La sonrisa del teatro Maipo
Horacio Cortes, a quien muchos llaman "el Negro de la puerta", es adorado por los espectadores y los artistas que pasan por esa sala
Es una de las caras –y sonrisas– más conocidas de la avenida Corrientes para los teatreros, aunque su nombre no esté en las marquesinas ni ocupe espacio en los medios de comunicación. Quien haya ido alguna vez al Maipo sabe bien que en la puerta hay un hombre de esmoquin que recibe a todos los espectadores con alegría, con una palabra de bienvenida y que esa presencia le imprime a este teatro un sello único. Sin dudas. Horacio Cortes es el jefe de sala del Maipo desde hace 18 años y un día: "Sí, siempre digo que hoy es mi primer día en este lugar tan mágico. Encontré mi espacio en la sociedad y en el trabajo y por eso vivo mi tarea con tanto entusiasmo".
El Negro, como todo el mundo lo llama, es el responsable de varias tareas: de cortar los tickets de los espectadores que ingresan en la sala, de la limpieza y orden del lugar y de velar para que nada les falte a los artistas en sus camarines. "Cualquier problema, accidente o aquello fuera de lo común es mi responsabilidad", dice sentado en la salita donde Enrique Santos Discépolo escribió "Cambalache".
Falta una hora para que comience la función de El veneno del teatro. Cortes le muestra a un colaborador dónde debe colocar la urna para depositar la mitad de la entrada que corta cada vez que un espectador ingresa en la sala –la ubicación tiene coordenadas precisas, y la explicita con su índice derecho mientras acompaña su orden con una palmada paternal con la mano izquierda–. Le pide a otro asistente que pase la escobilla sobre la alfombra roja, mientras vigila que todos los aires acondicionados estén funcionando en armonía y con una temperatura ideal.
Cortes está en todos los detalles y mientras lo hace irradia simpatía. "Tengo algo de defecto profesional. Hace unos años me invitaron a ver una función de ballet al Coliseo. El hall era un caos y me agarró una especie de ataque hasta que empecé a organizar el lugar. La gente me reconoce con el disfraz, el esmoquin, el del «negro de la puerta», como lo llamo yo, y también sin él."
Melómano, amante del jazz y de la literatura, Cortes fue criado por sus padres-abuelos en Santiago del Estero, en Villa Robles. "Digo que soy nórdico porque nací en el Norte. No teníamos agua ni luz, pero éramos felices. Me enseñaron de chico que tenía que ser honrado y que tenía que tener siempre un buen par de medias, sin agujeros, por si me pasaba algo en la calle."
Trabajó de cadete en oficinas, vendió vino fino y hasta fue peón en el cementerio de la Chacarita durante la dictadura: "Fue un momento muy oscuro del país y mío. Zafé muchas veces de que me detuvieran porque llevaba un carnet firmado por un comodoro que decía a qué me dedicaba. Quería estudiar, pero la prioridad era el trabajo. No sólo me tenía que mantener económicamente a mí, sino también a mi familia".
Luego Cortes encontró la estabilidad económica como gerente de sucursales de la cadena de hamburguesas Pumper Nic y de otros locales de gastronomía. Así conoció a Lino Patalano, dueño del Maipo, quien lo llamó un día para que trabajase en el mítico espacio porteño. "No sabía qué hace un jefe de sala. Me dio una confianza absoluta. Y ahí conocí a Norberto Campana, quien administró este lugar durante más de 60 años. Para mí, decir el Maipo es decir el señor Campana. Él me enseñó todo lo que sé."
Anecdotario
En su labor cotidiana, Cortes comparte muchas horas con famosos, algunos de ellos verdaderas estrellas del espectáculo nacional. Por ejemplo, destaca la sencillez de Norma Aleandro, así como su habilidad para contar chistes verdes, y si es acompañada por Alfredo Alcón, la dupla llega a un nivel apoteótico. También recalca la felicidad que le produce la convivencia con los Midachi y con Eleonora Cassano, y cuán exigente es Julio Bocca.
"Me pasan cosas geniales por tener el privilegio de trabajar donde lo hago. Por ejemplo, cuando Marilú Marini anda por Buenos Aires, pasa a saludar. Hemos tomado innumerables mates. Me llevo cada sorpresa. Una noche vino Mario Vargas Llosa, a quien conocía porque algunos años antes me lo había presentado Norma Aleandro. «Quise entrar a saludarlo para que conozca a mi mujer. Yo le decía a ella que aquí tenía un amigo», me dice el tipo. Imaginate mi cara, mi reacción. O por ejemplo, Enrique Pinti me ha invitado a sus cumpleaños, y de repente estoy yo ahí, rodeado de gente como Estela Raval o Teté Coustarot", cuenta Cortes.
Además de haber conocido a Sandro y a Mercedes Sosa ("gracias a Norma Aleandro, que sabía que había hecho horas de cola para conseguir una entrada para uno de sus shows"), Cortes recuerda cuando no hace mucho Lionel Messi fue al Maipo a ver la obra en la que actuaba Adrián Suar. "Lo llevé a los camarines, y después al estacionamiento. Es una persona muy tranquila, muy humilde. Yo no quería que lo molestaran, pero él estaba en su mundo, con una sonrisa. Lo dejo en su auto y me voy. Empiezo a caminar y viene Messi y me da un beso: «Muchas gracias por la atención», me dijo".
Cortes no lleva la cuenta de la cantidad de espectáculos ni la cantidad de funciones que pudo ver gracias a su trabajo: "Hay uno que me quedó grabado. Por su perfección. Era La Cassano en el Maipo. Iba todas las noches a encontrar el error. Lo miraba desde distintos ángulos. Los bailarines, cada coreografía eran simplemente perfectos".
Cortes conoce las luces del escenario y la oscuridad de los pasillos. Conoce a los famosos con y sin maquillaje, la ansiedad de los espectadores, el ego de las estrellas, el fanatismo de algunos admiradores. Su trabajo no es ficción, pero cada noche imagina algo antes de salir a representar su propio rol como jefe de sala: "Hago de cuenta de que la gente está llegando a mi casa. Yo los invité, y como anfitrión, tengo que darles lo mejor de mí". Y lo hace, esta cronista da fe.
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