"La sylphide", con la visión de Mario Galizzi
"La sylphide" , música de Hermann Lovenskjold, coreografía de Mario Galizzi sobre el original de Auguste Bournonville. Ballet Estable del Teatro Colón, dirigido por Oscar Araiz. Intérpretes principales: Karina Olmedo, Dalmiro Astesiano, Adriana Alventosa, Cecilia Mengelle. Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, dirigida por Carlos Calleja. Teatro Colón. Próximas funciones: 15, 16, 19, 21, 22 y 23 del actual.
Nuestra opinión: muy bueno
El año pasado se cumplieron 200 años del nacimiento de Auguste Bournonville, aniversario que tuvo su mayor repercusión en el festival que lleva el nombre del coreógrafo, en su ciudad natal, Copenhague. Allí resplandeció "La sylphide", su obra capital, que acaba de darse a conocer, con todo su cándido esplendor, en el Teatro Colón, de acuerdo con una revisión del trazado original de Mario Galizzi.
El Ballet del Colón tenía la pieza en su repertorio (hay que recordar la intangible sílfide que en los años ochenta creó Silvia Bazilis), pero no esta versión, sino la del coreógrafo actual Pierre Lacotte, la cual -a su vez- apuntaba a una reconstrucción de la creación primigenia, debida a Filippo Taglioni. Bournonville conoció y bailó la de Taglioni en París, pero al regresar a Dinamarca la recicló en un ballet propio, sobre el mismo relato, y fue la suya -estrenada en 1836- la que trascendió y se convirtió en la piedra fundante del ballet occidental. Existían incontables expresiones dancísticas anteriores, pero "La sylphide" instauró una dimensión definitiva del espectáculo dramático bailado en torno de una trama precisa, con un desarrollo narrativo coherente -aunque un tanto naïf- y un espíritu romántico que exalta seres mitológicos y el misterio del amor y la muerte en un universo de tinieblas.
Prefiguración de "Giselle"
En ese sentido es una prefiguración de "Giselle", la pieza romántica por antonomasia, estrenada cinco años después de la de Bournonville, sólo que aquí el rol masculino, el de James, es más central en la trama de lo que sería más tarde el del duque Albrecht, el arrepentido seductor de la desdichada Giselle. Partiendo de un relato de Charles Nodier ambientado en Escocia, "La sylphide" trata el viraje de James, que abandona a su prometida, Effie, ante la irresistible atracción de un espíritu del aire, la sílfide. Están presentes la brujería, la venganza y los obstáculos que se interponen entre un ser real y una criatura quimérica.
El contraste entre los dos personajes femeninos se trasunta, en esta versión, en la composición de la Effie terrenal e ingenua (la novia despechada), asumida en el estreno por una eficiente Adriana Alventosa, y la condición etérea de la sílfide, que la fluidez de Karina Olmedo transforma en un despliegue de inmaterialidad chispeante e inapresable. Dalmiro Astesiano encara su James con firmeza, ya desde los escamoteos del acto inicial, el "realista", en el que recibe furtivas visitas de su enamorada celestial. Precisamente, en esta división de un primer tiempo más teatral y un "acto blanco", la obra también marca pautas que se continuarán en el gran repertorio posterior, el que integran "Giselle", "El lago de los cisnes" y "La bayadère".
En cuanto a la versión que acaba de estrenarse en el Colón, se entrevé que la de Mario Galizzi ha de haber sido una ardua tarea, ya que -si bien la mise en place no dista mucho de la de Lacotte- el lenguaje y la técnica de Bournonville no coinciden con los códigos académicos que se impusieron después, como los de Petipa o Ivanov. Es una técnica hecha de filigranas, muy à terre, colmada de petites bâteries, y que en la ejecución exige una elegancia sobria, sin efectos virtuosos.
Toda esa sutileza, que exige una gran concentración y esfuerzo sin el rédito de esa espectacularidad que arranca aplausos, se advierte en el acto lírico, entre las sombras del bosque, en el que se suceden variaciones de difícil ejecución, un desafío para Olmedo y Astesiano, que las sortean con seguridad y justeza. El movimiento es casi constante, con un fraseo que se erige en punto central, aun para el cuerpo de baile femenino, en trazados geométricos, antecedentes de las monumentales alineaciones de los actos líricos de Petipa, sólo que aquí todo es más intimista (apenas una veintena de sílfides). A la compañía se la vio muy segura en el primer acto, poblado de danzas folklóricas celtas reelaboradas, ejecutadas con gran despliegue y gracia, en tanto que los desafíos del "lenguaje Bournonville" del segundo acto no lucen plenamente decantados: vendría bien insuflarles a las escenas del bosque un toque de misterio y de magia.
La otra magia, la maligna, la ejerce Cecilia Mengelle, quien ejercita sus recursos de interpretación en la hechicera Magda, personaje torvo, que no baila y que cierra la obra con el triunfo del mal. Leandro Tolosa, por su parte, compone con eficacia a Gurm, el exitoso aspirante al amor de Effie. La versión de Lacotte se apoyaba en una bella partitura de Schneitzhoeffer; ésta, en cambio, rescata la de Lovenskjold, una endeble invención musical frente a la cual el maestro Carlos Calleja, al frente de la Filarmónica, debió esforzarse para darle brillo.
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