Es que el texto es demasiado protagonista y puede volverse un poco tirano. ß Jazmín Carbonell
La terquedad, el montaje de Rafael Spregelburd que se presentó en el Teatro Nacional Cervantes, terminó su temporada el sábado pasado. Fue, según consideró Alejandro Tantanian, director de la única sala nacional, la nave insignia de esta nueva etapa de esa histórica fábrica de ficción.
Como se sabe, fue un éxito de público. La repercusión fue tal que, tomando los registros estadísticos oficiales del TSM y del TNC de la última década y reparando en sus dos salas con mayor cantidad de butacas (la Martín Coronado, del Teatro San Martín; y la María Guerrero, del Cervantes); la propuesta de Spregelburd y su grupo figura en el top five entre los espectáculos que lograron mayor promedio espectadores por función.
El primer lugar lo ocupa El burgués gentilhombre (2011, TSM), con un promedio de 830 espectadores. El segundo, Mujeres sabias (TSM, 2006), con 720. El tercero, La terquedad (TNC, 2017), con 648. El cuarto, El conventillo de la Paloma (TNC, 2011), con 620. Y cierra la lista La vida es sueño (TSM, 2010), con 601 espectadores por función. O sea que luego de dos textos clásicos escritos por Molière y superando a la repercusión de textos de Vacarezza y Calderón de la Barca, se coló un autor contemporáneo que, como no sucedió con las otras propuestas, no estuvo protagonizado por intérpretes de convocatoria masiva.
"La terquedad fue la construcción de un clásico del futuro", aseguró Tantanian en su cuenta de FB. En verdad, esa afirmación quedará en manos del futuro. Lo que sí sabemos es que las 27.870 personas que la vieron la hicieron dialogar entre los clásicos de la historia del teatro universal montados en la ciudad.
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